Jorge Luis Borges:

"De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo. Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria."

Billy Wilder:

"La televisión no ha podido acabar con el cine porque la gente quiere estar allí, quieren ser los primeros, quieren oír las risas de otras personas."

Théophile Gautier:

"Una de las glorias de la civilización sería el haber mejorado la suerte de los animales."

John Lennon:

"Algunos están dispuestos a cualquier cosa, menos a vivir aquí y ahora."

Woody Allen:

"El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores."

Menandro de Atenas:

"No es vergonzoso nacer pobre, lo es el llegar a serlo por acciones torpes."

Adolf Hitler:

"Sólo se combate por lo que se ama; solo se ama lo que se estima, y para estimar es necesario al menos conocer."

Gustavo Adolfo Bécquer:

"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada."

Marilyn Monroe:

"Era consciente de que pertenecía al público, pero no por mi físico o por mi belleza, sino porque nunca antes había pertenecido a nadie."

04 octubre, 2013

Trementina

Antonio es un tipo normal, a sus cuarenta años el arte todavía corre por sus venas, pero hace ya bastante tiempo que renunció a sus sueños artísticos. Pero este hecho, el saberse uno más del montón nunca fue para Antonio una decepción, porque la vida anestésica de bares y caricaturas se ocupó desde que era bien joven de prepararle para ese fatídico momento. Antonio vive en una destartalada buhardilla de un destartalado barrio en la gran ciudad de Caracas. Los fines de semana los pasa en el parque pintando caricaturas a los despreocupados visitadores, que por algún motivo, les divierte y pagan por ver sus caras deformadas en cuatro garabatos rápidos. Los martes y los jueves, da clases de pintura a un grupo de jubilados en el local social del barrio, esto tan apenas le reporta algún beneficio económico, pero le divierte ver como el tembleque de las manos puede llegar a imitar a la perfección los trazos de algunos famosos expresionistas, y el resto del tiempo lo desperdicia en pintar trípticos para un par de tiendas de marcos, vendidas posteriormente a pequeñas galerías de arte.

Todo esto le da para subsistir más o menos bien y para costearse su gran vicio, la pintura. Porque para Antonio, las caricaturas y el cortar maderas y decorarlas con desperdicios no tiene el más mínimo valor ni atractivo artístico, lo que a él le hace disfrutar de verdad son los auténticos retratos. El hiperrealismo humano, el fotografiar con sus pinceles y capturar la esencia misma de las personas; su mirada, su alma, su realidad e incluso su fragancia. Por desgracia, su precaria economía no le permite costearse a modelos de carne y hueso, y los voluntarios en el barrio han ido desapareciendo con el paso de los años. Ahora incluso todas las putas que suele frecuentar conocen ya su debilidad y le cobran más por posar que por tener sexo con ellas. Es por esto que Antonio comenzó un día, sin apenas darse cuenta, a imaginar sus propios modelos.

Al contraluz de la gran ventana de su habitación, Antonio entrecierra los párpados y ante él se materializan los más variados personajes, primero se forma el perfil que después se va rellenando lentamente hasta que todo el conjunto cobra vida. Es entonces cuando abre los ojos de nuevo y comienza, con trazos rápidos, a crear sus magníficos retratos. Con el tiempo, estos personajes son cada vez más reales para él. Un día, entre esencias de trementina, mientras que su pincel daba los últimos retoques a los rosados pezones de la bella joven que posaba etérea para él, se le olvidó por completo la cualidad de imaginaria de la modelo, y se sorprendió manteniendo una conversación con ella. No fue el hecho de charlar con un fantasma lo que le sorprendió, sino la fluidez y la complicidad de la conversación, parecía como que ella contestaba exactamente lo que él esperaba en cada pregunta.

Con el paso de los meses, estas charlas con sus modelos imaginarios se hicieron más frecuentes hasta convertirse en algo normal. Ahora, en las paredes de su cuarto se acumulaban decenas de retratos de hombres, mujeres, niños y ancianos, y de todos y cada uno conocía su pequeña historia. Algunas alegres, otras trágicas, pero todas interesantes. Algunas de aquellas personas las conocía mejor que a otras porque por algún motivo, las había pintado en varias ocasiones diferentes. Este era el caso de la mujer de rosados pezones, que sin duda, era su modelo favorita. Algunas veces la pintaba desnuda, otras incluso con trajes de noche, algunas veces tenía el cabello largo y negro como lo más negro, otras, rubio y corto como los polluelos. Pero sus ojos y su sonrisa eran invariables y enigmáticos. Ella decía llamarse Ruth, y fue con Ruth con quien un día, al terminar de pintar el retrato, Antonio se sorprendió al ver que con la última pincelada dada, la modelo no desapareció como siempre había ocurrido hasta entonces. Ruth permanecía en su contraluz imponente, y lentamente, se acercó para ver su propio retrato.
—¿Así soy yo? —le preguntó divertida.
—Sí, así eres hoy. —le contestó Antonio mientras que con la palma de su mano rozaba el suave hombro de Ruth, comprobando su tacto suave y cálido—. ¿Quién eres en realidad?
Ruth observaba con detalle su propio retrato como el que ve por primera vez el océano. Y sin quitar la vista de la pintura, le contestó:
—Todavía no lo sé, creo que eres tú quien me tiene que decir lo que soy.
Antonio sabía que Ruth era un producto de su imaginación. Un producto real que se podía tocar y oler, con el que se podía conversar, reír y soñar, pero un producto al fin y al cabo.

No tardó en darse cuenta de que Ruth tenía las cualidades y los defectos que él le había atribuido a la hora de pintarla. Ese cúmulo de sensaciones, estímulos y recuerdos que él le había transmitido a través de sus pinceles. Al ser algo involuntario no recordaba con exactitud todo lo que había pensado durante las largas horas en las que dio vida a Ruth en el lienzo. Pero mientras tomaban un café y charlaba con ella, se percató de que Ruth era básicamente una pequeña porción de él. Ella no era consciente de que los pocos recuerdos que poseía no eran de ella, si no de él, y a Antonio se le encogió el estómago al escucharla relatar como Luisa —una señora que acudía a las clases de pintura— había pintado unas acuarelas geniales estando prácticamente ciega. Este era un recuerdo recurrente de Antonio, porque lo de Luisa le había emocionado muchísimo hace meses, e inconscientemente era algo que solía recordar cuando pintaba, quizás por su enquistado miedo a la ceguera. Ahora, escuchaba apenado sus propios recuerdos de la boca de una mujer, que sentada frente a él, sorbía café amargo y sonreía totalmente ajena a lo absurdo de su existencia.

Pasaron tres días, entre café, tabaco y relación. Antonio, pese a sentir una enfermiza atracción física por Ruth, sentía cierta repulsión cuando sus acercamientos iban más allá. En cierto modo, le parecía un ser un tanto aberrante y sabía que dentro de aquella melosa belleza no había nada, porque cuando sus aceitosas pinturas la crearon, él no la definió de ningún modo y, por ese motivo, ella solo era un cúmulo caótico de recuerdos y sensaciones sin sentido. Por este motivo, mientras Ruth descansaba, con una brocha y pintura blanca, Antonio borró la figura de Ruth de aquel cuadro y junto a los coloridos pigmentos se esfumó también su representación física. Pero el sentirse Dios fue algo demasiado irresistible para Antonio, y pronto comenzó a trazar su plan.

El rostro de Ruth no se le borraba de la mente y decidió que la haría volver, pero esta vez la dotaría de un pasado y de unos recuerdos nuevos, al pintarla, sus manos plasmarían en cada pincelada el guión de la mujer de sus sueños y ya de paso, tras la primera experiencia, modificaría un poco más su físico para hacerla todavía más perfecta… quizás un par de lunares junto al ombligo, quizás unos matices dorados en sus pupilas, quizás una nariz más pequeña, quizás una par de tetas más grandes. Pero para crear su gran obra, debería de practicar mucho con anticipación, porque durante las horas que tardara en pintar ese cuadro, el más mínimo descuido dejaría que sus propios recuerdos se mezclasen con los inventados para ella, y de ese modo, todo se iría al traste. Necesitaría una concentración enorme para conseguirlo, y a modo de práctica, durante meses creo a decenas de personajes. Creo a hombres, con los rostros de antiguos amigos, con los que salía a tomar unas copas por las noches, a estos los dotaba de sus recuerdos de juventud y a altas horas de la madrugada, totalmente borrachos, las bromas y las risas que les provocaban los recuerdos de aquellas batallitas despertaban a todo el barrio.

Creó a niños, para probar su capacidad de crear inocencia, con los que pasaba las tardes en el parque observando cómo se relacionaban con el resto de chiquillos. Creó decenas de bocetos de mujeres y a con cada una, su técnica iba mejorando y comenzaba a ser casi perfecta. Incluso durante unas semanas, en el barrio se le pudo ver con sus padres, algunos vecinos se sorprendieron con esto, porque creían que sus padres habían muerto siendo cuando él era muy niño. Incluso creó a sus mascotas perfectas, un par de Azulejos que le obedecían como serviles perritos. Tras casi dos años de pruebas, se sintió preparado para volver a crear a Ruth. Descansó durante un par de días, compró un gran lienzo de la mejor calidad y preparó ante sí sus mejores pinturas y pinceles.

Tomó aire y los primeros trazos comenzaron a definir a su ser soñado. Si alguien hubiese visto a Antonio pintando en aquel momento, habría pensado que se encontraba en un plano sensorial distinto al del resto del mundo. Totalmente en trance, sus manos parecían bailar sobre la tela movidas por invisibles y mágicos hilos mientras que la mirada de Antonio se mantenía perdida en un punto inconcreto del centro del cuadro. En su interior, el guión aprendido pasaba fotograma a fotograma por su mente sin dejar ningún hueco para que se colara ningún recuerdo propio. La nueva Ruth iba apareciendo lentamente ante de él. Todo era perfecto, todo iba a salir como él había imaginado... pero algo falló...

De repente notó cómo sus manos comenzaban a transparentarse ante sus ojos, lentamente, su piel estaba perdiendo las propiedades tangibles de lo físico y, mientras se esforzaba por dar las últimas pinceladas pudo ver como su cuerpo se volvía completamente translúcido. En los últimos segundos de su consciencia, tan solo alcanzó a ver cómo, levitando en el aire, un pincel daba la última pincelada a un rosado y perfecto pezón. A mil kilómetros de la destartalada buhardilla, en ese mismo instante, Antonio rasga, rompe y arruga enojado todo el trabajo de sus últimas semanas. Acaba de colgar el teléfono y su editor se ha reído literalmente de su proyecto. "Quizás tenga razón este hijo de perra", piensa Antonio, mientras recoge los restos de los papeles y los tira al cubo de la basura. ¿A quién coño le va a gustar un Cómic sobre un pintor que crea vida con sus cuadros?

Al contraluz de las ventanas, Ruth se pregunta cómo ha ido a parar a aquel cuartucho lleno de pinturas mientras que dos Azulejos, ronronean entre sus piernas.

01 octubre, 2013

Café sin azúcar.

Estaban en un café, admirando el nocturno paisaje de los focos de los automóviles.
—¿Me amarás hasta el fin del tiempo? —preguntó él.
—Eso espero. —respondió ella con una sonrisa a medio rostro.
—Pues tengo algo que confesarte.
La piel de aquella mujer se erizó.
—¿Qué cosa?
—¿Me querrás después de que te lo diga?
—Me estás asustando… ¿qué me quieres decir? —ella insistía.
—¿Me seguirás queriendo?
—¡Ya dime lo que tengas que decir! —gritó alterada.
—Está bien… por las noches me convierto en dragón y salgo a volar cerca de la luna.
Ella se detuvo un momento.
—¿Qué mierda pasa contigo? ¿Acaso juegas conmigo?
Se enojó, tomó sus cosas y se marchó.

Más tarde él, sentado en la luna pensaba que los humanos habían perdido el sentido del humor.

23 agosto, 2013

Leyenda urbana.

