Jorge Luis Borges:

"De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo. Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria."

Billy Wilder:

"La televisión no ha podido acabar con el cine porque la gente quiere estar allí, quieren ser los primeros, quieren oír las risas de otras personas."

Théophile Gautier:

"Una de las glorias de la civilización sería el haber mejorado la suerte de los animales."

John Lennon:

"Algunos están dispuestos a cualquier cosa, menos a vivir aquí y ahora."

Woody Allen:

"El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores."

Menandro de Atenas:

"No es vergonzoso nacer pobre, lo es el llegar a serlo por acciones torpes."

Adolf Hitler:

"Sólo se combate por lo que se ama; solo se ama lo que se estima, y para estimar es necesario al menos conocer."

Gustavo Adolfo Bécquer:

"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada."

Marilyn Monroe:

"Era consciente de que pertenecía al público, pero no por mi físico o por mi belleza, sino porque nunca antes había pertenecido a nadie."

30 junio, 2013

Yo soy la voz.

Su padre la llamaba esquizofrénica y ella se lo creía. En vano, intentaba callar las voces que a diario la atormentaban; ella no entendía que necesitaban su ayuda, es más, no le importaba. Tal vez era demasiado para una adolescente cansada de ser tildada como el bicho raro de la familia. No sabía o era incapaz de aceptar que si lo era.
—Ven conmigo. —una tenue voz que se colaba por su oído derecho la llamaba con insistencia
—¡Cállate! —gritaba.
La puerta de su habitación se abría violentamente, mientras una mirada inquisidora y a la vez alarmada intentaba encontrar al causante de su repentino. Nadie.
—Ay Eliana, me tienes harta. ¿Acaso no es suficiente martirio para una madre dos hijos que nunca están en casa, un marido indiferente y una casa que se está cayendo? ¿también tu?
El portazo de la puerta era a lo único a lo que podía responder.

Que soledad la que sentía, si ni su madre la toleraba. ¿Qué más podía esperar? Solo la música celta y la lectura sobre historia egipcia la consolaban; y una hermosa hada de orejas puntiagudas que acariciaba su pelo. Algún día abrirás los ojos, mi niña.

Los días y los meses transcurrían, el colegio estaba a punto de terminar, poca cosa para ella.
—Más tiempo con mi hermosa familia. —se reía con sarcasmo.
Su única distracción en las clases eran sus hermosos dibujos, gnomos, duendes y hadas hacían parte de un gran bestiario que nadie podía encasillar en ningún estilo; todo el tiempo se la pasaba dibujando; lo que sus maestros enseñaban era muy poco interesante, porque ya lo sabía (o mejor, se lo habían dicho). Su falta de atención siempre molestaba, más cuando era obvio que nunca atendía nada de lo explicado en la clase y aún así lograba responder las preguntas que se le hacían. Las monjas la consideraban rebelde, irrespetuosa e indisciplinada. Sólo el maestro de historia veía su gran capacidad imaginativa, pero, ¿qué podía opinar un hombre en un claustro religioso para señoritas? Nada. Luego de una terrible discusión con su padre, en la que él insistía que debía ir con un psiquiatra y ella le refutaba que mejor se lavara los oídos. Eliana decidió que no podía más. A su familia le importaba más el qué dirán que su sentimientos; ella no había pedido llegar a la familia feliz, no se le había atravesado a nadie —como solía reprochárselo su madre— simplemente nació en un mundo que no le correspondía. Afortunadamente tenía la solución. El cuchillo de la cocina.

Grande afilado y en sus manos. Nadie notó cuando lo tomaba del mesón de la cocina, ni cuando atravesó la sala hacia el pasillo de las habitaciones; todos veían televisión tranquilamente. En su habitación las lágrimas le nublaban la vista y no le dejaban ver dónde debía cortar. Apretó con fuerza sus parpados, como queriendo exprimir las lágrimas que inundaban sus ojos. Ya podía ver con más claridad las pequeñas venas de la muñeca derecha, con ese color azul que tanto le molestaba; el cuchillo en su mano izquierda, dudoso. Lo sostuvo firme y lo puso en su muñeca.
—No creo que la muerte duela tanto como vivir —pensó, y se dispuso a rasgar su carne.
—¡Noooooo! —dijo una dulce pero repulsiva voz.
El grito provenía desde fuera de su habitación, se asomó por la ventana y entonces la vio. ¡Qué criatura más hermosa! Más aún que sus dibujos, más de lo que algún día pudo imaginar. Sus bellos ojos verdes brillaban de ira, reprochándole por lo que había estado a punto de hacer.
—Te he dicho tantas veces que vengas conmigo.
—Yo… yo simplemente no lo podía creer.
—¿Vendrás conmigo?
Eliana ya no dudaba más, sentía tanta paz y una felicidad como nunca antes sintió; ella irradiaba amor, ternura, comprensión… el interrogante ahora era:
—¿A dónde me llevarás?
Un sutil toc-toc en su puerta la sacó del trance. Era su madre avisándole que tenía visita.
—¿Visita, yo? —pensó.

