Jorge Luis Borges:

"De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo. Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria."

Billy Wilder:

"La televisión no ha podido acabar con el cine porque la gente quiere estar allí, quieren ser los primeros, quieren oír las risas de otras personas."

Théophile Gautier:

"Una de las glorias de la civilización sería el haber mejorado la suerte de los animales."

John Lennon:

"Algunos están dispuestos a cualquier cosa, menos a vivir aquí y ahora."

Woody Allen:

"El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores."

Menandro de Atenas:

"No es vergonzoso nacer pobre, lo es el llegar a serlo por acciones torpes."

Adolf Hitler:

"Sólo se combate por lo que se ama; solo se ama lo que se estima, y para estimar es necesario al menos conocer."

Gustavo Adolfo Bécquer:

"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada."

Marilyn Monroe:

"Era consciente de que pertenecía al público, pero no por mi físico o por mi belleza, sino porque nunca antes había pertenecido a nadie."

29 diciembre, 2012

Trance de un homicida.

Miró a sus pies y vio que un charco de sangre crecía poco a poco bajo él. Se llevó la mano a la cara, se tocó la mejilla y notó una extraña textura; al llevarla frente a sus ojos vio un espectáculo extremadamente macabro. En la noche oscura de París, frente a la Torre Eiffel, resaltaba la sonrisa de su cara al ver la sangre corriendo por su mano y extendiéndose por su brazo.

Aquel hombre había cumplido un sueño, llevar su mente al límite y sentir en sus venas la excitación de comprobar la perversidad del hombre. Había hundido la hoja del cuchillo en las vísceras del primer hombre que encontró en la calle, lo había retorcido y al sentir la sangre en su mano y llevarla hasta su boca había sonreído de una forma escalofriante. Seguidamente alzó su otra mano con la que sujetaba un cuchillo y, bajo la luna, resplandeció el filo lleno de sangre. París quedó iluminada por un instante, pero no se lograba distinguir si era por la luna llena o por la malévola sonrisa de aquel hombre.

La gente dormía placenteramente en su casas, sin saber que la humanidad había liberado a un monstruo. Nadie se imaginaba que una persona pudiera disfrutar tanto al sentir la sangre caliente correr por sus manos y al escuchar agonizar a un pobre inocente. Cada noche, hasta que las campanas celebraron su muerte, se podían escuchar desgarradores gritos suplicando clemencia. Por la mañana, un reguero de sangre desvelaba quien había sido la víctima de otro atroz crimen. Mientras tanto, un hombre, si es que se le puede llamar así, limpiaba meticulosamente su cuchillo a la vez que tramaba su próximo asesinato.

Con solo imaginarlo empezaba a sudar, se excitaba y una estruendosa y terrorífica risa resonaba en la habitación. Aquel hombre no murió por causas naturales, murió por gusto propio. Una noche nació en él la firme idea de experimentar nuevas sensaciones, así que sin pensárselo dos veces, cogió su cuchillo y lo hundió en su vientre. La sangre brotaba con frenesí y, por extraño que parezca, aquel hombre no sintió dolor sino un profundo placer al experimentar el mayor de los acontecimientos de la vida de un hombre: la muerte. Aquella noche su sonrisa no iluminó París, iluminó el mundo entero.

Si alguien le hubiera mirado a los ojos, y hubiera sobrevivido,
hubiese jurado que aquel hombre no tenía alma y era el mismísimo diablo.

22 diciembre, 2012

Antítesis.

Tomé mi abrigo de cuero y comencé a navegar por las profundidades de mi vida en el barco de papel que construí con la epístola de tus palabras. Intento evocar la lluvia y también el llanto, pues podría dejarme como marinero sin embarcación.

Obstaculizo las cosas que no quieren irse camino de la desesperación ingenua. Cae la noche en la que quiero ser de agua, que tu seas de agua, que las cosas se deslicen a la manera del humo, imitándolo, dando señales últimas, grises, frías. Palabras en mi garganta. Sellos intragables.

Las palabras no son bebidas por el viento, es una mentira aquello de que las palabras son polvo, que se esfuman, ojalá lo fuesen, así yo no haría ahora plegarias de loca inminente que sueña con súbitas desapariciones, migraciones, e invisibilidades de tu cuerpo en mi mente.

El sabor de las palabras, ese sabor a vientre viejo, a hueso que despista, a animal mojado por agua negra. El amor que me obliga a las muecas más atroces ante el espejo.

Yo no digo sino mi asco por el lenguaje que contiene esos hilos morados, esa sangre aguada. Las cosas no ocultan nada porque las cosas son cosas, y si alguien se acerca ahora me pondré a aullar y a darme de cabeza contra cada pared infame por creerme sorda de este mundo. Mundo tangible, máquinas emputecidas, mundo usufructuable.

20 diciembre, 2012

Enigmas en forma de esquela.

"Un día no pienso despertar, dormiré tanto que el sueño me llevará a otro estado." —razona aquel hombre acostado en su cómoda cama—. "Será mejor seguir mi instinto."

Me levanto de mi cama con pereza pues no había dormido bien al beber con mis amigos en el bar del Hotel Cremorne. Me dio roche dejar a mis amigos por tener que irme a casa para dormir.
—¡Sos una jeva!
—Pero mira que niña.
—Dejad a la que debe dormir para despertar como una Diosa.
¡Vaya comentarios los de ellos! Al fin y al cabo, no me importaban ya que debía descansar para viajar hasta Adelaida, Australia, en dos días. Me dirijo al baño y lo primero que hago es tomar un poco de agua y la abalanzo sobre mi rostro; una, dos... tres veces. En eso, escucho el timbre sonar a las 6:15 am, algo temprano para todo el tiempo en que he vivido en Sydney. Tomo mi paño y me seco el rostro, lo dejo encima del retrete y camino hasta la entrada. Me paralizo. Una carta debajo de la puerta.

La tomo con las manos tembladizas y leo unas cortas oraciones:
"Madrugar es para gente oportunista que quiere aprovechar su tiempo, tu me lo has repetido infinidades de veces, pero en esta oportunidad es solo para decirte que ya es hora de que sigas tu camino..."
Mi corazón late fuerte, ¿quién será la escritora de dicha epístola? Ha dejado sus labios marcados en el papel y una enlazada firma llena de garabatos incomprensibles. Mis dedos tocan aquella marca de labial rojo plasmado sobre el grueso papel, se corre.
—Acaba de terminar de escribirlo hace no mucho. —plantea en su mente.
Dobla el papel, lo ubica en una gaveta de su acogedora sala y regresa a la habitación.

—¿Seguir mi camino? Ya lo hago... quizás me tope algún día con la mujer que me ha escrito esto. A lo mejor cada noche mendiga algo de sexo, de amor o puede ser también, de cariño. ¿Me conocerá? Já. —se ríe —. Esto debe ser una broma.
Su instinto le dice “sigue durmiendo” porque de esta manera no pensará en nada. Si no existiese, se ahorraría los problemas de caer en ruinas, de ser un canalla ladrón, de estafarse sentimentalmente, de ser como es.

A pesar del poco tiempo que tenía para aplicarse en sus actividades de ocio, había dejado una nota en la ventana: «escribe».
—¡Escribir! ¡Lo había olvidado! —grita mientras sus manos se dirigen rápidamente a su cabello. Suena su teléfono, corre a tomarlo y descuelga.
—¿Aló?
—Llamo de SMH Editorial Index, vine a preguntarle si tenéis listo la columna de la revista. —dice una voz femenina al otro extremo.
—Disculpe señorita, en este preciso momento ando dando algunos arreglos pero se lo envío a penas termine la redacción, ¿vale? —responde con una mentira piadosa.
—Está bien, no se preocupe; llamaba era para recordárselo porque la publicación es a las 12. —hizo una pausa —. Que tenga buenos días joven Rivera. —cuelga.

Tira el teléfono en el colchón y se sienta en su escritorio de madera color caoba. Busca su libreta y comienza a escribir:

"52 King Street, Sydney.
2012, 19 de diciembre.

Con mi bolso lleno de recuerdos invaluables, con mi mente en blanco, con el carácter que me distingue y esa mirada que nada refleja me alejo distante por el horizonte, mientras tu dejas una carta en mi hogar. En cada paso que doy siento que me falta algo, el aire, la esperanza o hasta la dignidad, esas ganas de gritar me invaden y me doy cuenta que la desesperación del momento se vuelve mi otra mitad, porque de mitades ya tengo muchas, la tuya solo será otra más, soy un coleccionista, un ladrón profesional. En venganza contra todo un género gracias a las malas experiencias, me volví un delincuente, un criminal y estafador que a sangre fría, como lo haría cualquiera de mis colegas cometiendo sus fechorías, engaña, roba, miente y mata. Entre sombras y penumbras escapo con mi botín, y aunque me duela en el alma, lo remato al mejor postor, ese que se encargará un día de encontrarte y devolverte la felicidad, esa misma que yo un día te produje y luego quité de forma imprevista, esa misma que te provoca vacío, esa que orgulloso ostentaba por provocarla, y que me dolerá hasta el alma cuando la encuentres con otra persona que no sea yo. Ese día cuando te vea pasar de la mano con otro ladrón, no tendré dignidad para advertirte, ni siquiera la desfachatez de mirarte a los ojos, ese día estaré preocupado de que roben la mitad que te queda, esa que es parte mía, de todo los sentimientos que planté en tu alma y que está destinada a ser robada y reemplazada por un estafador emocional que solo busca en ti la calma. Ese día no me servirá de nada mi botín y tendré que volver a las andanzas."
—Devis Rivera.

Suspira y envía su artículo titulado "Estafa emocional" al Editorial. Mira su reloj de bolsillo que marca las 10:50 pm. ¡A tiempo! antes del medio día. Se levanta y se dirige al baño para alistarse donde piensa que dormir sería la mejor opción para desembocar todas las ataduras de su extraño día, y así lo hace. El montón de crema para afeitar en su rostro lo ve como una diversión, lo toma y juega con ello manchando el espejo con palabras. Se ríe. Se detiene y su sonrisa se convierte en un gesto escalofriante de seriedad.
—Que ridiculez. —piensa mientras tira toda la crema al lava manos. Enjuaga su rostro y cepilla sus dientes. Acude a su armario y se viste. 2:25 pm, toma una camisa blanca, un pantalón de vestir, su correa negra al igual que sus zapatos color azabache y un jersey gris. Deja su toalla en el baño y se traslada a la salida de su departamento. Al abrir la puerta da la casualidad que consigue a una mujer a punto de dejar un pequeño sobre en su domicilio.

—¿Quién sos? —suelta de manera directa.
—Katherine. —responde la mujer —. Vine a dejarte esto. —extiende la mano y le entrega una carta del mismo tamaño que la que habían dejado en la madrugada.
—¿Vuestra? —pregunta Devis.
—Sí.
—¿De casualidad habéis dejado otra en la mañana? —pregunta. Ella suspira y mira a los lados, pero no responde. Él se ríe.
—¿Sos la que se cree dura o cuestiono algo que no es verdad? —insiste. La mujer alza su barbilla y pone la mano en el pecho del joven Rivera.
—Juzgad lo que queráis, no me conocéis.
—Ni vos a mí. —hace una pausa —. No entiendo porqué tened que venir una extraña a dejarme carticas en la puerta.
—Esa extraña no tiene culpa de que la cautives con vuestras letras. —responde mientras levemente se va acercando a sus labios. Él la detiene.
—¿Cómo sabéis que escribo? —cuestiona él.
—Se más de lo que pensáis.
—Vos no sabes nada de mi.
—Devis... trabajo en la Editorial y he platicado con vos hasta las madrugadas más rotundas. —expone mientras da algunos pasos hacia atrás —. ¿No recodáis? —pregunta con una mirada fija ante los ojos de el joven muchacho; muerde sus labios y se va. Él se encoje de brazos y pierde la realidad entre su pasado mientras ve como se marcha.

Entra al apartamento, cerra la puerta, se apoya en la pared y abre el sobre que tenía en sus manos. Lee su segunda carta recibida:
"Si ya te puse en conocimiento, desde el primer momento el robo es tu culpa, tenlo siempre en cuenta, sobre todo cuando maldigas mi nombre en noches de frío bajo cero, ese frío que es mas gélido que la frialdad verdadera, ese helado sentimiento de sentirse acabado, de tocar el vacío. Eras todo, y aunque te conviertas en nada, mi desconocida ausencia te tomará en los brazos más cálidos para darte la inspiración que necesites."

13 diciembre, 2012

Epístola de trance.

En la mañana emergió la lluvia. La niebla que desprendía la ciudad, mantenía las últimas brumas del sueño pasado. Por un estrecho callejón, un hombre bordeaba las sucias aceras con paso paulatino; ocultándose en el viento frío, tratando de esquivar las miradas frenéticas de los peatones, los insultos a media voz y los empujones amenazantes. Le hubiera gustado mirar el cielo y entregarse al ritmo que llevaba la brisa, pero le era imposible puesto que algo le mantenía intranquilo: había soñado.