—No sé si realmente pasó, no quiero pensar en ello, cuando no se piensa en algo, ese algo no existe, desaparece, muere… no quiero pensar en ello, sin embargo, no puedo evitarlo. —decía en su mente.
Al abrir los ojos esa mañana no sabía si había sido un sueño, un horrible sueño, o en verdad había sucedido.  Si fue un sueño, ¿por qué tengo estas heridas? Si pasó en verdad, ¿cómo llegué a mi cama?
Las leyendas urbanas nunca las he creído, nunca me han inmutado. No sé qué pensar, no quiero pensar… 

La casa era enorme, la selva la cubría casi en su totalidad, decenas de ventanas con cortinas negras parecían mirarte como miran los ojos vacíos. Había jardines grandísimos con docenas de árboles, altos y de follaje tan espeso que el Sol no lo atravesaba, todo en esa casa era lúgubre y frío.
Atravesé los jardines sin prisa, observando los estanques y fuentes cubiertos de lirio acuático. No sentía miedo, no había razón para sentirlo —o eso creí—. Llegué a la puerta principal que estaba abierta, escuché una música, ligera y muy tenue, la ignoré y seguí atravesando el salón principal, subí y bajé tantas escaleras que ya no sabía si estaba arriba o abajo, demasiadas habitaciones, demasiadas puertas, salones enormes. En otros tiempos debió ser una mansión muy lujosa con sus pisos de mármol y retoques en madera, con candelabros gigantescos iluminando cada salón, con muebles de época y sirvientes con vestidos impecablemente. Ahora todo estaba lleno de polvo, moho y ratas. ¿Quién querría vivir ahí? ¿Quién soportaría ese olor? ¿Olor? Sí, como de sangre, como de muerto.

"Cientos de cadáveres apilados junto a las jaulas donde están las próximas víctimas, sólo unos pocos han salido de ahí con vida, pero están dementes: se creen felices después de haber estado en ese lugar y vivido aquel horror." Relatos de la última casa de la calle. Nunca los creí.

La música cada vez se escuchaba más cerca, al igual que el olor se intensificaba. Un impulso me obligaba a continuar, a abrir cada puerta, revisar cada habitación, las cocinas, bibliotecas, todo hasta encontrar la última puerta, desvencijada y oculta al fondo de un corredor larguísimo, era la adecuada. Despacio la abrí. No hizo ruido. Bajé las escaleras, que no crujían como pensé. Todo era silencio, y como si flotara, no hacía el menor ruido, sólo la música, y el hedor. Llegué abajo y lo vi... un sótano tan grande como la casa misma, el piso lleno de sangre seca, una alfombra gruesa con enormes manchas, lamentos de personas en agonía eran la música que escuchaba, distorsionadas por el eco, cadáveres de hombres y mujeres —cientos o tal vez miles— eran los que provocaban el hedor. En los rostros de todos ellos podía ver que sufrieron lo indecible, con heridas por todo el cuerpo, otros en realidad estaban mutilados y sus miembros faltantes apilados también: brazos, piernas, dedos, todo en otra pila tan enorme como la primera. Del lado opuesto había jaulas, incontables jaulas con personas dentro. Sufrían, pero ninguna de las jaulas tenía cerrojo o candado alguno. Sin embargo no huían. ¿Por qué? Algunos se herían a sí mismos, con uñas y dientes o golpeándose contra la reja. Otros, en su delirio creían que alguien más era quien los hería; algunos se aislaban haciéndose un ovillo, curiosamente eran los que tenían las jaulas más grandes, y en contraste había jaulas muy pequeñas en las que evidentemente estaban quienes sentían claustrofobia.

Noté que todos sufrían por decisión propia: todos podían salir y ninguno lo hacía. Al fondo del sótano, enormes estantes con frascos llenos de formol, cada uno contenía algo; algo que ya había notado les faltaba a todos los cadáveres y que indudablemente los enjaulados perderían en cierto momento. Miles de corazones en los frascos de formol. Todo aquello era una verdadera carnicería. Miles de frascos, cadáveres, víctimas. ¡Una locura! Al centro, todo instrumento utilizado en aquel horror sangriento: tenazas, pinzas, sierras manuales, cuchillos, tijeras, de todo: instrumentos quirúrgicos y rudimentarios, para matar de golpe y poco a poco, alambre de púas, cables con corriente que aún tenían carne quemada adherida debido a la descarga. Había también un caldero enorme de cobre, donde se estaba hirviendo carne en un asqueroso caldo de sangre y agua, y a un lado una mesa puesta para un servicio: un plato para sopa, un plato plano, una copa alta, un juego de cubiertos para carne y postre. Todo listo para servir lo que se guisaba en el caldero de cobre. Quise salir de ahí, correr y huir de esa carnicería humana, el olor de la sangre, de la carne putrefacta, de los desechos de los enjaulados, el formol, era totalmente nauseabundo. Sentí vértigo y caí, me arrastré por el piso, sobre la alfombra de sangre seca.

Tenía la vista nublada, no podía incorporarme, boca abajo en el piso y con la fuerza agotada lo ví, entre sombras distinguí su figura, borrosa; se acercó a mí, escuché su risa hueca. Sentí sus manos grotescas levantarme en vano. Supe que era inhumanamente fuerte. Su cuerpo bofo y amorfo tenía movimientos torpes, su respiración calentaba el lugar y su aliento era tan fétido como todos los olores de ahí juntos. Sus ojos rojos brillaban en ese enmohecido y oscuro sótano. Fueron lo último que distinguí antes de que me arrojara a una jaula pequeña. Se rió por segunda vez y se alejó. El ruido me hizo despertar. El olor de todo aquello irritaba mis ojos y garganta, sentí que me desmayaría de nuevo. Escuché cómo arrastraba un cadáver, luego, el ruido de cuchillos y sierras cortando carne y hueso. Nada. De nuevo ruido, ahora eran los instrumentos para cirugía, sacaría el corazón. En ese momento todo el lugar pareció contener la respiración: los lamentos cesaron, el puchero que hervía dejó de hacerlo, las ratas callaron su agudo chillar. Se oyó un gemido apagado y todo volvió a su horrenda armonía. Volví a desmayarme.

Al despertar lo escuché comer; supuse, el guiso que hervía cuando llegué, luego la carne recién cortada, tan solo pensarlo me hizo vomitar. Quería morirme o poder escapar, pero no podía, “debía” seguir escuchando. Recordé que las jaulas no tenían ningún candado, y quizá donde yo estaba tampoco, pero no podía moverme. No quería.

"Lo que hay en la casa es un ser que se mete en tu cabeza y busca entre tus deseos y miedos, toma la forma necesaria para seducirte, y que llegues a él. Para divertirse con tu dolor o devorarte desde adentro. Una vez que te elige, no puedes hacer nada, serás el próximo" —recordé. Ya no me parecían cuentos tontos.

Sentí un nuevo mareo. Lo escuche venir hacia mí. Abrí los ojos y estaba en mi cama, el hedor de ese lugar aún estaba en mi nariz. ¿Fue un sueño? No quiero pensar en eso, tal vez con el tiempo lo olvide y crea que fue un sueño, tal vez con el tiempo sea yo quien cuente la historia. No quiero mirar al final de la calle, no quiero ver esa última casa, las heridas. No quiero mirarlas. Sólo ellas me harán dudar si pasó o no, si soy o no parte de esa leyenda que algunas personas de la cuadra contaban.

13 agosto, 2013

Campanas.

Llegó al pueblo respondiendo a un anuncio de trabajo, estaba cansada y tenía mucho sueño pues eran las seis de la tarde de un nubloso día de enero. Le sorprendió la tranquilidad que se respiraba, pero más le sorprendió no ver a nadie por la calle, aunque era invierno en los pueblos costeros casi siempre hay gente por todas partes. Justo a medio bajar, la cuesta que conducía al muelle el coche se paró, cosa tremendamente rara si tenemos en cuenta que ella no pisaba el freno, pero el coche se negaba a moverse. Se bajó y miró a su alrededor, no había nadie que pudiera ayudarla pero no fue eso lo que más la inquieto sino el hecho de que no se oía nada…nada, ni siquiera el mar que estaba a unos veinte metros a su derecha.

Escuchó atentamente intentando captar sonidos, una televisión, una voz, tintinear de vasos…algo. Pensó en no ser tan aprensiva y buscar ayuda, en alguna parte tenía que haber un bar, tiendas o un centro policial. Empezó a sentirse mal cuando vio que todas las casas de la calle estaban tapiadas, y también las ventanas, debía haberse equivocado en el cruce anterior y que decididamente éste era un pueblo abandonado. Inesperadamente sonaron las campanas de la iglesia y al mismo tiempo se apagaron las luces de toda la calle, muy asustada corrió hacia el coche pero no podía encontrarlo ¡no estaba! Entonces oyó otro sonido y deseó que todo fuera silencioso como antes, era un alarido casi infrahumano, un grito de mujer, aterrador. 

No estaba sola después de todo, alguien gritaba como si le estuvieran arrancando la piel como si ¡ah! ¡el dolor! Un extraño dolor la aferró y le recorrió todo su cuerpo haciendo que se desmayara. Cuando despertó el dolor era insoportable y casi no veía, poco a poco se le aclaró la mente, seguía escuchando las campanas pero de una manera muy lejana, ya no oía el grito de mujer, ahora solo oía lamentos y gemidos, se sentía “como flotando” pero no podía moverse. Entonces se despejó por completo y comprendió, se saltó el cruce, el grito que oyó fue su propio grito y no podía oír el mar porque estaba dentro de el. Con todo su cuerpo roto no podía salir, se estaba ahogando, seria parte de la nada de aquel pueblo que nunca llegaría a ver. Solo pudo oír las campanas de la iglesia, que parecían tocar a muerto.

06 agosto, 2013

Esencia opaca.

En una habitación de un segundo piso de un barrio obrero de Londres cerca del centro de la ciudad, se escucha un aterrador grito, retumbando en todo el edificio. La dentista Grace Dylan y Agatha su ayudante, intentaban sacar una muela a un paciente, que estaba enloquecido por el dolor.
—Sostén al paciente que no para de moverse y no me deja trabajar. —dije.
Después de una media hora de lucha contra el molar, lo sacó y el paciente se retorció de dolor y empezó a fluir sangre del agujero enorme que había dejado.
—Corre, tapa la herida, que hay una hemorragia.
Agatha tapó la herida del paciente, su cara estaba desencajada y se había quedado pálido. Me sentía muy cansada, me lave las manos, mientras Agatha recogía todo y se despedía del paciente. Me quedé sentada delante de mi mesa, con los codos apoyados y las manos en la cabeza.
—¿Cómo te encuentras?
—Bien, cansada de este trabajo y de esta vida tan desgraciada que llevo.
—Bueno, hay gente por estos barrios que viven peor que nosotras y no tienen nada para poder sobrevivir dignamente.
—Es cierto, pero yo quisiera ir al centro y vivir con la gente rica.
—A lo mejor con el tiempo lo consigues, eres una buena dentista y te lo mereces.
—Gracias. Ya te puedes ir, yo me quedare un rato con mis papeles.
—Hasta mañana, ten cuidado. Recuerda que hace un año, hubo aquellos crímenes, que el asesino les sacaba los ojos a las pobres victimas, y la vigilancia por las calles ya no es como antes. No te vayas tarde y descansa.
—Si es cierto ya no lo recordaba, me iré ahora mismo. Hasta mañana.

Me quedé una hora, ya era tarde. Medio dormida cogí mi abrigo y cerré la puerta. Al salir a la calle, el frío nocturno recorrió mis huesos y me hizo temblar todo mi cuerpo. La niebla todavía no era densa y la visión era buena. Aunque Londres era la ciudad con mas habitantes del mundo, en el barrio parecía que habían desaparecidos todos, no había ni un alma. El barrio, era un gigantesco laberinto de callejuelas, en cuyas fachadas de las casas se veía la miserable pobreza que sufrían y su pequeña vivienda estaba a seis calles. 

Caminado, pensando en mi vida, junto al frió alojado en mi cuerpo intenté solucionar mi situación. Al girar una calle, me paré bruscamente al observar una figura humana con una capa y gorro, que estaba de espaldas a mí. Mi corazón se asusto y mis temblores ya no eran del frió si no de miedo. La sombra era semitransparente y se deslizaba sigilosamente sin tocar el suelo. Asustada me apoyo en la pared de la esquina para que no me viera. Pero la figura se paró, su cara giro hacia atrás. Se quedó unos segundo sin moverse, levantó su mano izquierda e hizo una señal para que le siguiera. No me pudo mover aunque quisiera, mis piernas se bloquearon y no tenía señal desde mi cerebro. La sombra continuó su aterrador camino, hacia algún destino tenebroso. Estuve un rato en la misma posición, hasta que mi cuerpo se despertó. Asustada y observando a mi alrededor, llegué a mi casa.
La noche fue larga, durmiendo por momentos y acompañadas de pesadillas. El día amaneció triste y oscuro. Como casi todos los días.