Su profesor de historia se encontraba en la sala, respondiendo con tranquilidad las estúpidas preguntas de sus hermanos. Una dulce sonrisa se asomó en su rostro cuando la vio.
—Imagino que estabas leyendo, ¿o dibujando tal vez?
—Eee… sí, sí, leía sobre la reina Ahotep.
—¡Oh! ¡La reina que ayudó a los egipcios a liberarse del yugo hicso!
—Sí señor.
La mirada de Eliana buscaba con desespero a través de las ventanas la criatura que le había impedido suicidarse, pero ya no estaba. El maestro traía excelentes noticias para Eliana, en uno de sus constantes descuidos había dejado olvidado uno de sus tantos dibujos y el aprovechó para mostrárselo al decano de la facultad de artes de la universidad en la que también trabajaba. Se había ganado una beca. Total conmoción y felicidad por parte de sus familiares; asombro y confusión de su parte. Luego de agradecer la ayuda de su maestro, éste tomó sus manos y como si no hubiera más nadie alrededor le preguntó:
—Dime Eliana, ¿vendrás conmigo?

27 junio, 2013

Verónica.

Brota la sangre la cual sale disparada de mi brazo. Los cortes en la piel me hacen sentir vivo y más cuando veo poco a poco que el líquido rojo gotea en el suelo. Un corte más profundo en la muñeca izquierda hace que empiece el principio del fin donde ya no habrá marcha atrás.

—Está hecho. —digo, mientras sonrío ante el espejo.
Pronto abandonaré el mundo de los vivos para poder ser eterno en la oscuridad. No tendré que enfrentarme cada día a los gritos de mi casa; los golpes que un día recibí de mi padre serán parte de otra vida; nunca más veré a mi madre con la nariz rota y nunca más tendré que soportar el olor a alcohol en todos los rincones de nuestro hogar. No quiero seguir aquí, no quiero luchar más conmigo mismo, quiero descansar para siempre.
Se me nubla la vista. Me mutilo de nuevo. Noto el fluir de la sangre por mis brazos. Siempre supe que este momento llegaría. Causará sorpresa en la gente pero ellos no saben el peso que soporté durante días, semanas, meses y años. Siempre aparentando lo que no soy. La vida no era lo que yo esperaba.

No siempre fue así.
Hubo un tiempo que pudo llamarse felicidad. El amor lo cambió todo, conocí a una persona un día inesperado y el tiempo me parecía eterno. Cada día despierto pensando en sus ojos, esos luceros marrones eternos en los que me paseaba horas y horas, donde podía recorrer con mis dedos su infinita espalda, donde cada beso era una pequeña delicia y me pasaba las horas deleitándome en esa boca de sabor dulce, donde hacer el amor era lo que un ser humano podía aspirar. Yo tenía esa suerte, estar con la mujer que colmaba todas mis aspiraciones como persona, no podía pedir más.

La conocí en el metro, nuestras miradas se encontraron como si el destino fuese caprichoso, nos dijimos todo con ese destello, la intensidad de sus ojos abrieron mi alma de par en par. Sabía perfectamente que delante de mí se encontraba la persona que daría un giro a mi existencia. No tardamos en intimar, las palabras fluían y fluían sin cesar. Diez mil veintitrés días pasé a su lado. Me fue arrebatada en el camino del trabajo a casa, un conductor borracho la atropelló en un paso de peatones. Se dio a la fuga y la dejó allí tirada en el suelo… ahogándose en su propia sangre. Nunca fui testigo de ese momento, pero no se me borra de mi cabeza su voz y sus ojos, sus pupilas dilatadas apagándose poco a poco sin poder hacer nada, su cabeza contra el suelo rodeada de sangre y murmurando sus últimas palabras sin sentido.
Ese fue su final. Sin despedidas. Ahí terminó la vida de Verónica, el 4 de febrero de 1910.

