Jorge Luis Borges:

"De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo. Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria."

Billy Wilder:

"La televisión no ha podido acabar con el cine porque la gente quiere estar allí, quieren ser los primeros, quieren oír las risas de otras personas."

Théophile Gautier:

"Una de las glorias de la civilización sería el haber mejorado la suerte de los animales."

John Lennon:

"Algunos están dispuestos a cualquier cosa, menos a vivir aquí y ahora."

Woody Allen:

"El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores."

Menandro de Atenas:

"No es vergonzoso nacer pobre, lo es el llegar a serlo por acciones torpes."

Adolf Hitler:

"Sólo se combate por lo que se ama; solo se ama lo que se estima, y para estimar es necesario al menos conocer."

Gustavo Adolfo Bécquer:

"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada."

Marilyn Monroe:

"Era consciente de que pertenecía al público, pero no por mi físico o por mi belleza, sino porque nunca antes había pertenecido a nadie."

29 diciembre, 2012

Trance de un homicida.

Miró a sus pies y vio que un charco de sangre crecía poco a poco bajo él. Se llevó la mano a la cara, se tocó la mejilla y notó una extraña textura; al llevarla frente a sus ojos vio un espectáculo extremadamente macabro. En la noche oscura de París, frente a la Torre Eiffel, resaltaba la sonrisa de su cara al ver la sangre corriendo por su mano y extendiéndose por su brazo.

Aquel hombre había cumplido un sueño, llevar su mente al límite y sentir en sus venas la excitación de comprobar la perversidad del hombre. Había hundido la hoja del cuchillo en las vísceras del primer hombre que encontró en la calle, lo había retorcido y al sentir la sangre en su mano y llevarla hasta su boca había sonreído de una forma escalofriante. Seguidamente alzó su otra mano con la que sujetaba un cuchillo y, bajo la luna, resplandeció el filo lleno de sangre. París quedó iluminada por un instante, pero no se lograba distinguir si era por la luna llena o por la malévola sonrisa de aquel hombre.

La gente dormía placenteramente en su casas, sin saber que la humanidad había liberado a un monstruo. Nadie se imaginaba que una persona pudiera disfrutar tanto al sentir la sangre caliente correr por sus manos y al escuchar agonizar a un pobre inocente. Cada noche, hasta que las campanas celebraron su muerte, se podían escuchar desgarradores gritos suplicando clemencia. Por la mañana, un reguero de sangre desvelaba quien había sido la víctima de otro atroz crimen. Mientras tanto, un hombre, si es que se le puede llamar así, limpiaba meticulosamente su cuchillo a la vez que tramaba su próximo asesinato.

Con solo imaginarlo empezaba a sudar, se excitaba y una estruendosa y terrorífica risa resonaba en la habitación. Aquel hombre no murió por causas naturales, murió por gusto propio. Una noche nació en él la firme idea de experimentar nuevas sensaciones, así que sin pensárselo dos veces, cogió su cuchillo y lo hundió en su vientre. La sangre brotaba con frenesí y, por extraño que parezca, aquel hombre no sintió dolor sino un profundo placer al experimentar el mayor de los acontecimientos de la vida de un hombre: la muerte. Aquella noche su sonrisa no iluminó París, iluminó el mundo entero.

Si alguien le hubiera mirado a los ojos, y hubiera sobrevivido,
hubiese jurado que aquel hombre no tenía alma y era el mismísimo diablo.

22 diciembre, 2012

Antítesis.

Tomé mi abrigo de cuero y comencé a navegar por las profundidades de mi vida en el barco de papel que construí con la epístola de tus palabras. Intento evocar la lluvia y también el llanto, pues podría dejarme como marinero sin embarcación.

Obstaculizo las cosas que no quieren irse camino de la desesperación ingenua. Cae la noche en la que quiero ser de agua, que tu seas de agua, que las cosas se deslicen a la manera del humo, imitándolo, dando señales últimas, grises, frías. Palabras en mi garganta. Sellos intragables.

Las palabras no son bebidas por el viento, es una mentira aquello de que las palabras son polvo, que se esfuman, ojalá lo fuesen, así yo no haría ahora plegarias de loca inminente que sueña con súbitas desapariciones, migraciones, e invisibilidades de tu cuerpo en mi mente.

El sabor de las palabras, ese sabor a vientre viejo, a hueso que despista, a animal mojado por agua negra. El amor que me obliga a las muecas más atroces ante el espejo.