Durante largas noches se había conducido por los pantanos de su mente silenciosa, buscando al fin un sueño, anhelando despertarse sin ese sabor extraño y amargo de un intelecto en constante desvelo. Acaso sería demasiado caprichoso recordarse que en ocasiones se embriagaba con desesperación, deteniéndose con sensual deleite en cada gota de licor, golpeando su cabeza contra las paredes del camino a su casa buscando en la brusquedad del impacto algún sueño errante. Pero esta no era la ocasión. El hombre que hasta ese entonces deseaba soñar y que en ese anhelo fundaba toda esperanza, ahora se mostraba agitado, angustiado, extrañamente condenado. Había un sobre blanco.

Recordó de repente palabras de un sueño antiguo proferidas en un lenguaje extraño. Las murmuró; las repitió una y otra vez:
—Mi cerebro es el opio de los infelices, soy el verdugo y la víctima de esta extraña guerra de los dioses.
No siguió porque se sentía patético y era irrelevante reiterarlas. Fue inútil tratar de recordar otros datos del sueño. El sobre blanco se extendía hasta el infinito, pero al final del túnel no recordaba qué contenía aquel papel. Se maldijo.
—¿Por qué dentro de las infinitas posibilidades del cosmos, vivo en un universo en el que sueño con un sobre blanco? —pensó mientras sonreía de manera absurda, extrañamente incomprensible. Hubiera preferido tener un sueño profético. A parte, muchas noches sofocaron su mente buscando en vano algún tipo de oráculo que promulgara su perogrullada.

Al pasar por una pequeña plaza, y con el malhumor pesándole en los hombros, divisó una delgada silueta de mujer. Un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo casi inerte y fue hacia aquella mujer silenciosa sintiéndose extrañamente dichoso. Le pareció que cumplía una misión eterna y vital. Casi por azar sus ojos bajaron, casi por azar encontró su sobre blanco, lo tenía en sus manos a punto de caer contra el asfalto. Asustado corrió pero algo le hizo detenerse, ella se perdía entre la gente sin que él, pudiera esquivar esa masa trágica y cruel. Las hojas de un sauce vecino repetían el sobre blanco. Siguió caminando y casi como en un espejismo vio a la mujer atravesando una pequeña calle, dejando caer lentamente aquel sobre. Él para su sorpresa elevó su velocidad y con furia recogió el sobre, levantó la mirada y ya no veía a la mujer.

En el crepúsculo de su vida, vio unas palabras escritas en el sobre. Las palabras sonaban en su cabeza como música prohibida. En vano las repetiría una y otra vez. Iba a seguir cruzando la calle cuando algo le atravesó el tronco y comprendió porqué había soñado. Su destino no le deparó la gloria ni la humillación, pero si lo absurdo. Cayó... un hilo de sangre y unas luces centelleantes fueron el último testigo, mientras otros hombres y mujeres que si verían el mundo de la siguiente mañana se arremolinaban junto a él.

01 diciembre, 2012

Los golpes de la vida llegan con un "jaque mate".

Horas de llantos y minutos de querer pensar en que fuese una infernal irrealidad. Me levanté de mi cama con el rostro empapado y pasé las manos por mis mejillas. Tomé una profunda respiración y comencé a sentir un inmenso frío en mi pecho, un vacío, un principio de separación.
—Estás a punto de irte. —susurré hacia una vieja foto donde salías tú, a mi lado, hace unos doce años atrás. Sonreí por una leve nostalgia que repentinamente me llenó pero de forma momentánea.
Me senté en mi cama mirando mi biblioteca donde detallé una pequeña caja de ajedrez. Me levanté a tomarla y la comencé a destapar encima del colchón. Tomé cada una de las piezas y las coloqué en su posición verídica.
«Tu no sabías como jugar esto y quise enseñarte pero perdí la paciencia y te dije que nunca lo entenderías». 

Comenzó el juego y moví el peón.
Eras tú quien me cargaba en los brazos de pequeña, libremente sin obstáculo alguno; una resplandeciente sonrisa en tu rostro que resaltaban con las leves arrugas en tus pómulos.

Saqué mi alfil para empezar la estrategia.
Los años avanzaron. Ya tenía en mis manos una camisa color azul que representaba mi bachiller. Tu contento brotaba en emociones de planes futuros alrededor de mí.

Abrí una posible táctica con el caballo.
Un viaje hace cuatro años hacia Madrid, España. A pesar de tropiezos con mi familia que debió de mostrarse vacante y dócil, fue lo contrario, aún así, conociste otro país y disfrutaste cada día y hora como si fuese el último en ese país. Lo desagradable de lo pasajero fue un «yo soy huérfano» dicho por palabras de mi padre, y es que su propia familia lo destruyó a él.

¡Jaque!
Tu primer cáncer, tu primer impedimento a favor de la muerte y tu primera victoria. Recuerdo despertar encima de aquella incómoda colchoneta y al abrir mis ojos verte dando tus primeros pasos con cientos de tubos rodeando tu cuerpo. Mis lágrimas se desbordaron de rotunda tristeza.
—No llores, dale ánimos, mira que no muchos hacen eso que está haciendo ella. —expresó una enfermera secándome las lágrimas y acariciando mi cabello.
—Le cortaron parte del colon, limpiaron y luego empataron junto al intestino. —explicó mi padre.

Primera pieza comida.
Meses después de tu operación has recibido 32 quimioterapias. Mareos, vómitos, malestares... no me importaba nada, estaba ahí, contigo. Casos de casos han de vivirse dentro de una sala con tantas personas de cáncer. Como bien lo dice la frase «hoy estamos, mañana quién sabe».

Aventajada movida de la dama.
Transcurrieron largos años de agradecimiento ante todos los que estuvieron pendientes. Lágrimas, sonrisas, seriedad, disgustos... a la final estábamos juntos. Llegó mi cambio a camisa beige, pronto terminaría mis estudios de la secundaria y comenzaría la Universidad. Bien me lo decías:
—Ya deberías de saber qué vas a estudiar, pronto saldrás del liceo y no sabrás qué hacer. —exponía de forma repetitiva.

¡Jaque!
Viene el segundo golpe, la segunda noticia, el segundo tumor.
—Tienes de ser intervenida quirúrgicamente. —contaba el cirujano.
—¡Tranquilo! ¡Eso será igual de «papa» que lo primero! —exclamaba ella con unos ánimos mejores que los míos.
Días luego de la operación supo que le extrajeron un ovario, el apéndice y parte nuevamente del colon ligando de que éste pudiese adherir como bien lo deseaba el cirujano.

Rodé otro caballo para cubrirme.
Comenzaron los «efectos» que nadie quería... dolor e inflamación. Todo pasó y se calmó la marea a pesar de que traía piedras en el fondo, éstas no se sintieron sino luego de golpearse con el cuerpo.

Ataqué con la dama.
Llegó el veinticuatro de noviembre, día de tu cumpleaños querida madre. Una enorme tarjeta con palabras de mis más sinceros sentimientos y una nostalgia al querer volver a vivir todos esos momentos que marcaron historia en mí. Cumplías cincuenta años, ¡Mitad de un siglo! Aunque, te reías cuando te decían así porque pensaban que indirectamente te decían «vieja».

¡Jaque!
Náuseas desatadas sin control alguno. Una carrera rápida a la capital de la nación, Caracas.
—Vamos a intervenir puesto que tienes una obstrucción, pero, no abriremos porque será por lamparoscopia. —explicó el médico.

Moví el peón para ocultar el resto de las piezas.
Tres perfectos días con una esperanza de ser la última vez que escuchaba la palabra «cirugía».

¡Jaque mate!
Comenzaron nuevamente las náuseas y una placa apurada debió de realizarse. Ahí estaba, una nueva obstrucción.
—¡Súbanla al pabellón! Le haremos una colostomía. —argumentó alterado el cirujano.
La prepararon y la subieron.
—No importa si me hacen la colostomía, yo solo quiero que me saquen ese «bicho» de ahí. —dijo mi madre al subir al pabellón, nuevamente con unos ánimos enormes.
Eran las cuatro cuando subió... se tornaron las cinco... seis... siete... ocho... nueve... diez.
—¿Sabes algo de ella? —preguntaba la tía.
—¿No te han informado de algo? —preguntaba la abuela.
—¿Qué has escuchado de alguna averiguación? —preguntaba el hermano.
—Nadie sabe nada, no se conoce absolutamente nada. —explicó la esposa del cirujano.

Minutos luego se sabe que está en terapia intensiva.
Ella sigue ahí, luchando internamente bajo morfina y otros calmantes.
Su célula cancerígena comenzó a procrearse a pesar de haberse controlado por las quimioterapias.
Su tejido en el intestino está totalmente comido.

No se sabe qué órgano atacará luego.
No se sabe si abrirá los ojos nuevamente.
No se sabe si podrá seguir con vida.

Y si pido algo, será que te vayas tranquila sin sufrimiento.
Y si pido algo, será tu bienestar y tu felicidad.
Porque así estés presente o no, igual todo me hará recordarte.
Porque son tantos momentos gratos que pasé a tu lado, que, ninguno tendrá reproche alguno para deshacerlo de mi memoria.

26 noviembre, 2012

Trágico dolor.

Desperté por un frío que recorrió mi cuerpo comenzando por mis piernas; un repentino latigazo de mi corazón impulsando mis latidos a descontrolarse; el rápido buche de aire que tomo para respirar. No observo nada, todo es oscuro, negro, vacío. Solo hay una luz tenue que ilumina mi cuerpo.
—¡¿Esto es sangre?! —grito desesperadamente mirando una y otra vez mis manos enrojecidas.
—Has terminado con tu dolor? —dice una voz al final —. Eso era lo que querías.
—Pero... ¿qué pasa? No entiendo nada.
—Lo has hecho, no hay vuelta atrás. Ahora dime, ¿te sientes bien?
—No realmente. —hice una pausa mientras miraba todo el lugar para ver si detallaba la presencia de alguien —. Sí, pero no.. dime que ocurre, ¿dónde esta mi madre?
—Dijiste que no importaba nada.
—Quiero a mi madre. —sollocé en tono eufórico.
—Hmmm.

Un silencio incómodo se descontroló mientras detallé aquella sonrisa burlona que exponía su rostro.
—Que chistosa eres.
—Acaso... ¿no me responderás? —pregunté titubeando.
—Ya no puedes volver, has terminado con todo. ¿No querías una vida en otro lugar? Anhelabas no estar ahí.
—¿Cómo que ahí?
—Has muerto… y espero que encuentres tu felicidad en este lugar.

Mi respiración se detuvo de golpe. Mis manos siguieron sangrando a tal punto que caí en el suelo por la debilidad adquirida. No sabía dónde me encontraba ni quién era la persona que me hablaba, solo sé que... me convertí en un alma suicida.

Emparedado de vacío.

Estaba sentada en el patio de mi casa,
leyendo,
en una tarde como muchas.
Leía una típica novela francesa,
o al menos trataba.

Estaba el Sol y sus rayos de verano a las cuatro de la tarde los cuales me complicaban el enfoque en las hojas blancas. Podía desplazarme a la sombra, pero como ya había escogido el lugar, prefería aguardar a que con el paso del tiempo se fuera expandiendo sola hasta donde yo me encontraba. La tarde era perfecta, el día anterior había llovido bastante... la tierra estaba fresca y el cielo estaba despejado. Continuaba con mis pensamientos sosegados a medida que progresaba con la lectura. Era una sensación apetitosa ya que hace varias semanas no me había podido tomar unas horas para disfrutar del libro como lo hacía en esa víspera con todos los sonidos y aromas propios del sitio.

Haciendo simetría entre las líneas de las hojas, vi de soslayo una silueta acercándose por la esquina del patio: el gato con su andar inaudible. Siempre siento un poco de enojo cuando me hace eso, a menudo trato de estar atenta pero la mayoría de las veces no lo veo hasta que él quiere que lo vea. Sol venía con su paso felino, bastante relajado y directo hasta mi lugar. Levantó la mirada y con los ojos entrecerrados me saludó con un maullido perezoso, pasó por debajo de la silla y me pareció sentir que se recostaba detrás de mí, también al sol. Me acomodé con un gesto de contento sobre la silla y continué la lectura. Ese día vi un pájaro que no había visto nunca.

No lo noté hasta que estuvo tan cerca que su chillido en forma de llamada me hicieron despegarme del libro. Estaba parado en el muro que antes mencioné, primero advertí su graznido continuo, después el colorido de sus plumas naranjas y rojizas, con detalles negros. No sé si era un pichoncito o que su especie es de ese diminuto tamaño; no era más grande que los damascos que empezaban a emerger desde el jardín del vecino. Y así estábamos los tres en esa escena, el pájaro que no paraba con sus gritos de dos en dos, yo con el libro en la mano derecha observándolo fijamente y el gato que seguía recostado detrás de mí, pacíficamente.

