Jorge Luis Borges:

"De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo. Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria."

Billy Wilder:

"La televisión no ha podido acabar con el cine porque la gente quiere estar allí, quieren ser los primeros, quieren oír las risas de otras personas."

Théophile Gautier:

"Una de las glorias de la civilización sería el haber mejorado la suerte de los animales."

John Lennon:

"Algunos están dispuestos a cualquier cosa, menos a vivir aquí y ahora."

Woody Allen:

"El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores."

Menandro de Atenas:

"No es vergonzoso nacer pobre, lo es el llegar a serlo por acciones torpes."

Adolf Hitler:

"Sólo se combate por lo que se ama; solo se ama lo que se estima, y para estimar es necesario al menos conocer."

Gustavo Adolfo Bécquer:

"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada."

Marilyn Monroe:

"Era consciente de que pertenecía al público, pero no por mi físico o por mi belleza, sino porque nunca antes había pertenecido a nadie."

26 noviembre, 2012

Trágico dolor.

Desperté por un frío que recorrió mi cuerpo comenzando por mis piernas; un repentino latigazo de mi corazón impulsando mis latidos a descontrolarse; el rápido buche de aire que tomo para respirar. No observo nada, todo es oscuro, negro, vacío. Solo hay una luz tenue que ilumina mi cuerpo.
—¡¿Esto es sangre?! —grito desesperadamente mirando una y otra vez mis manos enrojecidas.
—Has terminado con tu dolor? —dice una voz al final —. Eso era lo que querías.
—Pero... ¿qué pasa? No entiendo nada.
—Lo has hecho, no hay vuelta atrás. Ahora dime, ¿te sientes bien?
—No realmente. —hice una pausa mientras miraba todo el lugar para ver si detallaba la presencia de alguien —. Sí, pero no.. dime que ocurre, ¿dónde esta mi madre?
—Dijiste que no importaba nada.
—Quiero a mi madre. —sollocé en tono eufórico.
—Hmmm.

Un silencio incómodo se descontroló mientras detallé aquella sonrisa burlona que exponía su rostro.
—Que chistosa eres.
—Acaso... ¿no me responderás? —pregunté titubeando.
—Ya no puedes volver, has terminado con todo. ¿No querías una vida en otro lugar? Anhelabas no estar ahí.
—¿Cómo que ahí?
—Has muerto… y espero que encuentres tu felicidad en este lugar.

Mi respiración se detuvo de golpe. Mis manos siguieron sangrando a tal punto que caí en el suelo por la debilidad adquirida. No sabía dónde me encontraba ni quién era la persona que me hablaba, solo sé que... me convertí en un alma suicida.

Emparedado de vacío.

Estaba sentada en el patio de mi casa,
leyendo,
en una tarde como muchas.
Leía una típica novela francesa,
o al menos trataba.

Estaba el Sol y sus rayos de verano a las cuatro de la tarde los cuales me complicaban el enfoque en las hojas blancas. Podía desplazarme a la sombra, pero como ya había escogido el lugar, prefería aguardar a que con el paso del tiempo se fuera expandiendo sola hasta donde yo me encontraba. La tarde era perfecta, el día anterior había llovido bastante... la tierra estaba fresca y el cielo estaba despejado. Continuaba con mis pensamientos sosegados a medida que progresaba con la lectura. Era una sensación apetitosa ya que hace varias semanas no me había podido tomar unas horas para disfrutar del libro como lo hacía en esa víspera con todos los sonidos y aromas propios del sitio.

Haciendo simetría entre las líneas de las hojas, vi de soslayo una silueta acercándose por la esquina del patio: el gato con su andar inaudible. Siempre siento un poco de enojo cuando me hace eso, a menudo trato de estar atenta pero la mayoría de las veces no lo veo hasta que él quiere que lo vea. Sol venía con su paso felino, bastante relajado y directo hasta mi lugar. Levantó la mirada y con los ojos entrecerrados me saludó con un maullido perezoso, pasó por debajo de la silla y me pareció sentir que se recostaba detrás de mí, también al sol. Me acomodé con un gesto de contento sobre la silla y continué la lectura. Ese día vi un pájaro que no había visto nunca.

