—He notado que Asterión deja de pastar cuando ve que le observo, se coloca de lado para mostrarme su porte, y veo en él una nobleza y un valor que no he visto en ningún hombre. —explica la reina Amalia mientras tanteaba con el dedo, como si tocase la brisa—. ¿Cómo es que un toro noble vive en libertad en los campos y yo como reina le pertenezco a un rey solamente?
—No se preocupe. —dijo Heráclides mientras bajaba la cabeza en sombría ausencia—. Le prometo encontrar una respuesta para el final de la cuarta luna llena a partir de esta tarde.
Hacia la tercera luna, la reina había perdido su juicio, bailaba desnuda frente al toro y le vestía con las ropas de su esposo, le acariciaba y le daba frutos de comer y vino de beber. Clío siendo un hombre de virtud y proezas estaba completamente espantado por la escena, y sin embargo no podía deshacerse de Asterión porque era un regalo del dios del mar. Al comienzo del último día, Heráclides el hábil arquitecto, regresó con lo que parecía ser una vaca de madera revestida en pieles. Entre largas jornadas y mucho desear, la noche llegó a su fin y lo que era un sustento intento de satisfacción fue convertido en un bombardeo de preguntas dentro de su cabeza, pues el amor que sentía por la bestia no es de hombres, y tampoco por ellos ha de ser comprendido.
Solo nueve meses después con el respaldo de Clío, justo y sabio, nació un ser blasfemo, que de no ser obra de los dioses iría directo al Hades. Pero su destino era otro. El llamado Hijo de Asterión, el Minotauro, fue concebido y a la vez fue el asesino de su misma madre. Clío que de piadoso pudo superar al mas bueno de los mortales, fundó un laberinto donde los caminos hubieran de contener al monstruo, hijo de aquel amor imposible entre la reina y el regalo divino.