25 marzo, 2014

Una vida después de mi último día de vida.

Sé que no es lícito escribir cuando uno está muerto y quizás me condenen por ello. Siempre fui un alma intranquila y ahora, a un par de metros bajo tierra, además de intranquila la tengo a la pobre soberanamente aburrida. Les agradezco enormemente el detalle de enterrarme con mi pluma y un cuaderno a estrenar de mi marca favorita, de esos de alambre ancho en los que no se encasquillan las hojas al pasarlas. Podría decir que les estaré eternamente agradecida, literalmente.

Sé que para ustedes fue un gesto simbólico como homenaje al amor que procesé a las palabras en vida, pero para mi espíritu será todo un desahogo el poder plasmar mis inquietudes en estas páginas durante la eternidad que me queda por delante. Creo que de no ser así, acabaría por arañar el interior del ataúd y eso no me gustaría lo más mínimo porque sería una lástima destrozar una madera tan noble, bonita y cara.

Ahora que llevo aquí cierto tiempo, me doy cuenta de lo tonto que es pensar en la muerte mientras estamos con vida; tantos infiernos, tantos paraísos, tantas reencarnaciones místicas y al final resulta que uno no va a parar a ningún sitio y le toca quedarse aquí, tumbado y sin hacer nada hasta a saber cuándo. Algunos, hace bastantes siglos y de rebote porque siempre pensaron que emprenderían al morir su gran viaje, se hicieron enterrar con todas sus pertenencias, ¡Ah! Qué envidia que les tengo ahora. Vuelvo a agradecerles el detalle de la pluma y el bloc, pero no hubiese estado de más recordar también mi gran amor al café.

La verdad es que a veces lo pienso y me río solo, como alguien se entere de lo que en realidad sucede al morir se puede montar una fiesta allá afuera, mal negocio para algunos que viven de esto de educar almas para el momento crucial desde tiempos inmemorables, pero un gran negocio para otros como por ejemplo, los constructores, que se forrarían seguro construyendo nichos de noventa metros cuadrados con todo tipo de comodidades. Claro que este simple hecho cambiaría totalmente el rumbo de la humanidad y convertiría a todo el mundo en avariciosos intratables. Todos acumulando lo más posible en vida para pasar lo más cómodamente su eternidad.

Aquí supongo que lo expoliadores de tumbas harían su agosto y cambiarían las típicas joyas por iPhones y televisiones de plasma. Dicho de paso, no imaginen que aquí se continúa usando el cuerpo a placer, imagino que si ahora abrieran la tapa, solo encontrarían un fiambre medio descompuesto, pero mi percepción es diferente, yo continúo viendo mi cuerpo en perfecto estado y comienzo a dominar la técnica del movimiento, que es a modo de títere, como si mentalmente moviese unos hilos invisibles atados a mis articulaciones. Por el momento solo consigo mover la mano con la que escribo estas líneas, pero estoy contento con mis progresos y me ilusiona pensar que quizá en poco tiempo consiga más movilidad. A propósito de esto, dejo aquí constancia formal de mi queja hacia los fabricantes de ataúdes, que no tienen en cuenta la altura de éstas, que a ver si hacen el favor de fabricar los ataúdes con las tapas un palmo más altas.

No quiero aburrirles con todas estas tonterías mías, solo es que llevaba tanto tiempo sin escribir que tenía muchas cosas que contar, aunque en realidad solo quería escribir un poema, como tengo tiempo para pensar he decidido escribir un pequeño libro de poemas perfectos. Y digo perfectos porque me tomaré mi tiempo para crearlos, los imaginaré en mi mente y les daré forma poco a poco, los puliré y les sacaré brillo y no los escribiré hasta que tenga la certeza de que son totalmente redondos, sin lugar a réplicas de ningún tipo. Quizás tarde un año en escribir cada poema, pero creo que el tiempo ni importa demasiado en este lugar y será un buen entretenimiento el parir estas pequeñas maravillas. Al principio pensé en escribir un diario, pero claro, es obvio que deseché la idea por el anecdotario tan reducido que me ofrece este lugar. Mucho mejor los poemas, porque sé que por muchos años que pase aquí abajo, la inspiración que me ofreciste en vida no desaparecerá jamás.

Comienzo entonces mi primer poema, tan solo tengo la primera frase pero quizás para la próxima primavera lo tenga ya terminado:
“Cuarenta y seis días muerto… y no dejo de pensar en ti.”
Nota (A la atención del Sr. Sepulturero): Sé que aunque la muerte sea algo eterno, los nichos no lo son y que probablemente dentro de unas décadas acaben por sacarme de aquí para llevarme a algún lugar menos privado. No es que me moleste esto ni tenga nada en contra si no todo lo contrario, no me vendrá nada mal conocer gente nueva. Simplemente le quería decir, Sr. Sepulturero, que no se asombre usted por este cuaderno que ha encontrado entre las costillas de este viejo esqueleto y no haga mucho caso de lo que en él ha leído, es posible que lo que a mí me sucede no sea común y que mi caso tan solo sea un olvido, un simple archivo traspapelado en las oficinas en las que reparten los destinos al morir. Solo quería pedirle, si no es molestia y si es usted tan amable, que me regale un nuevo cuaderno para poder continuar con mis poemas, porque estoy seguro de que cuando usted traslade mis olvidados huesos, todavía me quedarán miles de versos para ella. Y sé que es mucho pedir por alguien que no le puede dar nada a cambio, pero si de paso me regala una buena cafetera, será tal mi gozo que quizás consiga revivir de nuevo.

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