Jorge Luis Borges:

"De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo. Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria."

Billy Wilder:

"La televisión no ha podido acabar con el cine porque la gente quiere estar allí, quieren ser los primeros, quieren oír las risas de otras personas."

Théophile Gautier:

"Una de las glorias de la civilización sería el haber mejorado la suerte de los animales."

John Lennon:

"Algunos están dispuestos a cualquier cosa, menos a vivir aquí y ahora."

Woody Allen:

"El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores."

Menandro de Atenas:

"No es vergonzoso nacer pobre, lo es el llegar a serlo por acciones torpes."

Adolf Hitler:

"Sólo se combate por lo que se ama; solo se ama lo que se estima, y para estimar es necesario al menos conocer."

Gustavo Adolfo Bécquer:

"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada."

Marilyn Monroe:

"Era consciente de que pertenecía al público, pero no por mi físico o por mi belleza, sino porque nunca antes había pertenecido a nadie."

28 abril, 2014

Delirio.

Era una tarde de abril cuando la conocí. Recuerdo que estaba lloviendo y mi abrigo se había empapado completamente, busqué un refugio para escampar y de repente, ondeando su cabello oscuro apareció ante mis ojos la criatura más bella que jamás había visto.

Tenía ojos oscuros y labios rojos, los recuerdo, eran rojos como la sangre, como el color de las rosas. Quedé sorprendido al verla, no me atrevía ni a mirarla. Mis ojos seguían el curso de sus dedos que paseaban entre sus cabellos, haciendo que el agua se escurra como diminutos riachuelos de rocío. No podía mantener la mirada, pero tampoco quería apartarla... de repente, ella volteó su cabeza mirándome profundamente, penetrando mi alma dejó dibujar en sus labios una preciosa sonrisa que era una amalgama de emociones: Tristeza, felicidad, nostalgia, pasión, amor... ¡qué se yo! Tanta belleza, tan poco tiempo, tan pesada mi lengua que se congelaba tratando de al menos susurrar algún juvenil piropo. Pero no había palabras, no existían letras ni emociones tales para conjugar el sentimiento y la pasión que llevaba dentro de mí. ¿Es que acaso estaba enloqueciendo de amor?

Quedé congelado en aquel instante que ella sonreía, no pude hacer nada, ni el más mínimo intento de movimiento. Tímidamente agachó la cabeza, con su mano derecha acomodó los cabellos que se habían posado sobre su mejilla. Levantó la mirada colocándose el mechón de pelo detrás de la oreja y lentamente empezó a acercarse hacia mí.
—¿Qué haces robándome el alma con la mirada? —me dijo y acto seguido me besó tan tiernamente que en un instante pensé estar besando un copo de algodón.
Sus labios eran tan suaves y voluptuosos, era como darle un mordisco a alguna fruta exótica pues en cada roce de nuestros labios, el éxtasis y el deseo carnal ardían en mi pecho como si tuviera un volcán interno que estaba a punto de hacer erupción.
—¡Por Dios! —me dije a mí mismo— ha besado la mismísima Venus. Al abrir los ojos ella no estaba, se había esfumado y yo ardía en fiebre, con mis ropas estiladas hasta la última costura. Dejó de llover un instante y salí desenfrenado buscándole.

¿Gritar su nombre? Pero cómo si no me lo dijo. No supe qué hacer, a dónde ir ni qué palabra modelar. Ni una maldición adecuada era suficiente para rescatar algo del desastre en el que me encontraba.

Regresé a mi casa sin dejar de pensarla, aún conservando el perfume que sus ropas despedían. Estaba desconsolado y enamorado. Entré en mi habitación y me quité la ropa, encendí la calefacción y cubrí mi cuerpo con una cobija. Mi mente se perdía en el vacío fijando la vista en la llama de la vela que se extinguía junto con la esperanza de volver a verla.

Pasaron unos días y aparentemente me recuperé, el médico me recomendó descanso y por sobre todo ningún roce con algo que me recordara aquella tarde. Estaba al borde de la locura y todo por un beso que me amargó el alma. Estaba yo acabado, triste, deseando la muerte a cada momento. El reloj era el verdugo que marcaba el compás de mi desventura.
—¿Quién eres amor mío? —me preguntaba todas las noches. No existía lógica en mi caso, pues no era lógico ni racional el profundo amor que me estaba matando a cada momento.
Esa noche me fui a dormir, apagué las velas y me recosté casi desnudo sobre las frías sábanas pues me sobrecogía un calor tremendo, inaguantable. En medio del trance que trae consigo la somnolencia, mi puerta se abrió y una silueta apareció frente a mí. Sus formas de mujer talladas en el mármol de su esbelto cuerpo, dejando ver su desnudez tras el manto blanco que la envolvía, sus manos ondeando mil colores, cortando el viento húmedo de mi habitación. Estaba casi sin aliento cuando apareció ante mis ojos el rostro de la dueña de mi corazón.

Era mi amada, mi sueño y delirio pasional. Con sus manos tomó mi rostro y acercó su boca a mi frente. Me envolvió de ternura, de pasión. Besó todo mi rostro y al llegar a mis labios me envolvió con su forma de amar, de transmitir lo que parece inalcanzable, me hizo volar a otras esferas, a otros niveles del éxtasis. Esa noche, nos amamos con locura, esa noche saboreamos el placer.
Al amanecer estábamos flotando entre los vapores de nuestras almas, éramos los dos navegando entre las fusiones de dos universos; de dos cuerpos extraños, estábamos combinados en un solo sentir... pero al despertar, estaba yo solo entre mis sábanas, con un dolor tremendo en mi espalda y con una rosa roja sobre la almohada. Estaba desconcertado tratando de averiguar el por qué, la razón de aquel fugaz e irracional encuentro. ¿Sería cierto que la vi? Tal vez estuve soñando, envuelto en la fiebre me dejé llevar de mi deseo de verla, de tenerla... ¡qué pasó!