No lo noté hasta que estuvo tan cerca que su chillido en forma de llamada me hicieron despegarme del libro. Estaba parado en el muro que antes mencioné, primero advertí su graznido continuo, después el colorido de sus plumas naranjas y rojizas, con detalles negros. No sé si era un pichoncito o que su especie es de ese diminuto tamaño; no era más grande que los damascos que empezaban a emerger desde el jardín del vecino. Y así estábamos los tres en esa escena, el pájaro que no paraba con sus gritos de dos en dos, yo con el libro en la mano derecha observándolo fijamente y el gato que seguía recostado detrás de mí, pacíficamente.

La sombra acercándose, había pasado un buen rato. Entonces empezó a bajar; se paró sobre el toldo, giraba el cuello en varios ángulos, daba pequeños saltitos, nos miraba desde arriba y sin dejar de hablar, después se retrató sobre uno de los tornillos oxidados del mástil que sostenía el tendal, luego sobre el piso. Cada tanto el gato contestaba la llamada burlona del pájaro con un maullido tembloroso, sin mirarlo pero haciéndole notar que lo escuchaba... a tal punto no pude evitar la sonrisa, mientras me llenaba los ojos con la peculiar conversación que estaba apreciando.

La sombra me alcanzó los pies. Ante la indiferencia del gato, el pájaro salió volando y esa fue la única vez que interrumpió su voz. Unos segundos después, escuché que arrancaba de nuevo, desde lejos sentía el mismo graznido repetitivo. Respiré hondo y volví a mi lectura, me costó encontrar el párrafo que había dejado. Escuché un ruido que venía de la casa, a lo lejos, y que me llegaba desde el pasillo: la puerta de la cocina se abría apenas y golpeaba quedamente la chapa al cerrarse. Los pasos torpes de Luna, sus pezuñas chasqueando contra el cemento la delataban. Recién ahí detuve la lectura y miré al gato que ya estaba alerta. Llego la perra, me saludó alegremente y una vez que le di una palmada en el lomo se dispuso a olfatear el piso de aquí a allá. Yo la seguía con la mirada porque sabía lo que se venía, movía el rabo y buscaba algo; cuando pasó frente al gato éste se paró de golpe y le saltó al cuello buscando pelea.

No me contuve y me empecé a reír, la perra me miró con sus ojos negros como si intentara descifrar tímidamente qué hacer. Se quedó quieta mientras el gato desistía de a poco y le asestaba suaves zarpazos vergonzosos; al ver que no obtenía respuesta alguna se fue moviendo la cola nerviosamente. Con un bostezo la perra ocupó el mismo lugar donde antes estaba sol.

Tal vez fue porque no estaba el gato, ya que, cuando el pájaro volvió y se posó sobre el tendal no habló. Miró a la perra unos minutos y se quedó callado, después remontó de nuevo el vuelo. Lo seguí con la mirada un par de segundos para luego volver al libro. Cuando la sombra me cubrió por completo estaba terminando el capítulo, cuando lo hice marqué la hoja con un señalador y me puse de pie, la perra hizo lo mismo y los dos entramos a la casa. Seguía viviendo el día de manera normal pero no podía sacarme de la cabeza el pájaro y que tenía que escribir acerca de él. Hice un poco de investigación pero no encontré nada que me fuera útil para aplacar mi mente.