4 de febrero 1911
Un año exacto después de su muerte ella vino a verme, frente el espejo ella estaba ahí, su rostro impoluto frente al cristal, no puede hablarme con su boca pero una vez más sus ojos me bastan. Sé lo que quiere. Lo esperaba en cierto modo, sé que volvería por mí y me llevará con ella hacia lo eterno. La muerte será eterna para los dos y permaneceremos juntos por siempre jamás. Así fue como tomé un bote de pastillas y las tragué sin parar. "Pronto estaré con mi amor", decía. Se me cierran los ojos y caigo estoy listo para el viaje.

18 de febrero de 1911:
Despierto en el hospital. Mis ojos no se abren tanto por la luz que hay en la habitación. Pasan dos semanas y mi familia me informa que llevo 5 años en coma. Es imposible. Miro en mi cartera y Verónica no existe. Donde antes estaba su retrato ahora no hay nada. Me dicen que mi padre me golpeó una noche de borrachera y caí contra el suelo. Puedo recordar cada segundo qué pasé al lado de esa mujer, sin embargo no hay rastro de su existencia ante el nuevo mundo que despierto. Apenas duermo y sus visitas en sueños empiezan a ser frecuentes, siempre se repite la misma imagen:
Yo estoy situado frente al espejo de mi casa junto a un cuchillo y con mi mano derecha empiezo a cortarme las venas, ella me sujeta mi brazo y me ayuda en mi propósito, pero sólo en el espejo. Siento su calor al tocarme pero físicamente no esta a mi lado. Ella es mi guía en este nuevo camino, nos encontramos desnudos los dos y la sangre empieza a llenar mi cuerpo. Me excita esa sensación. Cuando la obra llega al clímax me despierto empapado en sudor. Me giro en la cama hacia el otro lado y me la encuentro de nuevo. Verónica me mira y me acaricia la cara, noto como sus dedos fluyen por mi piel y hacen lo que sólo ella puede, me hacen sentir vivo, me besa y hacemos el amor lentamente; su físico es eternamente bello, sus ojos son de un animal incontrolable, es ella en estado puro, pero... de repente entre jadeos, empieza a sangrar por la boca, le beso más fuerte y compartimos el sabor tan especial de su sangre, las sábanas se tiñen rojas y ella no para de reír, se acerca a mi oído y me susurra que ya estoy listo donde despierto de nuevo. Otra vez estoy en mi cama, al girarme esta vez ella no está.

Pasa el tiempo y mi familia de nuevo me repite que no conocen a ninguna Verónica, ningún amigo ni conocido puede responder a mis preguntas. Su tumba no está, su casa no es su casa, su familia no existe.
Los psiquiatras dicen que Verónica es producto de mi imaginación, que no es real, por fechas la debería haber conocido aun estando en el coma, pero yo recuerdo perfectamente su mirada aquel día en el metro. Ellos quieren que crea que mi entrada en el hospital se llevó a cabo el día 18 de abril de 1907. Su teoría se basa en que mis cinco años en coma he creado una vida paralela a la realidad y que ahora no sé distinguir lo real de lo ficción. Mienten. Les sigo la corriente porqué ya sé donde reunirme con Verónica… será esta noche frente al espejo.

Esa misma tarde empiezo a recordar cosas del pasado que hasta ahora quedaban ocultas para mi memoria. Empiezo a recordar el olor a alcohol en mi casa. Siento en mi carne las palizas de mi padre, los gritos, las peleas, empiezo a dudar de todo, estoy perdido, solamente Verónica puede sacarme de esta vida y llevarme a la que una vez tuve.