"Hoy sería un día diferente a los otros", pensé. Llegué tarde, Agatha ya había abierto.
—Tienes mala cara Grace, ¿no has dormido bien?
—No, tuve pesadillas y la noche se mi hizo muy larga.
—Ya tenemos más de cinco pacientes esperando en la sala.
—Bueno pues has pasar al primero.
El día transcurrió normal. hasta que el último paciente del día salió por la puerta.
—Te tendrías que tomar vacaciones y descansar unos días. —murmuró Agatha.
—Quizás tengas razón, estoy agotada y no dejo de pensar en mi vida. Un día de estos pondré un cartel en la puerta, que ponga cerrado por vacaciones en busca de mi vida. —respondió y se rieron las dos. No comenté nada a Agatha de la figura, no quería asustarla y no sabía si era real, o sólo una imaginación que tuve.
—Bueno yo me voy, te dejo con tus cosas, hasta mañana y cuídate.
—Gracias, lo intentaré, hasta mañana.
Estuve esperando en la silla, hasta la misma hora de la que salí ayer. Tenía curiosidad por verla otra vez.  Aunque mis sentimientos, eran de temor hacia algo desconocido. La personalidad y el carácter que tengo me hacían ser valiente, hasta esa noche.

Salí por la puerta a la misma hora, e hice el mismo recorrido. Cuando llegué a la esquina, asomé la cabeza, pero no había nadie, esperé unos minutos. Seguía sin aparecer nadie. Me dispuse a dar el primer paso para irme. Pero de la esquina de la calle surgió la figura, se quedó allí quieta y mirándome. Mi corazón se aceleró. La figura me hizo una señal para que fuera, así que no dude y me dispuse a seguirla. La sombra había girado la calle, avivé el paso y llegué a la esquina. Era una callejuela sin salida y no había nadie, me adentré en la calle y me detuve. Note una presencia detrás de mí, me gire y allí estaba.
Su cara semitransparente era la de un hombre, sonreía. Me sobrecogí al mismo tiempo que mi cuerpo empezó a temblar. Estuvimos un rato mirándonos. De mi boca salió unas palabras desgarradas por el miedo.
—¿Qué quiere de mi?
No hubo contestación, su sonrisa era mayor.
Velozmente y con un chillido agudo, se introdujo en mi cuerpo. Caí al suelo, me entraron convulsiones mientras gritaba y pataleaba en el adoquinado. Sentí un escalofrió terrorífico por mi cuerpo, mi mente se quedó en negro. Sentí como la muerte circulaba por todas mis venas, dejándolas vacías de vida, alcanzando hasta lo mas profundo de mi alma. Pasó velozmente una luz cegadora dentro de mí. Mi respiración jadeante se entrecortaba con mis gritos de angustia, sin sentir ningún dolor. Finalmente salió de mi cuerpo con un chillido aún más atroz. Me quedé inerte en el suelo, con los ojos en blanco. Me sentía vacía y al mismo tiempo viva. La figura me miró, su cara reflejaba felicidad. Alzó la mano y me saludó. Lo veía borroso. Estaba agotada. Me dijo adiós con la mano, y se deslizó entre la oscuridad de la noche. Tambaleándome me incorporé, me sentía extraña, como si se hubiera llevado algo del interior de mi cuerpo. Enseguida me repuse, me encontraba vigorosa. Me dirigí hacia mi casa, preguntándome, qué es lo que me había sucedido, tenia miedo de mi misma.
Llegué, y me encontraba muy nerviosa y mi cuerpo no paraba de temblar. Intenté dormir, y tuve pesadillas horribles.

Por la mañana me fui a trabajar. En la puerta estaba Agatha
—Hola Grace te encuentro radiante, ¿qué es lo te paso anoche para llegar de esta manera?
—Pues, no sé. —repuse—. Estoy feliz, supongo que he cambiado.
—¿De un día para otro? Qué facilidad.
Estuve unos días alegre, bromeando con Agatha, me sentía bien, pero por las noches tenía pesadillas. Mi entusiasmo y felicidad iba decayendo, hasta encontrarme cansada, sin ganas de hacer nada, mi personalidad cambió por completo, mi vida se iba apagando poco a poco. Una noche inconscientemente, me vestí, cogí un cuchillo de la cocina y salí a deambular por las oscuras calles, sin ningún destino y sin saber que es lo que andaba buscando. Sentía una necesidad inexplicable dentro de mi cuerpo, que pronto descubriría.

Vi un hombre de avanzada edad, que se dirigía hacia mí. Mi corazón empezó a latir fuertemente, mi mente se quedó en blanco y seguía ordenes de algo sobrenatural. Me acerqué a él, le dí las 'buenas noches', el hombre desconfiado y perplejo, me saludó. Al mismo tiempo que saqué el cuchillo de mi bolsillo, le agarré la cabeza con la mano izquierda y le desgarré la garganta. Sentí la carne deslizando sobre el filo del cuchillo. Empezó a brotar sangre, se puso las manos en la garganta intentando impedir que la sangre saliera de su vida. Agonizando e intentando de gritar, sin conseguir que saliera un grito desolador de su garganta rota. Actué rápido y me introduje en su cuerpo en busca de una luz que se extinguiría en pocos segundos. La ví y la absorbí. Salí de su cuerpo, y es cuando el agonizante hombre dejo de vivir.

Llegué a mi casa, me sentía mucho mejor, pero al mismo tiempo mi preocupación era horrible. Llegué a la conclusión de que para poder vivir tenía que matar, y desposeer sus almas. Estuve meses en esta situación tan horrible. Mataba solo cuando necesitaba vida. Dejé el trabajo y mi vida era insoportable, Agatha había días que venía para poder ayudarme a lo que me fuera necesario, pero yo la echaba, no me podía ayudar en nada.

Una noche pensé en la figura, que sería ella la quien me pudiera ayudar, mi mente intentaba comunicarse con ella, para poder verla. Esa noche salí al acecho de una nueva víctima, porque me falta vida. Pero para mi sorpresa me encontré con la figura. Nos miramos y le dije:
—No quiero vivir a si, no quiero seguir matando.
Se me quedo mirando, con una sonrisa irónica y diabólica a la vez, que me hizo estremecer de terror.
—No puedes cambiar el destino. —me dijo, con una voz increíblemente serena—. Tu matas a las personas que tienen que morir.
—Pero ¿por qué tienen que morir?
—Porque es su destino, eres tú quien las elige, para tu poder seguir viviendo.
—¡No! No quiero continuar con esto. —reproché—. ¿Qué debo hacer para dejar de matar?
—Nada, no puedes hacer nada.
—¡Ayúdame! —exclamé a punto de sollozar
Él rió y escuchaba su risa diabólica por mis oídos, como si la muerte llegara para llevarme con ella.
—Tienes dos elecciones. —propuso, sin dejar de reírse—. La primera es matarte, así quedas libre, y tu alma me pertenecerá. Y la segunda es entrar dentro de mi, buscar tu alma, cuando la poseas, saldrás y tu vida seguirá siendo insoportable, sin que tengas que matar. Elige la mejor opción, porque el destino ya lo tienes escrito. Y no podrás cambiarlo.
Me dejo desconcertada, pero no dude en introducirme en su cuerpo en busca de mi alma.

Así lo hice, habían cientos de almas, ví una que brillaba con más intensidad y la absorbí, pero no sucedía nada... esperé. Me encontraba atrapada dentro de su cuerpo.
¿Cómo me podía haber fiado de un diablo de almas perdidas? Mientras la figura se deslizaba por la tenebrosa oscuridad y su sonrisa triunfal se oía a muerte, yo me desvanecía en su interior convirtiéndome en una luz más. Y se reía, se reía de mí.

02 agosto, 2013

Óbito.

Me quedé con la boca abierta cuando lo vi por primera vez. Yo volvía del frío, de las tinieblas. Contemplarlo era un placer insostenible. Respiraba el extracto de mi ser al que no otorgaba el valor.
—Un mandato divino. —dije, mientras seguía mirándolo fijamente—. Una buena estudiada casualidad.
Miré la lámpara que se encontraba encendida, cerca mío. Luego bajé los ojos y volvía a encontrarme con él.
—¿Qué cosa quieres decir con eso? —preguntó, con su gruesa voz que me causó erizar la piel.
La luz acentuaba la opacidad con una brizna incrustada en mis tacones beige pálido. Una pequeña hoja verde oscuro dormía sobre aquel suave terciopelo. Pensaba en cómo se había quedado allí si la grama de mi jardín se había marchitado cuando él se había ido. 
—"Tengo la angustiante sensación de que la vida se me está escapando". —susurré, pues lo único que se me ocurrió fue citar un fragmento de Benedetti mientras me inclinaba para quitarme la hierba de mi calzado.
—¿Por qué no te enfocas en perseguirla? Es lo primordial en estos momentos. —preguntó.
Volví a él. La preocupación que cargaba encima hacía temblar un poco mis piernas, por lo que las crucé mientras mis alargados dedos posaban sobre mi muslo. 
—No la persigo porque perdí su rastro. —contesté, con voz tenue. Enseguida pensé en tratar de envolverme hacia sus palabras—. Ya no la encuentro, ni en cada espora de los átomos de un pétalo, ni en las metáforas de Borges o en algún cuento de Cortázar. —hice una pausa para tragar saliva pues sentía su mirada sofocándome, inhalé el frío aire y retomé mi respuesta—. Quizás cuando me encontraba tocando las cuerdas de mi guitarra la perdí. Me pregunta a ver si en alguno de mis parpadeos tú la hubieses visto.
Su cuerpo delgado, despreocupado en comparación al mío, ausente, vestido con un traje color de bruma por lo general callaba con frecuencia, pero escuchaba su atormentada mente detrás de sus largas bocadas de aire. Comprendí que algo tramaba, pues era extraño toparme con su presencia en mi departamento.
—En tus párpados no puedo lograr nada, quizás no sepa leer ni tu mirada. —reprochó, mientras yo notaba como la noche de desteñía en la suya, en sus pupilas. Sus labios seguían teniendo el color rosa ladrillo de la chimenea de fábrica de mi comedor, me distraje. Desolada, intrigada y oprimida quise decir algo pero continuó con su idea—. Quizás he visto la sombra de ella en algunos de tus escritos, quizás solo vi un reflejo y creí que podía haber visto lo que has perdido.
No leía nada sobre su rostro, porque no sentía nada. Pero cada vez que él podía, iba hacia mí, con sus ojos en los míos hasta que extrañamente tocó su camisa contra la tela de mi blusa, su rostro sensible que mecía un peral, ese rostro estaba muy cerca de mí. El pecado estaba en el fuego de mis mejillas.

01 agosto, 2013

La casa del silencio.

Perdida la inocencia, ya nada puedes esperar del ser humano. Recuerdos malditos que marcaron la triste infancia en soledad. Luchas internas en el corazón de un niño que llora a su madre y abraza a su padre sin ser correspondido. Nunca puede descansar un alma descarriada que pide a gritos algo de cariño. Un amor que nunca acarició su pelo ni acunó sus llantos. El mundo gira entorno al mal. Todos saben historias, cuentan sucesos alrededor del fuego. Pero el miedo, la realidad está aquí, entre nosotros. Una historia real, con un trágico final y una condena que se repite año tras año. La casa maldita de un pueblo dónde tuvo lugar un hecho atroz.

Sara vivía aferrada a su madre, quien nunca le dedicó más tiempo del necesario y más cariño del permitido. Su padre borracho azotaba constantemente a la pequeña. Los gritos eran constantes en ese hogar, gritos de rabia, de dolor y humillación. La madre, arrepentida de haber traído al mundo una niña a la que realmente nunca deseó, permitía que noche tras noche su hija fuera torturada por quien ella amaba ciegamente. En su habitación, la niña adormecía a sus muñecas acunándolas con cariño. Nunca le enseñaron a querer pero en su interior necesitaba cuidar de sus pequeñas para que nada malo les sucediera. Con el pasar de los tiempos, llegó Octubre de 1762 donde Sara falleció en su cama. Aquella noche su padre se ensañó de tal manera, que sus pequeñas manos apenas pudieron tapar su boca para dejar de suplicar y aguantar la paliza con resignación. Sábanas teñidas de sangre inocente dónde el calor humano nunca tuvo cabida.

Cuenta la historia que años más tardes los padres de Sara aparecieron muertos en su habitación. Nadie escuchó nada aquella noche. La muerte en silencio del que castiga contra los gritos de rabia del que se venga. Por la casa pasea Sara cuidando tranquila de sus muñecas y vigilando que nadie se atreva a perturbar esa casa dónde ahora reina la calma. No grites nunca si pasas por ahí, pues dicen que Sara se aparece a todos aquellos que molesten a sus pequeñas y no respeten la que es ahora conocida como la casa del silencio.