Yo no digo sino mi asco por el lenguaje que contiene esos hilos morados, esa sangre aguada. Las cosas no ocultan nada porque las cosas son cosas, y si alguien se acerca ahora me pondré a aullar y a darme de cabeza contra cada pared infame por creerme sorda de este mundo. Mundo tangible, máquinas emputecidas, mundo usufructuable.

20 diciembre, 2012

Enigmas en forma de esquela.

"Un día no pienso despertar, dormiré tanto que el sueño me llevará a otro estado." —razona aquel hombre acostado en su cómoda cama—. "Será mejor seguir mi instinto."

Me levanto de mi cama con pereza pues no había dormido bien al beber con mis amigos en el bar del Hotel Cremorne. Me dio roche dejar a mis amigos por tener que irme a casa para dormir.
—¡Sos una jeva!
—Pero mira que niña.
—Dejad a la que debe dormir para despertar como una Diosa.
¡Vaya comentarios los de ellos! Al fin y al cabo, no me importaban ya que debía descansar para viajar hasta Adelaida, Australia, en dos días. Me dirijo al baño y lo primero que hago es tomar un poco de agua y la abalanzo sobre mi rostro; una, dos... tres veces. En eso, escucho el timbre sonar a las 6:15 am, algo temprano para todo el tiempo en que he vivido en Sydney. Tomo mi paño y me seco el rostro, lo dejo encima del retrete y camino hasta la entrada. Me paralizo. Una carta debajo de la puerta.

La tomo con las manos tembladizas y leo unas cortas oraciones:
"Madrugar es para gente oportunista que quiere aprovechar su tiempo, tu me lo has repetido infinidades de veces, pero en esta oportunidad es solo para decirte que ya es hora de que sigas tu camino..."
Mi corazón late fuerte, ¿quién será la escritora de dicha epístola? Ha dejado sus labios marcados en el papel y una enlazada firma llena de garabatos incomprensibles. Mis dedos tocan aquella marca de labial rojo plasmado sobre el grueso papel, se corre.
—Acaba de terminar de escribirlo hace no mucho. —plantea en su mente.
Dobla el papel, lo ubica en una gaveta de su acogedora sala y regresa a la habitación.

—¿Seguir mi camino? Ya lo hago... quizás me tope algún día con la mujer que me ha escrito esto. A lo mejor cada noche mendiga algo de sexo, de amor o puede ser también, de cariño. ¿Me conocerá? Já. —se ríe —. Esto debe ser una broma.
Su instinto le dice “sigue durmiendo” porque de esta manera no pensará en nada. Si no existiese, se ahorraría los problemas de caer en ruinas, de ser un canalla ladrón, de estafarse sentimentalmente, de ser como es.

A pesar del poco tiempo que tenía para aplicarse en sus actividades de ocio, había dejado una nota en la ventana: «escribe».
—¡Escribir! ¡Lo había olvidado! —grita mientras sus manos se dirigen rápidamente a su cabello. Suena su teléfono, corre a tomarlo y descuelga.
—¿Aló?
—Llamo de SMH Editorial Index, vine a preguntarle si tenéis listo la columna de la revista. —dice una voz femenina al otro extremo.
—Disculpe señorita, en este preciso momento ando dando algunos arreglos pero se lo envío a penas termine la redacción, ¿vale? —responde con una mentira piadosa.
—Está bien, no se preocupe; llamaba era para recordárselo porque la publicación es a las 12. —hizo una pausa —. Que tenga buenos días joven Rivera. —cuelga.

Tira el teléfono en el colchón y se sienta en su escritorio de madera color caoba. Busca su libreta y comienza a escribir:

"52 King Street, Sydney.
2012, 19 de diciembre.

Con mi bolso lleno de recuerdos invaluables, con mi mente en blanco, con el carácter que me distingue y esa mirada que nada refleja me alejo distante por el horizonte, mientras tu dejas una carta en mi hogar. En cada paso que doy siento que me falta algo, el aire, la esperanza o hasta la dignidad, esas ganas de gritar me invaden y me doy cuenta que la desesperación del momento se vuelve mi otra mitad, porque de mitades ya tengo muchas, la tuya solo será otra más, soy un coleccionista, un ladrón profesional. En venganza contra todo un género gracias a las malas experiencias, me volví un delincuente, un criminal y estafador que a sangre fría, como lo haría cualquiera de mis colegas cometiendo sus fechorías, engaña, roba, miente y mata. Entre sombras y penumbras escapo con mi botín, y aunque me duela en el alma, lo remato al mejor postor, ese que se encargará un día de encontrarte y devolverte la felicidad, esa misma que yo un día te produje y luego quité de forma imprevista, esa misma que te provoca vacío, esa que orgulloso ostentaba por provocarla, y que me dolerá hasta el alma cuando la encuentres con otra persona que no sea yo. Ese día cuando te vea pasar de la mano con otro ladrón, no tendré dignidad para advertirte, ni siquiera la desfachatez de mirarte a los ojos, ese día estaré preocupado de que roben la mitad que te queda, esa que es parte mía, de todo los sentimientos que planté en tu alma y que está destinada a ser robada y reemplazada por un estafador emocional que solo busca en ti la calma. Ese día no me servirá de nada mi botín y tendré que volver a las andanzas."
—Devis Rivera.