Ante el enorme espejo comienza mi camino hacia la salvación. Desnudo frente a él mi ritual va tomando forma, la afilada punta del objeto cortante empieza a bailar sobre mi cuerpo, va definiendo el tramo a trazar, susurra sobre mi blanca piel y se clava en las venas de mis brazos. Primero siento que los cortes me queman, pero cuando la sangre brota se me pasa esa sensación. Lentamente me recreo en la escena y soy consciente de que Verónica se aproxima. Tarda poco en aparecer al otro lado del cristal, su leve sonrisa perpetua hace que me sienta bien, sé que estoy haciendo lo correcto y podré reunirme con ella. Su magnífica figura desnuda hace que sienta electricidad por dentro, millones de sensaciones florecen en mi alma. Puede hablarme con su pensamiento, somos dos seres en uno y la eternidad nos fundirá para siempre. Me pide que pegue mi mano izquierda con la suya derecha en el espejo. Noto el tacto de sus dedos llenos de vida, esos dedos que tantas veces se perdieron en mi cabello, blancos como la porcelana se funde con el rojo sangre y la imagen resultante es espectacular, todo fluye al ritmo que ella marca. Los susurros que emite me van marcando las pautas de lo correcto en este raro trance. La temperatura empieza a bajar y debido a la perdida de sangre empiezo a ver con dificultad. Borroso. Su voz es más lejana, poco a poco se va perdiendo en el infinito y noto que mi existencia en este mundo llega a su fin. Ella es mi guía, mi ángel. No puedo mantener los ojos abiertos durante más tiempo, parecen de plomo, así que me dejo llevar por mi musa, es mi destino.

Abro los ojos. Oscuridad plena. Silencio absoluto. Deslumbro una especie de puerta a lo lejos, no logro verla correctamente pero me acerco lentamente sin saber aun el lugar donde me encuentro. Llego a la puerta y mi sorpresa es enorme. Puedo verme a mí mismo. Me reconozco, mismo físico, mismos gestos, misma voz. Comienzo a sentir escalofríos ante la idea que mi mente me sugiere. No puede ser. Golpeo con fuerza e intento gritar pero mi voz no tiene audio. Veo los ojos de Verónica en el ser que observo desde este lado del espejo. Sonríe y se marcha. El miedo se apodera de mi cuerpo. Desesperación. Ese ser se ha apoderado de mi cuerpo, me ha remplazado y estoy destinado a vagar mi alma en este insólito y oscuro lugar, donde el tiempo no existe ni la vida es como la conocía antes. Creo que es un infinito. Sin principio ni final. Siempre estaré aquí, al otro lado del espejo, pensando cómo podré hacer para regresar al otro mundo, tal como una vez Verónica hizo conmigo.

25 junio, 2013

¡Clic!

Siempre fui un tipo con suerte. Desde joven poseí el don del acierto, y la suerte no me ha abandonado nunca desde entonces. Jamás he dudado en mis apuestas y siempre he salido airoso de ellas. El azar me ha reportado una vida sin aprietos, llena de lujos, que la mayoría de gente ni tan siquiera puede llegar a soñar. 

Nunca han faltado a mi alrededor preciosas mujeres, ropa cara y coches a la disposición de mi mano. Pero, amigos, es una cosa curiosa esto de la suerte, el ganar siempre acaba por convertirse en una carga pesada. La suerte en exceso termina por ser algo demasiado envidiado, cae a mi vida como una sólida materialización de esas envidias. Ahora me doy cuenta de que todo el mundo que pasó por mi vida no fue más que por mi suerte, quizás con la intención de conocer mi secreto o de beneficiarse de algún modo de mi don afortunado.

Con el tiempo, la suerte me ha llevado a convertirme en un ser solitario. Ya no es ningún aliciente para mí el ganar fajas de billetes en los casinos, me siento totalmente indiferente cuando veo en mis manos el cupón ganador de la lotería de la semana. Todo el mundo se aparta de mí, ya no encuentro compañeros de mesa en las timbas de poker porque a nadie le gusta jugar si sabe que perderá, sin ningún género de dudas. Ahora, el juego ya no es para mí ningún placer y tan solo apuesto cuando las putas y el alcohol han quemado todo mi dinero. Me arrastro con nocturnidad por los clubs de la ciudad y me despierto con dolor de cabeza en cualquier cama desconocida.

Pero hoy es un día diferente, aquí sentado en esta mesa siento de nuevo ese cosquilleo en las manos que hacía años que no sentía. Tiemblo de emoción al girar el tambor del revólver. Me traigo sin cuidado el dinero que se amontona sobre la mesa, retraigo sin cuidado los rostros sádicos que me miran aguantado sus sucias respiraciones. Hoy me siento de nuevo vivo y juego porque tengo ganas de jugar. Apoyo el hierro frío de la pistola sobre mi sien, sonrío y lentamente aprieto el gatillo… ¡click!… puta miseria, no hay bala en la recámara. Dejo de sonreír, hoy, por primera vez en mi vida, he tenido mala suerte.