Pasadas unas horas salí de nuevo al patio, seguía con los pensamientos recurrentes que se me venían a la mente, un poco mezclados con las cosas que tenía que hacer antes de terminar el día. El gato me estaba esperando sobre el paredón, abrazado por la oscuridad, me vio y yo me quedé mirándolo. Tenía al pájaro en la boca. Se bajó de un salto impecable y se sentó, soltó la presa en el piso y la olfateaba. Yo di un paso y él paró la oreja, mordió el pescuezo del pájaro una vez más y se quedó inmóvil aguardando mis movimientos. Levanté la voz, le dije algo (para el relato no viene al caso) y, no porque yo lo hubiera espantado, sino porque creo que me entendió... saltó el paredón y se llevó al pájaro entre sus fauces a otro sitio. Desde mi habitación, escuché el graznido del pájaro una vez más y esta vez se tradujo en algo que pude entender perfectamente, no sólo entendí, recordé todo lo que el pájaro decía.

Me recompuse y abrí la puerta para ver si podía verlo una vez más y no lo encontré, solamente al gato sentado en el centro del patio y la certeza de que el pájaro ya estaba muerto. Lo llamé y el felino entro a la casa dando maullidos. Es desde esta sucesión de hechos, cuando digo que ya no puedo sentir nada. 

A veces vuelvo a escuchar los graznidos del pájaro
pero sé que son sólo recuerdos
porque ya no me significan nada.

13 noviembre, 2012

Gama de palabras.

Al momento de entrar a su casa, Benjamin sabía que le esperaba un complicado comienzo. Tenía que escribir un libro en poco tiempo. Lo peor era que debía de componer con ese lápiz a tinta que a veces resultaba su peor adversario cuando se negaba a escribir. Era atormentozo tener que sacudirlo como cuando su madre lo reprochaba por no tener lo que ella llamaba un “futuro asegurado”. Sin embargo, era su leal socio. Todos sabían que Benjamin era escritor, esa era su profesión, un tanto complicada hoy en día , pese a que para él era mucho más que usar palabras toscas. Desde pequeño los libros habían sido sus consejeros y las palabras, su mejores amigas. Muchos decían que era vergonzoso o que padecía alguna enfermedad, pero nuevamente para él, no era solo eso.

Un día como muchos otros, caminó hasta una pequeña plaza cerca de su vecindario para sentarse a observar paso a paso los espasmos y las muecas que las personas hacían; de vez en cuando a escuchar esos pequeños refunfuños inconscientes que salían de sus bocas como queriendo decir: “¿Por qué a mi?”. Fue un goce dejar el lugar para comenzar a pensar cuál sería el tema con el cual mancharía ese papel blanco con aquella tinta negra de su pluma....  pero, esa dicha terminó en el instante en que entró a su casa.

Dejó su chaqueta junto con su sombrero en el colgador, subió directo a su terraza para sacar su cuaderno y sentarse a escribir. Tomó el lápiz con la mano que le temblaba y se quedó observando la blancura del papel sin ni siquiera pestañear. No era primera vez que le pasaba. Hubo una ocasión en la que se quedó inmóvil por media hora porque su cabeza empezó a atacarlo con pensamientos sombríos sobre la tinta generando un temor tan grande que su cuerpo fue el único que pudo expresarlo, convirtiendo cada minuto en una pugna entre su consciente e inconsciente. Ahora se encontraba allí, sentado, con la luz de la lámpara casi quemando su cara y evaporando cada gota de sudor que brotaba en su frente. Se limpió y siguió.

El tintero estaba a su mano izquierda y con un movimiento mecánico llevó su mano derecha a sumergir la punta del lápiz en el líquido y espeso matiz negro. Al estar frente a frente con el papel, su mano se acercó lentamente , pero antes de comenzar a escribir la primera palabra, una gota cayó y empezó a expandirse de a poco. "Otra vez" pensó. Pudo simplemente haber botado el papel, pero no lo hizo... o, también pudo haberlo quemado como lo había hecho algunos días antes con su cigarrillo, pero, no quiso. Abismado en la imagen que tenía frente sus ojos, quiso ver hasta donde podía recorrer la tinta el papel, en ese encuentro que él se encontraba afortunado de presenciar.

