Jorge Luis Borges:

"De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo. Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria."

Billy Wilder:

"La televisión no ha podido acabar con el cine porque la gente quiere estar allí, quieren ser los primeros, quieren oír las risas de otras personas."

Théophile Gautier:

"Una de las glorias de la civilización sería el haber mejorado la suerte de los animales."

John Lennon:

"Algunos están dispuestos a cualquier cosa, menos a vivir aquí y ahora."

Woody Allen:

"El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores."

Menandro de Atenas:

"No es vergonzoso nacer pobre, lo es el llegar a serlo por acciones torpes."

Adolf Hitler:

"Sólo se combate por lo que se ama; solo se ama lo que se estima, y para estimar es necesario al menos conocer."

Gustavo Adolfo Bécquer:

"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada."

Marilyn Monroe:

"Era consciente de que pertenecía al público, pero no por mi físico o por mi belleza, sino porque nunca antes había pertenecido a nadie."

22 septiembre, 2012

Cajetilla de satisfacción.

Habitación escalofriante con un par de cortinas cuya tela deshilada cuelga encima de un montón de muñecas viejas donde sus brazos y piernas se encuentran esparcidas por el suelo, un cama desarreglada, un par de almohadas chatas de tantos años y una gran cobija descocida hasta la mitad. Puertas del closet rayadas con pintura en spray color rojo, repisas con cientos de frascos con un leve olor a formol colado en el aire y ropa amontonada en un rincón del armario. Paredes del baño salpicadas con sangre y algunas manchas que perduraron encima de aquella vieja pintura. Cortes de electricidad a toda hora, tropiezos en plena oscuridad y quemaduras con los yesqueros al prender una vela. Sofás de cuero raspados por las garras de mis gatos, tapete desteñido por la caída de una taza de café y rastros de cerámica de aquella vasija rota. Sillas del comedor destrozadas, mesa partida por la mitad y un florero que se encontraba en todo el centro del suelo entre ambas partes del mueble totalmente intacto. Nube de polvo adherida a la superficie de los estantes, telarañas en las esquinas y una gotera que cae encima de una pequeña lata de metal donde guardaba mis anzuelos de pesca causando el óxido que manchaba la alfombra. Puertas y ventanas viejas que al abrir o cerrar hacen el típico ruido de una bisagra estropeada. Una nevera menoscabada al deteriorarse por el tiempo y gabinetes con trozos de mis uñas al tratar de escribir nombres sobre su superficie de madera. Un único pasillo que da acceso a la puerta principal donde la pared se encontraba magullada de tantos golpes, dos pequeñas plantas cuyos porrones estaban quebrados y un espejo totalmente íntegro.

Casa abandonada
y mi alma reflejada en cada paso que dan
en este humilde y desastroso hogar.



Era miércoles cuando detallaba la esfera plateada de su reloj nuevo.
—Ya falta poco. —pensó mientras tanteaba la parte posterior de su pantalón.
Bajó el cinturón para comprobar que la pistola estaba en su sitio. Esos actos reflejos hacen que se sienta más cómoda y relajada. Le gusta su trabajo. Siempre le ha gustado. Ella era una joven de unos 27 años, cabello liso color castaño oscuro, mejillas coloradas, pestañas largas, ojos miel y labios carnosos. Se levantaba temprano para tomar una ducha, preparar el desayuno, jugar con sus gatos y coger las llaves de su carro para dirigirse a su destino... sí, asesinar. Matar le producía algo más allá de la satisfacción personal. El poder que ella siente al acabar con otra vida simplemente le excita. Nunca se lo ha confesado a nadie pero es una sensación que le provoca reventarle los sesos a alguien.

Miró su reloj. 2:46pm y la espera se le hace más larga de lo previsto. Tiene ya ganas de entrar en acción. Suena su teléfono celular. Descuelga.
—¿Todo bien? —le preguntan.
—Bien. —responde y cuelga.
Aún están pasándole las órdenes definitivas, como se ve. Ya se las dirán en su momento. Tomó su teléfono  y llamó al jefe.
—Me limitaré a llevarme a la niña. —murmuró y colgó nuevamente.
Condujo hacia el colegio y se detuvo... todo sigue en orden. Padres de lo más serenos llevándose a sus mocosos para sus guaridas. Allí los alimentarán un día más maldiciéndose por no haberlos ahogado al nacer. ¡Pequeños bastardos! 3:37pm.
—Ya no tardarán. —pensó y automáticamente aparece el auto por la esquina superior del colegio —. Hago magia con el pensamiento.

Se abre la puerta del acompañante y baja uno de los gorilas. Chaqueta americana desabrochada, pistola con el seguro quitado preparada en la sobaquera y la mano derecha cerca de la tetilla izquierda para poder desenfundar con rapidez. Son profesionales y se nota. Pero ella es mejor, sin duda. El conductor baja del vehículo y mira en todas las direcciones controlando algún movimiento brusco que se presentara. El otro hombre se acerca a la puerta esperando que la profesora saque a la cría. Salen. Ella saca la pistola y le quita el silenciador. Ahora necesita ruido. Comprueba el cargador y arma la Beretta con suavidad para evitar que el «click» no la oiga nadie. Las balas detonantes están relucientes y preparadas para hacer su trabajo, como ella. Allá va. Rapidez y precisión. Cruzó la calle y levantó el brazo como saludando a su hija que sale del colegio en ese momento. Pone cara de llegar tarde y estar apurada. El conductor la mira y se controla mientras acaba de cruzar esquivando coches. Su pinta es demasiado vulgar. El otro tipo está dándose la vuelta para tomar a la cría que le entrega la maestra. Aprovecha. Saca el arma mientras sigue corriendo y su primera bala se dirige al ojo del chofer. ¡BANG! Ni se entera. La gente se agacha instantáneamente. Se oye un grito aislado. La detonación los ha asustado y desorientado. El otro matón no se agacha, cosa que ella ya esperaba. Desenfunda. Solo tarda un instante en ubicarla pero ya es demasiado tarde. Tarde para él, claro. Ella ha seguido corriendo y está justo a su espalda. ¡BANG! La bala le entra por la nuca y estalla dentro. Agarró la niña del brazo y tiró de ella. Notó resistencia y volteó. Es la maestra que ha tenido la desgracia de agarrarla cuando el primer tiro retumbó.
—No es su día de suerte. —dijo mientras inclinó su cuello hacia ella —. Lo que sí... es que éste es su último día de vida.
Le pegó un tiro en la boca porque le apeteció... por nada más.

Ella disfrutaba de romper lo monótono de su trabajo. La niña estaba a punto de gritar. Ella lo notó. Guardó su arma y le tapó la boca con la mano libre. Corrió con ella bajo el brazo hasta su coche aparcado unas cuadras más abajo. Lanzó a la criatura dentro y subió. Arrancó. Giró a la derecha, otra vez a la derecha y después a la izquierda. Bajó el puente elevado. Cruzó una plaza. Entró en pleno desorden de tráfico. La niña empezó a decir algo. La mujer giró el torso con violencia y le ahogó lo que iba a decir con un manotazo que le rompe el labio inferior. Se quedó callada y lívida. Lloró en silencio, aterrorizada. No debe tener más de 4 años.
—Así aprenderás una buena lección antes de meter la pata. —volteó su cuello para tener la mirada atenta al manejo.

5:40pm. Sale de la ciudad y llega a una arboleda perdida. Para el coche y espera. Cinco... diez... doce minutos. Suena el móvil.
—¿Ya? —dice una voz al otro extremo.
—Ya. —respondió.
—No le toques la cara. —hizo una pausa —. Solo mátala y déjala ahí.
—Está bien. —aseguró y colgó con suavidad.
No le gustaba derrochar dinero.
—¿Qué no la toque? —pensó —. Eso va a ser difícil.
Miró el labio de la pequeña. Estaba amoratado y sanguinolento. Se encogió de hombros. Sacó la pistola. Sacó el silenciador. Colocó el dispositivo en el cañón y giró hasta el tope. No quería escuchar ninguna explosión, solo quería silencio. Abrió los seguros del vehículo. Se bajó. Miró alrededor y no observó a nadie, aparentemente. No se fiaba... así que dio una pequeña vuelta por si acaso. No encontró a nadie. Vuelve al coche. Saca a la niña. La arrastra entre los árboles. La empuja contra un tronco y le apunta la cabeza. La mira... error, ve sus rulos dorados y sus ojos infantiles. Su mirada se dirige a su labio partido, se nota que le duele. En ese instante le llega el recuerdo de una prima pequeña de ella. La ve jugando entre sus brazos gozando de felicidad.
—¡Ya está bien! —repitió unas dos veces en su cabeza para dejar de imaginar.
Siente ira, algo que le hace hervir la sangre. Vuelve a la realidad. Mira a la pequeña otra vez y siente odio por ella. ¡PUFF! ¡PUFF! Dos balas le destrozan su cabeza, sus rulos dorados y sus ojos inocentes.
—Tu padre deberá entender el mensaje. —dijo como si aquel cadáver sin vida la pudiese escuchar. Se agachó y observó las perforaciones de las balas —. Esto no son más que negocios, pequeña. —hizo una pausa —. Nadie sabrá quitarle el pan de la boca a un mejor profesional. —sonrió de forma maléfica.
Se levantó y se dirigió a su domicilio para descansar.

Unas cuantas horas en carretera para regresar a su casa. Llegando, saluda al vigilante con hipocresía. Estaciona su auto en el porche y se baja. Camina hasta la puerta principal. Se detiene a buscar las llaves en su bolso. Da unos pasos para estar más cerca de la puerta cuando se da cuenta de que la cerradura está forzada. Cuela su mano por un lado de la chaqueta y saca la Beretta cuyo silenciador estaba ya adaptado al cañón. Empuja levemente la puerta y lo primero que encuentra son las sillas del comedor rotas, libros esparcidos por el suelo y todos los portaretratos quebrados con marcas de disparos. Una cólera de furor se apoderó de ella. Cargó su arma y entró con paso firme...

18 septiembre, 2012

Crucifijo de pasión.

11:35am lo que señala aquel reloj colgado en una pared de pintura clara. Acabo de salir de la comisaría y siguen presionándome sobre el asesinato de una niña. Tienen mi casa en vigilancia las 24 horas del día y hostigan a mi única ex pareja para que ella delate mi mente psicópata aunque ella no sepa nada. Al salir de ese extraño lugar me sentí aliviado de no seguir percibiendo aquellas miradas eufóricas. Mi automóvil se encuentra dañado hace semanas y para dirigirme a mi casa tomé un taxi en la calle 98 donde, hace algunos años, dí mi primer beso a la chica con la cual perdí la virginidad.

Mi mal genio se desprende como el gas de un yesquero cuando se quiere usar. Este taxista no conoce bien esta pequeña ciudad. Por unos instantes me ahogaba en rabia al ser casi medio día, y eso que insistía en que debía de llegar lo más pronto posible.
―¡Vaya día, esto no puede empeorar. ―refuté mientras caminaba hacia la puerta.
Miré a ambos lados recordando este vecindario mientras noté que un auto negro y dos hombres dentro observaban todos mis movimientos. Entro a mi casa, enciendo la luz, me quito la chaqueta y mis zapatos. Caminé hacia la sala y me senté en el sofá de cuero negro a observar detalladamente a aquellos señores que vigilaban mi casa. Cambiaban de turno con otros dos jóvenes un poco después de medio día, a las 12:30 apróx. Tardaban alrededor de 10 minutos sin vigilar mi casa… tiempo suficiente para lograr escapar.