Suspira y envía su artículo titulado "Estafa emocional" al Editorial. Mira su reloj de bolsillo que marca las 10:50 pm. ¡A tiempo! antes del medio día. Se levanta y se dirige al baño para alistarse donde piensa que dormir sería la mejor opción para desembocar todas las ataduras de su extraño día, y así lo hace. El montón de crema para afeitar en su rostro lo ve como una diversión, lo toma y juega con ello manchando el espejo con palabras. Se ríe. Se detiene y su sonrisa se convierte en un gesto escalofriante de seriedad.
—Que ridiculez. —piensa mientras tira toda la crema al lava manos. Enjuaga su rostro y cepilla sus dientes. Acude a su armario y se viste. 2:25 pm, toma una camisa blanca, un pantalón de vestir, su correa negra al igual que sus zapatos color azabache y un jersey gris. Deja su toalla en el baño y se traslada a la salida de su departamento. Al abrir la puerta da la casualidad que consigue a una mujer a punto de dejar un pequeño sobre en su domicilio.

—¿Quién sos? —suelta de manera directa.
—Katherine. —responde la mujer —. Vine a dejarte esto. —extiende la mano y le entrega una carta del mismo tamaño que la que habían dejado en la madrugada.
—¿Vuestra? —pregunta Devis.
—Sí.
—¿De casualidad habéis dejado otra en la mañana? —pregunta. Ella suspira y mira a los lados, pero no responde. Él se ríe.
—¿Sos la que se cree dura o cuestiono algo que no es verdad? —insiste. La mujer alza su barbilla y pone la mano en el pecho del joven Rivera.
—Juzgad lo que queráis, no me conocéis.
—Ni vos a mí. —hace una pausa —. No entiendo porqué tened que venir una extraña a dejarme carticas en la puerta.
—Esa extraña no tiene culpa de que la cautives con vuestras letras. —responde mientras levemente se va acercando a sus labios. Él la detiene.
—¿Cómo sabéis que escribo? —cuestiona él.
—Se más de lo que pensáis.
—Vos no sabes nada de mi.
—Devis... trabajo en la Editorial y he platicado con vos hasta las madrugadas más rotundas. —expone mientras da algunos pasos hacia atrás —. ¿No recodáis? —pregunta con una mirada fija ante los ojos de el joven muchacho; muerde sus labios y se va. Él se encoje de brazos y pierde la realidad entre su pasado mientras ve como se marcha.

Entra al apartamento, cerra la puerta, se apoya en la pared y abre el sobre que tenía en sus manos. Lee su segunda carta recibida:
"Si ya te puse en conocimiento, desde el primer momento el robo es tu culpa, tenlo siempre en cuenta, sobre todo cuando maldigas mi nombre en noches de frío bajo cero, ese frío que es mas gélido que la frialdad verdadera, ese helado sentimiento de sentirse acabado, de tocar el vacío. Eras todo, y aunque te conviertas en nada, mi desconocida ausencia te tomará en los brazos más cálidos para darte la inspiración que necesites."

13 diciembre, 2012

Epístola de trance.

En la mañana emergió la lluvia. La niebla que desprendía la ciudad, mantenía las últimas brumas del sueño pasado. Por un estrecho callejón, un hombre bordeaba las sucias aceras con paso paulatino; ocultándose en el viento frío, tratando de esquivar las miradas frenéticas de los peatones, los insultos a media voz y los empujones amenazantes. Le hubiera gustado mirar el cielo y entregarse al ritmo que llevaba la brisa, pero le era imposible puesto que algo le mantenía intranquilo: había soñado.