La sombra acercándose, había pasado un buen rato. Entonces empezó a bajar; se paró sobre el toldo, giraba el cuello en varios ángulos, daba pequeños saltitos, nos miraba desde arriba y sin dejar de hablar, después se retrató sobre uno de los tornillos oxidados del mástil que sostenía el tendal, luego sobre el piso. Cada tanto el gato contestaba la llamada burlona del pájaro con un maullido tembloroso, sin mirarlo pero haciéndole notar que lo escuchaba... a tal punto no pude evitar la sonrisa, mientras me llenaba los ojos con la peculiar conversación que estaba apreciando.

La sombra me alcanzó los pies. Ante la indiferencia del gato, el pájaro salió volando y esa fue la única vez que interrumpió su voz. Unos segundos después, escuché que arrancaba de nuevo, desde lejos sentía el mismo graznido repetitivo. Respiré hondo y volví a mi lectura, me costó encontrar el párrafo que había dejado. Escuché un ruido que venía de la casa, a lo lejos, y que me llegaba desde el pasillo: la puerta de la cocina se abría apenas y golpeaba quedamente la chapa al cerrarse. Los pasos torpes de Luna, sus pezuñas chasqueando contra el cemento la delataban. Recién ahí detuve la lectura y miré al gato que ya estaba alerta. Llego la perra, me saludó alegremente y una vez que le di una palmada en el lomo se dispuso a olfatear el piso de aquí a allá. Yo la seguía con la mirada porque sabía lo que se venía, movía el rabo y buscaba algo; cuando pasó frente al gato éste se paró de golpe y le saltó al cuello buscando pelea.

No me contuve y me empecé a reír, la perra me miró con sus ojos negros como si intentara descifrar tímidamente qué hacer. Se quedó quieta mientras el gato desistía de a poco y le asestaba suaves zarpazos vergonzosos; al ver que no obtenía respuesta alguna se fue moviendo la cola nerviosamente. Con un bostezo la perra ocupó el mismo lugar donde antes estaba sol.

Tal vez fue porque no estaba el gato, ya que, cuando el pájaro volvió y se posó sobre el tendal no habló. Miró a la perra unos minutos y se quedó callado, después remontó de nuevo el vuelo. Lo seguí con la mirada un par de segundos para luego volver al libro. Cuando la sombra me cubrió por completo estaba terminando el capítulo, cuando lo hice marqué la hoja con un señalador y me puse de pie, la perra hizo lo mismo y los dos entramos a la casa. Seguía viviendo el día de manera normal pero no podía sacarme de la cabeza el pájaro y que tenía que escribir acerca de él. Hice un poco de investigación pero no encontré nada que me fuera útil para aplacar mi mente.

Pasadas unas horas salí de nuevo al patio, seguía con los pensamientos recurrentes que se me venían a la mente, un poco mezclados con las cosas que tenía que hacer antes de terminar el día. El gato me estaba esperando sobre el paredón, abrazado por la oscuridad, me vio y yo me quedé mirándolo. Tenía al pájaro en la boca. Se bajó de un salto impecable y se sentó, soltó la presa en el piso y la olfateaba. Yo di un paso y él paró la oreja, mordió el pescuezo del pájaro una vez más y se quedó inmóvil aguardando mis movimientos. Levanté la voz, le dije algo (para el relato no viene al caso) y, no porque yo lo hubiera espantado, sino porque creo que me entendió... saltó el paredón y se llevó al pájaro entre sus fauces a otro sitio. Desde mi habitación, escuché el graznido del pájaro una vez más y esta vez se tradujo en algo que pude entender perfectamente, no sólo entendí, recordé todo lo que el pájaro decía.

Me recompuse y abrí la puerta para ver si podía verlo una vez más y no lo encontré, solamente al gato sentado en el centro del patio y la certeza de que el pájaro ya estaba muerto. Lo llamé y el felino entro a la casa dando maullidos. Es desde esta sucesión de hechos, cuando digo que ya no puedo sentir nada. 

A veces vuelvo a escuchar los graznidos del pájaro
pero sé que son sólo recuerdos
porque ya no me significan nada.

13 noviembre, 2012

Gama de palabras.

Al momento de entrar a su casa, Benjamin sabía que le esperaba un complicado comienzo. Tenía que escribir un libro en poco tiempo. Lo peor era que debía de componer con ese lápiz a tinta que a veces resultaba su peor adversario cuando se negaba a escribir. Era atormentozo tener que sacudirlo como cuando su madre lo reprochaba por no tener lo que ella llamaba un “futuro asegurado”. Sin embargo, era su leal socio. Todos sabían que Benjamin era escritor, esa era su profesión, un tanto complicada hoy en día , pese a que para él era mucho más que usar palabras toscas. Desde pequeño los libros habían sido sus consejeros y las palabras, su mejores amigas. Muchos decían que era vergonzoso o que padecía alguna enfermedad, pero nuevamente para él, no era solo eso.

Un día como muchos otros, caminó hasta una pequeña plaza cerca de su vecindario para sentarse a observar paso a paso los espasmos y las muecas que las personas hacían; de vez en cuando a escuchar esos pequeños refunfuños inconscientes que salían de sus bocas como queriendo decir: “¿Por qué a mi?”. Fue un goce dejar el lugar para comenzar a pensar cuál sería el tema con el cual mancharía ese papel blanco con aquella tinta negra de su pluma....  pero, esa dicha terminó en el instante en que entró a su casa.

Dejó su chaqueta junto con su sombrero en el colgador, subió directo a su terraza para sacar su cuaderno y sentarse a escribir. Tomó el lápiz con la mano que le temblaba y se quedó observando la blancura del papel sin ni siquiera pestañear. No era primera vez que le pasaba. Hubo una ocasión en la que se quedó inmóvil por media hora porque su cabeza empezó a atacarlo con pensamientos sombríos sobre la tinta generando un temor tan grande que su cuerpo fue el único que pudo expresarlo, convirtiendo cada minuto en una pugna entre su consciente e inconsciente. Ahora se encontraba allí, sentado, con la luz de la lámpara casi quemando su cara y evaporando cada gota de sudor que brotaba en su frente. Se limpió y siguió.

El tintero estaba a su mano izquierda y con un movimiento mecánico llevó su mano derecha a sumergir la punta del lápiz en el líquido y espeso matiz negro. Al estar frente a frente con el papel, su mano se acercó lentamente , pero antes de comenzar a escribir la primera palabra, una gota cayó y empezó a expandirse de a poco. "Otra vez" pensó. Pudo simplemente haber botado el papel, pero no lo hizo... o, también pudo haberlo quemado como lo había hecho algunos días antes con su cigarrillo, pero, no quiso. Abismado en la imagen que tenía frente sus ojos, quiso ver hasta donde podía recorrer la tinta el papel, en ese encuentro que él se encontraba afortunado de presenciar.

Después de que transcurrieron algunos segundos (o quién sabe, a lo mejor, minutos o incluso horas), la mesa se tornó negra junto con el suelo que estaba debajo de ella como si el tintero se hubiese dado vuelta, pero no. Sus uñas, dedos, manos y brazos estaban completamente negros. Al ver su piel manchada, trató de quitarse el color con desesperación, pero, en vez de irse, se quedaba y se hacía parte de su piel a medida que la histeria y el tiempo pasaba. En el instante en que se acercaba a sus ojos, se paró rápidamente directo al baño, sin embargo, ni el agua pudo borrar la epidemia que estaba transformando su cara y que vio horrorizado en su reflejo en el espejo. Volvió a la terraza con el cuerpo totalmente transformado en una sombra. Tenía miedo. Estaba solo.

Pese a eso, sus palabras no cambiaron nada, al contrario, su vista se tornó borrosa y antes que la ceguera fuese su nueva condición vio en la mesa una palabra que iba apareciendo lentamente como si alguien la estuviese escribiendo para atormentar su angustia. Al terminar la última letra, en una espera que fue de gritos y llantos que retumbaban en la pared y llegaban directo a sus oídos sordos, leyó la palabra "corre".

Sin pensarlo dos veces, corrió hasta la ventana. Sentía una brisa, cálida y pacífica sobre su cara que le daba vida. Un cosquilleo que recorría todo su cuerpo y que hacía aparecer en su cara una leve sonrisa, como si la brisa tuviese gracia ante él. Nadie escuchó nada. El vecindario estaba en silencio. Los perros se encontraban durmiendo y las personas creyendo que vivían. Al parecer, Benjamin y su vida era de papel.

08 noviembre, 2012

Memoria de un hombre.

Primero vi sus manos moverse en el espacio oscuro hasta darle forma. Segundos después, vi sus ojos iluminar el lugar donde nos encontrábamos. Luego vislumbré su cuerpo lento, a punto de tocar la puerta para marcharse y no volver más, pero, un pensamiento se agolpa en su cabeza que impide su partida... lo sé, lo siento en mi corazón que llora su lejanía. Aguantando la respiración baja su mirada al suelo dudando de su decisión. Por fin, con pasos inseguros me acerco, tomo sus manos y envuelvo su cuerpo en un abrazo.
—Todo está bien. —susurró en su oído para luego bajar con besos hasta sus hombros. De forma reticente intenta huir, pero, mi abrazo es más fuerte y con besos en su cuello obligo a que se quede conmigo en el lugar donde todos podrían vernos, lugar que permitía que llegara otra alma a interrumpir aquello tan frágil. Recorro con mis manos su cuerpo y con gemidos suaves sé que no me dejará, no lo hará, al menos por ésta noche.

04 noviembre, 2012

Silencio.

Salí de mi hogar y solo me encontré eso... un silencio eterno e imperecedero reinaba sobre ese mundo nuevo. Era muy fácil llegar a una clara conclusión lógica: me encontraba sola sin presencia alguna... ya no quedaba nadie más.

Ya no existían los mendigos que frecuentaban los mismo sitios cada vez que paseaba por la calle, los obreros trabajando a horas tempranas de la mañana, trabajadores vestidos elegantemente yendo con un maletín en la mano a las oficinas de un resplandeciente edificio, a las mujeres que solían ir con los niños para llevarlos de manera puntual a la escuela, los jóvenes que siempre estaban bromeando sobre la vida tan inocentemente conocida, los políticos que cada día sacaban de la manga una original reforma para dominar a las masas. No solo eso… ya no existían los niños hambrientos de la vieja África, los dictadores que llenaban páginas y páginas de periódicos y libros de Historia, las personas que nunca conociste y nunca conocerás, de diferentes hablas y rostros, con sus curiosas características. Nadie, nadie más.

Era el último ser humano del planeta. Coches vacíos, puertas abiertas, obras de construcción abandonadas, periódicos tirados, objetos personales olvidados, alguna que otra arma tirada donde uno no se lo esperaba… y sobre todo silencio. Los edificios se alzaban como grandes colosos, siempre atentos a lo que pasaba a su alrededor.

Entré en la tienda más próxima para conseguir provisiones. Se me hizo extraño no pagar y que no me llamaran la atención por dicha acción. Agarré una fruta, pues sería lo primero en que se estropearía; era una pena perder tal delicioso sabor. Mientras me comía una manzana se me vino a la cabeza distintos pensamientos contradictorios. Me daba cuenta que era la última de mi especie, la única vida inteligente del planeta. Caí en la cuenta de que ya no tenía nadie con quien relacionarme. Nunca encontraría el amor y no podría conocer al chico ideal que tanto esperé encontrar... pero, también tenía un lado positivo: no tenía que rendir cuentas a nadie, no tenía que preocuparme de los demás. Y lo más destacable: era mi mundo.

Una amplia esfera para mi sola, sin compartir con nada ni con nadie... lleno de lugares fantásticos sin que nadie me prohibiese su entrada. Todo estaba a mi disposición. Con unos mínimos conocimientos de agricultura y un poco de suerte, más la sagrada ayuda de las bibliotecas, no tendría que preocuparme por el hambre. Tenía suficiente tiempo antes de que toda la alimentación dispuesta se caduque. ¡Oh, el tiempo! Me sentía la señora de los tiempo. Ahora, con la desaparición del ser humano, el tiempo dejó de tener poder sobre mí. Yo decidía en qué momento del día haría las cosas y de que modo. Ya no existían la horas, los segundos, los años, los minutos… yo era el tiempo.

Por suerte, el Internet no estaba desconectado. En mi casa me conecté, suspirando al ver que todos los datos estaban intactos, y por tanto, tenía a mi alcance el conocimientos de la humanidad. Se me hacía extraño que fuera la única persona conectada a esa gran red. Dejé las provisiones en la nevera. Eché un vistazo a la cocina, curiosamente limpia sin los estragos que hacía mi padre al comer. Me sentí triste al darme cuenta de que no volvería a ver a mis padres. Las Fiestas de Navidad, los días calurosos de verano, las primeras despedidas al empezar el curso escolar y no tener tiempo para conversar con ellos. ¡Ah! Y mis amigos, mis compañeros de clase. Ya no nos podremos burlar de las personalidades de los profesores o salir los sábados por la noche. Su recuerdo no bastaba, por dentro los extrañaba.