29 julio, 2013

Cuerpos ausentes.

Viniendo los recuerdos otra vez a verme, tuve la idea de barrerte a un rincón de soledad absoluta, puesto a que el nuevo sol rubio con el que encontré el sexo a las doce en el bar de la semana pasada, me había entregado la salvación, un desahogo que necesitaba en mis pozos de persona; pero seguía en las contradicciones, las típicas de cada ser alocado que miraba una simple conexión con un ser, y ése resultó ser él, quien logró contradecirte después de todo.

Se extendía por mí la idea de volver a probarle con tierra húmeda, esta vez en los linos incoloros para que se tiñesen de su fragancia nórdica, como si tejiera de nuevo los hilos para que resultasen semejar inodoros de ti, porque ahora se me antojaba el capricho de jugarnos sin tu existencia en mi mente. Así lo intenté con la llamada, pero sus ocupaciones me trajeron de vuelta adonde estaba, el cuarto vivo en el que tú aún residías sin estar, porque te habías ido quedándote en mi adentro, y pese a eso, no te quería ya en él.

Entonces busqué nuevamente la calle.

16 julio, 2013

Lluvia.

Las gotas de lluvia caían fuertemente sobre su rostro, y parecían castigarlo involuntariamente por la decisión que había tomado. Su andar se hacía cada vez más presuroso, el sudor en sus manos era inevitable, la respiración acelerada empezaba a hacerse una molestia y ese mortificante ruido de las gotas cayendo comenzaba a desquiciarlo. La resolución a la que había llegado luego de intensas horas de meditación echado en la cama mirando el techo de la habitación del Hotel, estaba royendo su interior al mismo tiempo que descubría todos sus miedos. Algunos de los cuales nunca había llegado a conocer.

Esperaba haber tomado la decisión correcta. Eran quince años que se iban a la basura, quince años compartiendo con aquella persona por la que ahora decidía, pero ¿quién era él para hacerlo?, ¿quién le había dado ese derecho?, ¿cómo había llegado hasta este punto? De algo estaba seguro… debía de hacerlo.  Marisol yacía dormida a su lado tapada únicamente por las sábanas blancas que momentos antes habían sido testigos de una vorágine de deseo, excitación y culpa, la culpa que ahora acompañaría a Sebastián para siempre y de la que no podría desembarazarse jamás; pero que podía sospechar aquella, que dormida y en un mundo utópico, soñaba seguramente con los días que les esperaban juntos, la casa de playa en Brasil, los hijos que tendrían juntos, los años cargados de felicidad a los que se encaminaban, y el amor. El amor que no se desvanece nunca en una joven como ella, el amor que parece durar para siempre en los bellos corazones juveniles, esos corazones lozanos que llenos del sentimiento perfecto nunca sospechan lo que el tiempo les tiene preparados, y caen rendidos al percatarse de que lo que alguna vez sintieron ya no existe más. Sebastián si lo sabía y conocía muy bien aquella sensación, conocía y comprendía a ese cazador de corazones que lo había despojado del sentimiento que alguna vez compartió con Paula.

Así pues, se levantó de la cama, se vistió y con un beso en la frente se despidió de su diosa de cabellos de oro, aún dormida e ignorante por las mentiras de su hombre, ignorante de lo que compañero realizaría en algunas horas. Salió a la calle y un viento gélido cargado de gotas de lluvia le dio de lleno en el rostro. Paula se encontraba haciendo yoga en su habitación del segundo piso como todas las tardes, sus delicados dedos tocaban las puntas de sus pies y su morena cabellera caía sobre sus piernas ocultándole el rostro. Se hallaba totalmente relajada, su respiración era lenta y pausada, una extraña sensación de calma la invadía, pero no era la misma sensación de todos los días, esta calma la invadía como invade el fuego las habitaciones de una casa siniestrada y se abre paso llevando a cenizas todo lo que encuentra. Era una calma resignada, un sosiego que había sido obligado a guardar silencio… al menos por el momento. Sebastián se halló frente a la puerta de su casa, la abrió y empujó hacia adelante, el viento frío a sus espaldas parecía impulsarlo hacia adentro en un afán por desear que acabara con todo de una vez. Pero él de pie en el vano de aquella puerta luchaba por encontrar las fuerzas y el aplomo necesario para cometer su crimen. Por suerte aún debía esperar hasta la noche.

Subió las escaleras y abrió suavemente la puerta de su habitación encontrando a Sofía en una extraña posición, arrodillada y de espaldas con los brazos y piernas hacia atrás, la hermosa mujer tocaba con los dedos de sus manos los de los pies, haciendo la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados y la mente despojada de toda realidad. Esta vez sus cabellos dejaban ver el hermoso rostro de la muchacha. ¡Dios! Se veía tan serena. El sonido de los pasos de Sebastián acercándose hacia ella, la arrancó del estado casi catatónico en que se encontraba y en un segundo volvió a ser parte otra vez de la segadora realidad. Una sonrisa compartida y un par de palabras triviales fueron suficientes, Sebastián se retiro al cuarto de estudio y Paula continuó con su rutina.

La tarde se hacía cada vez más oscura y la hora se avecinaba, Sebastián sentado en un antiguo sillón colonial sostenía un libro en su mano, “El hombre en busca del sentido” decía la cubierta, pero no lograba concentrarse en la lectura. No… ni Viktor Frankl, ni nadie lograría sacar de su mente aquella víbora de culpa que arremetía con afilados colmillos contra él. Pero todo ya había sido planeado con anticipación, sería hoy el día, los pasajes habían sido comprados, el vuelo salía hoy a media noche, las cuentas habían sido trasladas y la vieja Smith&Wesson de su padre pugnaba por salir de la caja fuerte de detrás de la puerta falsa del librero. Se acercaba la hora… la cena estaba lista. Ambos se sentaron y comentaron su día, aunque algo nervioso aún, Sebastián había logrado dejar de lado los sentimientos que le aquejaban, se había convencido con la vieja frase que todo subsana, aquella por la cual han muerto tantos: “El fin justifica los medios”.

La sopa de verduras estuvo deliciosa y aunque un tanto amarga, Sebastián pensó: Una vez más la siempre predecible Paula experimentando con la comida, pero esta vez sí que se había excedido con el orégano, qué más da, en unos instantes eso ya no importaría. Paula tan alegre como siempre le hablaba sobre la pelea que había tenido con Carla Miller, al parecer habían discutido en el club por algo que según ella no valía la pena comentar. Al pasar los minutos, Sebastián ansiaba cada vez más y más deshacerse de ella, y aunque escuchaba sin prestar atención todo lo que su esposa le decía, se preguntaba porqué tardaba tanto en llevar a cabo el plan, porqué sus brazos no se levantaban, sacaban el arma oculta bajo su cinturón y apuntaba a su cabeza, porqué se sentía tan cansado de repente, ¿sería tal vez el mantenerse escuchando la tediosa plática de su mujer, lleno de problemas insulsos lo que estuviera agotándolo? De pronto, Paula dejo de hablar, y se disculpó diciendo que volvería en un segundo.

Sebastián ahora se sentía algo mareado y la sopa frente a él reflejaba un rostro pálido y deforme, el movimiento de sus extremidades se volvía casi imposible, y esa amarga sensación en la garganta se acrecentaba cada vez más llenando su boca de un sabor repugnante. Por fin Paula regresó, y dejando unos papeles sobre la mesa miró fijamente a lo que quedaba de Sebastián sin decir una palabra. En un esfuerzo sobrehumano el moribundo pasó la mirada por lo que parecían dos boletos de avión y unas cuantas fotos de él y Marisol. Un manto negro cubrió la escena y un silencio ensordecedor empañó el ambiente, un silencio lleno de preguntas, preguntas cuya respuesta Sebastián no conocería nunca, pero a la vez tan lleno de explicaciones sobreentendidas, un silencio de fuego… sí, fuego que Paula dejaba, se llevara a cenizas todos los recuerdos y sentimientos compasivos que alguna vez tuvo. Ahora estos yacían hechos un cúmulo negro en el interior de su cabeza.

El silencio pareció romperse de repente con una risa burlona, que heló aún más la frágil alma del confundido hombre, seguido de las últimas palabras que escucharía en vida.
—Creíste que jamás me daría cuenta. Lo sabía desde hace meses Seba, pudiste haber seguido con esta farsa pero tuviste que desear más. ¿Siempre te gustó tener el control de todo, cierto? Pues ahora mírate, hecho nada, sin poder moverte y si esto te ocurrió a ti, nada más espera lo que le tengo preparado a esa ramera. Ahora sí estarán juntos para siempre.
Luego, la voz que entonaba estas palabras deformó en un único sonido: el de la lluvia cayendo fuertemente contra la acera, y una lágrima que pareció nacer de la nada dio contra el fino parqué sin ser notada, la fuerte lluvia de afuera no dejó escuchar la caída de la que fuera la última muestra de afecto de un moribundo cuyo plan había sido destrozado.

14 julio, 2013

Preciso sueño sobre tí.

—Escribe una vida conmigo.
—Vamos a escribir una vida juntos. —respondió, con una sonrisa que a penas se notaba en su rostro.
Sus pasos se acentuaban más a medida que pasaba el tiempo marcado por el segundero. Mi piel se erizó al sentir su boca rozando mi cuello y su aliento que se desbordaba lentamente sobre mí.
—Tú por tu parte, y yo por mi parte. —añadió, susurrándolo a mi oído y acariciando levemente mis mejillas.
Mis ojos se cerraron por un breve instante mientras su piel se iba de la mía, mientras sus pasos se escuchaban cada vez más lejos.
—¿Por qué separados? —pregunté en tono alto—. ¿Por qué tanta distancia si quiero tener tus labios con los míos?
Él se percató de lo agitaba que estaba, pero aún así no le importó. Sólo se dio media vuelta para decirme:
"Porque la distancia es el control del deseo, porque sin distancia simplemente no existiera deseo".
Fruncí el ceño al escuchar tales palabras, me relajé y sonreí, tenía una idea. Él rápidamente percató algo.

Crucé mis piernas y comencé a desabotonar mi blusa roja pero me detuve.
—Quiero la parte de ti que te niegas a dar. —dije con firmeza.
Él se acercó, pero al estar a pocos pasos de mí, se detuvo.
—No la pidas, consíguela. —hizo una pausa mientras humedecía sus labios con su lengua—. Porque sinceramente no la encuentro.
—Nunca te has encontrado, pero pasan los días y te pierdes más.
Él afirmó con la cabeza.
—Es como si estuviese en un laberinto sin querer salir. —me contó.
Me levanté y caminé hacia él. A medida que estaba más cerca, más se sentía la tensión entre nuestros cuerpos. Como par de extraños que en alguna ocasión se conocieron.
—Quizá nos encontremos en algún camino desorientado. 
—Quizá te encuentre en la misma fase que mi propio paso. —susurró mientras tomaba mi cuello para darme aquel beso apasionado que tanto esperé que sucediera.

05 julio, 2013

Otro camino.

Aquel día, fue el peor de todos...
La reunión se había alargado muchísimo más de lo previsto y comenzaba mi viaje de vuelta a casa ya casi llegando la noche. Me dolía la espalda de estar todo el día sentada en la sala de reuniones y me ardía el cerebro de todo lo que tuve que aguantar. Para colmo, comenzó a nevar al poco de salir de mi región. En lugar de irme por la autovía, decidí volver a mi casa por carretera nacional, el trayecto era muchísimo peor porque atravesaba las montañas y habían muchas curvas, pero me ahorraba casi cien kilómetros por este sitio.

Metí el último CD de U2, y enfilé la carretera que se presentaba bastante solitaria a aquellas horas. La nieve cada vez era más intensa y el asfalto comenzaba a teñirse de gris brillante bajo la luz blanca de mis focos. Aminorando la velocidad, conducía con los músculos tensados por temor a que el coche me patinara en alguna de aquellas curvas solitarias, a la vez que maldecía la reunión de aquel día. La carretera, ya recorriendo las oscuras montañas, se estrechaba por momentos y atravesaba pequeños pueblos, apenas iluminados por tristes farolas de luz amarillenta que me recordaban un poco a la luz de noche que les ponen los padres en su habitación. Aunque hacía bastante frío, los nervios acumulados durante el día y la engorrosa conducción por aquel peligroso asfalto me hacían sudar las manos y la espalda.