24 junio, 2013

Celos.

Vaya sentimiento intratable que conservaba en lo más profundo de mí. Esa compasión de querer tenerlo siempre conmigo, a toda hora, a todo minuto, a todo momento. Él era todo mi mundo, toda mi razón de vida. Lo veía siempre desde la ranura de su puerta, deseando entrar y poder tenerlo solo para mí.

Todos los días le enviaba regalos y cartas de amor, pero él las rechazaba una a una.
Un día decidí hacer mi jugada, yo sabía que él estaría en su apartamento así que me puse mi mejor ropa y toque a su puerta.
—¿Quién eres? —dijo el al abrir la puerta. Estaba casi medio desnudo, su hermoso cuerpo estaba descubierto, sus ojos brillantes se quedaron fijos ante los míos. Sonreí.
—Soy...
—¿Quién es, mi vida? —dijo una mujer detrás de él. Estaba en ropa interior y me miraba con asco. Salí corriendo de allí avergonzada y con un odio profundo. ¡Él era mío, mío, mí! ¡Y ella no lo merecía!

Esa noche tomé un largo y afilado cuchillo y me fui a su habitación. Había conseguido obtener una copia de su llave entrando al departamento del conserje. Él se encontraba con esa muñeca de trapo y no conmigo. Con ira y placer pase la cuchilla por el pecho de la mujer, la pobre no tuvo tiempo de chillar, pero disfruté al ver su sangre salpicar en su sucia y contaminada cama. A él lo apuñale levemente por un costado, aún no estaba muerto.
—Bien. —pensé. Me coloque tras él, aún gimiendo de dolor, sintiendo cada vez su respiración más tenue, y lo abracé mientras seguía escurriendo su sangre.
—Te adoro, pero recuerda que eres solo mío y no de otras.
Entonces pasé la cuchilla a través de mi cuerpo atravesando también el suyo, como una brocheta donde lo último que vi fueron nuestras sangres juntas… al igual que nuestros cuerpos.

23 junio, 2013

Te quiero, pero de una forma extraña.

Te quiero, porque te quiero, sin razón alguna y sin explicación que valga algún tipo de sentido lógico. Te quiero porque te quiero aquí al lado mío, a mi lado donde pueda verte, a centímetros de mis labios para poder besarte. Te quiero para una noche y luego otra. Quizás, te quiero para todas las noches del resto de mi vida.

Podemos compartir un café o mi habitación. Te invito una cena y luego te dejo mis sueños de postre. Podemos intentarlo o podemos pasar por desapercibido. Ante todo dejando un atardecer de souvenir para recordar el día que pudo ser y resumir una vida.

No quería quererte como te quiero. No quería sufrir tus silencios. No quería bombardear mi corazón con anhelos de tus besos. No quería buscar tu mirada en mis versos. Me viniste sonriendo, me viniste seduciendo... te quiero. Que no mientan tus palabras que tus ojos no mintieron. Que sé que tú me quieres igual, pero estás lejos de reconocer eso.

07 junio, 2013

Tinieblas.

El se despertó. Un golpe palpitante le hacía arder su rostro, tocó su frente, en la cual se abría una herida. Sintió frío en sus pies, notó que estaba descalzo, se incorporó lentamente, no recordaba nada, ni una vaga memoria de quien era, ni un recuerdo. Se pregunto dónde estaba, miró alrededor y sólo vio oscuridad. 

Grandes árboles se extendían frente a sus ojos, las copas de los arboles frondosas, no permitían entrar la vital calidez de aquellos rayos de luz. El único morador de ese paraje era una gruesa penumbra de donde sólo, apenas, se logra resaltar los troncos viejos y desgastados, extendiéndose por el área un manto grueso de hojas. De apoco la angustia, el pánico, y un frío siniestro empezó apoderarse de él… ¡desesperación! Ante tal escenario, se le vino a la memoria flechazos de imágenes, de la cual resaltaba un traje y un sendero. Nada tenía sentido.

Sintió hambre, por lo que buscó entre sus pantalones. Sus bolsillos estaban vacíos, sólo un envoltorio de un dulce. Decidió revisar su chaqueta, era la de moda de esos momentos, la que todos los niños usaban, café con franjas rojas blanca y azules donde encontró una mitad de barra de chocolate y un papel arrugado. Aquel papel arrugado le dio miedo, como si algo le advirtiese, que no lo abriese, pero algo lo impulsó... una fuerza extraña, algo que lo manipulaba. Lo empezó a desdoblar con cierto temor.