Pasé por una tienda de animales. ¡Ruido! Fui a ver y me encontré a 5 cachorros de distinta raza y a 4 gatos pequeños. Los liberé y distribuí suministros de comida por la tienda para que éstos pudieran sobrevivir en mi ausencia. No podía llevarme a ninguno. No. No podía permitirme un compañero que pudiera morir antes que yo y me dejara con otro recuerdo doloroso. No era el mundo post-apocalíptico que me esperaba. Toda la ciudad estaba iluminada y los rayos del sol chocaban contra los cristales de los rascacielos. Era como haber salido de una maldición que hacia que todo fuera oscuro y tenebroso.

Finalmente me fijé en una cosa: una bandera deshilada encima del ayuntamiento. Era gracioso de como esa bandera había dejado de tener significado de un día para otro. Antes de que todos desaparecieran, yo no tenia ninguna patria a la que adorar. Me fijé en la plaza. Era la reunión de desfiles, de fiestas, de tropas pasando enaltecidas por el orgullo nacional con fusiles en la mano, de discursos políticos y revueltas. Eso se había acabado. En mi mundo ya no había fronteras. No estaba dividida por banderas y absurdas ideologías. Pero... ¿Cuánto podría aguantar sin que el remordimiento de la soledad me consumiera viva? ¿Cuánto podría soportar sin saber la verdad de todo aquello? ¿A quién podría amar y mostrar mis sentimientos? Y obtuve mi respuesta: Silencio.

28 octubre, 2012

Buscando escapatoria.

Un escalofrío repentino subió del abdomen a su cuello haciéndole emerger la piel de gallina. Rápidamente puso sus manos en los antebrazos ascendiendo hasta llegar a sus hombros. Su respiración parecía interminable. Giró su cuello y vio su hombro, detalló sus tres lunares en forma de triángulo y bajó nuevamente la mirada al suelo. Despegó sus manos de su cuerpo y las llevó a sus mejillas donde los dedos tocaron la frialdad de las lágrimas que desbordaban sus ojos. Se sentía destruida por las palabras que se había tragado... palabras filosas como trozos vidrios pero no tan mortales como las que venían de él.

Tomó un gran buche de aire para calmar sus latidos pero sus impulsos se volvieron descontrolados. Su alma desapareció entre la oscuridad presente. Sus ojos dejaron de rebosar lágrimas y su cuerpo quedó frío. Una infinitud de minutos en los que cada uno de los pensamientos melancólicos que tenía se esfumaron, cada raciocinio al suicidio se largó... todos los juicios se fueron. Se sintió vacía, tan vacía que olvidó todo y su cuerpo volvió a la normalidad. Entre los ataques de ansiedad prefirió el de estar desierta.

Caminó hasta su balcón donde quedó parada de forma inmóvil. Levantó sus brazos y soltó su gran melena de risos dorados que palpaban su espalda con gran facilidad por la fuerte brisa que hacía. Dio media vuelta y caminó algunos pasos hacia atrás hasta que su coxis tocó la baranda, la tomó con sus manos, flexionó los codos y dio un leve impulso hacia arriba para sentarse en el barandal. Movió sus piernas para voltearse y darle la cara al precipicio. Levantó su rostro e imaginando la presencia del infernal hombre, gritó:
Un inicio de preocupación, de que te importaba, de que querías que siguiera viva, pero, hiciste oídos sordos, te hiciste a un lado y no me escuchaste. —hizo una pausa mientras las lágrimas brotaban de sus verdes ojos —. Te aclaré una y mil veces que me estaba muriendo, que necesitaba salvarme, que contaba contigo para hacerlo, que sin ti me moría, que eras lo único que me quedaba y a la final te sentiste presionado y me dejaste. —enseguida, su corazón se detuvo y una de sus manos fue directo a su pecho agarrándolo con furia como si fuese la cura para que volviese a latir. Instantáneamente su cuerpo perdió funcionalidad, se volvió apático y frígido... no tenía control de nada. Ella ya no estaba en ese cuerpo. Su torso se inclinó hacia delante dejándose caer unos ochenta metros y estrellándose contra el gélido asfalto. Había muerto. Había dado paso a un flemático mundo.



Un ruido vigoroso impulsó mi cuerpo a despertarme. "RING RING". Mi teléfono sonó. Estiré mi brazo y tomé el móvil mientras bostezaba, acababa de levantarme. Descuelgo.
—¿Alex? —dice una voz femenina al otro extremo.
—Si. —bostecé nuevamente —. ¿Quién es? —pregunté mientras me tumbaba en mi cama.
—Es Johanna —dijo con voz titubeante y agitada, enseguida comenzó a llorar.
—¡¿Qué ha pasado?! —cuestioné totalmente alterado al escucharla sollozar.
—Es que... —se detuvo —. Anne murió ayer. —enseguida, mi corazón estalló en mil trozos al escuchar tan impactante noticia —. ¿Estás ahí? ¿Alex? ¿Alexander? ¡Contéstame por favor! —insistía.
—Lo siento, debo de colgar. —respondí con una pesadumbre inmediata.
Me sentí quebrantado ante ese llamado. Mi puerta abre de un gran impulso, era mi madre que cargaba consigo la prensa de hoy.
—¿Viste esto? —expuso de manera agitada. Arrugué mi cara dando un gesto de interrogante y tomé el diario.

"Suicida cae por problemas aborrecibles"
(...)A las 11.29pm —según aclara el CICPC —. se ha encontrado sin vida el cuerpo de Anne D'Alessio quien ha caído de forma misteriosa sin interrogante alguna desde el balcón de su apartamento. Vecinos exponen que la escucharon gritar sin razón alguna antes de caer, luego escucharon un silencio abrumador y enseguida el choque de su cuerpo contra el suelo(...) Autoridades encontraron una presunta carta de suicidio que exponía: "¿Tengo que sentirme culpable de mi muerte? ¿O hay más de un culpable? Quiero decirte algo: podrías haberme salvado"—de inmediato cerré la prensa y comencé a llorar.

06 octubre, 2012

Demencia por ti.

Aquí me encuentro, tendiendo mi cuerpo desnudo sobre la fría cama como aquel óleo trazado por primera vez en un lienzo. Cierro los ojos para entrar al portal de mi mente, subir paso a paso todo pensamiento que se atraviese y contemplarlo para responder mis propias preguntas. Inhalo profundamente el aire para contener los latidos que van de forma violenta bombeando sangre a mi organismo... luego, exhalo.

Estoy en un lugar oscuro, sentada de piernas cruzadas sobre una silla de cuero rojo. Una silueta se acerca a mi... no logro detallarla con nitidez, pero, a medida que venía, más se aclaraba.

Lo primero que observé fue una piel morena que pareciera bailar un tango de lo ingenuo con que se movía. Estando cerca mío extendí mi mano. Palpé un cabello liso como la superficie de una madera recién pulida y más negro que todos los pecados.
—Desconozco de ti. —murmuré mientras mi mano regresa a su posición, mi pierna.
Bajé la mirada y enseguida sentí el roce de unas cálidas manos que apoyadas de mi barbilla subieron mi rostro. Detallé esas cejas que hacían función de prisión ante sus gestos; notaba una emoción de euforia... quizás estaba equivocada. Me topé con sus ojos, un par de prismas negros como gatos corriendo por los tejados. Largas pestañas como un tobogán de locuras. Seguí deslizando mi mirada por su rostro. Me detuve en su nariz, donde cobraba por cada aroma que deleitaba. Ahora siento en mi interior un fuego duplicado cuando vi sus labios los cuales al imaginar su lengua acabé con todas mis pesadillas de manera instantánea.

Soltó un suspiro y luego volteó. Me perdí en el callejón sin salida de su nuca y en aquel cuello que parecía una rama para colgarse. Su espalda me tentaba... era como si fuese mi patria, obligándome a ser palpada. Se quedó un rato mirando al vacío.
—Tu olvido fue un descuido de mi pasión. —dije con voz sutil.
Al parecer no me había escuchado. De seguro su mente se había transformado en un crucigrama sin solución. Miré sus manos como una perdición... en seguida las apretó y sentí como si sus uñas acribillaran mi corazón, aferrándose cada vez más a lo imposible. Giró su torso dándome una vista de su pecho con el que me sentí dueña por unos instantes. Su ombligo andaba buscando donde ocultarse mientras mi respiración aumentaba de ritmo.

Me levanté y caminé hacia el. Por cada paso que daba, la oscuridad se alejaba. Y, ahí quedé yo... congelada por mi sorpresa de notar que eras tu el que se escondía en este manto deseoso. Estaba a pocos centímetros de tocarte cuando te acercaste y mi boca se volvió un milagro de la humedad al toparse con la tuya. Fue como si muriera el verano por transformarse en primavera. Sentí en mi vientre un desanudo, y, en ese instante, sus manos rodearon mi cintura como una cordillera donde saliera el Sol más temprano.

Una lágrima rodó por mi mejilla cuando desperté de golpe. Mi almohada se inventó otro sueño para que siguiera durmiendo pero de nada sirvió. Por fin, esas serpientes de cascabel se habían transformado en flores de alquitrán por estar efímeros minutos contigo.
—¿Por qué? ¿Por qué? —gritaba una y otra vez hasta sentir un furor que me hizo romper a llantos.

22 septiembre, 2012

Cajetilla de satisfacción.

Habitación escalofriante con un par de cortinas cuya tela deshilada cuelga encima de un montón de muñecas viejas donde sus brazos y piernas se encuentran esparcidas por el suelo, un cama desarreglada, un par de almohadas chatas de tantos años y una gran cobija descocida hasta la mitad. Puertas del closet rayadas con pintura en spray color rojo, repisas con cientos de frascos con un leve olor a formol colado en el aire y ropa amontonada en un rincón del armario. Paredes del baño salpicadas con sangre y algunas manchas que perduraron encima de aquella vieja pintura. Cortes de electricidad a toda hora, tropiezos en plena oscuridad y quemaduras con los yesqueros al prender una vela. Sofás de cuero raspados por las garras de mis gatos, tapete desteñido por la caída de una taza de café y rastros de cerámica de aquella vasija rota. Sillas del comedor destrozadas, mesa partida por la mitad y un florero que se encontraba en todo el centro del suelo entre ambas partes del mueble totalmente intacto. Nube de polvo adherida a la superficie de los estantes, telarañas en las esquinas y una gotera que cae encima de una pequeña lata de metal donde guardaba mis anzuelos de pesca causando el óxido que manchaba la alfombra. Puertas y ventanas viejas que al abrir o cerrar hacen el típico ruido de una bisagra estropeada. Una nevera menoscabada al deteriorarse por el tiempo y gabinetes con trozos de mis uñas al tratar de escribir nombres sobre su superficie de madera. Un único pasillo que da acceso a la puerta principal donde la pared se encontraba magullada de tantos golpes, dos pequeñas plantas cuyos porrones estaban quebrados y un espejo totalmente íntegro.

Casa abandonada
y mi alma reflejada en cada paso que dan
en este humilde y desastroso hogar.



Era miércoles cuando detallaba la esfera plateada de su reloj nuevo.
—Ya falta poco. —pensó mientras tanteaba la parte posterior de su pantalón.
Bajó el cinturón para comprobar que la pistola estaba en su sitio. Esos actos reflejos hacen que se sienta más cómoda y relajada. Le gusta su trabajo. Siempre le ha gustado. Ella era una joven de unos 27 años, cabello liso color castaño oscuro, mejillas coloradas, pestañas largas, ojos miel y labios carnosos. Se levantaba temprano para tomar una ducha, preparar el desayuno, jugar con sus gatos y coger las llaves de su carro para dirigirse a su destino... sí, asesinar. Matar le producía algo más allá de la satisfacción personal. El poder que ella siente al acabar con otra vida simplemente le excita. Nunca se lo ha confesado a nadie pero es una sensación que le provoca reventarle los sesos a alguien.

Miró su reloj. 2:46pm y la espera se le hace más larga de lo previsto. Tiene ya ganas de entrar en acción. Suena su teléfono celular. Descuelga.
—¿Todo bien? —le preguntan.
—Bien. —responde y cuelga.
Aún están pasándole las órdenes definitivas, como se ve. Ya se las dirán en su momento. Tomó su teléfono  y llamó al jefe.
—Me limitaré a llevarme a la niña. —murmuró y colgó nuevamente.
Condujo hacia el colegio y se detuvo... todo sigue en orden. Padres de lo más serenos llevándose a sus mocosos para sus guaridas. Allí los alimentarán un día más maldiciéndose por no haberlos ahogado al nacer. ¡Pequeños bastardos! 3:37pm.
—Ya no tardarán. —pensó y automáticamente aparece el auto por la esquina superior del colegio —. Hago magia con el pensamiento.