Hace muchísimos kilómetros que había dejado atrás el último pueblo cuando llegué a éste. Apenas seis o siete casas al borde de la carretera. Casas recias de paredes de piedra y tejados de pálidas tejas, hundidos algunos por el paso del tiempo y el desuso. Unas viejas bombillas adosadas a las paredes de alguna casa eran el único indicativo de presencia humana en aquel lugar en los últimos tiempos. Al cruzar ante la primera casa, mi coche se paró, así, sin más... todo dejó de funcionar. Se apagó todo el sistema eléctrico y el motor se silenció al instante dejándome allí tirada en medio de la nada. Tras dar un par de golpes al volante desahogando mi la rabia por la mala suerte, agarré el móvil para avisar al seguro y que me mandara una grúa. ¡Maldita miseria! No tenía cobertura.

Desempañé con el brazo los cristales, que a los pocos minutos de pararse el coche se habían vuelto del todo opacos y observé las fantasmagóricas casas en busca de alguna luz en alguna ventana o resquicio, donde quizás hubiese alguien al quien pedir ayuda. Absolutamente nada. Encendí un cigarro y bajé del coche, subiéndome el cuello de la chaqueta y caminando medio encorvada por el frío me dispuse a inspeccionar más de cerca las casas. Una a una, fui tocando a las puertas sin ningún resultado hasta llegar a la última, en la parte opuesta de donde estaba el coche. Mi nerviosismo iba en aumento pensando ya que quizás, como punto culminante de aquel asqueroso día, tendría que pasar la noche tiritando de frío dentro del carro. Cuando di media vuelta para volver al él, la vi.

Justo enfrente de mi coche, a unos doscientos metros de mí, había una mujer que me observaba sin mover un solo músculo, vestía una especie de camisón blanco y observé que estaba descalza sobre la nieve, con los brazos caídos en los laterales y la cabeza ligeramente agachada. Era alta, de piel muy pálida y tenía el pelo muy corto, como rapado. Le di un grito levantando la mano, sabía que me miraba, pero fue lo primero que se me ocurrió. No se inmutó ante mis aspavientos. Comencé a caminar hacia ella bajo la nieve un tanto acojonado por sus espectral figura, mientras me acercaba, fui enfocando mejor su silueta y su rostro. La parte baja de vestido parecía estar sucia, como de barro y algo rojizo que no supe interpretar, y su rostro, que al principio me pareció de una mujer joven, comenzó a mostrarme signos de anticipada vejez. Me acerqué un poco más….hasta que vi su mirada vacía. Sus ojos eran completamente blancos e inexpresivos, no tenía pupilas. Totalmente aterrada, me paré en seco a escasos metros de ella. Movió lentamente su brazo derecho separándolo un poco de su cuerpo y en su mano vi que sostenía una hoz, de las que se usan en el campo para segar las malas hierbas. Por un momento el corazón se me salió por la boca, petrificada allí en medio de la nevada de puro pavor ante aquello que me estaba sucediendo.

En un segundo, aquella mujer arrancó a correr hacia mí de una forma totalmente sobrehumana, mi cuerpo, automáticamente (porque yo no tenía control sobre el por el miedo) dio media vuelta y corrió también todo lo que pudo delante de aquel espantoso ser. En mi cabeza se mezclaban mil pensamientos a la vez. "¿Qué era aquella cosa? ¿Cómo era posible que corriera de forma tan veloz? ¿Qué coño iba a hacer yo más que correr?". Dejé las casas atrás y continué corriendo por la oscura carretera, que en aquellos momentos ya se había convertido en un manto de frío hielo. Escuchaba sus rápidas pisadas tras de mí, cada vez más cerca. Comenzó a emitir un extraño sonido, como un grito muy agudo que se me clavaba en los oídos punzándome los músculos y no dejándome correr tan apenas. Cada vez más cerca, me dolían los costados, cada vez ese grito más fuerte, no podía correr más, las piernas se me engarrotaban, no podía coordinar ya mis movimientos, ya notaba su aliento en mi espalda... ya no me quedaba aliento, mis ojos derramaban lágrimas y me escocían de puro miedo. Noté como mi velocidad disminuía y sumido completamente en aquella oscuridad, esperé ya la punzada de su hoz en mi espalda de forma irremediable. Di mis últimas zancadas totalmente derrotada, ya estaba, ya no podía más, caí de rodillas sobre la nieve y me vinieron a la cabeza imágenes de mi esposo, pensé que mañana tenía que invitarlo a cenar... el espantoso grito cesó de pronto, el sonido de las rápidas pisadas de aquel ser llegaron nítidas a mis oídos, primero desde atrás, luego me atravesaron y después las escuche alejarse frente a mí hasta que todo quedó sumido en el más completo silencio.

Arrodillada en medio de ningún lugar, congelada de frío y todavía con convulsiones de puro terror, vomité de agonía y lloré como jamás lo había hecho. Volví arrastrando mis pies hasta mi coche, encendí a duras penas otro cigarro que se consumió entre mis dedos lentamente. Le di al contacto y arrancó a la primera. Di media vuelta y volví por la carretera en busca del enlace con la autovía.

04 julio, 2013

Una noche gris.

La luz mortecina y grisácea de esa noche de luna llena empapaba el clima sombrío de un aire retro. Mis pies me conducían por baldosas de cristal, que reflejaban a la delgada figura persiguiéndome a un paso mecánico.

Miré con cuidado su aspecto, flaco y alto, un tanto anormal. Sentí sus ojos clavados en mí, y por primera vez en toda la noche me detuve y giré. Él posaba despreocupado, pero mirándome decidido a matar. Concluí por correr hasta el centro de la ciudad.

Tomé aire, hasta casi rasgar la base de mis pulmones y corrí con todas mis fuerzas, visualizando un punto al que alcanzar. Cuando sentí el elixir de la vida escapándose por los poros de mi piel, una ventisca me dio ánimos y me impulsó con más fuerza. Miré atrás corriendo como un frenético… y un espasmo de dolor, recorrió mi médula propagándose en calambre por mi pierna. Ya no podía correr, ni respirar.

Desperté en la siguiente calle. Dos policías y una mujer me observaban preocupados. Les pregunté si vieron al psicópata, y me aseguraron que solo estaba yo, pálido y tendido en la calle… Mi psicólogo dice que sólo fue mi sombra mientras que yo afirmo que alguien me persigue.

02 julio, 2013

Recuerdo pulverizado.

Tras tantos meses, Sofía se extrañó y se estremeció en cierto modo al observar en la pantalla de su celular aquel nombre. John había traído algo parecido a la felicidad, a su vida un día, pero todo se había ido quebrando hasta el punto en que el nombre de aquel chico ya no le aportaba sensación especial alguna, su corazón se había inmunizado ante su persona. Al menos eso había creído hasta aquel instante.

John quería verla de nuevo, después de tantos meses sin apenas mantener una conversación fluida. En un principio aquello la había desconcertado, y construyó sin dificultad pocas vagas hipótesis en relación con ello tras leer su SMS. Sin embargo, allí estaba, frente al umbral de la puerta de la modesta casa en la que vivía junto con sus padres.

Sin saber exactamente qué la había llevado finalmente allí, sospechando que el aprecio que naturalmente mantenía aún hacia él era el que la había impulsado a ello, llamó al timbre. Se sorprendió pensando en que la mujer tras la puerta era su suegra que había envejecido en menos de un año, hasta el punto en que dudó si era realmente ella quien le había abierto la puerta y a quien tenía frente así, estudiándola, pero sí, era ella.
—Vaya Sofía… qué sorpresa. —dijo ella. La mujer le obsequió con una sonrisa, sincera en apariencia—. ¿Qué te trae por aquí después de todo este tiempo?
—Bueno… —su voz pareció fallarle por unos momentos y se vio obligada a carraspear—. venía a ver a John… me ha dicho que quería verme.
—Claro, pasa por favor. —instó, tras un momento de vacilación quizá demasiado pronunciado que no pasó desapercibido para Sofía. La muchacha avanzó por los pasillos tras la mujer. A pesar de que el mobiliario y los objetos decorativos respondían a una situación bastante diferente con respecto a la última vez que había estado allí, no pudo evitar que una plomiza sensación de melancolía la embargase en aquellos momentos.

No importaba que hubiera sido capaz de rehacer su vida ni que sintiese que por primera vez era plenamente feliz, todo ello quedó súbitamente en un segundo plano, enterrado por violentos recuerdos de lo que un día pudo ser y no fue. Fue algo que en el momento se le antojó inexplicable.
—John está arriba, en su cuarto, como siempre. —indicó Ana, como Sofía recordó que aquella mujer se llamaba. Ella asintió y se encaminó con paso calmado hacia las escaleras que comunicaban con la planta superior.
Mientras subía, un repentino temor la asoló y se recordó que hacía demasiado tiempo que no veía a John, que no sabía si el que se encontraría tras la puerta de su cuarto sería la misma persona a la que un día creía haber amado, o si habría cambiado víctima de las circunstancias. Pensó que quizás todo aquello no era una buena idea al fin y al cabo, pero por algún motivo no quiso volver atrás, y se adentró en el estrecho pasillo al final del cual se encontraba la susodicha habitación. La luz no estaba encendida y ello contribuía a que se diese un ambiente más lóbrego a medida que Sofía se adentraba y avanzaba entre las dos paredes. Solo detectó la presencia de la puerta cuando observó una fina línea de luz, que como una lengua surgía a través de la ranura inferior de la puerta y se reflejaba en el suelo. Esperó unos instantes una vez que se encontró frente a ella, y la golpeó dos veces con el puño de su mano diestra. Después esperó, y al otro lado tan solo percibió el más profundo silencio: ni un vago indicio de movimiento. Llamó de nuevo, esta vez más fuerte, pero tampoco obtuvo resultados. Finalmente, pensó que quizá John estaría durmiendo y por eso no la escuchaba, por lo que giró el pomo de la puerta dispuesta a atravesarla.

Lo que vio una vez dentro la golpeó como una gélida corriente de aire y la paralizó. La visión de aquella estancia tal y como la recordaba, sin ningún tipo de cambio ni siquiera en algún detalle, la sobrecogió sin motivo. El mismo orden casi enfermizo del que John hacía gala, se apreciaba en la perfecta situación de los numerosos libros en sus estantes, y en la distribución de los objetos sobre el escritorio que ocupaba gran parte de la pared opuesta, junto a la ventana. La persiana estaba a medio subir, y recordó que a su amigo le gustaba así, y odiaba la claridad que se filtraba a través de los cristales en las tardes. Las paredes seguían cubiertas de descomunales pósters de Avenged Sevenfold, su grupo favorito, y la mochila roja que utilizaba desde hacía años había sido depositada en una esquina. Sobre el escritorio, Sofía reparó en la única nota discordante, lo que rompía el perfecto orden: una bandeja con un plato de sopa intacto y un vaso de agua.

Como queriendo validar su hipótesis, un lejano sonido de pasos acercándose a través del pasillo llegó a sus oídos. Sofía supuso que sería John y se sentó a esperarle en la cama. Inconscientemente, deslizó su mano sobre las sábanas más superficiales, y una densa capa de polvo se adhirió a sus dedos. Sólo entonces supo que algo iba mal.

Ana entró por la puerta y de modo impasible, casi mecánico, retiró la bandeja con el plato de sopa y la sustituyó por otra sobre la cual descansaba un humeante plato de macarrones.
—Cada día comes menos, John. Cualquier día te despertarás en los huesos. —advirtió dirigiendo su mirada hacia el lecho, justo a la derecha de la posición de Sofía.
Posteriormente, le dirigió una afable mirada y salió de la habitación sin mediar palabra. Sofía se levantó como un resorte cuando en su mente comenzó a fraguarse una idea de otro modo tan descabellada que atentaría contra la más básica cordura. Estudió su alrededor con fugaces vistazos, como si de pronto sintiese que alguien espiaba sus movimientos. Un violento temblor comenzó a recorrer su cuerpo. Incluso con el rostro congestionado a causa del pánico y el desconcierto, John pensó que Sofía era tremendamente bella, y que sus rasgos mostraban la misma calidez que el primer día que la había visto.