La primera pareja esta conformada por un señor el cual aparenta cuarenta años y su compañero, un joven inexperto que debe ser su pupilo… tendría alrededor de veinte años. La segunda es de una joven muy apuesta de treinta años y un muchacho de su misma edad. Las dos parejas conversaban la mayoría del tiempo, sin embargo, nunca quitaban la mirada de la puerta delantera de mi casa. Ya eran las 3:15PM y me levanto a prepararme una taza de té y como todas mis tardes me siento a escribir en ese diario que he preparado para ella, para que me conozca.

La tarde llega rápidamente y no puedo salir a comprar nada puesto que perdí mi empleo hace unas semanas por culpa de la policía. Caía la noche y decidí ir a mi habitación para visualizar la parte de atrás de mi casa cuando me topo con una imagen de mi esperanzada mujer. Tomé un suspiro y sonreí con malicia. Medí las salidas de escape que podía ejecutar por el porche y busqué posibles soluciones en caso de que quisieran perseguirme. Rebusqué entre las camisas de mi armario hasta encontrar una bufanda que había tenido de mi apreciado amor, el único recuerdo vivo. La guardé en mi bolso. Regresé a la sala y tomé el diario y lo resguardé junto a la bufanda dentro de la mochila. Me senté esperando a que llegase el anochecer.

Era hora de cambiar turnos con la siguiente pareja, el señor enciende el automovil y se va. En diez minutos estaría aquí el siguiente grupo. Ahí fue donde cogí impulso y salí corriendo por la puerta trasera. Con un salto rápido brinqué la cerca antes de que se dieran cuenta que me había fugado, pero, no contaba con que había una camara que informaba mis movimientos en la casa de la señora Cortez.
―Como odio a esa señora. ―pensaba con gran rencor.

Comenzó la persecución cuando uno de los oficiales me vio a lo lejos. Las sirenas se activaron y corrí con gran prisa por aquella avenida. Crucé por la calle 32 y subí por las escaleras de emergencia de un edificio cercano. Todavía seguían atrás de mi. Me desvié y recorrí la fachada llevándome a un depósito de basura donde salté y caí sobre unas enormes bolsas negras. Atravesé el callejón y las patrullas se habían quedado unas cuadras antes. Maldije todo. Me giré a ver si seguían persiguiéndome pero no noté la presencia de nadie. Seguí calle abajo pasando por la 26 y crucé en la Avenida Cenyda. Me encontraba a dos calles de la casa de esa joven que a pesar de que llevamos un año de separados sigue siendo la dueña de mis pensamientos.

Toqué el timbre. Ella abre la puerta y al verme se le escapa esa sonrisa juguetona de la cual estoy perdidamente enamorado. No pasó un minuto cuando de un impulso comencé a besarla y un leve empujón que causé hacia ella me hizo tener acceso a su casa y cerrar la puerta. Al entrar a su casa (que ya conocía como la palma de mi mano) fui directo a las escaleras para llegar rápidamente a su habitación. Besé su cuello e hizo un impulso hacia mi cuerpo. La tomé de sus piernas para cargarla y sin parar de seguir probando nuestros labios llegamos a ese cuarto con luz tenue. Acosté su ligero cuerpo sobre la cama acolchada mientras desabotonaba su vestido color verde olivo. Me quité la mochila y la puse al lado de su cama, lancé mi chaqueta y mi camisa hacia el suelo. Volví a besarla. Ella desabrochó mi pantalón. Mis impulso me llevaron a quitar delicada pero bruscamente su brasier junto a su cachetero. Era fascinante volver a tener tan perfecto cuerpo junto al mio.

Sus gemidos inundaron la habitación y se apoderaba completamente de mi mente, ella siempre la única mujer de mi vida. Ella no es como las demás, siempre le gustaba estar al mando. Olía a rosas, su perfume y mi aroma favorito. Al pasar el momento y cambiar de posición, ella se encontraba sentada en mis piernas mientras que el amanecer besaba su pálida piel. Sus uñas aferradas cada vez más a mi espalda aruñándola… deleitaba cada ardor que se hacía más profundo. No pude evitar decirle que la amaba, aunque no escuchó, ya lo sabía. Sus gemidos y aquella música que sonaba de la fiesta del joven vecino convirtieron esta noche en algo sensacional. No me cansaba de pasar mi mano por su cintura. Tenía ante mí una silueta perfecta hasta que pensé en la huída de esta noche. Debía ingeniarme algo para salir sin dejar testigos… utilicé el odio.

El odio y rencor que estaba dentro de mi y sin notarlo, tomé el control de la velada. De amor y ternura pasó a pasión y lujuria. Sus gemidos se hicieron más fuertes y mi mente no pudo evitar explotar. Tomé la bufanda que se encontraba al lado de la cama y la puse sobre su preciosa cara, su cuerpo se agitó y luchaba por levantarse pero, no lo logro. Me rasguñó todo el pecho, pero la asfixié. Vi como sus ojos se ponían vidriosos, su respiración acortada y sus latidos que segundos después habían desaparecido. Aprecié su cuerpo desnudo por un largo tiempo, sus senos tan perfecto y su cintura tan esculpida. Seguí usando su cuerpo para calmar mi ira transformada en pasión. Al final, entre el roce del claro amanecer, me levanté de la cama de esa hermosa mujer que aún admiraba, me vestí y le di un beso por última vez y me fui del lugar. 

Antes de bajar el primer escalón, sentí como mi piel se erizaba con tal perplejo escalofrío repentino. Un sentimiento de culpa y a la vez de satisfacción al lograr haberla matado. Bajé rápidamente y revisé la mesa donde ella dejaba sus llaves y ahí estaban… las de su carro. Las tomé, salí de la casa y me monté en el auto, quería partir rápidamente de ese lugar. Ya eran dos personas, la policía tras de mi y ese extraño sentimiento de desliz. Busqué a un viejo amigo que me preparó ya hace un tiempo una nueva identidad.

Partí hacia San Francisco, ya era tarde, llevaba dos horas manejando, tenía dolor de cabeza y cansancio por tan esplendida noche. Incliné mi asiento hacia delante para sentirme más cómodo y miré el retrovisor, veía mi reflejo, mi mirada. Por unos segundos me sentí el ser más frío del mundo… como si mi corazón fuese de piedra. Y, ahí mi sangre comenzó a hervir. Sentía que debía de estar en cadena perpetua por matar a tantas personas y hacerlas sufrir. Apreté el volante con mis manos y presioné los labios. Suspiré. Me desvié por una carretera vieja cerca de la ciudad donde me trasladaba y ahí, un montón de patrullas estaban saliendo para mi antigua ciudad. En la que vi a lo lejos en anuncio que decía «cuidado, curva peligrosa».
―Oye, deberías de bajar la velocidad. ―dijo esa dulce voz. Yo, repentinamente volteé a verla ―. Querido, mira adelante, estás manejando.
―Te extrañaba. ―murmuré.
―Tranquilo, todo estará bien.
―No lo creo amor. ―en este instante comencé a reírme .
Pisaba el acelerador cada vez más a fondo. Sin tocar el volante salgo de la carretera perdiendo el control. Veía una mezcla de ramas de árboles y un trozo de vaya. Era un camino corto. Yo nunca dejé de acelerar hasta que de pronto el auto se inclinó por completo rodando cuesta abajo por un barranco. El vidrio se había estallado por tan directo golpe. No me importaba nada, porque estaba con ella.

Respiraba con un dolor en el pecho cada vez que inhalaba aire. Escuchaba el «tic, toc» de un reloj que por su sonido resultaba algo viejo y en mal estado. Abrí los ojos y lo primero que detallé fueron unas lámparas blancas que colgaban del techo.
―¿Marina? ―dijo una dulce voz. Traté de abrir más mis ojos para poder visualizarla ―. Soy la enfermera. ―hizo una pausa ―. Son las 9 de la mañana y te encuentras en el Hospital Memorial. ―escuchando esas palabras hice mi máximo esfuerzo por hablar aunque casi no podía.
―¿Qué? ―murmuré con el poco aliento que salía de mi. Comencé a ver mis manos y mi cuerpo.
―Al parecer has sido atacada. ―hizo un gesto de tragedia ―. ¿Recuerdas algo de lo sucedido?
―Estaba en la cama con el amor de mi vida cuando sus impulsos me dejaron inconsciente en el suelo, no lo culpo, el siempre a sido muy agresivo. ―de pronto, una pequeña lágrima salió y rodó por mi mejilla.
―¿Puedes recordar cómo era y describirlo?
―Alto, apuesto, barba bien arreglada, siempre con camisa de cuadros. ―suspiré ―. Nariz perfilada, ojos oscuros casi negros, una pequeña cicatriz en la barbilla, cabello bien arreglado pero despeinado, orejas pequeñas, labios delgados y rosados con una hermosa sonrisa macabra.
―Veo que lo recuerda muy bien.
―No podría olvidar a quién vi tan feliz a mi lado.
―Me imagino. ―sonrió ―. Podrás irte a casa en unas horas.

Ya eran las 11am y tomé un taxi ya que él, tan hermoso hombre, robó mi auto. Siempre haciendo lo indebido. Me siento mareada y cansada. Al llegar a mi casa y, por desgracia, tuve que forzar la puerta porque mis llaves estaban en el mismo juego con las del carro. Entré y su presencia aún se siente aunque no este. Subí a mi habitación para darme una ducha caliente para tratar de alejar esos malos recuerdos. Al llegar a mi cuarto noté que todo estaba exactamente igual antes de su llegada, a excepción de mi cama, esas sábanas arrugadas, su mochila al lado de ella y mi bufanda tirada en el suelo. Fue innato derramar una sonrisa de mi cara gratamente así como un niño con su esperado regalo. Tomé la bufanda y recordé ese día en que la dejé en su casa… quería dejarla para que el me recordara y me buscara para entregármela. Me senté en el borde de mi cama y agarré su mochila, me di cuenta que tenía un libro. Parecía un diario. Decidí ojearlo y descubro que lo primero que leí en la primera página era mi nombre. Realmente nunca pensé de que el llegase a escribir para mi por todo el tiempo que estuvimos separados. Su hermosa letra cursiva con muy buena ortografía. Hace ya años que no la leía.

Desvestí mi pálido cuerpo para bañarme… debía de estar lista para lo que leería en un futuro. Al salir de la ducha me vestí y corrí por una taza de café para despertarme. Tomé el libro y comencé a leerlo.
«Todo es tormentoso y hostigante hasta el momento en que me siento a pensar en ella, a revivir nuestros momentos juntos, cuando de amanecer veía su cuerpo desnudo al lado de cama compartiendo cada detalle de nuestras vidas. Como lamento haberla dejado partir de mi lado, cuanto lamento no haber aprovechado al máximo su presencia. Pero no es sólo eso lo que más lamento, lamento sobre todo el hecho de que cuando la tuve, cuando fue mía, no tuve suficientes actos y no tuve suficientes palabras para darle a entender que la amaba más que a mi propia vida. Y ahora, no me queda de otra que nadar entre el mar de las penumbras en donde queda su recuerdo, es lo único que me ha quedado de ella. Dolor… el dolor es lo único que me recuerda que fue real».

