20 diciembre, 2012

Enigmas en forma de esquela.

"Un día no pienso despertar, dormiré tanto que el sueño me llevará a otro estado." —razona aquel hombre acostado en su cómoda cama—. "Será mejor seguir mi instinto."

Me levanto de mi cama con pereza pues no había dormido bien al beber con mis amigos en el bar del Hotel Cremorne. Me dio roche dejar a mis amigos por tener que irme a casa para dormir.
—¡Sos una jeva!
—Pero mira que niña.
—Dejad a la que debe dormir para despertar como una Diosa.
¡Vaya comentarios los de ellos! Al fin y al cabo, no me importaban ya que debía descansar para viajar hasta Adelaida, Australia, en dos días. Me dirijo al baño y lo primero que hago es tomar un poco de agua y la abalanzo sobre mi rostro; una, dos... tres veces. En eso, escucho el timbre sonar a las 6:15 am, algo temprano para todo el tiempo en que he vivido en Sydney. Tomo mi paño y me seco el rostro, lo dejo encima del retrete y camino hasta la entrada. Me paralizo. Una carta debajo de la puerta.

La tomo con las manos tembladizas y leo unas cortas oraciones:
"Madrugar es para gente oportunista que quiere aprovechar su tiempo, tu me lo has repetido infinidades de veces, pero en esta oportunidad es solo para decirte que ya es hora de que sigas tu camino..."
Mi corazón late fuerte, ¿quién será la escritora de dicha epístola? Ha dejado sus labios marcados en el papel y una enlazada firma llena de garabatos incomprensibles. Mis dedos tocan aquella marca de labial rojo plasmado sobre el grueso papel, se corre.
—Acaba de terminar de escribirlo hace no mucho. —plantea en su mente.
Dobla el papel, lo ubica en una gaveta de su acogedora sala y regresa a la habitación.

—¿Seguir mi camino? Ya lo hago... quizás me tope algún día con la mujer que me ha escrito esto. A lo mejor cada noche mendiga algo de sexo, de amor o puede ser también, de cariño. ¿Me conocerá? Já. —se ríe —. Esto debe ser una broma.
Su instinto le dice “sigue durmiendo” porque de esta manera no pensará en nada. Si no existiese, se ahorraría los problemas de caer en ruinas, de ser un canalla ladrón, de estafarse sentimentalmente, de ser como es.

A pesar del poco tiempo que tenía para aplicarse en sus actividades de ocio, había dejado una nota en la ventana: «escribe».
—¡Escribir! ¡Lo había olvidado! —grita mientras sus manos se dirigen rápidamente a su cabello. Suena su teléfono, corre a tomarlo y descuelga.
—¿Aló?
—Llamo de SMH Editorial Index, vine a preguntarle si tenéis listo la columna de la revista. —dice una voz femenina al otro extremo.
—Disculpe señorita, en este preciso momento ando dando algunos arreglos pero se lo envío a penas termine la redacción, ¿vale? —responde con una mentira piadosa.
—Está bien, no se preocupe; llamaba era para recordárselo porque la publicación es a las 12. —hizo una pausa —. Que tenga buenos días joven Rivera. —cuelga.

Tira el teléfono en el colchón y se sienta en su escritorio de madera color caoba. Busca su libreta y comienza a escribir:

"52 King Street, Sydney.
2012, 19 de diciembre.