Se aseguró de que llevaba meses esperando el momento de volver a verla, y una reconfortante paz le invadió. Sabía que ella no podía verle, ni siquiera oírle, pero era algo a lo que había renunciado hacía meses y que ya había asimilado, tanto él como las personas que le rodeaban. Tan solo su madre continuaba hablándole en monólogos como si realmente él respondiese a sus preguntas. Su perturbada mente formulaba las preguntas, y a la vez creaba las respuestas. Todos la tenían por loca cuando subía algo para comer a un cuarto vacío que nadie había limpiado desde que él ya no lo ocupaba, aunque quizá no lo hubiese abandonado del todo al fin y al cabo. 

Ana desarrollaba su habitual rutina como si nunca hubiera visto consumirse la vida de su hijo ante sus ojos. Soportaba su día a día como si alguna vez John hubiera podido olvidar a Sofía y superarlo, como si aquella fatídica madrugada en la que el chico había decidido terminar con todo hubiese sido tan solo la peor de sus pesadillas.

30 junio, 2013

Yo soy la voz.

Su padre la llamaba esquizofrénica y ella se lo creía. En vano, intentaba callar las voces que a diario la atormentaban; ella no entendía que necesitaban su ayuda, es más, no le importaba. Tal vez era demasiado para una adolescente cansada de ser tildada como el bicho raro de la familia. No sabía o era incapaz de aceptar que si lo era.
—Ven conmigo. —una tenue voz que se colaba por su oído derecho la llamaba con insistencia
—¡Cállate! —gritaba.
La puerta de su habitación se abría violentamente, mientras una mirada inquisidora y a la vez alarmada intentaba encontrar al causante de su repentino. Nadie.
—Ay Eliana, me tienes harta. ¿Acaso no es suficiente martirio para una madre dos hijos que nunca están en casa, un marido indiferente y una casa que se está cayendo? ¿también tu?
El portazo de la puerta era a lo único a lo que podía responder.

Que soledad la que sentía, si ni su madre la toleraba. ¿Qué más podía esperar? Solo la música celta y la lectura sobre historia egipcia la consolaban; y una hermosa hada de orejas puntiagudas que acariciaba su pelo. Algún día abrirás los ojos, mi niña.

Los días y los meses transcurrían, el colegio estaba a punto de terminar, poca cosa para ella.
—Más tiempo con mi hermosa familia. —se reía con sarcasmo.
Su única distracción en las clases eran sus hermosos dibujos, gnomos, duendes y hadas hacían parte de un gran bestiario que nadie podía encasillar en ningún estilo; todo el tiempo se la pasaba dibujando; lo que sus maestros enseñaban era muy poco interesante, porque ya lo sabía (o mejor, se lo habían dicho). Su falta de atención siempre molestaba, más cuando era obvio que nunca atendía nada de lo explicado en la clase y aún así lograba responder las preguntas que se le hacían. Las monjas la consideraban rebelde, irrespetuosa e indisciplinada. Sólo el maestro de historia veía su gran capacidad imaginativa, pero, ¿qué podía opinar un hombre en un claustro religioso para señoritas? Nada. Luego de una terrible discusión con su padre, en la que él insistía que debía ir con un psiquiatra y ella le refutaba que mejor se lavara los oídos. Eliana decidió que no podía más. A su familia le importaba más el qué dirán que su sentimientos; ella no había pedido llegar a la familia feliz, no se le había atravesado a nadie —como solía reprochárselo su madre— simplemente nació en un mundo que no le correspondía. Afortunadamente tenía la solución. El cuchillo de la cocina.

Grande afilado y en sus manos. Nadie notó cuando lo tomaba del mesón de la cocina, ni cuando atravesó la sala hacia el pasillo de las habitaciones; todos veían televisión tranquilamente. En su habitación las lágrimas le nublaban la vista y no le dejaban ver dónde debía cortar. Apretó con fuerza sus parpados, como queriendo exprimir las lágrimas que inundaban sus ojos. Ya podía ver con más claridad las pequeñas venas de la muñeca derecha, con ese color azul que tanto le molestaba; el cuchillo en su mano izquierda, dudoso. Lo sostuvo firme y lo puso en su muñeca.
—No creo que la muerte duela tanto como vivir —pensó, y se dispuso a rasgar su carne.
—¡Noooooo! —dijo una dulce pero repulsiva voz.
El grito provenía desde fuera de su habitación, se asomó por la ventana y entonces la vio. ¡Qué criatura más hermosa! Más aún que sus dibujos, más de lo que algún día pudo imaginar. Sus bellos ojos verdes brillaban de ira, reprochándole por lo que había estado a punto de hacer.
—Te he dicho tantas veces que vengas conmigo.
—Yo… yo simplemente no lo podía creer.
—¿Vendrás conmigo?
Eliana ya no dudaba más, sentía tanta paz y una felicidad como nunca antes sintió; ella irradiaba amor, ternura, comprensión… el interrogante ahora era:
—¿A dónde me llevarás?
Un sutil toc-toc en su puerta la sacó del trance. Era su madre avisándole que tenía visita.
—¿Visita, yo? —pensó.

Su profesor de historia se encontraba en la sala, respondiendo con tranquilidad las estúpidas preguntas de sus hermanos. Una dulce sonrisa se asomó en su rostro cuando la vio.
—Imagino que estabas leyendo, ¿o dibujando tal vez?
—Eee… sí, sí, leía sobre la reina Ahotep.
—¡Oh! ¡La reina que ayudó a los egipcios a liberarse del yugo hicso!
—Sí señor.
La mirada de Eliana buscaba con desespero a través de las ventanas la criatura que le había impedido suicidarse, pero ya no estaba. El maestro traía excelentes noticias para Eliana, en uno de sus constantes descuidos había dejado olvidado uno de sus tantos dibujos y el aprovechó para mostrárselo al decano de la facultad de artes de la universidad en la que también trabajaba. Se había ganado una beca. Total conmoción y felicidad por parte de sus familiares; asombro y confusión de su parte. Luego de agradecer la ayuda de su maestro, éste tomó sus manos y como si no hubiera más nadie alrededor le preguntó:
—Dime Eliana, ¿vendrás conmigo?

27 junio, 2013

Verónica.

Brota la sangre la cual sale disparada de mi brazo. Los cortes en la piel me hacen sentir vivo y más cuando veo poco a poco que el líquido rojo gotea en el suelo. Un corte más profundo en la muñeca izquierda hace que empiece el principio del fin donde ya no habrá marcha atrás.

—Está hecho. —digo, mientras sonrío ante el espejo.
Pronto abandonaré el mundo de los vivos para poder ser eterno en la oscuridad. No tendré que enfrentarme cada día a los gritos de mi casa; los golpes que un día recibí de mi padre serán parte de otra vida; nunca más veré a mi madre con la nariz rota y nunca más tendré que soportar el olor a alcohol en todos los rincones de nuestro hogar. No quiero seguir aquí, no quiero luchar más conmigo mismo, quiero descansar para siempre.
Se me nubla la vista. Me mutilo de nuevo. Noto el fluir de la sangre por mis brazos. Siempre supe que este momento llegaría. Causará sorpresa en la gente pero ellos no saben el peso que soporté durante días, semanas, meses y años. Siempre aparentando lo que no soy. La vida no era lo que yo esperaba.

No siempre fue así.
Hubo un tiempo que pudo llamarse felicidad. El amor lo cambió todo, conocí a una persona un día inesperado y el tiempo me parecía eterno. Cada día despierto pensando en sus ojos, esos luceros marrones eternos en los que me paseaba horas y horas, donde podía recorrer con mis dedos su infinita espalda, donde cada beso era una pequeña delicia y me pasaba las horas deleitándome en esa boca de sabor dulce, donde hacer el amor era lo que un ser humano podía aspirar. Yo tenía esa suerte, estar con la mujer que colmaba todas mis aspiraciones como persona, no podía pedir más.

La conocí en el metro, nuestras miradas se encontraron como si el destino fuese caprichoso, nos dijimos todo con ese destello, la intensidad de sus ojos abrieron mi alma de par en par. Sabía perfectamente que delante de mí se encontraba la persona que daría un giro a mi existencia. No tardamos en intimar, las palabras fluían y fluían sin cesar. Diez mil veintitrés días pasé a su lado. Me fue arrebatada en el camino del trabajo a casa, un conductor borracho la atropelló en un paso de peatones. Se dio a la fuga y la dejó allí tirada en el suelo… ahogándose en su propia sangre. Nunca fui testigo de ese momento, pero no se me borra de mi cabeza su voz y sus ojos, sus pupilas dilatadas apagándose poco a poco sin poder hacer nada, su cabeza contra el suelo rodeada de sangre y murmurando sus últimas palabras sin sentido.
Ese fue su final. Sin despedidas. Ahí terminó la vida de Verónica, el 4 de febrero de 1910.

4 de febrero 1911
Un año exacto después de su muerte ella vino a verme, frente el espejo ella estaba ahí, su rostro impoluto frente al cristal, no puede hablarme con su boca pero una vez más sus ojos me bastan. Sé lo que quiere. Lo esperaba en cierto modo, sé que volvería por mí y me llevará con ella hacia lo eterno. La muerte será eterna para los dos y permaneceremos juntos por siempre jamás. Así fue como tomé un bote de pastillas y las tragué sin parar. "Pronto estaré con mi amor", decía. Se me cierran los ojos y caigo estoy listo para el viaje.

18 de febrero de 1911:
Despierto en el hospital. Mis ojos no se abren tanto por la luz que hay en la habitación. Pasan dos semanas y mi familia me informa que llevo 5 años en coma. Es imposible. Miro en mi cartera y Verónica no existe. Donde antes estaba su retrato ahora no hay nada. Me dicen que mi padre me golpeó una noche de borrachera y caí contra el suelo. Puedo recordar cada segundo qué pasé al lado de esa mujer, sin embargo no hay rastro de su existencia ante el nuevo mundo que despierto. Apenas duermo y sus visitas en sueños empiezan a ser frecuentes, siempre se repite la misma imagen:
Yo estoy situado frente al espejo de mi casa junto a un cuchillo y con mi mano derecha empiezo a cortarme las venas, ella me sujeta mi brazo y me ayuda en mi propósito, pero sólo en el espejo. Siento su calor al tocarme pero físicamente no esta a mi lado. Ella es mi guía en este nuevo camino, nos encontramos desnudos los dos y la sangre empieza a llenar mi cuerpo. Me excita esa sensación. Cuando la obra llega al clímax me despierto empapado en sudor. Me giro en la cama hacia el otro lado y me la encuentro de nuevo. Verónica me mira y me acaricia la cara, noto como sus dedos fluyen por mi piel y hacen lo que sólo ella puede, me hacen sentir vivo, me besa y hacemos el amor lentamente; su físico es eternamente bello, sus ojos son de un animal incontrolable, es ella en estado puro, pero... de repente entre jadeos, empieza a sangrar por la boca, le beso más fuerte y compartimos el sabor tan especial de su sangre, las sábanas se tiñen rojas y ella no para de reír, se acerca a mi oído y me susurra que ya estoy listo donde despierto de nuevo. Otra vez estoy en mi cama, al girarme esta vez ella no está.

Pasa el tiempo y mi familia de nuevo me repite que no conocen a ninguna Verónica, ningún amigo ni conocido puede responder a mis preguntas. Su tumba no está, su casa no es su casa, su familia no existe.
Los psiquiatras dicen que Verónica es producto de mi imaginación, que no es real, por fechas la debería haber conocido aun estando en el coma, pero yo recuerdo perfectamente su mirada aquel día en el metro. Ellos quieren que crea que mi entrada en el hospital se llevó a cabo el día 18 de abril de 1907. Su teoría se basa en que mis cinco años en coma he creado una vida paralela a la realidad y que ahora no sé distinguir lo real de lo ficción. Mienten. Les sigo la corriente porqué ya sé donde reunirme con Verónica… será esta noche frente al espejo.

Esa misma tarde empiezo a recordar cosas del pasado que hasta ahora quedaban ocultas para mi memoria. Empiezo a recordar el olor a alcohol en mi casa. Siento en mi carne las palizas de mi padre, los gritos, las peleas, empiezo a dudar de todo, estoy perdido, solamente Verónica puede sacarme de esta vida y llevarme a la que una vez tuve.