Se abre la puerta del acompañante y baja uno de los gorilas. Chaqueta americana desabrochada, pistola con el seguro quitado preparada en la sobaquera y la mano derecha cerca de la tetilla izquierda para poder desenfundar con rapidez. Son profesionales y se nota. Pero ella es mejor, sin duda. El conductor baja del vehículo y mira en todas las direcciones controlando algún movimiento brusco que se presentara. El otro hombre se acerca a la puerta esperando que la profesora saque a la cría. Salen. Ella saca la pistola y le quita el silenciador. Ahora necesita ruido. Comprueba el cargador y arma la Beretta con suavidad para evitar que el «click» no la oiga nadie. Las balas detonantes están relucientes y preparadas para hacer su trabajo, como ella. Allá va. Rapidez y precisión. Cruzó la calle y levantó el brazo como saludando a su hija que sale del colegio en ese momento. Pone cara de llegar tarde y estar apurada. El conductor la mira y se controla mientras acaba de cruzar esquivando coches. Su pinta es demasiado vulgar. El otro tipo está dándose la vuelta para tomar a la cría que le entrega la maestra. Aprovecha. Saca el arma mientras sigue corriendo y su primera bala se dirige al ojo del chofer. ¡BANG! Ni se entera. La gente se agacha instantáneamente. Se oye un grito aislado. La detonación los ha asustado y desorientado. El otro matón no se agacha, cosa que ella ya esperaba. Desenfunda. Solo tarda un instante en ubicarla pero ya es demasiado tarde. Tarde para él, claro. Ella ha seguido corriendo y está justo a su espalda. ¡BANG! La bala le entra por la nuca y estalla dentro. Agarró la niña del brazo y tiró de ella. Notó resistencia y volteó. Es la maestra que ha tenido la desgracia de agarrarla cuando el primer tiro retumbó.
—No es su día de suerte. —dijo mientras inclinó su cuello hacia ella —. Lo que sí... es que éste es su último día de vida.
Le pegó un tiro en la boca porque le apeteció... por nada más.

Ella disfrutaba de romper lo monótono de su trabajo. La niña estaba a punto de gritar. Ella lo notó. Guardó su arma y le tapó la boca con la mano libre. Corrió con ella bajo el brazo hasta su coche aparcado unas cuadras más abajo. Lanzó a la criatura dentro y subió. Arrancó. Giró a la derecha, otra vez a la derecha y después a la izquierda. Bajó el puente elevado. Cruzó una plaza. Entró en pleno desorden de tráfico. La niña empezó a decir algo. La mujer giró el torso con violencia y le ahogó lo que iba a decir con un manotazo que le rompe el labio inferior. Se quedó callada y lívida. Lloró en silencio, aterrorizada. No debe tener más de 4 años.
—Así aprenderás una buena lección antes de meter la pata. —volteó su cuello para tener la mirada atenta al manejo.

5:40pm. Sale de la ciudad y llega a una arboleda perdida. Para el coche y espera. Cinco... diez... doce minutos. Suena el móvil.
—¿Ya? —dice una voz al otro extremo.
—Ya. —respondió.
—No le toques la cara. —hizo una pausa —. Solo mátala y déjala ahí.
—Está bien. —aseguró y colgó con suavidad.
No le gustaba derrochar dinero.
—¿Qué no la toque? —pensó —. Eso va a ser difícil.
Miró el labio de la pequeña. Estaba amoratado y sanguinolento. Se encogió de hombros. Sacó la pistola. Sacó el silenciador. Colocó el dispositivo en el cañón y giró hasta el tope. No quería escuchar ninguna explosión, solo quería silencio. Abrió los seguros del vehículo. Se bajó. Miró alrededor y no observó a nadie, aparentemente. No se fiaba... así que dio una pequeña vuelta por si acaso. No encontró a nadie. Vuelve al coche. Saca a la niña. La arrastra entre los árboles. La empuja contra un tronco y le apunta la cabeza. La mira... error, ve sus rulos dorados y sus ojos infantiles. Su mirada se dirige a su labio partido, se nota que le duele. En ese instante le llega el recuerdo de una prima pequeña de ella. La ve jugando entre sus brazos gozando de felicidad.
—¡Ya está bien! —repitió unas dos veces en su cabeza para dejar de imaginar.
Siente ira, algo que le hace hervir la sangre. Vuelve a la realidad. Mira a la pequeña otra vez y siente odio por ella. ¡PUFF! ¡PUFF! Dos balas le destrozan su cabeza, sus rulos dorados y sus ojos inocentes.
—Tu padre deberá entender el mensaje. —dijo como si aquel cadáver sin vida la pudiese escuchar. Se agachó y observó las perforaciones de las balas —. Esto no son más que negocios, pequeña. —hizo una pausa —. Nadie sabrá quitarle el pan de la boca a un mejor profesional. —sonrió de forma maléfica.
Se levantó y se dirigió a su domicilio para descansar.

Unas cuantas horas en carretera para regresar a su casa. Llegando, saluda al vigilante con hipocresía. Estaciona su auto en el porche y se baja. Camina hasta la puerta principal. Se detiene a buscar las llaves en su bolso. Da unos pasos para estar más cerca de la puerta cuando se da cuenta de que la cerradura está forzada. Cuela su mano por un lado de la chaqueta y saca la Beretta cuyo silenciador estaba ya adaptado al cañón. Empuja levemente la puerta y lo primero que encuentra son las sillas del comedor rotas, libros esparcidos por el suelo y todos los portaretratos quebrados con marcas de disparos. Una cólera de furor se apoderó de ella. Cargó su arma y entró con paso firme...

18 septiembre, 2012

Crucifijo de pasión.

11:35am lo que señala aquel reloj colgado en una pared de pintura clara. Acabo de salir de la comisaría y siguen presionándome sobre el asesinato de una niña. Tienen mi casa en vigilancia las 24 horas del día y hostigan a mi única ex pareja para que ella delate mi mente psicópata aunque ella no sepa nada. Al salir de ese extraño lugar me sentí aliviado de no seguir percibiendo aquellas miradas eufóricas. Mi automóvil se encuentra dañado hace semanas y para dirigirme a mi casa tomé un taxi en la calle 98 donde, hace algunos años, dí mi primer beso a la chica con la cual perdí la virginidad.

Mi mal genio se desprende como el gas de un yesquero cuando se quiere usar. Este taxista no conoce bien esta pequeña ciudad. Por unos instantes me ahogaba en rabia al ser casi medio día, y eso que insistía en que debía de llegar lo más pronto posible.
―¡Vaya día, esto no puede empeorar. ―refuté mientras caminaba hacia la puerta.
Miré a ambos lados recordando este vecindario mientras noté que un auto negro y dos hombres dentro observaban todos mis movimientos. Entro a mi casa, enciendo la luz, me quito la chaqueta y mis zapatos. Caminé hacia la sala y me senté en el sofá de cuero negro a observar detalladamente a aquellos señores que vigilaban mi casa. Cambiaban de turno con otros dos jóvenes un poco después de medio día, a las 12:30 apróx. Tardaban alrededor de 10 minutos sin vigilar mi casa… tiempo suficiente para lograr escapar.

La primera pareja esta conformada por un señor el cual aparenta cuarenta años y su compañero, un joven inexperto que debe ser su pupilo… tendría alrededor de veinte años. La segunda es de una joven muy apuesta de treinta años y un muchacho de su misma edad. Las dos parejas conversaban la mayoría del tiempo, sin embargo, nunca quitaban la mirada de la puerta delantera de mi casa. Ya eran las 3:15PM y me levanto a prepararme una taza de té y como todas mis tardes me siento a escribir en ese diario que he preparado para ella, para que me conozca.

La tarde llega rápidamente y no puedo salir a comprar nada puesto que perdí mi empleo hace unas semanas por culpa de la policía. Caía la noche y decidí ir a mi habitación para visualizar la parte de atrás de mi casa cuando me topo con una imagen de mi esperanzada mujer. Tomé un suspiro y sonreí con malicia. Medí las salidas de escape que podía ejecutar por el porche y busqué posibles soluciones en caso de que quisieran perseguirme. Rebusqué entre las camisas de mi armario hasta encontrar una bufanda que había tenido de mi apreciado amor, el único recuerdo vivo. La guardé en mi bolso. Regresé a la sala y tomé el diario y lo resguardé junto a la bufanda dentro de la mochila. Me senté esperando a que llegase el anochecer.

Era hora de cambiar turnos con la siguiente pareja, el señor enciende el automovil y se va. En diez minutos estaría aquí el siguiente grupo. Ahí fue donde cogí impulso y salí corriendo por la puerta trasera. Con un salto rápido brinqué la cerca antes de que se dieran cuenta que me había fugado, pero, no contaba con que había una camara que informaba mis movimientos en la casa de la señora Cortez.
―Como odio a esa señora. ―pensaba con gran rencor.

Comenzó la persecución cuando uno de los oficiales me vio a lo lejos. Las sirenas se activaron y corrí con gran prisa por aquella avenida. Crucé por la calle 32 y subí por las escaleras de emergencia de un edificio cercano. Todavía seguían atrás de mi. Me desvié y recorrí la fachada llevándome a un depósito de basura donde salté y caí sobre unas enormes bolsas negras. Atravesé el callejón y las patrullas se habían quedado unas cuadras antes. Maldije todo. Me giré a ver si seguían persiguiéndome pero no noté la presencia de nadie. Seguí calle abajo pasando por la 26 y crucé en la Avenida Cenyda. Me encontraba a dos calles de la casa de esa joven que a pesar de que llevamos un año de separados sigue siendo la dueña de mis pensamientos.

Toqué el timbre. Ella abre la puerta y al verme se le escapa esa sonrisa juguetona de la cual estoy perdidamente enamorado. No pasó un minuto cuando de un impulso comencé a besarla y un leve empujón que causé hacia ella me hizo tener acceso a su casa y cerrar la puerta. Al entrar a su casa (que ya conocía como la palma de mi mano) fui directo a las escaleras para llegar rápidamente a su habitación. Besé su cuello e hizo un impulso hacia mi cuerpo. La tomé de sus piernas para cargarla y sin parar de seguir probando nuestros labios llegamos a ese cuarto con luz tenue. Acosté su ligero cuerpo sobre la cama acolchada mientras desabotonaba su vestido color verde olivo. Me quité la mochila y la puse al lado de su cama, lancé mi chaqueta y mi camisa hacia el suelo. Volví a besarla. Ella desabrochó mi pantalón. Mis impulso me llevaron a quitar delicada pero bruscamente su brasier junto a su cachetero. Era fascinante volver a tener tan perfecto cuerpo junto al mio.

Sus gemidos inundaron la habitación y se apoderaba completamente de mi mente, ella siempre la única mujer de mi vida. Ella no es como las demás, siempre le gustaba estar al mando. Olía a rosas, su perfume y mi aroma favorito. Al pasar el momento y cambiar de posición, ella se encontraba sentada en mis piernas mientras que el amanecer besaba su pálida piel. Sus uñas aferradas cada vez más a mi espalda aruñándola… deleitaba cada ardor que se hacía más profundo. No pude evitar decirle que la amaba, aunque no escuchó, ya lo sabía. Sus gemidos y aquella música que sonaba de la fiesta del joven vecino convirtieron esta noche en algo sensacional. No me cansaba de pasar mi mano por su cintura. Tenía ante mí una silueta perfecta hasta que pensé en la huída de esta noche. Debía ingeniarme algo para salir sin dejar testigos… utilicé el odio.

El odio y rencor que estaba dentro de mi y sin notarlo, tomé el control de la velada. De amor y ternura pasó a pasión y lujuria. Sus gemidos se hicieron más fuertes y mi mente no pudo evitar explotar. Tomé la bufanda que se encontraba al lado de la cama y la puse sobre su preciosa cara, su cuerpo se agitó y luchaba por levantarse pero, no lo logro. Me rasguñó todo el pecho, pero la asfixié. Vi como sus ojos se ponían vidriosos, su respiración acortada y sus latidos que segundos después habían desaparecido. Aprecié su cuerpo desnudo por un largo tiempo, sus senos tan perfecto y su cintura tan esculpida. Seguí usando su cuerpo para calmar mi ira transformada en pasión. Al final, entre el roce del claro amanecer, me levanté de la cama de esa hermosa mujer que aún admiraba, me vestí y le di un beso por última vez y me fui del lugar. 

Antes de bajar el primer escalón, sentí como mi piel se erizaba con tal perplejo escalofrío repentino. Un sentimiento de culpa y a la vez de satisfacción al lograr haberla matado. Bajé rápidamente y revisé la mesa donde ella dejaba sus llaves y ahí estaban… las de su carro. Las tomé, salí de la casa y me monté en el auto, quería partir rápidamente de ese lugar. Ya eran dos personas, la policía tras de mi y ese extraño sentimiento de desliz. Busqué a un viejo amigo que me preparó ya hace un tiempo una nueva identidad.