Con, Fara Oñate.
@FaraFrnanda

16 septiembre, 2012

Rumania, tópico placer de tenerte a mi lado.

Tomé mi cartera y me levanté de la mesa dirigiéndome con la bandeja en mis manos a una papelera justo cuando un chico me tropieza haciendo que derrame aquel envase de salsa de tomate sobre mi camisa. ―¡Disculpa, disculpa! ―alarmó, mientras intentaba en vano de recoger el envase y evitar que se continuara botando sobre mí.
―No te preocupes ―respondí titubeando y observando anonada como mi camisa blanca se llenaba de manchas rojas como si fuera sangre.
―¡Oh Dios! ¡No fue mi intención de verdad andaba pendiente de otras cosas y me despisté!
―No es nada ―sonreí. Sus ojos se quedaron mirando fijamente los míos, por un momento me sentí perdida en el iris gris verdoso del hombre que tenía una sonrisa avergonzada ―. Yo veré como soluciono esto. ―le di la espalda y boté la bandeja que aún yacía en mis manos.
―Si te sirve de algo, puedes tomar mi chaqueta ―regresó a su silla y la tomó con gráciles movimientos.
―Es mucha molestia ―hice un gesto con los hombros y él suspiró.
―Para nada... ―hizo una pausa ―. Molestia la mía por tropezarme con usted ―extendió su chaqueta de cuero negra y me ayudó a ponérmela, no me quedó de otra que aceptar sin chistar mientras me embriagaba en su delicioso aroma.
―Gracias.
―Si no representa un inconveniente para usted, y como parte de mis disculpas por haberle arruinado su camisa... ―miró a ambos lados buscando a alguien pero lo hizo con tanta rapidez que cuando terminé de parpadear me pregunté si no me lo había imaginado, me miraba con picardía y con una sonrisa de medio lado ―. ¿Quisiera salir a cenar?
―Sería un placer ―dije con una sonrisa en mi cara, obviando el rubor que subía por mi nuca con el propósito de sonrojar mis mejillas. Me devolvió la sonrisa con un gesto cortés y caminé en dirección hacia la puerta del establecimiento.

Haciendo acopio de mi fuerza de voluntad, salí sin girarme a echarle una última mirada, di varios pasos en la fría acera que estaba alumbrada nada más por las luces de los locales que seguían abiertos dentro del establecimiento. Las luces de los autos pasaban fugaces a mi lado dándole color a la fría noche que me abrazaba con sus maquiavélicos brazos y una respiración agitada me hizo volverme, sacándome de mis pensamientos.

―No... No sé su nombre ―murmuró entrecortadamente a cierta distancia. Una sonrisa amable atravesó mis labios, pensé que más nunca lo volvería a ver.
―Es sólo un nombre, caballero. No hace falta...
―Para usted será sólo un nombre, pero para mí es la clave para verla de nuevo.
―Debería pedirle consejos a Da Vinci porque ese código suyo está malo. Me puede llamar Roberta, Manuela, Federica... O Segismunda.
―¿Segismunda? ―una risa ahogó el sonido del los autos en la calle y me robó una cálida sonrisa.
―El caso es que... ―hice una pausa calculada y me mordí el labio inferior, una brillante idea cruzó fugazmente mis pensamientos y dejé que la picardía fluyera por mi cuerpo cual sangre por mis venas ―. Póngame un nombre.
―¿Qué?
―Venga ya, póngame un nombre ―volvió a sonreír y acortó la distancia entre nosotros dando un paso cauteloso.
―Rumanía...
―¿Rumanía? ―espeté, esperaba algo como "Ana" o "María", su sonrisa se ensanchó marcándole unos hermosos hoyuelos, levanté las manos como si me estuviera dando por vencida ―. De acuerdo. Continué caminando y él me siguió.
―¿Y ahora qué? ―dijo, logrando que me girara a verlo nuevamente mientras metía las manos en los bolsillos de su pantalón, sólo entonces me percaté que mis piernas desnudas estaban erizadas y los tacones estaban torturándome los pies.
―Ya conoces mi nombre. Me verás a las 7 en el Mugaritz. ―detuve un taxi antes de que pudiera decir algo más y desaparecí calle abajo sintiendo su mirada en el vehículo.

Llegué a mi apartamento cuando el reloj marcaba las once y la ciudad estaba en completo silencio. Un largo suspiro atravesó mis labios al dejar la chaqueta de cuero sobre el escritorio junto a mis esperanzas, como hacía cada noche cuando me recordaba de que el mundo estaba lleno de viles mentirosos, de frívolos patanes y de pocos hombres que valían la pena. Me lo habían demostrado. Decidí que era mejor tomar una ducha renovadora que una ducha común. Abrí la llave y llené la bañera para sumergirme con todo y ropa. Me deslicé lentamente dejando que me cubriera como un manto de protección. El agua me tapó los oídos y cerré los ojos dejando que la presión me lavara los pensamientos, me erizó la piel y la ropa se me adhirió al cuerpo. «Rumanía...» Busque convencerme a mí misma de que los intentos por sacar al completo extraño de mi mente no eran en vano, y no tanto a él, sino al nombre. ¿Rumanía? ¿Como el país? ¿Era eso en serio? Resoplé, me despojé de la ropa y me deslicé dentro de una toalla... ¿Qué demonios estaba pensando? Era masoquista de mi parte abrirme de brazos en un bombardeo en el que siempre resultaba herida, porque no era yo la que disparaba, pero esta vez sería diferente.

Los días comenzaron a despegarse del calendario como las hojas caían de los árboles en primavera, con tal rapidez que parecía que el tiempo tuviera prisa por dejarnos atrás, con arrugas y canas. Me acerqué al restaurante Mugaritz a las 7 del día siguiente y esperé en la calle opuesta, sin la verdadera intención de cenar con él, sólo quería confirmar si mi plan maestro había funcionado como esperaba, si no era así, probablemente iría a mi casa a intentar matarme o algo por el estilo.

El pulso me retumbaba, las mejillas me acaloraban el rostro y las palmas de las manos me sudaban, no había experimentado eso con ningún hombre porque nunca había sido yo la que tuviera el control, siempre era yo quien se quedaba esperando, pero había aprendido de Jen que no podía dejar que me pisotearan y de Breaking Bad, que no podía ser yo la que estuviera detrás de la puerta sin saber que le dispararían, sino que tenía que ser yo la que tocara la puerta. A través de los ventanales pude observar su escultural figura sentada en una de las mesas casi al fondo, con una copa de vino y la carta del menú en la mano. Me estaba esperando. Con una sonrisa de satisfacción, suspiré, me apretujé en la chaqueta de cuero y continué caminando por la acera.

La segunda noche sucedió igual. Me acerqué sigilosamente como un gato hacia el establecimiento enfundada en su chaqueta de cuero, el reloj marcaba las 7:15 y no había rastro del extraño con sonrisa encantadora. Me daba por vencida y pretendía volver a mi casa decepcionada cuando, bajando a trompicones de un taxi y obligándome a esconderme detrás del callejón, lo vi aparecer con un ramo de rosas, el cabello despeinado y algo atolondrado. Sentí una punzada de culpa, pero no logró hacer que me acercara. Y a la tercera noche, haciendo acopio de "la tercera es la vencida", no me tomé la molestia de verificar horas antes si había hecho reservación esa noche, porque sabía que la había hecho, porque esa noche yo iba a ir. Me enfundé en mi mejor vestido de color negro ceñido al cuerpo, me pinté la boca de rojo y me encaramé sobre los tacones de aguja negros que había reservado para el primer hombre que hubiera pasado la prueba. Me recogí mis rulos rojizos en una cola y me coloqué rímel. Tremendo campeón que era este hombre, no sabía que podría jugarse el pase el infierno con cada mirada que me daba, con cada sonrisa que me dedicaba, con cada gesto.

Mi estómago era un manojo de nervios cuando me monté en el taxi, intenté mantener mi estómago conmigo pero cada vez que caía en un bache o daba una vuelta sentía que iba a vomitar. Así, también me recordaba que tenía todas las de ganar esta noche. Me retoqué el maquillaje y me eché perfume como si de repelente de insectos se tratara, el chófer tosió y se rió.
―Está usted muy bonita esta noche, señorita.
―Está usted siendo un baboso, caballero.
Las luces del restaurante aparecieron frente a mí y pensé que el taxista escucharía el frenético palpitar de mi corazón cuando me di cuenta de que había llegado. Una respiración honda, le entregué el dinero y me apeé del auto con un completo paroxismo en mi vientre. Mis tacones resonaron en la acera como si fuera el único ser en el mundo que hacía ruido, como si estuviera en una pequeña burbuja donde no entraba nadie. El gélido metal de la puerta me estremeció y mi mirada se encontró con la del hombre de ojos gris verdoso que estaba sentado en la misma mesa de las noches anteriores. Caminé en silencio, bamboleando las caderas y robándome el alma de los que me siguieron el paso con la mirada, como si fuera la reina Isabel… O Megan Fox.
―Pareciera que me recordabas más bonita, extraño.
―Rumanía… ―murmuró, más que un saludo pareció que miraba embelesado una aparición, un espectro, un fantasma.
―Pensé que habías sido un sueño… No me dijiste el día, he…
―Lo sé, has venido cada noche desde ese fortuito encuentro. ―me dedicó una cálida sonrisa y entrecerré los ojos mientras sonreía con malicia, el nudo de nervios se había despojado y ahora sólo tenía ganas de él.
Se tomó mi sonrisa triunfante como si fuera un trofeo, le indicó al mesonero que trajera unas copas de vino tinto y me dirigió otra mirada, de esas que te atraviesan el alma y parecen dejarte desnuda.

―Si gusta, puede sentarse. ―exclamó. Afirmé con una sonrisa, rodé la silla y tomé asiento de manera ligera. El mesero ya venía con el vino, así que tomé mi bolso y opté por guindarlo en el respaldar.
Cuando llegó a la mesa, bajó dos copas traslúcidas de cristal y en ellas sirvió aquella bebida que solo deseaba tomar hasta embriagarme. Alzó la copa mientras yo me quedé observando como el camarero se dirigía hacia el despacho. Al mirarlo a los ojos solo logré perderme en esa mirada clandestina.
―Salud porque en momentos de primavera dicen que el amor crece. ―sonrió.
―¿Y si es un experimento inconsciente? ―pregunté para ver si podía estremecerse. Bajó su copa y presionó sus labios.
―Lo interno no contabiliza el tiempo. ―en este momento sentí una incursión y solo pensaba en esforzarme por hacer preguntas percatantes, pero, no había entendido su respuesta.
―¿A qué te refieres? ―cuestioné.
―Cada metamorfosis es una vida ajena. ―tomó un sorbo de su vino.
―El primer sorbo de un brindis es algo como sagrado. ―murmuré mientras tomaba mi copa.
―Algo cierto. ―hizo una pausa ―. ¿Me concede una prórroga?
―¿Quiere que me muestre compasiva con usted? ―respondí en tono irónico.
―¿Quiere presumir ser la chica ruda cuando en realidad es una alegría vibrante?
―Está bien. ―alcé mi copa cerca de la suya ―. ¿Por qué podríamos brindar? ―mordí mis labios. Levantó su respaldar, tomó su copa y alzó el rostro detallando mis labios.
―Somos hebras de un pincel áspero. ―sonrió ―. Brindemos por el día de hoy porque somos la pintura.
―Razonable. ―susurré. Nuestras copas chocaron haciendo un ligero sonido―. Quizás esa pintura se desgaste.
―¿Ya piensas en lo que puede pasar horas después?
―No, es solo que de todas formas me he dejado tu chaqueta en mi casa, tengo que buscarla.
―¿Rumanía es el nuevo país de las maravillas?
―Podrías averiguarlo.