Ante el enorme espejo comienza mi camino hacia la salvación. Desnudo frente a él mi ritual va tomando forma, la afilada punta del objeto cortante empieza a bailar sobre mi cuerpo, va definiendo el tramo a trazar, susurra sobre mi blanca piel y se clava en las venas de mis brazos. Primero siento que los cortes me queman, pero cuando la sangre brota se me pasa esa sensación. Lentamente me recreo en la escena y soy consciente de que Verónica se aproxima. Tarda poco en aparecer al otro lado del cristal, su leve sonrisa perpetua hace que me sienta bien, sé que estoy haciendo lo correcto y podré reunirme con ella. Su magnífica figura desnuda hace que sienta electricidad por dentro, millones de sensaciones florecen en mi alma. Puede hablarme con su pensamiento, somos dos seres en uno y la eternidad nos fundirá para siempre. Me pide que pegue mi mano izquierda con la suya derecha en el espejo. Noto el tacto de sus dedos llenos de vida, esos dedos que tantas veces se perdieron en mi cabello, blancos como la porcelana se funde con el rojo sangre y la imagen resultante es espectacular, todo fluye al ritmo que ella marca. Los susurros que emite me van marcando las pautas de lo correcto en este raro trance. La temperatura empieza a bajar y debido a la perdida de sangre empiezo a ver con dificultad. Borroso. Su voz es más lejana, poco a poco se va perdiendo en el infinito y noto que mi existencia en este mundo llega a su fin. Ella es mi guía, mi ángel. No puedo mantener los ojos abiertos durante más tiempo, parecen de plomo, así que me dejo llevar por mi musa, es mi destino.

Abro los ojos. Oscuridad plena. Silencio absoluto. Deslumbro una especie de puerta a lo lejos, no logro verla correctamente pero me acerco lentamente sin saber aun el lugar donde me encuentro. Llego a la puerta y mi sorpresa es enorme. Puedo verme a mí mismo. Me reconozco, mismo físico, mismos gestos, misma voz. Comienzo a sentir escalofríos ante la idea que mi mente me sugiere. No puede ser. Golpeo con fuerza e intento gritar pero mi voz no tiene audio. Veo los ojos de Verónica en el ser que observo desde este lado del espejo. Sonríe y se marcha. El miedo se apodera de mi cuerpo. Desesperación. Ese ser se ha apoderado de mi cuerpo, me ha remplazado y estoy destinado a vagar mi alma en este insólito y oscuro lugar, donde el tiempo no existe ni la vida es como la conocía antes. Creo que es un infinito. Sin principio ni final. Siempre estaré aquí, al otro lado del espejo, pensando cómo podré hacer para regresar al otro mundo, tal como una vez Verónica hizo conmigo.

25 junio, 2013

¡Clic!

Siempre fui un tipo con suerte. Desde joven poseí el don del acierto, y la suerte no me ha abandonado nunca desde entonces. Jamás he dudado en mis apuestas y siempre he salido airoso de ellas. El azar me ha reportado una vida sin aprietos, llena de lujos, que la mayoría de gente ni tan siquiera puede llegar a soñar. 

Nunca han faltado a mi alrededor preciosas mujeres, ropa cara y coches a la disposición de mi mano. Pero, amigos, es una cosa curiosa esto de la suerte, el ganar siempre acaba por convertirse en una carga pesada. La suerte en exceso termina por ser algo demasiado envidiado, cae a mi vida como una sólida materialización de esas envidias. Ahora me doy cuenta de que todo el mundo que pasó por mi vida no fue más que por mi suerte, quizás con la intención de conocer mi secreto o de beneficiarse de algún modo de mi don afortunado.

Con el tiempo, la suerte me ha llevado a convertirme en un ser solitario. Ya no es ningún aliciente para mí el ganar fajas de billetes en los casinos, me siento totalmente indiferente cuando veo en mis manos el cupón ganador de la lotería de la semana. Todo el mundo se aparta de mí, ya no encuentro compañeros de mesa en las timbas de poker porque a nadie le gusta jugar si sabe que perderá, sin ningún género de dudas. Ahora, el juego ya no es para mí ningún placer y tan solo apuesto cuando las putas y el alcohol han quemado todo mi dinero. Me arrastro con nocturnidad por los clubs de la ciudad y me despierto con dolor de cabeza en cualquier cama desconocida.

Pero hoy es un día diferente, aquí sentado en esta mesa siento de nuevo ese cosquilleo en las manos que hacía años que no sentía. Tiemblo de emoción al girar el tambor del revólver. Me traigo sin cuidado el dinero que se amontona sobre la mesa, retraigo sin cuidado los rostros sádicos que me miran aguantado sus sucias respiraciones. Hoy me siento de nuevo vivo y juego porque tengo ganas de jugar. Apoyo el hierro frío de la pistola sobre mi sien, sonrío y lentamente aprieto el gatillo… ¡click!… puta miseria, no hay bala en la recámara. Dejo de sonreír, hoy, por primera vez en mi vida, he tenido mala suerte.

24 junio, 2013

Celos.

Vaya sentimiento intratable que conservaba en lo más profundo de mí. Esa compasión de querer tenerlo siempre conmigo, a toda hora, a todo minuto, a todo momento. Él era todo mi mundo, toda mi razón de vida. Lo veía siempre desde la ranura de su puerta, deseando entrar y poder tenerlo solo para mí.

Todos los días le enviaba regalos y cartas de amor, pero él las rechazaba una a una.
Un día decidí hacer mi jugada, yo sabía que él estaría en su apartamento así que me puse mi mejor ropa y toque a su puerta.
—¿Quién eres? —dijo el al abrir la puerta. Estaba casi medio desnudo, su hermoso cuerpo estaba descubierto, sus ojos brillantes se quedaron fijos ante los míos. Sonreí.
—Soy...
—¿Quién es, mi vida? —dijo una mujer detrás de él. Estaba en ropa interior y me miraba con asco. Salí corriendo de allí avergonzada y con un odio profundo. ¡Él era mío, mío, mí! ¡Y ella no lo merecía!

Esa noche tomé un largo y afilado cuchillo y me fui a su habitación. Había conseguido obtener una copia de su llave entrando al departamento del conserje. Él se encontraba con esa muñeca de trapo y no conmigo. Con ira y placer pase la cuchilla por el pecho de la mujer, la pobre no tuvo tiempo de chillar, pero disfruté al ver su sangre salpicar en su sucia y contaminada cama. A él lo apuñale levemente por un costado, aún no estaba muerto.
—Bien. —pensé. Me coloque tras él, aún gimiendo de dolor, sintiendo cada vez su respiración más tenue, y lo abracé mientras seguía escurriendo su sangre.
—Te adoro, pero recuerda que eres solo mío y no de otras.
Entonces pasé la cuchilla a través de mi cuerpo atravesando también el suyo, como una brocheta donde lo último que vi fueron nuestras sangres juntas… al igual que nuestros cuerpos.

23 junio, 2013

Te quiero, pero de una forma extraña.

Te quiero, porque te quiero, sin razón alguna y sin explicación que valga algún tipo de sentido lógico. Te quiero porque te quiero aquí al lado mío, a mi lado donde pueda verte, a centímetros de mis labios para poder besarte. Te quiero para una noche y luego otra. Quizás, te quiero para todas las noches del resto de mi vida.

Podemos compartir un café o mi habitación. Te invito una cena y luego te dejo mis sueños de postre. Podemos intentarlo o podemos pasar por desapercibido. Ante todo dejando un atardecer de souvenir para recordar el día que pudo ser y resumir una vida.

No quería quererte como te quiero. No quería sufrir tus silencios. No quería bombardear mi corazón con anhelos de tus besos. No quería buscar tu mirada en mis versos. Me viniste sonriendo, me viniste seduciendo... te quiero. Que no mientan tus palabras que tus ojos no mintieron. Que sé que tú me quieres igual, pero estás lejos de reconocer eso.

07 junio, 2013

Tinieblas.

El se despertó. Un golpe palpitante le hacía arder su rostro, tocó su frente, en la cual se abría una herida. Sintió frío en sus pies, notó que estaba descalzo, se incorporó lentamente, no recordaba nada, ni una vaga memoria de quien era, ni un recuerdo. Se pregunto dónde estaba, miró alrededor y sólo vio oscuridad. 

Grandes árboles se extendían frente a sus ojos, las copas de los arboles frondosas, no permitían entrar la vital calidez de aquellos rayos de luz. El único morador de ese paraje era una gruesa penumbra de donde sólo, apenas, se logra resaltar los troncos viejos y desgastados, extendiéndose por el área un manto grueso de hojas. De apoco la angustia, el pánico, y un frío siniestro empezó apoderarse de él… ¡desesperación! Ante tal escenario, se le vino a la memoria flechazos de imágenes, de la cual resaltaba un traje y un sendero. Nada tenía sentido.

Sintió hambre, por lo que buscó entre sus pantalones. Sus bolsillos estaban vacíos, sólo un envoltorio de un dulce. Decidió revisar su chaqueta, era la de moda de esos momentos, la que todos los niños usaban, café con franjas rojas blanca y azules donde encontró una mitad de barra de chocolate y un papel arrugado. Aquel papel arrugado le dio miedo, como si algo le advirtiese, que no lo abriese, pero algo lo impulsó... una fuerza extraña, algo que lo manipulaba. Lo empezó a desdoblar con cierto temor.

Era un dibujo, un boceto de una bizarra figura huesudas, y de largas extremidades cubiertas por unas especie de pellejo seco, pero lo que más le inquieto al muchacho fue el rostro de aquel ser y sus ojos, entonces debajo de ese extraño ser había una palabra… "¡corre!". El muchacho se alarmó y empezó a caminar a la deriva, sin rumbo. Solo sentía algo, como una presencia que lo observaba y lo presentía. El terror se apodero aún más de él, de lo que un alma mortal pueda soportar.

Empezó a correr. Con cada pisada, hería sus pies descalzos, pequeños cortes y magulladuras empezaban aflorar por las ramas de los árboles, su rostro y sus manos sangraban al abrirse paso sobre aquella tupida vegetación, áspera y dura, el muchacho sentía como si la naturaleza jugara con él, como si la penumbra nublara sus ojos y los envolviera, como si estuviera divirtiéndose, como si lo disfrutara. El silencio hondo del bosque lo ahogaba, solo los grillos y búhos rasgaban aquella penumbra, rompían aquel sepultario silencio.

Atrás suyo crujieron unas hojas, giró, creyó a ver oído algo, solo vio oscuridad, hasta que pudo divisar un especie de silueta, oculta, dentro del espesor de los arboles. El muchacho palideció pues no sabía bien lo que veía, pero lo único que se le vino a su mente fue la palabra "corre" escrita en ese papel. Sé movió rápido, tan rápido como su pequeño cuerpo permitía, sus músculos, se extendía y contraían, se tensionaban con el movimiento rápido y bruscos de sus manos. Lágrimas brotaron de sus ojos, el cansancio se hizo sentir seguido de unas fuerzas inútiles que poco a poco lo abandonaban.

Poco a poco le iba quitando energía, le succionaba de a poco, ¡le bebía la vida! Miró de nuevo hacia aquella silueta, no estaba, pensó que tal vez hubiera sido su imaginación así que intentó calmarse y descansar un poco. De pronto, se paralizó.

Un frío le recorrió desde sus pies a la cabeza, le entró miedo, ese miedo cuando sabes que vas a morir... ese terror, ese pavor que te hace tiritar y te hiela la piel y la sangre, hasta el tuétano de los huesos, como si miles de agujas se enterraran en tu carne. Quiso correr, pero las fuerzas le fallaron, sus piernas se doblaron, empezó a caer mientras una silueta alargada, una sombra proveniente de los más oscuros sueños, se iba acercando y lo iba cubriendo. Sus ojos pesaban hasta que aquella sombra lo envolvió… Simplemente aquél día los habitantes del pueblo, no recuerdan una noche tan tranquila ni una luna tan grande como esa.

06 junio, 2013

Amar te cambia.

Es tan interesante el nivel en el que te puede llegar a gustar alguien, impresionante lo mucho que te puedes llegar a obsesionar con una persona. Empiezas a crear en tu mente una serie de historias que parten del “y si…”, he ahí cuando verdaderamente te obsesionas con una idea y no la quieres dejar ir por más de que todo lo que te rodea te dice a gritos un frío y triste: “nunca pasara, déjalo”.

Aún así tu no haces caso y sigues intentando y sigues con esa tonta idea en tu cabeza, y sigues, y sigues, y sigues… Sufres, tu solita. Sabes que puedes sacarlo de tu mente si en serio lo quieres, el problema es que tu no quieres dejarlo ir. Tienes un poco de esperanza, a que algo va a cambiar y que va a ser lo mismo otra vez.