Durante largas noches se había conducido por los pantanos de su mente silenciosa, buscando al fin un sueño, anhelando despertarse sin ese sabor extraño y amargo de un intelecto en constante desvelo. Acaso sería demasiado caprichoso recordarse que en ocasiones se embriagaba con desesperación, deteniéndose con sensual deleite en cada gota de licor, golpeando su cabeza contra las paredes del camino a su casa buscando en la brusquedad del impacto algún sueño errante. Pero esta no era la ocasión. El hombre que hasta ese entonces deseaba soñar y que en ese anhelo fundaba toda esperanza, ahora se mostraba agitado, angustiado, extrañamente condenado. Había un sobre blanco.

Recordó de repente palabras de un sueño antiguo proferidas en un lenguaje extraño. Las murmuró; las repitió una y otra vez:
—Mi cerebro es el opio de los infelices, soy el verdugo y la víctima de esta extraña guerra de los dioses.
No siguió porque se sentía patético y era irrelevante reiterarlas. Fue inútil tratar de recordar otros datos del sueño. El sobre blanco se extendía hasta el infinito, pero al final del túnel no recordaba qué contenía aquel papel. Se maldijo.
—¿Por qué dentro de las infinitas posibilidades del cosmos, vivo en un universo en el que sueño con un sobre blanco? —pensó mientras sonreía de manera absurda, extrañamente incomprensible. Hubiera preferido tener un sueño profético. A parte, muchas noches sofocaron su mente buscando en vano algún tipo de oráculo que promulgara su perogrullada.

Al pasar por una pequeña plaza, y con el malhumor pesándole en los hombros, divisó una delgada silueta de mujer. Un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo casi inerte y fue hacia aquella mujer silenciosa sintiéndose extrañamente dichoso. Le pareció que cumplía una misión eterna y vital. Casi por azar sus ojos bajaron, casi por azar encontró su sobre blanco, lo tenía en sus manos a punto de caer contra el asfalto. Asustado corrió pero algo le hizo detenerse, ella se perdía entre la gente sin que él, pudiera esquivar esa masa trágica y cruel. Las hojas de un sauce vecino repetían el sobre blanco. Siguió caminando y casi como en un espejismo vio a la mujer atravesando una pequeña calle, dejando caer lentamente aquel sobre. Él para su sorpresa elevó su velocidad y con furia recogió el sobre, levantó la mirada y ya no veía a la mujer.

En el crepúsculo de su vida, vio unas palabras escritas en el sobre. Las palabras sonaban en su cabeza como música prohibida. En vano las repetiría una y otra vez. Iba a seguir cruzando la calle cuando algo le atravesó el tronco y comprendió porqué había soñado. Su destino no le deparó la gloria ni la humillación, pero si lo absurdo. Cayó... un hilo de sangre y unas luces centelleantes fueron el último testigo, mientras otros hombres y mujeres que si verían el mundo de la siguiente mañana se arremolinaban junto a él.

01 diciembre, 2012

Los golpes de la vida llegan con un "jaque mate".

Horas de llantos y minutos de querer pensar en que fuese una infernal irrealidad. Me levanté de mi cama con el rostro empapado y pasé las manos por mis mejillas. Tomé una profunda respiración y comencé a sentir un inmenso frío en mi pecho, un vacío, un principio de separación.
—Estás a punto de irte. —susurré hacia una vieja foto donde salías tú, a mi lado, hace unos doce años atrás. Sonreí por una leve nostalgia que repentinamente me llenó pero de forma momentánea.
Me senté en mi cama mirando mi biblioteca donde detallé una pequeña caja de ajedrez. Me levanté a tomarla y la comencé a destapar encima del colchón. Tomé cada una de las piezas y las coloqué en su posición verídica.
«Tu no sabías como jugar esto y quise enseñarte pero perdí la paciencia y te dije que nunca lo entenderías». 

Comenzó el juego y moví el peón.
Eras tú quien me cargaba en los brazos de pequeña, libremente sin obstáculo alguno; una resplandeciente sonrisa en tu rostro que resaltaban con las leves arrugas en tus pómulos.

Saqué mi alfil para empezar la estrategia.
Los años avanzaron. Ya tenía en mis manos una camisa color azul que representaba mi bachiller. Tu contento brotaba en emociones de planes futuros alrededor de mí.

Abrí una posible táctica con el caballo.
Un viaje hace cuatro años hacia Madrid, España. A pesar de tropiezos con mi familia que debió de mostrarse vacante y dócil, fue lo contrario, aún así, conociste otro país y disfrutaste cada día y hora como si fuese el último en ese país. Lo desagradable de lo pasajero fue un «yo soy huérfano» dicho por palabras de mi padre, y es que su propia familia lo destruyó a él.