Con mi bolso lleno de recuerdos invaluables, con mi mente en blanco, con el carácter que me distingue y esa mirada que nada refleja me alejo distante por el horizonte, mientras tu dejas una carta en mi hogar. En cada paso que doy siento que me falta algo, el aire, la esperanza o hasta la dignidad, esas ganas de gritar me invaden y me doy cuenta que la desesperación del momento se vuelve mi otra mitad, porque de mitades ya tengo muchas, la tuya solo será otra más, soy un coleccionista, un ladrón profesional. En venganza contra todo un género gracias a las malas experiencias, me volví un delincuente, un criminal y estafador que a sangre fría, como lo haría cualquiera de mis colegas cometiendo sus fechorías, engaña, roba, miente y mata. Entre sombras y penumbras escapo con mi botín, y aunque me duela en el alma, lo remato al mejor postor, ese que se encargará un día de encontrarte y devolverte la felicidad, esa misma que yo un día te produje y luego quité de forma imprevista, esa misma que te provoca vacío, esa que orgulloso ostentaba por provocarla, y que me dolerá hasta el alma cuando la encuentres con otra persona que no sea yo. Ese día cuando te vea pasar de la mano con otro ladrón, no tendré dignidad para advertirte, ni siquiera la desfachatez de mirarte a los ojos, ese día estaré preocupado de que roben la mitad que te queda, esa que es parte mía, de todo los sentimientos que planté en tu alma y que está destinada a ser robada y reemplazada por un estafador emocional que solo busca en ti la calma. Ese día no me servirá de nada mi botín y tendré que volver a las andanzas."
—Devis Rivera.

Suspira y envía su artículo titulado "Estafa emocional" al Editorial. Mira su reloj de bolsillo que marca las 10:50 pm. ¡A tiempo! antes del medio día. Se levanta y se dirige al baño para alistarse donde piensa que dormir sería la mejor opción para desembocar todas las ataduras de su extraño día, y así lo hace. El montón de crema para afeitar en su rostro lo ve como una diversión, lo toma y juega con ello manchando el espejo con palabras. Se ríe. Se detiene y su sonrisa se convierte en un gesto escalofriante de seriedad.
—Que ridiculez. —piensa mientras tira toda la crema al lava manos. Enjuaga su rostro y cepilla sus dientes. Acude a su armario y se viste. 2:25 pm, toma una camisa blanca, un pantalón de vestir, su correa negra al igual que sus zapatos color azabache y un jersey gris. Deja su toalla en el baño y se traslada a la salida de su departamento. Al abrir la puerta da la casualidad que consigue a una mujer a punto de dejar un pequeño sobre en su domicilio.

—¿Quién sos? —suelta de manera directa.
—Katherine. —responde la mujer —. Vine a dejarte esto. —extiende la mano y le entrega una carta del mismo tamaño que la que habían dejado en la madrugada.
—¿Vuestra? —pregunta Devis.
—Sí.
—¿De casualidad habéis dejado otra en la mañana? —pregunta. Ella suspira y mira a los lados, pero no responde. Él se ríe.
—¿Sos la que se cree dura o cuestiono algo que no es verdad? —insiste. La mujer alza su barbilla y pone la mano en el pecho del joven Rivera.
—Juzgad lo que queráis, no me conocéis.
—Ni vos a mí. —hace una pausa —. No entiendo porqué tened que venir una extraña a dejarme carticas en la puerta.
—Esa extraña no tiene culpa de que la cautives con vuestras letras. —responde mientras levemente se va acercando a sus labios. Él la detiene.
—¿Cómo sabéis que escribo? —cuestiona él.
—Se más de lo que pensáis.
—Vos no sabes nada de mi.
—Devis... trabajo en la Editorial y he platicado con vos hasta las madrugadas más rotundas. —expone mientras da algunos pasos hacia atrás —. ¿No recodáis? —pregunta con una mirada fija ante los ojos de el joven muchacho; muerde sus labios y se va. Él se encoje de brazos y pierde la realidad entre su pasado mientras ve como se marcha.

Entra al apartamento, cerra la puerta, se apoya en la pared y abre el sobre que tenía en sus manos. Lee su segunda carta recibida:
"Si ya te puse en conocimiento, desde el primer momento el robo es tu culpa, tenlo siempre en cuenta, sobre todo cuando maldigas mi nombre en noches de frío bajo cero, ese frío que es mas gélido que la frialdad verdadera, ese helado sentimiento de sentirse acabado, de tocar el vacío. Eras todo, y aunque te conviertas en nada, mi desconocida ausencia te tomará en los brazos más cálidos para darte la inspiración que necesites."

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