Cada segundo de mi existencia suspiraba su recuerdo, cobijado de la nostalgia pasaba las noches en vela pidiéndole a Dios que saque de mí ese amor extraño, ese amor sin dueña y que a cada momento se hacía más y más grande aunque mi amada me había roto el alma en mil pedazos. Tantas veces recordé ese cuadro, aquella escena de la tarde de abril cuando carcomido por la fiebre pude encontrar el amor, aunque de tanto pensar llegué a odiar mi condición y a odiar al corazón humano, a las emociones. Más cuando venía la calma, cuando pensaba en aquellos dos encuentros, pude darme cuenta que le debía tanto a aquella dama, que sin saber su nombre, me dijo muchas cosas en el silencio, en medio de sus caricias, deleitado por sus besos, extasiado en la delicia de su desnudez.

Una mañana me preparaba para salir a la universidad, tomé mis libros y en la premura con que salía, cayó un papel color negro. Lo levanté y al abrirlo, con letras rojas encendidas estaban escritas las palabras más hermosas que jamás alguien me haya dedicado:
"Te amo", decía. Se me partió el corazón en mil pedazos, cayendo rendido ante dos palabritas que derritieron mi espíritu y secaron mis ojos.
No asistí a clase, me quedé todo el día embobado leyendo el papelito, suspirando, sonriéndole a la nada. Estaba esperanzado, convencido de la existencia de ese ser angelical. Intrigado fijé la vista en las rojas letrillas y se me vino una visión, quizá un desdoblamiento óptico, un sueño profundo. El caso es que ese papel decía algo más:
  "Ven, ven amor mío,
embriaguémonos de amor hasta que raye el alba,
       entra en mi cuerpo y seamos uno,
que nuestro corazón sepa que el amor no es parte de la vida,
                        y va más allá de la muerte...
Búscame en el parque, yo estaré allí y te diré mi nombre
                         y seré tuya y tu,
       mío para siempre"

Al despertar estaba en un hospital, me sentía hambriento, tenía cables y agujas por todo lado. Mi familia y amigos entraron por la puerta. Todos lloraban, me abrazaban, me besaban. Yo no sabía que estaba pasando, pero luego me enteré que había estado en un coma por tres meses.  Me había caído por la baranda de la cafetería y me golpeé la cabeza; unos amigos dijeron que caminaba con los ojos fijos en un pedazo de papel negro, como un sonámbulo. Me recuperé y me dieron de alta a los pocos días. Volví a mi casa y llevé una vida normal por un buen tiempo. Una noche entré rendido por el estudio y me quedé casi dormido, aunque aún podía escuchar... escuché que se abrió la puerta y que alguien vino y me besó en la frente, se acercó a mi oído derecho y me dijo:
—Te esperé en el parque esa madrugada más no fuiste.
Al abrir los ojos, ella estaba ahí, justo frente a mí.
—¿Quién eres? —le pregunté.
—Me llamo Cristal, y te he amado siempre. Sin saberlo te he amado incluso ahora que estoy muerta y regresé a este mundo, a esta vida para verte. Me atropelló un coche hace ya diez años, y mientras me iba por un túnel lleno de luz, lo único que recuerdo era a un niño de unos doce años, el único que intentó ayudarme llamando a la ambulancia por un teléfono cercano. Tu estabas llorando, desesperado, queriendo ayudarme aunque no me conocías. Mientras me iba prometí volver algún momento para darte las gracias, no me imaginé que me iba a enamorar de ti, perdóname. —dijo, estallado en llantos.
Yo quedé atónito pues en verdad eso ocurrió cuando yo era niño.
—No llores, yo también te amo, yo también quiero estar contigo. —le dije mientras secaba sus lágrimas—. No voy a separarme de ti Cristal, te prometo que voy a estar contigo y te voy a amar por toda la eternidad. 
Sonó el despertador de mi reloj de pulsera, estaba en la cafetería, el mismo día que tuve el accidente.

¿Cómo era posible esto? Aturdido salí de ese sitio recordando el coma, la noche anterior con Cristal y el relato de mi niñez. Fui a un bar cercano donde solía ir con mis amigos luego de clases. Me dirigí a la barra y pedí una cerveza, de repente sonó mi teléfono celular y era mi padre preguntándome si efectivamente había recogido el revólver que dejó olvidado en su oficina. Abrí mi mochila y en verdad ahí estaba. Le respondí que sí y me despedí diciéndole que regresaría a casa pronto. Una sonrisa se dibujó en mi rostro en ese momento, en medio de mi confusión me vino una idea y por primera vez en mi vida estaba muy seguro de lo que iba a hacer. Es por eso querida madre, que escribí esta carta, no es un método razonable de explicarte las cosas pero es mejor que no decirte ni una palabra de despedida. Haya o no estado loco, quiero que sepas que estoy enamorado. Voy al parque... a ver a Cristal, ojalá pudieras verla, tu también quedarías encantada con ella.
Te quiero muchísimo, dile a papá que no me espere despierto, no llegaré a casa hoy... ¡Ah! Por cierto, dile que no espere el revólver de vuelta, que lo amo y que siempre estaré con él.
Con todo mi amor,
Tu hijo.