Partí hacia San Francisco, ya era tarde, llevaba dos horas manejando, tenía dolor de cabeza y cansancio por tan esplendida noche. Incliné mi asiento hacia delante para sentirme más cómodo y miré el retrovisor, veía mi reflejo, mi mirada. Por unos segundos me sentí el ser más frío del mundo… como si mi corazón fuese de piedra. Y, ahí mi sangre comenzó a hervir. Sentía que debía de estar en cadena perpetua por matar a tantas personas y hacerlas sufrir. Apreté el volante con mis manos y presioné los labios. Suspiré. Me desvié por una carretera vieja cerca de la ciudad donde me trasladaba y ahí, un montón de patrullas estaban saliendo para mi antigua ciudad. En la que vi a lo lejos en anuncio que decía «cuidado, curva peligrosa».
―Oye, deberías de bajar la velocidad. ―dijo esa dulce voz. Yo, repentinamente volteé a verla ―. Querido, mira adelante, estás manejando.
―Te extrañaba. ―murmuré.
―Tranquilo, todo estará bien.
―No lo creo amor. ―en este instante comencé a reírme .
Pisaba el acelerador cada vez más a fondo. Sin tocar el volante salgo de la carretera perdiendo el control. Veía una mezcla de ramas de árboles y un trozo de vaya. Era un camino corto. Yo nunca dejé de acelerar hasta que de pronto el auto se inclinó por completo rodando cuesta abajo por un barranco. El vidrio se había estallado por tan directo golpe. No me importaba nada, porque estaba con ella.

Respiraba con un dolor en el pecho cada vez que inhalaba aire. Escuchaba el «tic, toc» de un reloj que por su sonido resultaba algo viejo y en mal estado. Abrí los ojos y lo primero que detallé fueron unas lámparas blancas que colgaban del techo.
―¿Marina? ―dijo una dulce voz. Traté de abrir más mis ojos para poder visualizarla ―. Soy la enfermera. ―hizo una pausa ―. Son las 9 de la mañana y te encuentras en el Hospital Memorial. ―escuchando esas palabras hice mi máximo esfuerzo por hablar aunque casi no podía.
―¿Qué? ―murmuré con el poco aliento que salía de mi. Comencé a ver mis manos y mi cuerpo.
―Al parecer has sido atacada. ―hizo un gesto de tragedia ―. ¿Recuerdas algo de lo sucedido?
―Estaba en la cama con el amor de mi vida cuando sus impulsos me dejaron inconsciente en el suelo, no lo culpo, el siempre a sido muy agresivo. ―de pronto, una pequeña lágrima salió y rodó por mi mejilla.
―¿Puedes recordar cómo era y describirlo?
―Alto, apuesto, barba bien arreglada, siempre con camisa de cuadros. ―suspiré ―. Nariz perfilada, ojos oscuros casi negros, una pequeña cicatriz en la barbilla, cabello bien arreglado pero despeinado, orejas pequeñas, labios delgados y rosados con una hermosa sonrisa macabra.
―Veo que lo recuerda muy bien.
―No podría olvidar a quién vi tan feliz a mi lado.
―Me imagino. ―sonrió ―. Podrás irte a casa en unas horas.

Ya eran las 11am y tomé un taxi ya que él, tan hermoso hombre, robó mi auto. Siempre haciendo lo indebido. Me siento mareada y cansada. Al llegar a mi casa y, por desgracia, tuve que forzar la puerta porque mis llaves estaban en el mismo juego con las del carro. Entré y su presencia aún se siente aunque no este. Subí a mi habitación para darme una ducha caliente para tratar de alejar esos malos recuerdos. Al llegar a mi cuarto noté que todo estaba exactamente igual antes de su llegada, a excepción de mi cama, esas sábanas arrugadas, su mochila al lado de ella y mi bufanda tirada en el suelo. Fue innato derramar una sonrisa de mi cara gratamente así como un niño con su esperado regalo. Tomé la bufanda y recordé ese día en que la dejé en su casa… quería dejarla para que el me recordara y me buscara para entregármela. Me senté en el borde de mi cama y agarré su mochila, me di cuenta que tenía un libro. Parecía un diario. Decidí ojearlo y descubro que lo primero que leí en la primera página era mi nombre. Realmente nunca pensé de que el llegase a escribir para mi por todo el tiempo que estuvimos separados. Su hermosa letra cursiva con muy buena ortografía. Hace ya años que no la leía.

Desvestí mi pálido cuerpo para bañarme… debía de estar lista para lo que leería en un futuro. Al salir de la ducha me vestí y corrí por una taza de café para despertarme. Tomé el libro y comencé a leerlo.
«Todo es tormentoso y hostigante hasta el momento en que me siento a pensar en ella, a revivir nuestros momentos juntos, cuando de amanecer veía su cuerpo desnudo al lado de cama compartiendo cada detalle de nuestras vidas. Como lamento haberla dejado partir de mi lado, cuanto lamento no haber aprovechado al máximo su presencia. Pero no es sólo eso lo que más lamento, lamento sobre todo el hecho de que cuando la tuve, cuando fue mía, no tuve suficientes actos y no tuve suficientes palabras para darle a entender que la amaba más que a mi propia vida. Y ahora, no me queda de otra que nadar entre el mar de las penumbras en donde queda su recuerdo, es lo único que me ha quedado de ella. Dolor… el dolor es lo único que me recuerda que fue real».

Con, Fara Oñate.
@FaraFrnanda

16 septiembre, 2012

Rumania, tópico placer de tenerte a mi lado.

Tomé mi cartera y me levanté de la mesa dirigiéndome con la bandeja en mis manos a una papelera justo cuando un chico me tropieza haciendo que derrame aquel envase de salsa de tomate sobre mi camisa. ―¡Disculpa, disculpa! ―alarmó, mientras intentaba en vano de recoger el envase y evitar que se continuara botando sobre mí.
―No te preocupes ―respondí titubeando y observando anonada como mi camisa blanca se llenaba de manchas rojas como si fuera sangre.
―¡Oh Dios! ¡No fue mi intención de verdad andaba pendiente de otras cosas y me despisté!
―No es nada ―sonreí. Sus ojos se quedaron mirando fijamente los míos, por un momento me sentí perdida en el iris gris verdoso del hombre que tenía una sonrisa avergonzada ―. Yo veré como soluciono esto. ―le di la espalda y boté la bandeja que aún yacía en mis manos.
―Si te sirve de algo, puedes tomar mi chaqueta ―regresó a su silla y la tomó con gráciles movimientos.
―Es mucha molestia ―hice un gesto con los hombros y él suspiró.
―Para nada... ―hizo una pausa ―. Molestia la mía por tropezarme con usted ―extendió su chaqueta de cuero negra y me ayudó a ponérmela, no me quedó de otra que aceptar sin chistar mientras me embriagaba en su delicioso aroma.
―Gracias.
―Si no representa un inconveniente para usted, y como parte de mis disculpas por haberle arruinado su camisa... ―miró a ambos lados buscando a alguien pero lo hizo con tanta rapidez que cuando terminé de parpadear me pregunté si no me lo había imaginado, me miraba con picardía y con una sonrisa de medio lado ―. ¿Quisiera salir a cenar?
―Sería un placer ―dije con una sonrisa en mi cara, obviando el rubor que subía por mi nuca con el propósito de sonrojar mis mejillas. Me devolvió la sonrisa con un gesto cortés y caminé en dirección hacia la puerta del establecimiento.

Haciendo acopio de mi fuerza de voluntad, salí sin girarme a echarle una última mirada, di varios pasos en la fría acera que estaba alumbrada nada más por las luces de los locales que seguían abiertos dentro del establecimiento. Las luces de los autos pasaban fugaces a mi lado dándole color a la fría noche que me abrazaba con sus maquiavélicos brazos y una respiración agitada me hizo volverme, sacándome de mis pensamientos.

―No... No sé su nombre ―murmuró entrecortadamente a cierta distancia. Una sonrisa amable atravesó mis labios, pensé que más nunca lo volvería a ver.
―Es sólo un nombre, caballero. No hace falta...
―Para usted será sólo un nombre, pero para mí es la clave para verla de nuevo.
―Debería pedirle consejos a Da Vinci porque ese código suyo está malo. Me puede llamar Roberta, Manuela, Federica... O Segismunda.
―¿Segismunda? ―una risa ahogó el sonido del los autos en la calle y me robó una cálida sonrisa.
―El caso es que... ―hice una pausa calculada y me mordí el labio inferior, una brillante idea cruzó fugazmente mis pensamientos y dejé que la picardía fluyera por mi cuerpo cual sangre por mis venas ―. Póngame un nombre.
―¿Qué?
―Venga ya, póngame un nombre ―volvió a sonreír y acortó la distancia entre nosotros dando un paso cauteloso.
―Rumanía...
―¿Rumanía? ―espeté, esperaba algo como "Ana" o "María", su sonrisa se ensanchó marcándole unos hermosos hoyuelos, levanté las manos como si me estuviera dando por vencida ―. De acuerdo. Continué caminando y él me siguió.
―¿Y ahora qué? ―dijo, logrando que me girara a verlo nuevamente mientras metía las manos en los bolsillos de su pantalón, sólo entonces me percaté que mis piernas desnudas estaban erizadas y los tacones estaban torturándome los pies.
―Ya conoces mi nombre. Me verás a las 7 en el Mugaritz. ―detuve un taxi antes de que pudiera decir algo más y desaparecí calle abajo sintiendo su mirada en el vehículo.

Llegué a mi apartamento cuando el reloj marcaba las once y la ciudad estaba en completo silencio. Un largo suspiro atravesó mis labios al dejar la chaqueta de cuero sobre el escritorio junto a mis esperanzas, como hacía cada noche cuando me recordaba de que el mundo estaba lleno de viles mentirosos, de frívolos patanes y de pocos hombres que valían la pena. Me lo habían demostrado. Decidí que era mejor tomar una ducha renovadora que una ducha común. Abrí la llave y llené la bañera para sumergirme con todo y ropa. Me deslicé lentamente dejando que me cubriera como un manto de protección. El agua me tapó los oídos y cerré los ojos dejando que la presión me lavara los pensamientos, me erizó la piel y la ropa se me adhirió al cuerpo. «Rumanía...» Busque convencerme a mí misma de que los intentos por sacar al completo extraño de mi mente no eran en vano, y no tanto a él, sino al nombre. ¿Rumanía? ¿Como el país? ¿Era eso en serio? Resoplé, me despojé de la ropa y me deslicé dentro de una toalla... ¿Qué demonios estaba pensando? Era masoquista de mi parte abrirme de brazos en un bombardeo en el que siempre resultaba herida, porque no era yo la que disparaba, pero esta vez sería diferente.

Los días comenzaron a despegarse del calendario como las hojas caían de los árboles en primavera, con tal rapidez que parecía que el tiempo tuviera prisa por dejarnos atrás, con arrugas y canas. Me acerqué al restaurante Mugaritz a las 7 del día siguiente y esperé en la calle opuesta, sin la verdadera intención de cenar con él, sólo quería confirmar si mi plan maestro había funcionado como esperaba, si no era así, probablemente iría a mi casa a intentar matarme o algo por el estilo.

El pulso me retumbaba, las mejillas me acaloraban el rostro y las palmas de las manos me sudaban, no había experimentado eso con ningún hombre porque nunca había sido yo la que tuviera el control, siempre era yo quien se quedaba esperando, pero había aprendido de Jen que no podía dejar que me pisotearan y de Breaking Bad, que no podía ser yo la que estuviera detrás de la puerta sin saber que le dispararían, sino que tenía que ser yo la que tocara la puerta. A través de los ventanales pude observar su escultural figura sentada en una de las mesas casi al fondo, con una copa de vino y la carta del menú en la mano. Me estaba esperando. Con una sonrisa de satisfacción, suspiré, me apretujé en la chaqueta de cuero y continué caminando por la acera.

La segunda noche sucedió igual. Me acerqué sigilosamente como un gato hacia el establecimiento enfundada en su chaqueta de cuero, el reloj marcaba las 7:15 y no había rastro del extraño con sonrisa encantadora. Me daba por vencida y pretendía volver a mi casa decepcionada cuando, bajando a trompicones de un taxi y obligándome a esconderme detrás del callejón, lo vi aparecer con un ramo de rosas, el cabello despeinado y algo atolondrado. Sentí una punzada de culpa, pero no logró hacer que me acercara. Y a la tercera noche, haciendo acopio de "la tercera es la vencida", no me tomé la molestia de verificar horas antes si había hecho reservación esa noche, porque sabía que la había hecho, porque esa noche yo iba a ir. Me enfundé en mi mejor vestido de color negro ceñido al cuerpo, me pinté la boca de rojo y me encaramé sobre los tacones de aguja negros que había reservado para el primer hombre que hubiera pasado la prueba. Me recogí mis rulos rojizos en una cola y me coloqué rímel. Tremendo campeón que era este hombre, no sabía que podría jugarse el pase el infierno con cada mirada que me daba, con cada sonrisa que me dedicaba, con cada gesto.