¡Jaque!
Tu primer cáncer, tu primer impedimento a favor de la muerte y tu primera victoria. Recuerdo despertar encima de aquella incómoda colchoneta y al abrir mis ojos verte dando tus primeros pasos con cientos de tubos rodeando tu cuerpo. Mis lágrimas se desbordaron de rotunda tristeza.
—No llores, dale ánimos, mira que no muchos hacen eso que está haciendo ella. —expresó una enfermera secándome las lágrimas y acariciando mi cabello.
—Le cortaron parte del colon, limpiaron y luego empataron junto al intestino. —explicó mi padre.

Primera pieza comida.
Meses después de tu operación has recibido 32 quimioterapias. Mareos, vómitos, malestares... no me importaba nada, estaba ahí, contigo. Casos de casos han de vivirse dentro de una sala con tantas personas de cáncer. Como bien lo dice la frase «hoy estamos, mañana quién sabe».

Aventajada movida de la dama.
Transcurrieron largos años de agradecimiento ante todos los que estuvieron pendientes. Lágrimas, sonrisas, seriedad, disgustos... a la final estábamos juntos. Llegó mi cambio a camisa beige, pronto terminaría mis estudios de la secundaria y comenzaría la Universidad. Bien me lo decías:
—Ya deberías de saber qué vas a estudiar, pronto saldrás del liceo y no sabrás qué hacer. —exponía de forma repetitiva.

¡Jaque!
Viene el segundo golpe, la segunda noticia, el segundo tumor.
—Tienes de ser intervenida quirúrgicamente. —contaba el cirujano.
—¡Tranquilo! ¡Eso será igual de «papa» que lo primero! —exclamaba ella con unos ánimos mejores que los míos.
Días luego de la operación supo que le extrajeron un ovario, el apéndice y parte nuevamente del colon ligando de que éste pudiese adherir como bien lo deseaba el cirujano.

Rodé otro caballo para cubrirme.
Comenzaron los «efectos» que nadie quería... dolor e inflamación. Todo pasó y se calmó la marea a pesar de que traía piedras en el fondo, éstas no se sintieron sino luego de golpearse con el cuerpo.

Ataqué con la dama.
Llegó el veinticuatro de noviembre, día de tu cumpleaños querida madre. Una enorme tarjeta con palabras de mis más sinceros sentimientos y una nostalgia al querer volver a vivir todos esos momentos que marcaron historia en mí. Cumplías cincuenta años, ¡Mitad de un siglo! Aunque, te reías cuando te decían así porque pensaban que indirectamente te decían «vieja».

¡Jaque!
Náuseas desatadas sin control alguno. Una carrera rápida a la capital de la nación, Caracas.
—Vamos a intervenir puesto que tienes una obstrucción, pero, no abriremos porque será por lamparoscopia. —explicó el médico.

Moví el peón para ocultar el resto de las piezas.
Tres perfectos días con una esperanza de ser la última vez que escuchaba la palabra «cirugía».

¡Jaque mate!
Comenzaron nuevamente las náuseas y una placa apurada debió de realizarse. Ahí estaba, una nueva obstrucción.
—¡Súbanla al pabellón! Le haremos una colostomía. —argumentó alterado el cirujano.
La prepararon y la subieron.
—No importa si me hacen la colostomía, yo solo quiero que me saquen ese «bicho» de ahí. —dijo mi madre al subir al pabellón, nuevamente con unos ánimos enormes.
Eran las cuatro cuando subió... se tornaron las cinco... seis... siete... ocho... nueve... diez.
—¿Sabes algo de ella? —preguntaba la tía.
—¿No te han informado de algo? —preguntaba la abuela.
—¿Qué has escuchado de alguna averiguación? —preguntaba el hermano.
—Nadie sabe nada, no se conoce absolutamente nada. —explicó la esposa del cirujano.

Minutos luego se sabe que está en terapia intensiva.
Ella sigue ahí, luchando internamente bajo morfina y otros calmantes.
Su célula cancerígena comenzó a procrearse a pesar de haberse controlado por las quimioterapias.
Su tejido en el intestino está totalmente comido.

No se sabe qué órgano atacará luego.
No se sabe si abrirá los ojos nuevamente.
No se sabe si podrá seguir con vida.

Y si pido algo, será que te vayas tranquila sin sufrimiento.
Y si pido algo, será tu bienestar y tu felicidad.
Porque así estés presente o no, igual todo me hará recordarte.
Porque son tantos momentos gratos que pasé a tu lado, que, ninguno tendrá reproche alguno para deshacerlo de mi memoria.