Sus labios rozaron insistentes los míos en la puerta de mi apartamento mientras rebuscaba en mi pequeño bolso las llaves. Abrí la puerta a tientas y nos adentramos, nada más con el sonido de las respiraciones agitadas resquebrajando el silencio. Rodeó mi cintura mientras sus labios se deslizaban por mi mandíbula y por mi cuello, presionó sus dientes contra el lóbulo de la oreja y se me escapó un gemido involuntario cuando sentí su mano subiendo por mi muslo. Mis dedos tuvieron un ligero tembleque mientras desabotonaba su camisa y dejaba al descubierto un pecho musculoso sin llegar a ser de piedra. La clase de hombres que me gustaban.
―¿Cómo es posible que no sé nada de ti, extraño? ―murmuré contra sus labios, él me besó nuevamente ―. Parece que me conocieras de toda la vida.
―O quizás de todas las anteriores. A veces tengo complejo de gato, sabes. ―una ligera risa me atravesó los labios llenando la sala con un cálido murmullo.
Deslizó los tirantes del vestido y mordisqueó mi hombro, sentía una estela de llamas en todos los lugares por donde sus manos rozaban. Me giró, quedando de espaldas a él, y pasó mi cabello hacia mi hombro derecho, dejando mi nuca al aire y el cierre de mi vestido. Por un momento nada más se escuchó el sonido del cierre bajar y cómo la prenda caía, me hizo girarme a verlo, dándole una cara a la luz y la otra a la oscuridad, como todos los objetos presentes que tenían una mitad negra y una mitad blanca, como el propio ying y yang. Quizás yo era la mitad negra.

―Rumanía… ―sus ojos divagaron por mi cuerpo y un brillo atravesó el mar grisáceo que éstos poseían ―. Has llegado a mi vida como una catástrofe hermosa, llevas las llamas contigo como si fueras el infierno mismo y la luna, aquí presente, acaricia tu cuerpo con una débil caricia de luz. Me pierdo en tus labios, me pierdo en tu cuerpo, me pierdo en ti.
Con una sonrisa en mi rostro, libré la vaga distancia que nos separaba y lo empujé al sofá colocando mis manos en sus hombros para reptar sobre él como las enredaderas en las paredes. Y dicho esto, el silencio de la habitación se llenó de gemidos, nuestros cuerpos tenían una fina capa de sudor que nos hacía brillar. La luna fue testigo en todo momento de cómo recorrió con sus labios cada poro de mi cuerpo y como memoricé cada lunar de su espalda, cada peca de sus hombros. Enterré mis uñas en sus hombros cuando el clímax me llegó como llega un tsunami a la orilla, rápido, sorpresivo y devastador.

Cuando me desperté por la mañana sentí su mano alrededor de mi cintura y su tranquila respiración en mi nuca. Le robé a la mañana el momento en el que sus ojos estaban cerrados y descansaba como un niño con las facciones serenas. Con cuidado me despojé de su abrazo y me levanté, me coloqué su camisa blanca que estaba en el suelo justo con el resto de la ropa. Pasé del baño a la cocina y monté el café cuando, como una gota de agua en el desierto, la carta que me había dado me picó un ojo desde la mesa, incitándome a leerla como si fuera un dulce para un carioso. Cuando despegué el dobles del sobre, la orilla rozó mi dedo como si fuera navaja y me sacó una gota de sangre que ennegreció la blancura del blanco papel, así como había comenzado todo el día en el que la salsa de tomate se deslizó por mi camisa.

"Querida Rumanía… Conocí tus edificios desde antes que se forjaran y me perdí en tu caos desde antes de conocerte. Conocí las grietas de tu crecimiento y los errores que te llevaban a los golpes del pueblo, pero como un país que surgió de entre la espesa penumbra como un as de luz, tu has surgido del mar de tu miedos como una sirena. Has vuelto a cautivarme cual adolescente es cautivado por los alucinógenos, con tus labios como portal a un paraíso indescriptible y tu piel tan trasparente como los deseos de Zeus. Conozco tu pasado, conozco tu presente y conoceré tu futuro, y es por eso que te conozco tanto. Irremediablemente eres muestra pura de una naturaleza perfecta. ¿Cómo no mostrarme atraído por tan hermosa figura? Sin excepción, eres aquella espuma en la arena de una ola genuina por la ribera. Quizás, antes de ti si supe con qué método podría existir tan gloriosa gota, pero, me concentré en planear con qué método podría no desaparecerse de la faz de la tierra. Tantos problemas tuyos, aquellos pensamientos suicidas. Tenía que hacer algo por ti a pesar de que deseabas un fin dramático para la historia de tu vida... ahí es cuando contacté a Jennifer, tu mejor amiga, porque era yo el que te aconsejaba con palabras a través de ella. Te veía como una esquela en mi periódico, debía saber de ti día tras día.
Aquella tarde en la que por accidente manché tu franela fue porque no sabía como llegar a ti sin que supieras mi nombre, mi vida o alguna información que te haga recordarme. Sí, estarás confusa pero es complicado hacer que todo parezca más fácil. Prosiguiendo, en mi bolso encontrarás otra camisa algo parecida a la que cargabas, te pido disculpas nuevamente por ese mal rato.
Y más allá de lo trivial y lo tópico, llegaste a ser parte de uno de mis pensamientos. Quizás podrás decir que estoy loco de cuerda o soy un estúpido, pero, no podía estar de brazos cruzados mientras tu vida se desprendía a pedazos. Aunque no sea un superhéroe solo quería darte razones por la cual todas las canciones me hablaban de ti. No queda un centímetro de espacio sin tu huella y, de ahora en adelante, un segundo de tiempo sin tu recuerdo.
Morderé más de mil veces el polvo del fracaso si no llego a conocer el sabor de tus labios y de tan solo pensarlo agonizo en que solo quede en mi mente la agradable dicha de besarte. Y es que decidí como iba a morir antes de haber aprendido a vivir, contigo. Si esta carta es lo primero que conseguiste sin conocerme, no pretendo que te convenza, puesto que solo es un corto desenlace de lo que puedes esperar de mí.
Un nuevo mañana, un nuevo despertar.
Firma: Sebastian".

Cuando mis ojos acariciaron la última palabra de la carta, escuché el movimiento inquieto de quién ha despertado de un sueño.
―¿Ru? ―preguntó con voz adormilada.

Con, Hillary Mendoza.
@Efimeera_

13 septiembre, 2012

Arriesgado momento de muerte.

Entro en mi habitación y cierro la puerta con llave. Tomo mi bolígrafo y un pedazo de papel blanco. Mi mano tiembla y las lágrimas caen en mis piernas. “Para mi familia” escribo en la hoja, pero decido que es una mala manera de empezar mi carta... mi carta de suicidio. Arrugo la hoja y saco otro trozo de papel. Pruebo de nuevo. Una y otra vez no sé como comenzar. ¡Nadie me entiende! Nadie entiende lo que estoy pasando. Estoy sola... o al menos así pienso. A nadie le importa si estoy viva o muerta.

Cae la noche y me deslizo en la cama, "adiós" le susurro a la oscuridad.
Tomo mi última respiración y acabo con todo.

Es lunes, la mañana siguiente, inicio de semana. A las 9:00am mi mamá llama a mi puerta, no puedo oírla, ella no sabe que me he ido. Golpea otras veces con más fuerza, como no hay respuesta de mi parte abre la puerta y grita. Se desploma en mi habitación mientras mi padre corre a ver que sucede. Mi hermano ya se había  ido al trabajo. Mi mamá queda en shock por unos segundos y reúne toda la energía que le queda para caminar hacia mi cama y apoyarse en mi cuerpo muerto, llorando, apretando mi mano y gritando. Mi papá está tratando de mantenerse fuerte pero las lágrimas escapan de sus ojos. Llama al 911 con su mano izquierda mientras que con la otra está en la espalda de mi mamá.

Ella se culpa a sí misma. Todas esas veces que me dijo "no", todas esas veces en las que me gritó y me envió a mi habitación por alguna estupidez. Mi papá se culpa a sí mismo por no estar cuando le pedí ayuda, por solo mandarme y no comprenderme.

A las 11:30am golpean la puerta de mi salón, es la directora. Luce más preocupada que nunca. Llama a la profesora a un costado. Todos mis compañeros de estudio están preocupados. La directora les cuenta sobre mi suicidio. La chica popular que siempre me llamó fea ahora se está culpando a si misma. El chico que siempre me copiaba la tarea pero me trataba como mierda está culpándose a si mismo. El chico que se sentaba detrás de mi, el que siempre me fastidiaba tocando mis rulos, está culpándose a si mismo. La profesora se culpa a si misma por todas esas veces que me gritó por olvidarme de hacer la tarea o no escuchar en clase. Las personas están llorando, gritando... arrepentidos por lo que hicieron. Todos están devastados, incluso los chicos con los que nunca hablé antes.

Eran ya las 4:45pm y mi hermano no llega a casa. Mi mamá tiene que decirles que te fuiste, para siempre. Caía la noche, 7:30pm por fin llega a casa, el chico que nunca llora, mi hermano. Él está ahora en su cuarto, enojado con si mismo por mi muerte. Todas esas veces que me hizo bromas. Está golpeando la pared, tirando cosas, no sabe como lidiar con el hecho de que me fui para siempre.

Pasó un día. La puerta de mi habitación estuvo cerrada por esas 24 horas. Todo es diferente ahora. Mi padre tiene depresión, mi madre no duerme por las noches, “es todo su culpa”. Estuvo llorando y gritando cada noche deseando que volviese. No saben como lidiar el dolor que están sintiendo.

Miércoles por la tarde. Es mi funeral y me encuentro dentro de mi ataúd, donde está rodeado de grandes girasoles. ¡Mis flores preferidas! Es un velorio grande, todos vienen. Nadie sabe qué decir, todavía están en shock. La chica de hermosos rizos con la gran sonrisa se fue. Todos desean que yo vuelva pero no lo haré. Todos tienen sentimiento de culpa por haber reprimido muchas palabras que debieron decirme. Extrañan las veces en que siempre me preocupé más por ellos que por mí... añoran que esté a su lado para hacerlos reír como siempre hice. Todos lloran, todos me extrañan.