Era un dibujo, un boceto de una bizarra figura huesudas, y de largas extremidades cubiertas por unas especie de pellejo seco, pero lo que más le inquieto al muchacho fue el rostro de aquel ser y sus ojos, entonces debajo de ese extraño ser había una palabra… "¡corre!". El muchacho se alarmó y empezó a caminar a la deriva, sin rumbo. Solo sentía algo, como una presencia que lo observaba y lo presentía. El terror se apodero aún más de él, de lo que un alma mortal pueda soportar.

Empezó a correr. Con cada pisada, hería sus pies descalzos, pequeños cortes y magulladuras empezaban aflorar por las ramas de los árboles, su rostro y sus manos sangraban al abrirse paso sobre aquella tupida vegetación, áspera y dura, el muchacho sentía como si la naturaleza jugara con él, como si la penumbra nublara sus ojos y los envolviera, como si estuviera divirtiéndose, como si lo disfrutara. El silencio hondo del bosque lo ahogaba, solo los grillos y búhos rasgaban aquella penumbra, rompían aquel sepultario silencio.

Atrás suyo crujieron unas hojas, giró, creyó a ver oído algo, solo vio oscuridad, hasta que pudo divisar un especie de silueta, oculta, dentro del espesor de los arboles. El muchacho palideció pues no sabía bien lo que veía, pero lo único que se le vino a su mente fue la palabra "corre" escrita en ese papel. Sé movió rápido, tan rápido como su pequeño cuerpo permitía, sus músculos, se extendía y contraían, se tensionaban con el movimiento rápido y bruscos de sus manos. Lágrimas brotaron de sus ojos, el cansancio se hizo sentir seguido de unas fuerzas inútiles que poco a poco lo abandonaban.

Poco a poco le iba quitando energía, le succionaba de a poco, ¡le bebía la vida! Miró de nuevo hacia aquella silueta, no estaba, pensó que tal vez hubiera sido su imaginación así que intentó calmarse y descansar un poco. De pronto, se paralizó.

Un frío le recorrió desde sus pies a la cabeza, le entró miedo, ese miedo cuando sabes que vas a morir... ese terror, ese pavor que te hace tiritar y te hiela la piel y la sangre, hasta el tuétano de los huesos, como si miles de agujas se enterraran en tu carne. Quiso correr, pero las fuerzas le fallaron, sus piernas se doblaron, empezó a caer mientras una silueta alargada, una sombra proveniente de los más oscuros sueños, se iba acercando y lo iba cubriendo. Sus ojos pesaban hasta que aquella sombra lo envolvió… Simplemente aquél día los habitantes del pueblo, no recuerdan una noche tan tranquila ni una luna tan grande como esa.

06 junio, 2013

Amar te cambia.

Es tan interesante el nivel en el que te puede llegar a gustar alguien, impresionante lo mucho que te puedes llegar a obsesionar con una persona. Empiezas a crear en tu mente una serie de historias que parten del “y si…”, he ahí cuando verdaderamente te obsesionas con una idea y no la quieres dejar ir por más de que todo lo que te rodea te dice a gritos un frío y triste: “nunca pasara, déjalo”.

Aún así tu no haces caso y sigues intentando y sigues con esa tonta idea en tu cabeza, y sigues, y sigues, y sigues… Sufres, tu solita. Sabes que puedes sacarlo de tu mente si en serio lo quieres, el problema es que tu no quieres dejarlo ir. Tienes un poco de esperanza, a que algo va a cambiar y que va a ser lo mismo otra vez.

Pero dentro de todo ese sentimiento también tocas fondo y cuestionas todo lo que paso, “¿para qué me habló? Tal vez sólo quería mi amistad, fue para lucirse, ¿qué hice mal? Obviamente no iba funcionar, etc...” lo que sigue es una depresión enorme capaz de torturarte lo suficiente como para dejar que lo que sientes se pueda notar, ahora todos lo saben: está triste. Quieras o no, eso te cambia, tu personalidad se va escapando de tus manos poco a poco y eso es algo que no puedes controlar por el simple hecho de querer. Amar, duele y te cambia, pero más que todo hace que se vaya tu brillo, resulta más drástico con aquellos que tenemos muy poco.