Después de que transcurrieron algunos segundos (o quién sabe, a lo mejor, minutos o incluso horas), la mesa se tornó negra junto con el suelo que estaba debajo de ella como si el tintero se hubiese dado vuelta, pero no. Sus uñas, dedos, manos y brazos estaban completamente negros. Al ver su piel manchada, trató de quitarse el color con desesperación, pero, en vez de irse, se quedaba y se hacía parte de su piel a medida que la histeria y el tiempo pasaba. En el instante en que se acercaba a sus ojos, se paró rápidamente directo al baño, sin embargo, ni el agua pudo borrar la epidemia que estaba transformando su cara y que vio horrorizado en su reflejo en el espejo. Volvió a la terraza con el cuerpo totalmente transformado en una sombra. Tenía miedo. Estaba solo.

Pese a eso, sus palabras no cambiaron nada, al contrario, su vista se tornó borrosa y antes que la ceguera fuese su nueva condición vio en la mesa una palabra que iba apareciendo lentamente como si alguien la estuviese escribiendo para atormentar su angustia. Al terminar la última letra, en una espera que fue de gritos y llantos que retumbaban en la pared y llegaban directo a sus oídos sordos, leyó la palabra "corre".

Sin pensarlo dos veces, corrió hasta la ventana. Sentía una brisa, cálida y pacífica sobre su cara que le daba vida. Un cosquilleo que recorría todo su cuerpo y que hacía aparecer en su cara una leve sonrisa, como si la brisa tuviese gracia ante él. Nadie escuchó nada. El vecindario estaba en silencio. Los perros se encontraban durmiendo y las personas creyendo que vivían. Al parecer, Benjamin y su vida era de papel.

08 noviembre, 2012

Memoria de un hombre.

Primero vi sus manos moverse en el espacio oscuro hasta darle forma. Segundos después, vi sus ojos iluminar el lugar donde nos encontrábamos. Luego vislumbré su cuerpo lento, a punto de tocar la puerta para marcharse y no volver más, pero, un pensamiento se agolpa en su cabeza que impide su partida... lo sé, lo siento en mi corazón que llora su lejanía. Aguantando la respiración baja su mirada al suelo dudando de su decisión. Por fin, con pasos inseguros me acerco, tomo sus manos y envuelvo su cuerpo en un abrazo.
—Todo está bien. —susurró en su oído para luego bajar con besos hasta sus hombros. De forma reticente intenta huir, pero, mi abrazo es más fuerte y con besos en su cuello obligo a que se quede conmigo en el lugar donde todos podrían vernos, lugar que permitía que llegara otra alma a interrumpir aquello tan frágil. Recorro con mis manos su cuerpo y con gemidos suaves sé que no me dejará, no lo hará, al menos por ésta noche.

04 noviembre, 2012

Silencio.

Salí de mi hogar y solo me encontré eso... un silencio eterno e imperecedero reinaba sobre ese mundo nuevo. Era muy fácil llegar a una clara conclusión lógica: me encontraba sola sin presencia alguna... ya no quedaba nadie más.

Ya no existían los mendigos que frecuentaban los mismo sitios cada vez que paseaba por la calle, los obreros trabajando a horas tempranas de la mañana, trabajadores vestidos elegantemente yendo con un maletín en la mano a las oficinas de un resplandeciente edificio, a las mujeres que solían ir con los niños para llevarlos de manera puntual a la escuela, los jóvenes que siempre estaban bromeando sobre la vida tan inocentemente conocida, los políticos que cada día sacaban de la manga una original reforma para dominar a las masas. No solo eso… ya no existían los niños hambrientos de la vieja África, los dictadores que llenaban páginas y páginas de periódicos y libros de Historia, las personas que nunca conociste y nunca conocerás, de diferentes hablas y rostros, con sus curiosas características. Nadie, nadie más.