Mi estómago era un manojo de nervios cuando me monté en el taxi, intenté mantener mi estómago conmigo pero cada vez que caía en un bache o daba una vuelta sentía que iba a vomitar. Así, también me recordaba que tenía todas las de ganar esta noche. Me retoqué el maquillaje y me eché perfume como si de repelente de insectos se tratara, el chófer tosió y se rió.
―Está usted muy bonita esta noche, señorita.
―Está usted siendo un baboso, caballero.
Las luces del restaurante aparecieron frente a mí y pensé que el taxista escucharía el frenético palpitar de mi corazón cuando me di cuenta de que había llegado. Una respiración honda, le entregué el dinero y me apeé del auto con un completo paroxismo en mi vientre. Mis tacones resonaron en la acera como si fuera el único ser en el mundo que hacía ruido, como si estuviera en una pequeña burbuja donde no entraba nadie. El gélido metal de la puerta me estremeció y mi mirada se encontró con la del hombre de ojos gris verdoso que estaba sentado en la misma mesa de las noches anteriores. Caminé en silencio, bamboleando las caderas y robándome el alma de los que me siguieron el paso con la mirada, como si fuera la reina Isabel… O Megan Fox.
―Pareciera que me recordabas más bonita, extraño.
―Rumanía… ―murmuró, más que un saludo pareció que miraba embelesado una aparición, un espectro, un fantasma.
―Pensé que habías sido un sueño… No me dijiste el día, he…
―Lo sé, has venido cada noche desde ese fortuito encuentro. ―me dedicó una cálida sonrisa y entrecerré los ojos mientras sonreía con malicia, el nudo de nervios se había despojado y ahora sólo tenía ganas de él.
Se tomó mi sonrisa triunfante como si fuera un trofeo, le indicó al mesonero que trajera unas copas de vino tinto y me dirigió otra mirada, de esas que te atraviesan el alma y parecen dejarte desnuda.

―Si gusta, puede sentarse. ―exclamó. Afirmé con una sonrisa, rodé la silla y tomé asiento de manera ligera. El mesero ya venía con el vino, así que tomé mi bolso y opté por guindarlo en el respaldar.
Cuando llegó a la mesa, bajó dos copas traslúcidas de cristal y en ellas sirvió aquella bebida que solo deseaba tomar hasta embriagarme. Alzó la copa mientras yo me quedé observando como el camarero se dirigía hacia el despacho. Al mirarlo a los ojos solo logré perderme en esa mirada clandestina.
―Salud porque en momentos de primavera dicen que el amor crece. ―sonrió.
―¿Y si es un experimento inconsciente? ―pregunté para ver si podía estremecerse. Bajó su copa y presionó sus labios.
―Lo interno no contabiliza el tiempo. ―en este momento sentí una incursión y solo pensaba en esforzarme por hacer preguntas percatantes, pero, no había entendido su respuesta.
―¿A qué te refieres? ―cuestioné.
―Cada metamorfosis es una vida ajena. ―tomó un sorbo de su vino.
―El primer sorbo de un brindis es algo como sagrado. ―murmuré mientras tomaba mi copa.
―Algo cierto. ―hizo una pausa ―. ¿Me concede una prórroga?
―¿Quiere que me muestre compasiva con usted? ―respondí en tono irónico.
―¿Quiere presumir ser la chica ruda cuando en realidad es una alegría vibrante?
―Está bien. ―alcé mi copa cerca de la suya ―. ¿Por qué podríamos brindar? ―mordí mis labios. Levantó su respaldar, tomó su copa y alzó el rostro detallando mis labios.
―Somos hebras de un pincel áspero. ―sonrió ―. Brindemos por el día de hoy porque somos la pintura.
―Razonable. ―susurré. Nuestras copas chocaron haciendo un ligero sonido―. Quizás esa pintura se desgaste.
―¿Ya piensas en lo que puede pasar horas después?
―No, es solo que de todas formas me he dejado tu chaqueta en mi casa, tengo que buscarla.
―¿Rumanía es el nuevo país de las maravillas?
―Podrías averiguarlo.

Sus labios rozaron insistentes los míos en la puerta de mi apartamento mientras rebuscaba en mi pequeño bolso las llaves. Abrí la puerta a tientas y nos adentramos, nada más con el sonido de las respiraciones agitadas resquebrajando el silencio. Rodeó mi cintura mientras sus labios se deslizaban por mi mandíbula y por mi cuello, presionó sus dientes contra el lóbulo de la oreja y se me escapó un gemido involuntario cuando sentí su mano subiendo por mi muslo. Mis dedos tuvieron un ligero tembleque mientras desabotonaba su camisa y dejaba al descubierto un pecho musculoso sin llegar a ser de piedra. La clase de hombres que me gustaban.
―¿Cómo es posible que no sé nada de ti, extraño? ―murmuré contra sus labios, él me besó nuevamente ―. Parece que me conocieras de toda la vida.
―O quizás de todas las anteriores. A veces tengo complejo de gato, sabes. ―una ligera risa me atravesó los labios llenando la sala con un cálido murmullo.
Deslizó los tirantes del vestido y mordisqueó mi hombro, sentía una estela de llamas en todos los lugares por donde sus manos rozaban. Me giró, quedando de espaldas a él, y pasó mi cabello hacia mi hombro derecho, dejando mi nuca al aire y el cierre de mi vestido. Por un momento nada más se escuchó el sonido del cierre bajar y cómo la prenda caía, me hizo girarme a verlo, dándole una cara a la luz y la otra a la oscuridad, como todos los objetos presentes que tenían una mitad negra y una mitad blanca, como el propio ying y yang. Quizás yo era la mitad negra.

―Rumanía… ―sus ojos divagaron por mi cuerpo y un brillo atravesó el mar grisáceo que éstos poseían ―. Has llegado a mi vida como una catástrofe hermosa, llevas las llamas contigo como si fueras el infierno mismo y la luna, aquí presente, acaricia tu cuerpo con una débil caricia de luz. Me pierdo en tus labios, me pierdo en tu cuerpo, me pierdo en ti.
Con una sonrisa en mi rostro, libré la vaga distancia que nos separaba y lo empujé al sofá colocando mis manos en sus hombros para reptar sobre él como las enredaderas en las paredes. Y dicho esto, el silencio de la habitación se llenó de gemidos, nuestros cuerpos tenían una fina capa de sudor que nos hacía brillar. La luna fue testigo en todo momento de cómo recorrió con sus labios cada poro de mi cuerpo y como memoricé cada lunar de su espalda, cada peca de sus hombros. Enterré mis uñas en sus hombros cuando el clímax me llegó como llega un tsunami a la orilla, rápido, sorpresivo y devastador.

Cuando me desperté por la mañana sentí su mano alrededor de mi cintura y su tranquila respiración en mi nuca. Le robé a la mañana el momento en el que sus ojos estaban cerrados y descansaba como un niño con las facciones serenas. Con cuidado me despojé de su abrazo y me levanté, me coloqué su camisa blanca que estaba en el suelo justo con el resto de la ropa. Pasé del baño a la cocina y monté el café cuando, como una gota de agua en el desierto, la carta que me había dado me picó un ojo desde la mesa, incitándome a leerla como si fuera un dulce para un carioso. Cuando despegué el dobles del sobre, la orilla rozó mi dedo como si fuera navaja y me sacó una gota de sangre que ennegreció la blancura del blanco papel, así como había comenzado todo el día en el que la salsa de tomate se deslizó por mi camisa.

"Querida Rumanía… Conocí tus edificios desde antes que se forjaran y me perdí en tu caos desde antes de conocerte. Conocí las grietas de tu crecimiento y los errores que te llevaban a los golpes del pueblo, pero como un país que surgió de entre la espesa penumbra como un as de luz, tu has surgido del mar de tu miedos como una sirena. Has vuelto a cautivarme cual adolescente es cautivado por los alucinógenos, con tus labios como portal a un paraíso indescriptible y tu piel tan trasparente como los deseos de Zeus. Conozco tu pasado, conozco tu presente y conoceré tu futuro, y es por eso que te conozco tanto. Irremediablemente eres muestra pura de una naturaleza perfecta. ¿Cómo no mostrarme atraído por tan hermosa figura? Sin excepción, eres aquella espuma en la arena de una ola genuina por la ribera. Quizás, antes de ti si supe con qué método podría existir tan gloriosa gota, pero, me concentré en planear con qué método podría no desaparecerse de la faz de la tierra. Tantos problemas tuyos, aquellos pensamientos suicidas. Tenía que hacer algo por ti a pesar de que deseabas un fin dramático para la historia de tu vida... ahí es cuando contacté a Jennifer, tu mejor amiga, porque era yo el que te aconsejaba con palabras a través de ella. Te veía como una esquela en mi periódico, debía saber de ti día tras día.
Aquella tarde en la que por accidente manché tu franela fue porque no sabía como llegar a ti sin que supieras mi nombre, mi vida o alguna información que te haga recordarme. Sí, estarás confusa pero es complicado hacer que todo parezca más fácil. Prosiguiendo, en mi bolso encontrarás otra camisa algo parecida a la que cargabas, te pido disculpas nuevamente por ese mal rato.
Y más allá de lo trivial y lo tópico, llegaste a ser parte de uno de mis pensamientos. Quizás podrás decir que estoy loco de cuerda o soy un estúpido, pero, no podía estar de brazos cruzados mientras tu vida se desprendía a pedazos. Aunque no sea un superhéroe solo quería darte razones por la cual todas las canciones me hablaban de ti. No queda un centímetro de espacio sin tu huella y, de ahora en adelante, un segundo de tiempo sin tu recuerdo.
Morderé más de mil veces el polvo del fracaso si no llego a conocer el sabor de tus labios y de tan solo pensarlo agonizo en que solo quede en mi mente la agradable dicha de besarte. Y es que decidí como iba a morir antes de haber aprendido a vivir, contigo. Si esta carta es lo primero que conseguiste sin conocerme, no pretendo que te convenza, puesto que solo es un corto desenlace de lo que puedes esperar de mí.
Un nuevo mañana, un nuevo despertar.
Firma: Sebastian".

Cuando mis ojos acariciaron la última palabra de la carta, escuché el movimiento inquieto de quién ha despertado de un sueño.
―¿Ru? ―preguntó con voz adormilada.

Con, Hillary Mendoza.
@Efimeera_

13 septiembre, 2012

Arriesgado momento de muerte.

Entro en mi habitación y cierro la puerta con llave. Tomo mi bolígrafo y un pedazo de papel blanco. Mi mano tiembla y las lágrimas caen en mis piernas. “Para mi familia” escribo en la hoja, pero decido que es una mala manera de empezar mi carta... mi carta de suicidio. Arrugo la hoja y saco otro trozo de papel. Pruebo de nuevo. Una y otra vez no sé como comenzar. ¡Nadie me entiende! Nadie entiende lo que estoy pasando. Estoy sola... o al menos así pienso. A nadie le importa si estoy viva o muerta.

Cae la noche y me deslizo en la cama, "adiós" le susurro a la oscuridad.
Tomo mi última respiración y acabo con todo.

Es lunes, la mañana siguiente, inicio de semana. A las 9:00am mi mamá llama a mi puerta, no puedo oírla, ella no sabe que me he ido. Golpea otras veces con más fuerza, como no hay respuesta de mi parte abre la puerta y grita. Se desploma en mi habitación mientras mi padre corre a ver que sucede. Mi hermano ya se había  ido al trabajo. Mi mamá queda en shock por unos segundos y reúne toda la energía que le queda para caminar hacia mi cama y apoyarse en mi cuerpo muerto, llorando, apretando mi mano y gritando. Mi papá está tratando de mantenerse fuerte pero las lágrimas escapan de sus ojos. Llama al 911 con su mano izquierda mientras que con la otra está en la espalda de mi mamá.

Ella se culpa a sí misma. Todas esas veces que me dijo "no", todas esas veces en las que me gritó y me envió a mi habitación por alguna estupidez. Mi papá se culpa a sí mismo por no estar cuando le pedí ayuda, por solo mandarme y no comprenderme.

A las 11:30am golpean la puerta de mi salón, es la directora. Luce más preocupada que nunca. Llama a la profesora a un costado. Todos mis compañeros de estudio están preocupados. La directora les cuenta sobre mi suicidio. La chica popular que siempre me llamó fea ahora se está culpando a si misma. El chico que siempre me copiaba la tarea pero me trataba como mierda está culpándose a si mismo. El chico que se sentaba detrás de mi, el que siempre me fastidiaba tocando mis rulos, está culpándose a si mismo. La profesora se culpa a si misma por todas esas veces que me gritó por olvidarme de hacer la tarea o no escuchar en clase. Las personas están llorando, gritando... arrepentidos por lo que hicieron. Todos están devastados, incluso los chicos con los que nunca hablé antes.

Eran ya las 4:45pm y mi hermano no llega a casa. Mi mamá tiene que decirles que te fuiste, para siempre. Caía la noche, 7:30pm por fin llega a casa, el chico que nunca llora, mi hermano. Él está ahora en su cuarto, enojado con si mismo por mi muerte. Todas esas veces que me hizo bromas. Está golpeando la pared, tirando cosas, no sabe como lidiar con el hecho de que me fui para siempre.

Pasó un día. La puerta de mi habitación estuvo cerrada por esas 24 horas. Todo es diferente ahora. Mi padre tiene depresión, mi madre no duerme por las noches, “es todo su culpa”. Estuvo llorando y gritando cada noche deseando que volviese. No saben como lidiar el dolor que están sintiendo.