Pero dentro de todo ese sentimiento también tocas fondo y cuestionas todo lo que paso, “¿para qué me habló? Tal vez sólo quería mi amistad, fue para lucirse, ¿qué hice mal? Obviamente no iba funcionar, etc...” lo que sigue es una depresión enorme capaz de torturarte lo suficiente como para dejar que lo que sientes se pueda notar, ahora todos lo saben: está triste. Quieras o no, eso te cambia, tu personalidad se va escapando de tus manos poco a poco y eso es algo que no puedes controlar por el simple hecho de querer. Amar, duele y te cambia, pero más que todo hace que se vaya tu brillo, resulta más drástico con aquellos que tenemos muy poco.

21 abril, 2013

Somos una ruta por seguir explorando.

«¡Vayámonos, anda!» le dije con tono de súplica y me vio con ese tono café en sus ojos, me hizo pensar en los troncos de los árboles de castaño que me gustan tanto, tanto como me gustan sus ojos. Me vio y me dijo: «Si salimos de abajo de la mesa ¿A dónde más nos vamos a encontrar?» Yo me comencé a reír tanto y tan fuerte que se hizo contagiosa y éramos dos niños debajo de la mesa riéndonos del encuentro. Le respondí: «Vamos a salir de abajo de la mesa, vamos a volver al mundo, a las calles lejanas de las ciudades de nuestro país, volveremos al mercado a comprar verduras frescas mientras los niños nos persiguen con sus carretas construidas de trozos de madera para cargar nuestras bolsas por unos cuantas monedas. Tú irás a tu casa y yo iré a la mía, harás tus cosas, saldrás con tus amigos y yo haré lo mismo, pero con lo mío. Así iremos cambiando de talla en la ropa, de gustos en la música, de gustos en las personas, de gusto en nosotros mismos, de gustos en las verduras frescas e iremos a los mismos mercados, pero no nos encontraremos hasta que con el tiempo y la paciencia adecuada, por fin encontremos el puesto de verduras indicado, para nuestros gustos; que corresponderán a la responsabilidad de escoger entre un buen tomate maduro y un tomate cualquiera. Nos vamos encontrar pidiendo rebaja, vas a reconocer mi voz y vas decir mi nombre en voz baja, yo voy a verte antes de vernos a los ojos. Nos vamos a encontrar, en el mundo, siendo individuos no siendo estos niños bajo la mesa escondiéndonos de la verdadera unión, cuando sepamos escoger verduras por nosotros mismos, vamos a ser capaces de cogernos de la mano».

18 abril, 2013

Me declaro viva.

Me declaro viva,
ser humano,
perceptiva y combativa.

Vivo porque así lo creo,
porque así lo siento
y así lo quiero.

Humano
por imperfecto.

Perceptiva
como sistema social único
y colectivo,
perceptiva
de todas mis limitaciones,
y combativa de todas mis limitantes.

17 abril, 2013

Óbito de mi propia sangre.

Salgo de aquel hotel mientras me pongo mi chaqueta. Aunque estoy en un lugar cerrado, el frío llega a mis piernas descubiertas pues solo llevaba un simple short color negro. Meto mi mano en uno de mis bolsillos y saco un cigarrillo, lo enciendo, el calor llega a mi boca con satisfacción, como si fuera una taza de chocolate caliente de esas que preparaba mi mamá antes de ser asesinada por él. Aviento mi cabello revuelto para atrás con mi mano libre. Expulso el humo de mi cigarro, suspiro y cierro los ojos y sigo caminado.

Llego a la salida y camino por las calles: tal vez encuentre algún cliente, pero no, nada. Las luces apenas iluminan la calle, camino y camino sin rumbo, de repente, me encuentro frente a ese lugar. Me dejo influir por aquel odio que recorría todo mi cuerpo, cada parte de mi, hasta el mas recóndito lugar de mi asqueroso cuerpo. Puedo ver mi reflejo en un charco de agua sucia a causa de la lluvia de hace una horas: el rímel corrido y unas ojeras visibles, mis labios rojos y uno de mis ojos morados, cortesía del cliente anterior. Entonces sonrió: una sonrisa llena de odio, coraje y resentimiento contra todos. Cada persona que me hizo daño lo pagaría. Tallo mi boca haciendo que el rojo se corriera más allá de mis labios. Me acerco a la puerta de aquella horripilante casa, levanto el tapete de bienvenida y me encuentro con la llave.
—Siempre tan idiotas. —pienso.
Meto la llave en la perilla y abro con cuidado, frente a mí hay un cuadro con la nueva familia de él: una esposa, una niña y él, todos sonriendo.
—Maldito bastardo, si supiera lo que le espera.
Camino a la cocina, observando cada detalle de la casa, una chimenea que me mantenía caliente en las noches de invierno, recuerdo. Frente una pequeña mesa, como en la que hacía mis tareas mientras mi madre preparaba un rico chocolate y unas galletas de mantequilla, pero todo ese paraíso que tenía de pequeña lo destruía él cuando llegaba, con una mujer a su lado, ambos ebrios y con botellas en las manos, subían las escaleras y solo alcanzaba a oír unos cuantos gemidos: porque mi madre me cubría los oídos con sus manos mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. En ese momento sentí por primera vez el odio, el odio hacía ese hombre y hacia esa mujer, y todas las que vinieron por delante. Y no entiendo cómo terminé convirtiéndome en lo que más odio.

Entro a la cocina, observo el refrigerador lleno de fotografías y dibujos pegados. Sonrisas por doquier y durante un segundo siento pena por él: por lo que les voy hacer. Pero se esfuma esa pizca de pena y el odio la remplaza rápidamente.
—¿A caso el sintió pena por mi madre alguna vez? ¿Por mi? Jamas le dí pena mientras me acaricia bajo mi ropa. ¿Por qué tendría que tener pena yo?
Un cuchillo largo me llama la atención, lo tomo y juego con él, la punta en uno de mis dedos hace que salga una gota pequeña de sangre y se que la mirada se me ilumina. Lo tomo por el mango y subo las escaleras sin hacer ruido alguno. Mientras subo, paso la hojilla por las paredes, haciendo algunas marcas, sigo caminando doblando a la izquierda y al llegar a la planta de arriba entro al cuarto que antiguamente ocupaba mi madre con ese cerdo, cierro la puerta despacio y lo veo removerse bajo las sábanas, a su lado está una mujer cubierta hasta la cintura, puedo ver su brasier rojo entre la oscuridad, su cabello negro revuelto entre la almohada. Me acerco a ella y el odio tan fuerte me produce un tic en el ojo derecho, el que no estaba morado. La reconozco enseguida, sé quién es. Me aguanto el impulso de atravesar su pecho en el cuchillo: no, queremos verla sufrir, ¿no es cierto? Recuerdo la vez que entró por esa puerta, ella tomaba la mano de él, ambos reían tontamente, ese día mi madre no estaba en casa, y fue el peor día de mi vida. Él me tomó la mano y me subió a mi cuarto, ella iba tras de él, riendo y apoyándolo. No sabía que pasaba, pero unos segundos después lo comprendí, lo comprendí en cuanto el subió mi vestido verde y me tumbaba en la cama, mientras ella reía y soltaba unos cuantos "continua". Pataleé y supliqué que me dejara, que me soltara y no le diría a mi madre, pero no le importo, no le importo a él, ni a ella y unos minutos después, un dolor desgarrador cubrió mi cuerpo…

Camino hacia él, ahora, y lo veo seguir removiéndose en su lugar. Pongo el cuchillo en su estómago y hago una ligera presión y él abre los ojos, sus ojos azules se dilatan y con sus manos se apoya hacía atrás, creí que por el movimiento ella despertaría, pero no lo hizo.
—Atrévete a gritar, y te rebano aquí mismo. —lo amenazo. Me gusta la naturalidad con la que salen esas palabras.
—¿Qui…quién eres? —pregunta aterrado.
—¿Ahora no me recuerdas? —mi ironía lo hace temblar, lo puedo ver. Juego con el cuchillo y él me mira fijamente, aún temblando, aún sudando.
—N…no.
La rabia me consume y me acerco a su cuello con fuerza, el cuchillo roza con su mejilla y aún me parece extraño que la zorra que esta a su lado no despierte.
—¿No recuerdas las veces que golpeabas a mi madre? ¿Las veces que me acariciabas, cerdo? —digo mientras aprieto aún más su cuello y veo el terror en sus ojos.
—A..A..¿Angie? —a penas y puede contestar. Aflojo un poco y lo veo respirar con dificultad—. ¡Angie! —susurró. Lo suelto y me mira aterrado.
—¿Qué me harás? —pregunta con voz clara.
—Lo que tu me hiciste muchos años… Sufrir, pero yo lo haré hasta matarte. —le respondo. Él cierra los ojos y solloza, suspira y lo siento abalanzarse contra mi, o próximo que oigo es un gemido y siento mi cuchillo atravesar algo, su cuerpo. Me asusto durante un momento, pero me lleno de adrenalina y quiero acuchillarlo de nuevo, una y otra vez, hasta que no pueda más, hasta que no quede mas de él. El movimiento de la cama hace que ella despierte, pregunta por él y se sienta en la cama y solo veo sus ojos aterrados viéndolo tirado en el piso y luego a mi, y al final al cuchillo manchado de sangre.
—Acércate, y atravieso su cuello ¿entendido?
Sus lágrimas corren por sus mejillas. Observo la habitación rápidamente, en busca de algo con que la pueda amarrar y lo encuentro: unas esposas en una cómoda.
—¿Para qué las usan? ¿Eh? Sexo tal vez. —mi voz es burlona y las tomo, me acerco a ella y ella por un momento se resiste.
—Quieres que te corte que cuello, ¿ahora?
Ella deja de pelar y agacha la cabeza, sollozando aún. Le pongo una de las esposas y la otra la ato a un barandal de la cama. Me acerco a él de nuevo, se retuerce del dolor en el piso, manchas de sangre a su lado, me agacho pero él no me mira.
—Te haré sufrir… pero primero sufrirá ella.
—Estás loca. —lo oigo susurrar, pero no me importa. Camino hacia ella con la cabeza ligeramente inclinada, observándola.
—Por…Por favor no…No me hagas na…Nada. —suplica, y yo río. Me acerco a ella y clavo el cuchillo en su estomago con fuerza. La sangre recorre su cuerpo. Ella se arquea y gime del dolor, mientras con su mano toca su herida y también se la mancha de ese liquido rojo.
—El rojo queda con tu basier. —me burlo de ella y la impaciencia me gana—. Esto se puso lento. —digo y entierro el cuchillo en su pecho, ella lanza un último gemido antes de caer.

Doy unos pequeño saltitos y camino hacia él de nuevo. Me mira aterrado, con repulsión y con odio.
—Eres un monstruo. —me dice jadeante.
—Algo tuve que sacar de ti, ¿no es cierto?
Tomo un pañuelo gris de la cómoda y lo ato en su boca.
—Al fin y al cabo, eres mi padre. —le expongo mientras que con fuerza entierro el afilado cuchillo en el centro de su mano izquierda, él suelta un grito, pero se pierde entre el pañuelo.
—Es verdad lo de la venganza: es dulce, y divertida. —sonrío.
Con el cuchillo hago un corte largo: de la boca hacia su ojo izquierdo, la sangre brota y las lágrimas corren por las mejillas. Sus ojos muestran dolor, como el que yo alguna vez sentí a causa de el.
—¡¿No te gusta verdad?! —le grito, pero no tan fuerte como para que despierte la pequeña. Él niega con la cabeza, y aunque no pueda hablar, sé que suplica.
—A ti nunca te importo todas las veces que te supliqué, que suplico mi madre para que la dejaras de golpear. ¿Por qué habría de importarme a mi?
El odio vuelve y de repente, me encontré apuñalando su cuerpo una y otra vez, tantas veces como podía hasta que quede exhausta. Por su cuerpo corrían chorros de sangre. Un charco de sangre lo cubría, y de él no salia ningún respiro. Rasco mi nuca con cansancio y salgo por la puerta aún con el cuchillo en la mano y mi ropa llena de sangre. Camino por las escaleras y veo otra foto de la familia, todos sonriendo y, por alguna razón la sonrisa de la pequeña me recuerda a la mía, la que le mostraba a mi madre cada vez que se acostaba conmigo las noches que no podía dormir y me tarareaba una canción. Salgo de la puerta dejando a la niña en paz, se que estará mejor si ellos. Son unos monstruos. Camino de nuevo por la calle, no sabía que hora era, pero aún era de madrugada. Un auto pasa y se estaciona a mi lado, sé lo que busca, sé lo que quiere. Así que me subo en la parte trasera de lado del piloto y beso su cuello lentamente, mientras guardo el cuchillo debajo de los asientos esperando ansiosamente, usarlo de nuevo.