Pasó un mes. Mi madre finalmente decide limpiar mi habitación pero no puede. Se encerró ahí durante dos días para tratar recoger mi ropa, mis cosas. Pero no puede, no puede decirme adiós, no todavía, no ahora. Nunca. Los chicos que me odiaban me siguen llorando... al parecer, fui especial para ellos. Los que me querían de verdad se deprimieron, cambiaron su rumbo y llevan consigo una foto mía. Mis parejas anteriores que han seguido la vida sin extrañarme, síganlo haciendo. ¡Si mi presencia no les importó, mi ausencia no notará cambios en eso!

Pasó un año. Nadie se acuerda de mi a excepción de mi familia que me visita a mi tumba. De vez en cuando recibo flores de mis amigos, porque se les pasa por la mente mi ausencia.

Abro los ojos y veo que es solo una ilusión, un sueño. Siento mi rostro mojado de tantas lágrimas. Pensé de nuevo, tomé mi diario y escribí:

13 de Septiembre. 5.25pm
"Me he dado cuenta de que si la gente no demuestra lo que siente, no importa, al final puede que deploren algo por ti. Si me suicido hoy, detengo mi dolor, pero lastimo a todos los que me conocen por el resto de sus vidas. El suicidio es una manera fácil pero es la opción incorrecta. La vida es hermosa, pero en estos momentos solo es un lienzo en negro sin ninguna esperanza de color. Mi vida tiene momentos altos y bajos, ¡Tengo malos días! Pero debo de seguir adelante. A veces la gente pasa por momentos difíciles en sus vidas, como lo estoy haciendo ahora, pero los malos tiempos vienen y se van. Es posible que no vea la luz en mi vida, pero está ahí. No importa lo difícil que la vida se vuelva, prometo desde hoy no rendirme conmigo misma, o con mi vida. Esto lo escribo porque pensé en que... Si me suicido ¿qué sentirán y harán las personas que amo? Sencillo: lágrimas, lágrimas y más lágrimas. Devastación. Culpa. Dolor. Quebrados. Arrepentidos. Miserables."

12 septiembre, 2012

Muesca de reflexión.

Después de cientos de quejas por parte de mi mamá estaba decidida a ir al odontólogo ya que teníamos previa cita. Eran las tres de la tarde y nos encontrábamos en unos bancos a las afueras de su consultorio. Me incliné tratando de tomar algo de sueño cuando escucho los pasos de unos tacones, era una gentil dama que sonriendo se alejaba.
—Srta. María Fernanda. —dijo al dulce secretaria mientras arreglaba un montón de papeles que tenía en su escritorio. —ya le toca.
Tomé mi chaqueta y le dije a mi madre que esperara afuera. Abrí la puerta y saludé al dentista. Me senté en aquella silla odontológica que se fue moviendo hacia atrás hasta dejarme algo acostada. Y prosiguió a revisar mis dientes.
—Tienes las encías algo inflamadas. —murmuró. Yo asistí con la cabeza.

Fueron aproximadamente unos treinta minutos. Luego, me dijo que me sentara en unas sillas cerca de su escritorio. Tomé mi chaqueta que se encontraba en mis piernas y la estiré en el respaldar del mueble. Me senté y vi la hora en aquel reloj que colgaba en la pared.
—Yo he tratado a muchas chicas pero, tengo curiosidad por esa mirada tuya. —me dijo el dentista mientras se sentaba en su butaca de cuero negro.
—¿Qué tiene mi mirada? —le respondí en tono de duda.
—Esa es la misma pregunta que me hago y es primera vez que dejo estos minutos de mi trabajo por sentarme a hablar con una paciente. —tomó sus manos y las colocó encima del escritorio.
—Pe pe pe... pero no... no sé de qué habla. —titubeé.
—¿Estas nerviosa?
—No, solo que, emm... no lo sé, es irónico que tenga que hablar de mi vida con un dentista. —respondí mirando de lado a lado.
—Si no me vieras en este consultorio y me encontraras en otro sitio, ¿ahí si hablarías de tu vida conmigo? —insistía.
—Eso creo.
—¿Cuál es la diferencia? —preguntó.
—La diferencia es que mis problemas son míos y son totalmente personales, no tengo porqué estárselos comentando a nadie y menos a un señor que gana dinero de la boca de los demás. —por unos instantes lo único que se me pasaba por la mente era «¿por qué respondí eso?», fue algo innato y lo primero que se me ocurrió.
—No te enfrasques. —dijo sutilmente.
—Ya lo estoy. —respondí mientras me levantaba de la silla.

Tomé mi chaqueta la guindé de mi brazo, miré a ver a mi odontólogo y vi que estaba recostado de su butaca mirándome fijamente. Mordí mis labios. El se levantó y se dirigió hacia mí. Nerviosa me di media vuelta para salir.
—Espera. —susurró mientras caminaba.
Respiré profundamente y volteé.
—Quiero hacer una pregunta si no es mucha molestia. —levantó las cejas.
—Sí, dígame.
—¿Dejaste ir a una persona hace poco? —guardó sus manos en los bolsillos de su bata.
—Algo así. —dije mientras solté un gran suspiro.
—Dejar ir a alguien es como sacarte un diente. —respondió con una sonrisa en su cara.
—¿Cómo así? —pregunté.
—Cuando te sacas un diente te sientes aliviada ¿no? —cuestionó con un gesto serio. Yo afirmé con mi cabeza —. Pues, ¿cuántas veces pasas tu lengua por el espacio donde estaba? Probablemente cientos de veces al día.
—Creo que tiene razón. —contesté ante aquel argumento.
—Solo porque no te dolía no significa que no lo notarás. Deja un vacío y algunas veces te ves a ti misma extrañándole terriblemente. Va a tomar un tiempo, pero... —hizo una pausa —. ¿Debiste dejar el diente? No, porque te causaba dolor. Entonces, sigue adelante y déjalo ir.
Me acerqué a el con una sonrisa y le di un abrazo.
—Muchas gracias. —alagué muy contenta.

Y así me di cuenta que...
si el tiempo no puede cerrar las heridas del corazón,
el coágulo queda incrustado en lo más hondo del alma y allí permanece.
Hasta que se reabren y se limpian con esmero.

11 septiembre, 2012

Susurro de una vieja certidumbre.

Acostada en mi cómoda cama, sintiendo la brisa rozar mis piernas trato de cerrar los ojos para recordar tu encantadora mirada que tanto me gustaba. Sonrío. Subo mi mano hasta mi rostro y toco mis mejillas imaginando que son tus manos y eras tú el que tenía contacto con mi cara. Abro los ojos y me dirijo hacia mi ventana. Subo las persianas y contemplo el cielo como de rutina. Tomo un pedazo de papel y busco mi bolígrafo de tinta azul y ahí escribo mi siguiente nota:

"Veo las nubes de distintos colores... de azules, a grises... de grises a marrón... de marrón a negras. Veo las hojas caer, y noto como los arboles quedar secos, luego vuelven a nacer y repiten el ciclo. Veo los bancos de la plaza recién pintados y luego oxidados. Lo que no pasa con el tiempo es sentarme a esperar con anhelo que un día me puedas acompañar…estando enfrente mío, oyendo tu cándida sonrisa y voz, tus ojos café y tu piel morena. Que estemos juntos creciendo y recorriendo muchos lugares del mundo en donde amanezcamos con una nueva locura de la cual aventurarnos.
Sí, al parecer otra vez te extraño...
pero más te amo."

Suspirando con una sonrisa en mi rostro tomo ese papel y lo doblo hasta que ocupara solo la palma de mi mano. Me levanté y dejé el bolígrafo en mi biblioteca, me tiré en la cama y besé aquel diminuto folio mientras cerraba los ojos para darle paso a una hazaña en la que ambos repetíamos «nos tenemos uno a otro y no hace falta nada porque juntos complementamos cada pedazo de mundo que tenemos en nuestros corazones».

08 septiembre, 2012

Sin marcha atrás.

Cabello rápidamente arreglado hacia atrás para tener acceso a mi cuello. Escote calculadamente descubierto. Falda minuciosamente ceñida. Piernas apresivamente irresistibles. Labios milimétricamente abiertos en una húmeda invitación. Me buscan. Quieren que sea tu pasión por un día. Quieren que fotografíe y escriba un ilusorio país de maravillas con mi cuerpo, con mi satisfacción, con mi abuso.

Me deprime pensar que no provocan en mí más que rechazo a excepción del tema del «erotismo» del que hacen alardar. Quizás piensan que cada noche soy la protagonista de la patética novela de sexo. Pero esto tiene algo de engañoso... yo soy la verdadera nínfula y no soy consciente de mi reclamo. Esta tela blanca e impoluta que cubre mi cuerpo ha resbalado delicadamente hasta exponer mi piel marfílea al observador, a mi cliente, a mi único acceso al dinero. Mi falta es demasiado corta y estrecha. Mis piernas sienten caricias diferentes por cada anochecer que percibo. Mi boca llama a la consumación.

Salí de regreso a mi hogar donde me encontré en una esquina del barrio una mujer embarazada con su bebe de meses pidiendo una moneda para poder comer... nadie la observaba, solo el puntero de turno que la obliga a pasar de carro en carro o caminar descalza por la calle en un día de lluvia. Tomé mi autobús y me dirigí hasta la bodega, quería algo de beber, tenía sed. Me bajé cautelozamente y le pedí al dueño del local que me vendiera una botella pequeña de agua. Escuché un rumor de una vecina de mi zona, la Sra. Aida.
—Tiempo sin saber de ella. —murmuré.
—Todos la echamos de menos desde que partió. —me respondió el vendedor.
—¿Partió? ¿A dónde? —hice mera expresión de tristeza pero aún así, el captó mi expresión.
—Ella fue internada hace unas dos semanas luego de ser baleada a sangre fría cuando intentaban robarle el dinero de su pensión. —miró hacia el piso, tragó saliva y subió la mirada —. Era triste como su hijo decía que prefería irse él en vez de ella.
—De verdad, cuanto lo siento no sabía. —nerviosa, miré mi reloj y vi como ya eran las cinco y cuarto —. ¡Disculpe, me tengo que ir se me hace tarde!

Tomé mi botella de agua y fui a la parada. Mientras caminaba mi mirada estaba dirigida a la cantidad de casas deterioradas que se encontraban a mi alrededor. Me detuve al percatar como un chico de doce años -aproximadamente- me miraba fijamente. Alcé mi mano y la agité para decirle un «hola» a distancia. El sonrió. Seguí caminando y me quedé apoyada junto a un poste donde suele detenerse el transporte público para recoger a los pasajeros. Bajé mi mirada y limpié mis botas, estaban sucias.
—Quizás fue cuando salí del abasto. —pensé mientras las sacudía con mi mano.
Al poco tiempo escucho como un niño rompe a llantos y comienza a gritar sin razón alguna. ¡Era el mismo chico que se me había quedando mirando! ¿Por qué estará gritando?
—¡Te dije que ese dinero era para mi salida del sábado, no para tus caramelos! —gritó una voz gruesa femenina que al parecer provenía de esa misma casa —. ¿Tu crees que mi marido puede llegar borracho a la casa y yo no? ¿Ahora cómo podré beber? ¿Con qué dinero me divertiré? —exclamó cada vez más furiosa.
Mi corazón se detuvo por unos segundos y mi respiración se volvió pesada. Un fuerte nudo en el estómago surgió de la nada. Tomé mi botella de agua con más fuerza, mis manos estaban completamente aferradas a ella. Y en este instante, escuché como llegaba la camioneta.

