24 junio, 2013

Celos.

Vaya sentimiento intratable que conservaba en lo más profundo de mí. Esa compasión de querer tenerlo siempre conmigo, a toda hora, a todo minuto, a todo momento. Él era todo mi mundo, toda mi razón de vida. Lo veía siempre desde la ranura de su puerta, deseando entrar y poder tenerlo solo para mí.

Todos los días le enviaba regalos y cartas de amor, pero él las rechazaba una a una.
Un día decidí hacer mi jugada, yo sabía que él estaría en su apartamento así que me puse mi mejor ropa y toque a su puerta.
—¿Quién eres? —dijo el al abrir la puerta. Estaba casi medio desnudo, su hermoso cuerpo estaba descubierto, sus ojos brillantes se quedaron fijos ante los míos. Sonreí.
—Soy...
—¿Quién es, mi vida? —dijo una mujer detrás de él. Estaba en ropa interior y me miraba con asco. Salí corriendo de allí avergonzada y con un odio profundo. ¡Él era mío, mío, mí! ¡Y ella no lo merecía!

Esa noche tomé un largo y afilado cuchillo y me fui a su habitación. Había conseguido obtener una copia de su llave entrando al departamento del conserje. Él se encontraba con esa muñeca de trapo y no conmigo. Con ira y placer pase la cuchilla por el pecho de la mujer, la pobre no tuvo tiempo de chillar, pero disfruté al ver su sangre salpicar en su sucia y contaminada cama. A él lo apuñale levemente por un costado, aún no estaba muerto.
—Bien. —pensé. Me coloque tras él, aún gimiendo de dolor, sintiendo cada vez su respiración más tenue, y lo abracé mientras seguía escurriendo su sangre.
—Te adoro, pero recuerda que eres solo mío y no de otras.
Entonces pasé la cuchilla a través de mi cuerpo atravesando también el suyo, como una brocheta donde lo último que vi fueron nuestras sangres juntas… al igual que nuestros cuerpos.

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