Miércoles por la tarde. Es mi funeral y me encuentro dentro de mi ataúd, donde está rodeado de grandes girasoles. ¡Mis flores preferidas! Es un velorio grande, todos vienen. Nadie sabe qué decir, todavía están en shock. La chica de hermosos rizos con la gran sonrisa se fue. Todos desean que yo vuelva pero no lo haré. Todos tienen sentimiento de culpa por haber reprimido muchas palabras que debieron decirme. Extrañan las veces en que siempre me preocupé más por ellos que por mí... añoran que esté a su lado para hacerlos reír como siempre hice. Todos lloran, todos me extrañan.

Pasó un mes. Mi madre finalmente decide limpiar mi habitación pero no puede. Se encerró ahí durante dos días para tratar recoger mi ropa, mis cosas. Pero no puede, no puede decirme adiós, no todavía, no ahora. Nunca. Los chicos que me odiaban me siguen llorando... al parecer, fui especial para ellos. Los que me querían de verdad se deprimieron, cambiaron su rumbo y llevan consigo una foto mía. Mis parejas anteriores que han seguido la vida sin extrañarme, síganlo haciendo. ¡Si mi presencia no les importó, mi ausencia no notará cambios en eso!

Pasó un año. Nadie se acuerda de mi a excepción de mi familia que me visita a mi tumba. De vez en cuando recibo flores de mis amigos, porque se les pasa por la mente mi ausencia.

Abro los ojos y veo que es solo una ilusión, un sueño. Siento mi rostro mojado de tantas lágrimas. Pensé de nuevo, tomé mi diario y escribí:

13 de Septiembre. 5.25pm
"Me he dado cuenta de que si la gente no demuestra lo que siente, no importa, al final puede que deploren algo por ti. Si me suicido hoy, detengo mi dolor, pero lastimo a todos los que me conocen por el resto de sus vidas. El suicidio es una manera fácil pero es la opción incorrecta. La vida es hermosa, pero en estos momentos solo es un lienzo en negro sin ninguna esperanza de color. Mi vida tiene momentos altos y bajos, ¡Tengo malos días! Pero debo de seguir adelante. A veces la gente pasa por momentos difíciles en sus vidas, como lo estoy haciendo ahora, pero los malos tiempos vienen y se van. Es posible que no vea la luz en mi vida, pero está ahí. No importa lo difícil que la vida se vuelva, prometo desde hoy no rendirme conmigo misma, o con mi vida. Esto lo escribo porque pensé en que... Si me suicido ¿qué sentirán y harán las personas que amo? Sencillo: lágrimas, lágrimas y más lágrimas. Devastación. Culpa. Dolor. Quebrados. Arrepentidos. Miserables."

12 septiembre, 2012

Muesca de reflexión.

Después de cientos de quejas por parte de mi mamá estaba decidida a ir al odontólogo ya que teníamos previa cita. Eran las tres de la tarde y nos encontrábamos en unos bancos a las afueras de su consultorio. Me incliné tratando de tomar algo de sueño cuando escucho los pasos de unos tacones, era una gentil dama que sonriendo se alejaba.
—Srta. María Fernanda. —dijo al dulce secretaria mientras arreglaba un montón de papeles que tenía en su escritorio. —ya le toca.
Tomé mi chaqueta y le dije a mi madre que esperara afuera. Abrí la puerta y saludé al dentista. Me senté en aquella silla odontológica que se fue moviendo hacia atrás hasta dejarme algo acostada. Y prosiguió a revisar mis dientes.
—Tienes las encías algo inflamadas. —murmuró. Yo asistí con la cabeza.

Fueron aproximadamente unos treinta minutos. Luego, me dijo que me sentara en unas sillas cerca de su escritorio. Tomé mi chaqueta que se encontraba en mis piernas y la estiré en el respaldar del mueble. Me senté y vi la hora en aquel reloj que colgaba en la pared.
—Yo he tratado a muchas chicas pero, tengo curiosidad por esa mirada tuya. —me dijo el dentista mientras se sentaba en su butaca de cuero negro.
—¿Qué tiene mi mirada? —le respondí en tono de duda.
—Esa es la misma pregunta que me hago y es primera vez que dejo estos minutos de mi trabajo por sentarme a hablar con una paciente. —tomó sus manos y las colocó encima del escritorio.
—Pe pe pe... pero no... no sé de qué habla. —titubeé.
—¿Estas nerviosa?
—No, solo que, emm... no lo sé, es irónico que tenga que hablar de mi vida con un dentista. —respondí mirando de lado a lado.
—Si no me vieras en este consultorio y me encontraras en otro sitio, ¿ahí si hablarías de tu vida conmigo? —insistía.
—Eso creo.
—¿Cuál es la diferencia? —preguntó.
—La diferencia es que mis problemas son míos y son totalmente personales, no tengo porqué estárselos comentando a nadie y menos a un señor que gana dinero de la boca de los demás. —por unos instantes lo único que se me pasaba por la mente era «¿por qué respondí eso?», fue algo innato y lo primero que se me ocurrió.
—No te enfrasques. —dijo sutilmente.
—Ya lo estoy. —respondí mientras me levantaba de la silla.

Tomé mi chaqueta la guindé de mi brazo, miré a ver a mi odontólogo y vi que estaba recostado de su butaca mirándome fijamente. Mordí mis labios. El se levantó y se dirigió hacia mí. Nerviosa me di media vuelta para salir.
—Espera. —susurró mientras caminaba.
Respiré profundamente y volteé.
—Quiero hacer una pregunta si no es mucha molestia. —levantó las cejas.
—Sí, dígame.
—¿Dejaste ir a una persona hace poco? —guardó sus manos en los bolsillos de su bata.
—Algo así. —dije mientras solté un gran suspiro.
—Dejar ir a alguien es como sacarte un diente. —respondió con una sonrisa en su cara.
—¿Cómo así? —pregunté.
—Cuando te sacas un diente te sientes aliviada ¿no? —cuestionó con un gesto serio. Yo afirmé con mi cabeza —. Pues, ¿cuántas veces pasas tu lengua por el espacio donde estaba? Probablemente cientos de veces al día.
—Creo que tiene razón. —contesté ante aquel argumento.
—Solo porque no te dolía no significa que no lo notarás. Deja un vacío y algunas veces te ves a ti misma extrañándole terriblemente. Va a tomar un tiempo, pero... —hizo una pausa —. ¿Debiste dejar el diente? No, porque te causaba dolor. Entonces, sigue adelante y déjalo ir.
Me acerqué a el con una sonrisa y le di un abrazo.
—Muchas gracias. —alagué muy contenta.

Y así me di cuenta que...
si el tiempo no puede cerrar las heridas del corazón,
el coágulo queda incrustado en lo más hondo del alma y allí permanece.
Hasta que se reabren y se limpian con esmero.

11 septiembre, 2012

Susurro de una vieja certidumbre.

Acostada en mi cómoda cama, sintiendo la brisa rozar mis piernas trato de cerrar los ojos para recordar tu encantadora mirada que tanto me gustaba. Sonrío. Subo mi mano hasta mi rostro y toco mis mejillas imaginando que son tus manos y eras tú el que tenía contacto con mi cara. Abro los ojos y me dirijo hacia mi ventana. Subo las persianas y contemplo el cielo como de rutina. Tomo un pedazo de papel y busco mi bolígrafo de tinta azul y ahí escribo mi siguiente nota:

"Veo las nubes de distintos colores... de azules, a grises... de grises a marrón... de marrón a negras. Veo las hojas caer, y noto como los arboles quedar secos, luego vuelven a nacer y repiten el ciclo. Veo los bancos de la plaza recién pintados y luego oxidados. Lo que no pasa con el tiempo es sentarme a esperar con anhelo que un día me puedas acompañar…estando enfrente mío, oyendo tu cándida sonrisa y voz, tus ojos café y tu piel morena. Que estemos juntos creciendo y recorriendo muchos lugares del mundo en donde amanezcamos con una nueva locura de la cual aventurarnos.
Sí, al parecer otra vez te extraño...
pero más te amo."

Suspirando con una sonrisa en mi rostro tomo ese papel y lo doblo hasta que ocupara solo la palma de mi mano. Me levanté y dejé el bolígrafo en mi biblioteca, me tiré en la cama y besé aquel diminuto folio mientras cerraba los ojos para darle paso a una hazaña en la que ambos repetíamos «nos tenemos uno a otro y no hace falta nada porque juntos complementamos cada pedazo de mundo que tenemos en nuestros corazones».

08 septiembre, 2012

Sin marcha atrás.

Cabello rápidamente arreglado hacia atrás para tener acceso a mi cuello. Escote calculadamente descubierto. Falda minuciosamente ceñida. Piernas apresivamente irresistibles. Labios milimétricamente abiertos en una húmeda invitación. Me buscan. Quieren que sea tu pasión por un día. Quieren que fotografíe y escriba un ilusorio país de maravillas con mi cuerpo, con mi satisfacción, con mi abuso.

Me deprime pensar que no provocan en mí más que rechazo a excepción del tema del «erotismo» del que hacen alardar. Quizás piensan que cada noche soy la protagonista de la patética novela de sexo. Pero esto tiene algo de engañoso... yo soy la verdadera nínfula y no soy consciente de mi reclamo. Esta tela blanca e impoluta que cubre mi cuerpo ha resbalado delicadamente hasta exponer mi piel marfílea al observador, a mi cliente, a mi único acceso al dinero. Mi falta es demasiado corta y estrecha. Mis piernas sienten caricias diferentes por cada anochecer que percibo. Mi boca llama a la consumación.

Salí de regreso a mi hogar donde me encontré en una esquina del barrio una mujer embarazada con su bebe de meses pidiendo una moneda para poder comer... nadie la observaba, solo el puntero de turno que la obliga a pasar de carro en carro o caminar descalza por la calle en un día de lluvia. Tomé mi autobús y me dirigí hasta la bodega, quería algo de beber, tenía sed. Me bajé cautelozamente y le pedí al dueño del local que me vendiera una botella pequeña de agua. Escuché un rumor de una vecina de mi zona, la Sra. Aida.
—Tiempo sin saber de ella. —murmuré.
—Todos la echamos de menos desde que partió. —me respondió el vendedor.
—¿Partió? ¿A dónde? —hice mera expresión de tristeza pero aún así, el captó mi expresión.
—Ella fue internada hace unas dos semanas luego de ser baleada a sangre fría cuando intentaban robarle el dinero de su pensión. —miró hacia el piso, tragó saliva y subió la mirada —. Era triste como su hijo decía que prefería irse él en vez de ella.
—De verdad, cuanto lo siento no sabía. —nerviosa, miré mi reloj y vi como ya eran las cinco y cuarto —. ¡Disculpe, me tengo que ir se me hace tarde!

Tomé mi botella de agua y fui a la parada. Mientras caminaba mi mirada estaba dirigida a la cantidad de casas deterioradas que se encontraban a mi alrededor. Me detuve al percatar como un chico de doce años -aproximadamente- me miraba fijamente. Alcé mi mano y la agité para decirle un «hola» a distancia. El sonrió. Seguí caminando y me quedé apoyada junto a un poste donde suele detenerse el transporte público para recoger a los pasajeros. Bajé mi mirada y limpié mis botas, estaban sucias.
—Quizás fue cuando salí del abasto. —pensé mientras las sacudía con mi mano.
Al poco tiempo escucho como un niño rompe a llantos y comienza a gritar sin razón alguna. ¡Era el mismo chico que se me había quedando mirando! ¿Por qué estará gritando?
—¡Te dije que ese dinero era para mi salida del sábado, no para tus caramelos! —gritó una voz gruesa femenina que al parecer provenía de esa misma casa —. ¿Tu crees que mi marido puede llegar borracho a la casa y yo no? ¿Ahora cómo podré beber? ¿Con qué dinero me divertiré? —exclamó cada vez más furiosa.
Mi corazón se detuvo por unos segundos y mi respiración se volvió pesada. Un fuerte nudo en el estómago surgió de la nada. Tomé mi botella de agua con más fuerza, mis manos estaban completamente aferradas a ella. Y en este instante, escuché como llegaba la camioneta.

Me subí y todas las personas se me quedaron mirando. Pensé en cuántas críticas estarían rondando por cada una de las mentes de aquellos pasajeros... «que mujer tan vulgar», «pobre chica tan joven», «de seguro se siente inservible», «¿será una exclava sexual?» Inspiré el profundo aire caliente de la presencia de tanta gente y traté de no darle importancia a los gestos de los que me rodeaban.

Llegué a mi destino. Busqué en mi bolso mi llave y abrí la cerradura. Me dirigí a mi cuarto donde me tumbé brazos abiertos encima de mi cama con el alivio de llegar sana y salva. Tuve un sueño, o quizá, una pesadilla... no sé como describirlo pero sé que todo fue oscuro pero aún así, me dije a mi misma:
—Si quiero ser feliz con mi corazón debo pararme con determinación, ya que la acción es la única que motiva cualquier cambio de situación.