Me subí y todas las personas se me quedaron mirando. Pensé en cuántas críticas estarían rondando por cada una de las mentes de aquellos pasajeros... «que mujer tan vulgar», «pobre chica tan joven», «de seguro se siente inservible», «¿será una exclava sexual?» Inspiré el profundo aire caliente de la presencia de tanta gente y traté de no darle importancia a los gestos de los que me rodeaban.

Llegué a mi destino. Busqué en mi bolso mi llave y abrí la cerradura. Me dirigí a mi cuarto donde me tumbé brazos abiertos encima de mi cama con el alivio de llegar sana y salva. Tuve un sueño, o quizá, una pesadilla... no sé como describirlo pero sé que todo fue oscuro pero aún así, me dije a mi misma:
—Si quiero ser feliz con mi corazón debo pararme con determinación, ya que la acción es la única que motiva cualquier cambio de situación.

07 septiembre, 2012

Relato conmovedor.

Una pesada noche cae sobre mí, rutinariamente. Un tintineo musical surge de mi computadora. Una canción de Indie que coloco en los momentos desabridos de mi vida, como hoy. Me dirijo a mi armario y me quito prenda a prenda la ropa que llevaba puesta. Me sentía más ligera, como una pluma. Tomé una liga y opté por hacerme una cola alta, que cada uno de mis rizos hiciera contacto con el sujetador de mi sostén de escote. Me tiré sobre mi cama y enterré mi cara sobre la almohada, ahí pensaba descansar pero, solo me dieron ganas de enterrarme bajo arenas movedizas. En este instante las lágrimas inundaron mis ojos y rodaron por mis mejillas. Una oleada de calor me invadió al estar ahí sollozando, apretando cada vez más la almohada, y mordiéndola para que nadie escuchara mis llantos. La detonada que escuché era «pumped up kicks» y enseguida miles de recuerdos llegaron a hacerme alucinar... tu rostro, tu mirada, tus besos, tus cálidos abrazos, esas caricias en mi cuerpo, esas palabras, tu tono de voz y como se adaptaba mi nombre a tus labios cuando mencionabas que iba a ser la única niña de tus ojos.

—¡Maldita sea! —grité unas cuantas veces mientras incrustaba mis uñas en la lisa tela de mi funda. Respiré profundo para intentar calmarme. Sentía un desespero que ni yo misma podía soportar, lo único que hacía era apretar con todas mis fuerzas la almohada pensado que era su pecho.
—¿Por qué no puedes dejarme tranquila y desaparecer? —dije mirando la pared, imaginando su rostro ahí, ante mis ojos.
—Es fácil seguir la vida si no se tuvieran sentimientos. Es fácil... ser duro como una piedra y no sentir nada por nadie, ni decepciones ni tristezas. —mordí mis labios y tan fuerte fue el pellizco que una delicada gota de sangre rodó hasta tocar mi piel. La toqué con mi lengua y deleité su amargo sabor.
Dejé de apretar mi almohada y la puse sobre mi nuca. Tomé mis manos y sequé mis lágrimas. Me levanté a tomar mi diario y el pequeño lápiz afilado que encontré en mi biblioteca, me crucé de piernas y comencé a escribir mi reflexión del día de hoy:

"El amor no es tan bonito como lo pintan, es hasta feo. En mi caso, decepcionante... yo que muero por el y el que ya anda con otra. ¿Cuándo lo podré superar? Creo que el día que me muera porque cada vez que pasan las veinticuatro horas del día a día lo añoro tener en mis brazos. Pero, no es amor... lo sería si el me amara como aquella noche en la que dormí a su lado, pero, sus sentimientos fueron momentáneos cuando me prometió que iban a ser duraderos. ¡Vaya cicatriz ha dejado en mi! Lo peor es que cree que desapareció.
En la tarde vi a dos periquitos limpiándose las plumas el uno al otro... eso sí que es precioso. Ellos no discuten, ni se hacen daño. No sienten la necesidad de atacarse. Únicamente, quieren quedarse juntos, despertarse y ver que su pareja está a su lado. Echarse una siesta encerrados en una jaula, echar a volar más tarde. Creo que el amor perfecto se encuentra en las ilusiones que nos damos con las personas equivocadas, aquellas que podríamos amar, aquellas que no darían ni un minuto por nosotros pero que les tenemos toda una vida hecha en nuestros pensamientos."

Lettre de licenciement.

Así es mi vida... rutinariamente comienza con una historia de fantasías en donde te sigo imaginando a mi lado. Mundos nacidos en la mente de grandes cuentacuentos, o quizás en la mía.

Estaba desayunando en la panadería del amigo del primo del vecino de mi padre, el Sr. Boissieu. Sonará algo confuso pero es así, todos estos vínculos me llevaron a descubrir el dueño de aquel acogedor lugar. Salí de ahí con mi café con crema chantilly. Las puertas corredizas se desplegaron dándome un cálido «hasta pronto» donde me dirigía hasta aquel parque cerca de mi apartamento. Miré al cielo y noté la cantidad de pichones que volaban cerca de mí. Alegre caminaba entre aquella avenida donde las personas muy amables me sonreían y me daban los «buenos días».

Llegué al parque y me senté en un banco de madera. Respiré profundo y exhalé lo más lento que pude. Dejé mi café a un lado y saqué una hoja blanca y mi bolígrafo Parker. Crucé mi pierna y comencé a escribir una carta para mi amiga:

"Inés, se que hemos perdido el contacto y, creo que mereces una disculpa de mi parte y aquí la tienes, con mi puño y letra. Supe lo que te pasó la semana pasada, pues, pregunté porque la curiosidad me mataba al ver cada uno de esos tweets que veía en tu cuenta. ¿Cuántas veces te repetiré lo mucho que vales? Querida, no llores. ¡No lo hagas! Y no pienses en hacerlo porque las lágrimas que se te ocurra derramar correrán en tu contra. Todo lo infeliz que puedas llegar a estar, todo, se arregla con palabras, aunque se las lleve el viento y a tu dolor, que está gordo y pesa. Sonríe, porque no merece la pena. Y sé, por experiencia, que lo que te digan no importa, que vas a llorar todo lo que te apetezca. Pues bien, llora, pero el lunes arréglate, entra por esa puerta a las ocho y media de la mañana y dile a todo el mundo que estás bien, acabarás creyéndolo tú también. Así verás que día a día la sonrisa en tu rostro se te hará más ligera y llena de sentimientos. Quisiera quedarme contándote todas las cosas que han pasado en mi vida pero es que hoy solo trabaja medio turno el correo y si no le doy un punto final a esta carta creo que no podrás recibirla. Aquí abajo te dejo mi número de teléfono, me he mudado cerca, en la calle Rue de Meaux a unas pocas cuadras del parque Buttes-Chaumont. ¡Espero pases de visita por aquí! Y bueno, sin más que decirte, te mando un cálido abrazo de esos que necesitamos cuando estamos quisquillosas. Te extraño muchísimo, cuídate mucho y sigue adelante; no hace falta que me lo prometas o que digas mil veces que «no podrás hacerlo», sé que será todo lo contrario. Con cariño, Dáfnee."

Doble la hoja 3 veces, rebusqué entre mis papeles algún sobre en donde pudiera enviarla pero las mismas palabras que le había escrito comenzaban a devolverse en mi contra. Seguir adelante, ser feliz, que no valía la pena llorar... Y todo eso lo sabía. Me lo habían repetido tantas veces y me había convencido de que tenía que creerlo, justo antes de llorar me las repetía como un mantra, con los ojos cerrados y usando toda mi energía. Un suspiro me cortó los labios así como su distancia había cortado en mí los ánimos. Ahora, como todos los días de mi rutina, descubría que las esperanzas eran buenas cuando estabas segura de que si lo deseabas con todas tus fuerzas pasaría, pero habían cosas en el mundo que no tenían sentido, como este caso... Para ser más específica, era como poner tus esperanzas en que algún día John Lennon reviviría, buscaría con quienes formar otra banda como The Beatles y serían igual de exitosos.

Agarré mi café, que ya se sentía tibio en envase en las gélidas yemas de mis dedos, guardé las cosas y me apresuré a llevar la carta. Atravesé el parque con rápidos pasos que me llevaron hasta la oficina de mensaría de la ciudad. El cartero de turno se disponía a colocar los candados de seguridad agachándose en cuclillas frente a la puerta.
—Monsieur, espere un momento. —le dije a penas llegué a su lado.
—Ya cerramos. —espetó con fuerza sin darme el rostro. Bufé, no había terminado de cerrar y me exasperaba la idea de hacer post poner la amistad de Inés por un francés descortés.
—¿Podría..?
—No, mademoiselle. Ya hemos cerrado.
—Es de completa urgencia que.. —Con un movimiento rápido se levantó y me encaró. Su facciones se relajaron de repente, relajó el ceño y las pupilas que centraban unos ojos avellana, se dilataron.
—Permítame. —murmuró con una sonrisa. Entrecerré los ojos mientras escudriñaba su rostro, quizás tenía trastornos de personalidad multiple o era bipolar. Algo impactada, le pasé la carta y él asintió, la guardó en su morral junto con otras miles de cartas que serían repartidas ese día —. Lamento haber sido tan grosero.
—No tiene de qué preocuparse. —contesté, haciendo amago de irme.
—Permítame demostrarle que soy diferente.
—Eso han dicho todos los que me han decepcionado, monsieur.
—En ese caso... Bien pueda permitirme demostrarle que soy igual a todos. —Una sonrisa pasó fugazmente por mis labios. Asentí y lo miré una última vez. Mañana aparecía mi muerte en las noticias.

06 septiembre, 2012

El mundo a mis pies.

Las palomas salieron volando justo cuando rodé las cortinas de mi cuarto para darle la bienvenida a un nuevo día. Con aire melancólico, di mi primer suspiro de la mañana, con una sonrisa en mi cara. Había dejado las ganas de esperar un «hey, te escribía para decirte que te extraño» por lo que mi orgullo había salido disparado junto a mi dignidad. Aunque me sentía más fuerte que nunca, en las mejores condiciones para abandonar ese estado bucólico y triste, para apartar la nube de negrura que cubría mi cuerpo. Agaché la cabeza y comencé a andar hasta la cocina para prepararme mi café.

Luego de prepararlo, me senté en el mesón que se encontraba al lado del fregadero donde me quedé pensativa observando aquel café. Sonreía porque no sabía qué podría pasar este día, pero, en otras ocasiones esta sonrisa se esfumaba como el vapor de la taza que tenía en mis manos. Solo tenía un pensamiento: «¡Mente positiva!», así que eché al aire un corto suspiro y bebí un gran sorbo de café, me bajé del mesón y me dirigí al baño donde mirándome al espejo me dije: «hoy me visto con mi mejor sonrisa».