Era el último ser humano del planeta. Coches vacíos, puertas abiertas, obras de construcción abandonadas, periódicos tirados, objetos personales olvidados, alguna que otra arma tirada donde uno no se lo esperaba… y sobre todo silencio. Los edificios se alzaban como grandes colosos, siempre atentos a lo que pasaba a su alrededor.

Entré en la tienda más próxima para conseguir provisiones. Se me hizo extraño no pagar y que no me llamaran la atención por dicha acción. Agarré una fruta, pues sería lo primero en que se estropearía; era una pena perder tal delicioso sabor. Mientras me comía una manzana se me vino a la cabeza distintos pensamientos contradictorios. Me daba cuenta que era la última de mi especie, la única vida inteligente del planeta. Caí en la cuenta de que ya no tenía nadie con quien relacionarme. Nunca encontraría el amor y no podría conocer al chico ideal que tanto esperé encontrar... pero, también tenía un lado positivo: no tenía que rendir cuentas a nadie, no tenía que preocuparme de los demás. Y lo más destacable: era mi mundo.

Una amplia esfera para mi sola, sin compartir con nada ni con nadie... lleno de lugares fantásticos sin que nadie me prohibiese su entrada. Todo estaba a mi disposición. Con unos mínimos conocimientos de agricultura y un poco de suerte, más la sagrada ayuda de las bibliotecas, no tendría que preocuparme por el hambre. Tenía suficiente tiempo antes de que toda la alimentación dispuesta se caduque. ¡Oh, el tiempo! Me sentía la señora de los tiempo. Ahora, con la desaparición del ser humano, el tiempo dejó de tener poder sobre mí. Yo decidía en qué momento del día haría las cosas y de que modo. Ya no existían la horas, los segundos, los años, los minutos… yo era el tiempo.

Por suerte, el Internet no estaba desconectado. En mi casa me conecté, suspirando al ver que todos los datos estaban intactos, y por tanto, tenía a mi alcance el conocimientos de la humanidad. Se me hacía extraño que fuera la única persona conectada a esa gran red. Dejé las provisiones en la nevera. Eché un vistazo a la cocina, curiosamente limpia sin los estragos que hacía mi padre al comer. Me sentí triste al darme cuenta de que no volvería a ver a mis padres. Las Fiestas de Navidad, los días calurosos de verano, las primeras despedidas al empezar el curso escolar y no tener tiempo para conversar con ellos. ¡Ah! Y mis amigos, mis compañeros de clase. Ya no nos podremos burlar de las personalidades de los profesores o salir los sábados por la noche. Su recuerdo no bastaba, por dentro los extrañaba.

Pasé por una tienda de animales. ¡Ruido! Fui a ver y me encontré a 5 cachorros de distinta raza y a 4 gatos pequeños. Los liberé y distribuí suministros de comida por la tienda para que éstos pudieran sobrevivir en mi ausencia. No podía llevarme a ninguno. No. No podía permitirme un compañero que pudiera morir antes que yo y me dejara con otro recuerdo doloroso. No era el mundo post-apocalíptico que me esperaba. Toda la ciudad estaba iluminada y los rayos del sol chocaban contra los cristales de los rascacielos. Era como haber salido de una maldición que hacia que todo fuera oscuro y tenebroso.

Finalmente me fijé en una cosa: una bandera deshilada encima del ayuntamiento. Era gracioso de como esa bandera había dejado de tener significado de un día para otro. Antes de que todos desaparecieran, yo no tenia ninguna patria a la que adorar. Me fijé en la plaza. Era la reunión de desfiles, de fiestas, de tropas pasando enaltecidas por el orgullo nacional con fusiles en la mano, de discursos políticos y revueltas. Eso se había acabado. En mi mundo ya no había fronteras. No estaba dividida por banderas y absurdas ideologías. Pero... ¿Cuánto podría aguantar sin que el remordimiento de la soledad me consumiera viva? ¿Cuánto podría soportar sin saber la verdad de todo aquello? ¿A quién podría amar y mostrar mis sentimientos? Y obtuve mi respuesta: Silencio.