Abrí mi armario y comencé a probarme la mejor ropa que tenía, pero, me llamó la atención una caja vieja que se encontraba en un rincón. La tomé con cuidado y la coloqué encima de mi cama. Agité mi mano cerca de mi rostro porque eran mucho el polvo que se había desprendido al aire. Tosí. Abrí con cuidado las alas de aquella reliquia que había olvidado por completo y tuve la sorpresa de toparme con una foto donde salía con Santiago, sí, mi ex. La tomé y la dejé a un lado. Seguí revisando y encontré un hermoso vestido color rojo que usé el último día que salimos, hacía juego con el ramo de rosas que estaba como centro de mesa, ¡fue una hermosa cena en un famoso restaurant a las afueras de la ciudad!

Me puse el vestido y fui al baño donde tomé un poco de agua con mis manos para mojar mi rostro. Me quedé en pausa... mis latidos iban a otro ritmo distinto a mi corazón. Subí la mirada hacia aquel espejo donde veía como las gotas caían de mi mentón al suelo. Por unos instantes no recordé quién era, no sabía como me llamaba ni qué hacía ahí, solo miraba mi reflejo en el agua. Pasé mis frías manos por mis mejillas. Mi piel se erizó.

Miré a ambos lados y tomé una toalla que tenía cerca, sequé mi rostro y volví a mirarme en el espejo, pero, esta vez sonriéndole. Salí del baño, me senté en mi cama y con un gran suspiro dije:
—¿Qué hare hoy? —me tiré con los brazos abiertos hacia atrás y cerré mis ojos —. Puedo salir a caminar y ver como las personas agitadas quieren llegar a su destino, mientras yo solo camino, sin rumbo alguno, —es gracioso pensar que soy una de las pocas que aún no saben que le depara la vida —. Puedo ir al parque, ver como los perros corren e imaginar que son caballos galopando en una inmensa pradera, también puedo ver a los niños jugar e imaginar que son pequeños navegantes en busca de algún tesoro perdido. —me hecho a reír.

Me levanté de mi cama y fui al pequeño balcón de mi apartamento, era el lugar en donde pasaba la mayor parte de mi tiempo. Apoyé mis brazos en la balaustre y cerré mis ojos. Sentía como el delicado viento tocaba mi fino rostro, también percibía el resplandor de aquella luz dorada, mi fiel compañero, mi querido sol que rutinariamente me daba los «buenos días». Abrí mis ojos y percaté las gaviotas en el cielo queriendo esponjarse en las nubes. Incliné mi cabeza hacia atrás y palpé mi cabello al rozar contra mi espalda. Más allá de un simple paisaje notaba un paraíso abandonado, una vida que me llamaba y me decía «todo día cae sin sentido, la importancia del "hoy" se la das tu misma con tus acciones».

Y, así entendí que a veces, muchos ángeles tienen alas de fuego y no pueden alzar al vuelo porque se queman. Por eso estoy decidida a salir de estas arenas movedizas y no rendirme ante cualquier obstáculo que se presente en mi vida. Soy fuerte, soy valiente, soy una rosa en un jardín de puras margaritas.

Con Yesika Fermín.

05 septiembre, 2012

Vehemencia.

Entraba entrando en aquel apartamento cuyo espectáculo eran esas enormes palmas cerca de las escaleras del piso, una gran puerta de madera abierta de punta a punta me daba la bienvenida a ese acogedor hogar donde me mantuve hasta el día siguiente.
―¡Hola qué tal! ―me dijo aquella sonriente mujer de cabello ondulado. Me sentí algo nerviosa ante tanta emoción por saludarme ―. Pasa, ¡esta es su casa!
―Muchas gracias ―dije con voz tenue y una sonrisa en mis labios.
Me dirigí hacia la habitación de Sofía, mi amiga, donde dejé mi bolso y mi pequeña almohada. Noté que había un gran espejo en una esquina, caminé hacia él para arreglarme mi cabello y acomodar mi blusa que me gustaba usarla de lado. Vi mi teléfono celular y respondí algunos mensajes antes de salir. Me asomé por la ventana donde pude percatar a un grupo dirigiéndose hacia la puerta principal, no sabía quienes eran... así que esperé un rato en aquel cuarto y de pronto escuché el intercomunicador sonar.

Tuve un ligero presentimiento que, en unos segundos se transformó en una palpitación de susto al sentir una mano que me tocaba mi hombro. Al voltear, era ella.
―¿Te asustaste? ―dio un pequeño gesto de gracia.
―¡No vale! ―respondí con tono sereno.
―Ya llegaron ¿te quedas aquí? ―afirmé con la cabeza. Ella asintió y salió a buscar a los chicos que desconocía.

Me tiré en su cama y acomodé mi almohada debajo de mi nuca. Tomé mi teléfono y comencé a responder los mensajes que me enviaban, a excepción de uno que me sorprendió.
―Me acaba de decir que ya quiere verte. ―me escribió Sofía mientras esperaba la llegada de los invitados.
―¿Verme, a mi? ¡Debe estar bromeando! ―pensé mientras lo leía una y otra vez ―. ¿En en serio? ―le respondí.
―Sí, pero no le vayas a decir nada.
―No estoy segura de que sea cierto.
―¡Claro que lo es! No lo dudes.
Las únicas palabras que cargaba en la mente eran las de «verdad» o «mentira». Sentía que esto iba a ser como un acertijo donde pulsaría el botón adecuado en el momento exacto para darme cuenta de la realidad de las cosas.  En fin, si solo me querías por una aventura estaba dispuesta a disfrutarla pero a mi modo y con mis reglas. Tantos pensamientos me tenían loca así que cerré los ojos y traté de relajarme para tener mi mente en blanco.

A los minutos escuché el sonido de una perilla moverse, eran ellos que estaban llegando. Me dirigí a la sala para saludarlos, no quería ser descortés. Mi primera impresión fue hacia una chica de cabello negro largo y ojos color canela, se llamaba Cristina y ya hace unos dos o tres años que no la veía.
―¡Oh Dios! ¡Estás igualita! ―me decía con esos ojos iluminados por el resplandor de la lámpara.
―Deja de hablar y abrázame. ―le dije con un tono alto mientras dejó su bolso a un lado y me apretó fuerte entre sus brazos.
―Recuerdo cuando peleábamos por aquel chico que nos dejó plantada a ambas por la que estudiaba segundo año. ―me dijo sonriente.
―Fue una locura de vida. ―le respondí riéndome.
Luego del abrazo me percaté que había un chico atrás suyo, era él.

Lo primero que pude notar fue su mirada fija ante mis ojos, algo incómoda y ruidosa. Vino sonriendo y me tomó de la cintura para abrazarme. Le di un ligero empujón.
―No creas que recibo abrazos de cualquier persona. ―le repliqué mientras daba un paso atrás para estar algo distanciada de él. Puso un gesto de enojo y subió su ceja. Me acerqué a él y pasé mi mano por la suya, mientras estábamos pecho con pecho ―. No creas que será fácil. ―susurré cerca de su oído.
Lo miré, sonreí y me di media vuelta algo rápido. Mi cabello se movió lado a lado y me dirigí a saludar al resto del grupo que se iba a quedar.

Pasaron dos horas y media. -aproximadamente- Y éramos ocho personas reunidas en aquella cómoda sala bebiendo algunos «Shots» de Tequila y riéndonos de cada locura que decíamos. Dejé mi pequeño vaso en la esquina de la mesa y me dirigí al cuarto. Fue raro que nadie preguntara «¿a dónde vas?», «¿por qué te paraste?» o «¿vas a algún lado?». En fin, era mejor no dar explicaciones. Abrí mi bolso y busqué mi caja de cigarros donde tomé uno y lo guardé en mi bolsillo junto a mi yesquero. Acudí de nuevo donde estaban mis amigos y le pedí a Sofía que se acercara un momento.
―¿Puedes abrirme la puerta? ―le pregunté algo tímida.
―Sí. ¿qué pasó? ―dijo al preocupada.
―No es nada, solo quiero estar un rato afuera.
―Está bien, pero me avisas si te sientes mal o algo así.
―¡Cálmate! Solo me arde un poco el estómago.
―¿Pero es mucho? ―en este instante quería que dejara sus preocupaciones. Solo quería salir a fumar un cigarro. Sin embargo, ella insistió. ―Si quieres te acuestas un rato.
―Ábreme la puerta y ya. ―le dije con un tono agotador.

Bajé las escaleras y me senté en el estacionamiento, un lugar reservado. Di un suspiro inmenso y me percaté que no había ninguna estrella en el cielo.
―¿Cómo es posible que no pueda dejar a un lado mi pasado? ¿Por qué debo de seguir pensando en tí? ―pensé mientras cruzaba mis brazos y me inclinaba apoyada de mis piernas. Quebré a llantos ―. ¿Para qué reprochas tu felicidad? ¿Será que no entiendes que eso me duele?
Alcé mi cara y sequé mis lágrimas, extendí mi pierna para tener fácil acceso a mi bolsillo, para sacar mi cigarro y prenderlo. Tomé mi primera calada y eché al aire aquel humo que me hacía quemar mis inquietudes. Guardé mi yesquero y comencé a pensar en todas esas cosas buenas que habían quedado en mi.

Eran las once y media, casi media noche y yo seguía ahí, terminando mi cigarro y con ello, mi tristeza. Escuché como se cerraba la puerta que daba acceso al estacionamiento. No le dí importancia y seguí navegando en mi mar de preguntas que poco a poco me hacían hundirme. Sentí una ráfaga fría de aire que logró erizar mi piel. Unos brazos me rodearon mientras seguía de espalda, pudo haber sido reconfortante si lo hubiera visto venir, pero me caló los huesos y asusté. Sentí una respiración tenue cerca de mi cuello, mi punto débil, sentía como mi respiración se trancaba lo que me hacía buscar una exhalación rápida. Sus brazos rodearon todo mi abdomen y cada vez me apretaba más.

―¿Por qué viniste? ―pregunté de forma delicada.
―Quería saber como estabas. ―me respondió susurrando a mi oído.
―No debiste de preocuparte por mí. ―dije mientras tomaba su mano para alejarla de mi. Sabía que él no quería soltarme pero el abrazo se me había transformado en algo incómodo ―. ¿Por qué no te quedaste?
―Sabía que te pasaba algo, cambiaste de humor repentinamente. ―murmuró mientras se sentaba a mi lado viéndome por completo. Por otra parte, mi mirada estaba plasmada en el suelo, no quería subir mi rostro para verlo. El tomó mi mano, donde cargaba mi cigarro que aún no lo había consumido por completo. Volteé y me lo quitó, echó una calada y luego empezó a sonreír ―. La vida no es tan fácil, nunca lo será y bien lo sabes. Eres una persona que vale oro, como tus rizos, solo que tu misma te ensucias y no dejas que las demás personas vean cuánto vales. Si por una persona vas a estar así, por las demás que vengan a tu vida y te decepcionen harán que quieras quitarte la vida y eso no es así. Vales mucho. Lo suficiente para depender de ti misma y no de nadie.

Pasaron unos cortos minutos de silencio donde mi mirada seguía fija en el asfalto. Volteé a mirarlo, tomé su cigarro y di la última calada que podía dar. Lancé aquel cigarro gastado en el suelo y vi como aún ardía. Le sonreí, me sonrió. Sentía que era como un espejo, teníamos casi las mismas intenciones, era como aquel «si tu te atreves, yo me atrevo». Me levanté y me giré, viéndolo de frente, mi sonrisa se transformó en un gesto serio, sin burlas. Me acerqué a él y jugué con su cabello, era liso, color castaño claro. Subió su mano y tomó la mía, en ese momento supe que era el instante adecuado para dejar mi curiosidad de cómo besaba. Mordí mis labios y me senté en sus piernas, giré mi cabeza a los lados para dejar que mi cabello, moviéndose, se acomodara solo. Nos miramos fijamente por un rato, y nos acercamos lentamente. Mi mano se desprendió de la suya y llegaron a su cuello... las de él rodeaban mis caderas.

―Linda noche. ―susurró a centímetros de mis labios ―. La esperaba desde hace tiempo ya. ―afirmé con una sonrisa. El se sintió seguro y rompió la pequeña distancia que quedaba entre nosotros, y se acercó.
Pude sentir delicadamente sus labios con mis labios. Un beso lento, un beso que nos tomábamos el tiempo de disfrutarlo, sin apuros, era el momento que tanto añorábamos. Fue un largo beso.

Pasado algunos minutos, nuestras narices se rosaban, nuestros alientos se unían y sentía la cercanía de sus labios, así nos quedamos un rato, mientras conversábamos de forma pícara con voz suave. Sus manos acariciando mi cuerpo me hacía sentir en casa, tan confortable y cómoda como si formaran parte de mi mista, pero el sonido del teléfono me sacó de mi pequeña burbuja perfecta con timbrazos incesantes. Me levanté de sus piernas y tomé mi teléfono para revisarlo, era Sofía, me escribía para decirme que ya se estaban yendo y quería que subiéramos para despedirnos de los demás.

Nos levantamos y subimos. Cuando llegamos al piso 8, sentí sus dedos colarse entre el espacio de los míos y sentí el calor de su piel rozándome. Con una sonrisa amarga, alejé mi mano lentamente y entramos al apartamento. Les di una cálida despedida a todos los que se iban, con la esperanza de volver a verlos en otra ocasión no tan lejana. Me acerqué a aquella ventana y contemplé la cantidad de luces de las casas que estaban al frente, era uno de esos momentos que te roban el aliento y por un momento te gustaría que fuera completamente perfecto sabiendo que para eso sólo hacía falta una cosa... O mejor dicho una persona. Un suspiro escapó de mis labios involuntariamente y empañó el cristal. Me pregunté cuantas casas que se hacían notar con brillantes luces amarillas escondían a personas en ese momento estarían echados junto al televisor, en una misión secreta hacia la cocina o durmiendo.

Sentí como mi corazón se detuvo por unos segundos al sentir unos brazos que tomaron mis piernas y mi espalda, me cargó, si, él.
―¡Bájame, bájame! ―gritaba con apuro.
―Cálmate, no te pasará nada. ―me dijo con una voz calmada.
―No me gusta que me carguen.
―¿Por qué no?
―¡Bájame te he dicho! ―insistía de forma grotesca hasta que me bajó.
―Está bien, recuerda que me voy en un rato. ―murmuró algo afligido.
Hice una mueca abrumadora y me dirigí hasta el cuarto donde iba a dormir. Sofía y tres chicas más, andaban en su habitación con la puerta cerrada y la casa relativamente sola. Caminando, me di cuenta que me seguía pero se frenó en toda la entrada, yo continué y me dirigí hacia la cama donde me quité mis sandalias y me amarré el cabello para sentirme más cómoda. Tomé un gancho pequeño y recogí mi pollina que me estaba molestando. Tomé mi bolso y lo tiré a un lado del escritorio que se ubicaba en un rincón del cuarto.

Me senté al borde de la cama y lo miré fíjamente. Me sonrió, caminó y cerró la puerta. Vino a mi directo a besarme y poco a poco me hacía presión con sus labios para acostarme. Me tomó por la espalda y me levantó, hasta que inclinando mi cabeza hacia atrás sentí el frío de la almohada sobre mi nuca. Empecé a sentir un cosquilleo en mi vientre porque comenzó a besar lentamente mi cuello. Con sus manos levantó mi blusa antes de llegar a mi pecho. Se detuvo y buscó mis labios para morderme. Sentí que lo mejor era ser pícara así que lo tumbé y me acosté encima de él. Fueron otros minutos más de intensa pasión, donde entre besos y besos nos demostramos las ganas que teníamos pendiente.

No pasó a más de besos y caricias, me preguntó si quería hacerlo con él... sí, me refiero a tener sexo. Le dije que no quería porque una vez había hecho el amor y si tengo deudas pendientes en este asunto es con el que, por primera vez, me hizo sentir amada y querida, como si fuera la única niña de sus ojos y no podía arriesgarme a deshilachar el recuerdo así como así. Para mi, no hubiera significado la mejor noche de mi existencia porque la noche perfecta fue cuando desperté en los brazos de un hombre que de verdad me hacía sentir la mejor mujer del mundo.

Él se mostró comprensivo ante mi negación, nos dimos un último beso y se despidió diciéndome «espero volver a verte».

03 septiembre, 2012

Contenido del infierno.

Me puse mi chaqueta de cuero que hacía juego con mis pantalones negros y mis botas que me hacían ver más alta. Me miré al espejo y me acerqué. Comencé a retocarme con maquillaje hasta que sentí que estaba listo mi rostro. Tomé mi perfume «Salvatore Ferragamo» y empecé a aplicármelo en el cuerpo sin dejar de verme fíjamente en el espejo. Dejé el frasco encima de la mesa, dí un enorme respiro y caminé hasta el corredor donde tomé mis llaves y mi casco de moto «Shoei». Abrí la puerta de mi casa y luego la cerré con llave dejando una nota en la puerta que decía «Salí, vuelvo a la noche» pero para mi sorpresa, cuando me giré, me encontré un lugar algo diferente al habitual.

El calor me envolvía haciendo que mi frente se perlara de sudor. Mi primera acción fue tomar mi chaqueta y tirarla contra el piso sin importar todas las personas que me estaban mirando. Tragué una saliva muy espesa la cual sentía como bajaba por mi garganta. Miré el suelo, al parecer era como un camino de cemento que conducía atrás de ese gran muro. Decidí que mientras avanzaba me fuese quitando cada prenda de ropa que cargaba encima con el fin de ayudarme a soportar el combustión de las llamas que me rodeaban.

Me tomé mi tiempo para avanzar, y, cuando me encontraba al frente de esa enorme pared me vino a la mente recuerdos falsos los cuales se iban plasmando de manera imaginaria sobre ese muro. Sentí un ardor sobre mi espalda, y, al voltear no había nada ni nadie atrás, pasé mi mano y volví a sentir el ardor pero más fuerte... miré mi mano cubierta de sangre y supe que lo más probable era un rasguño. Volví a voltear para seguir contemplando esa pared, pero, no fue así.

Me encontré con una mirada cínica que me gritó un «te mataré» de forma silenciosa. Observé el cuerpo de aquel chico que posaba a centímetros de mi. Me quedé quieta y con los ojos fijos en el. Tomó su mano y tocó mis mejillas hasta llegar a mi mentón, jugó con mis labios. Me sentí utilizada, dedicada, usada. Lo que hice sin pensarlo fue morder sus dedos con el filo de mis dientes. ¡Sangre! Ese típico sabor lo degusté puesto que lo lastimé. Su mirada cambió, y sus manos fueron a mi cintura de golpe trillándome contra la fría pared que se encontraba a su espalda. Tomó mis labios con los suyos y me dió un apasionado beso.

Puse mis manos en su pecho y le di un empujón llevándolo al piso, Salí corriendo buscando las mismas escaleras en las que bajé, pero, no las encontré. Sentí un escalofrío en mis espalda y al voltear, nuevamente estaba él... ahí. Arremetió contra mis labios nuevamente. Cada lugar que recorrían sus manos parecía arder como el mismísimo infierno y cuando dejaba correr sus cálidos labios por mi cuello y clavícula, sentía un hormigueo en mi vientre. La parte sensata de mí me decía que me alejara, que era peligroso, me recordaba que el fuego quemaba, pero quizás me gustaba quemarme.

Tenía mis ojos cerrados y de pronto, me quedé sin aire ante tal perpleja situación. Sentí un apretón en mi pecho, una presión que hizo que abriera los ojos y mi boca en busca de aire para respirar. Mis latidos comenzaron a precipitarse, mi pulso no tenía sentido, iba muy deprisa. Cerré nuevamente los ojos y traté de respirar más lento, con la esperanza de calmar mi corazón... pasaron diez minutos y sentí un roce en mis piernas. Abrí los ojos precipitadamente sintiendo el pulso de mi corazón con palpitares lentos y aislados haciendo eco en mi interior, me levanté temerosa y enfoqué mi vista hasta mis extremidades, y ahí estaba.. mi pequeño gato encima de mi cama, jugando a brincar entre mis piernas y moviendo su cola. Miré a los lados para asegurarme que no estuviera aquel chico pero mi habitación estaba desierta, sólo se sentía el frío de la ausencia de mi ex novio que, meses antes, había muerto.

01 septiembre, 2012

Toc, toc...

Toc, toc... suena la puerta mientras tu caminas de tu cuarto a la entrada principal a ver quién es. Te topas con una carta escrita con letra de molde y una firma al final:

"Querida persona especial...
      Te escribo estas palabras porque sé que no quisieras ver mi rostro ni en el reflejo de tus ojos ni tampoco en una vieja foto juntos. No creo que tenga las agallas para dejarte de hablar por un simple mal entendido que comenzó por hervirme la sangre; resultado: ser inmadura. Se que hay muchas cosas de las cuales no toleraste de mi, que te ajetrearon o simplemente te hicieron molestar, discúlpame, es que todavía no controlo mis reacciones frente a lo inesperado. Te quise con mi vida, con mi fiel corazón pues todavía mis ojos siguen siendo para tí, sabiendo que solo vivo de una ilusión y que será totalmente imposible volver a tener algo. Vivo de recuerdos, dulces y amargos recuerdos que día a día me destrozan el alma haciendo que rompa a llantos; resultado: tu seguiste tu vida y tu sigues en mi cabeza. Lamento estas inmadureces, en serio, nunca quise complicarte la vida ni ser una carga para ti, al contrario, quería ser la dueña y motivo de tus sonrisas. He estado tan pendiente de ti siempre que muchas veces me olvido de mí misma ¿irónico, no? Me dijiste hoy que siguiera la vida, y lo haré, pero, solo con la promesa de seguir siendo amigos por más difícil que me sea. Esta carta es muy improvisada puesto que me voy de viaje y estoy a «apaga esa computadora» de irme. Sin más que decir, te amo... esperemos vernos en un lugar de la vida. Siempre tendré la esperanza de encontrarte."