Jorge Luis Borges:

"De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo. Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria."

Billy Wilder:

"La televisión no ha podido acabar con el cine porque la gente quiere estar allí, quieren ser los primeros, quieren oír las risas de otras personas."

Théophile Gautier:

"Una de las glorias de la civilización sería el haber mejorado la suerte de los animales."

John Lennon:

"Algunos están dispuestos a cualquier cosa, menos a vivir aquí y ahora."

Woody Allen:

"El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores."

Menandro de Atenas:

"No es vergonzoso nacer pobre, lo es el llegar a serlo por acciones torpes."

Adolf Hitler:

"Sólo se combate por lo que se ama; solo se ama lo que se estima, y para estimar es necesario al menos conocer."

Gustavo Adolfo Bécquer:

"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada."

Marilyn Monroe:

"Era consciente de que pertenecía al público, pero no por mi físico o por mi belleza, sino porque nunca antes había pertenecido a nadie."

28 abril, 2014

Delirio.

Era una tarde de abril cuando la conocí. Recuerdo que estaba lloviendo y mi abrigo se había empapado completamente, busqué un refugio para escampar y de repente, ondeando su cabello oscuro apareció ante mis ojos la criatura más bella que jamás había visto.

Tenía ojos oscuros y labios rojos, los recuerdo, eran rojos como la sangre, como el color de las rosas. Quedé sorprendido al verla, no me atrevía ni a mirarla. Mis ojos seguían el curso de sus dedos que paseaban entre sus cabellos, haciendo que el agua se escurra como diminutos riachuelos de rocío. No podía mantener la mirada, pero tampoco quería apartarla... de repente, ella volteó su cabeza mirándome profundamente, penetrando mi alma dejó dibujar en sus labios una preciosa sonrisa que era una amalgama de emociones: Tristeza, felicidad, nostalgia, pasión, amor... ¡qué se yo! Tanta belleza, tan poco tiempo, tan pesada mi lengua que se congelaba tratando de al menos susurrar algún juvenil piropo. Pero no había palabras, no existían letras ni emociones tales para conjugar el sentimiento y la pasión que llevaba dentro de mí. ¿Es que acaso estaba enloqueciendo de amor?

Quedé congelado en aquel instante que ella sonreía, no pude hacer nada, ni el más mínimo intento de movimiento. Tímidamente agachó la cabeza, con su mano derecha acomodó los cabellos que se habían posado sobre su mejilla. Levantó la mirada colocándose el mechón de pelo detrás de la oreja y lentamente empezó a acercarse hacia mí.
—¿Qué haces robándome el alma con la mirada? —me dijo y acto seguido me besó tan tiernamente que en un instante pensé estar besando un copo de algodón.
Sus labios eran tan suaves y voluptuosos, era como darle un mordisco a alguna fruta exótica pues en cada roce de nuestros labios, el éxtasis y el deseo carnal ardían en mi pecho como si tuviera un volcán interno que estaba a punto de hacer erupción.
—¡Por Dios! —me dije a mí mismo— ha besado la mismísima Venus. Al abrir los ojos ella no estaba, se había esfumado y yo ardía en fiebre, con mis ropas estiladas hasta la última costura. Dejó de llover un instante y salí desenfrenado buscándole.

¿Gritar su nombre? Pero cómo si no me lo dijo. No supe qué hacer, a dónde ir ni qué palabra modelar. Ni una maldición adecuada era suficiente para rescatar algo del desastre en el que me encontraba.

Regresé a mi casa sin dejar de pensarla, aún conservando el perfume que sus ropas despedían. Estaba desconsolado y enamorado. Entré en mi habitación y me quité la ropa, encendí la calefacción y cubrí mi cuerpo con una cobija. Mi mente se perdía en el vacío fijando la vista en la llama de la vela que se extinguía junto con la esperanza de volver a verla.

Pasaron unos días y aparentemente me recuperé, el médico me recomendó descanso y por sobre todo ningún roce con algo que me recordara aquella tarde. Estaba al borde de la locura y todo por un beso que me amargó el alma. Estaba yo acabado, triste, deseando la muerte a cada momento. El reloj era el verdugo que marcaba el compás de mi desventura.
—¿Quién eres amor mío? —me preguntaba todas las noches. No existía lógica en mi caso, pues no era lógico ni racional el profundo amor que me estaba matando a cada momento.
Esa noche me fui a dormir, apagué las velas y me recosté casi desnudo sobre las frías sábanas pues me sobrecogía un calor tremendo, inaguantable. En medio del trance que trae consigo la somnolencia, mi puerta se abrió y una silueta apareció frente a mí. Sus formas de mujer talladas en el mármol de su esbelto cuerpo, dejando ver su desnudez tras el manto blanco que la envolvía, sus manos ondeando mil colores, cortando el viento húmedo de mi habitación. Estaba casi sin aliento cuando apareció ante mis ojos el rostro de la dueña de mi corazón.

Era mi amada, mi sueño y delirio pasional. Con sus manos tomó mi rostro y acercó su boca a mi frente. Me envolvió de ternura, de pasión. Besó todo mi rostro y al llegar a mis labios me envolvió con su forma de amar, de transmitir lo que parece inalcanzable, me hizo volar a otras esferas, a otros niveles del éxtasis. Esa noche, nos amamos con locura, esa noche saboreamos el placer.
Al amanecer estábamos flotando entre los vapores de nuestras almas, éramos los dos navegando entre las fusiones de dos universos; de dos cuerpos extraños, estábamos combinados en un solo sentir... pero al despertar, estaba yo solo entre mis sábanas, con un dolor tremendo en mi espalda y con una rosa roja sobre la almohada. Estaba desconcertado tratando de averiguar el por qué, la razón de aquel fugaz e irracional encuentro. ¿Sería cierto que la vi? Tal vez estuve soñando, envuelto en la fiebre me dejé llevar de mi deseo de verla, de tenerla... ¡qué pasó!

Cada segundo de mi existencia suspiraba su recuerdo, cobijado de la nostalgia pasaba las noches en vela pidiéndole a Dios que saque de mí ese amor extraño, ese amor sin dueña y que a cada momento se hacía más y más grande aunque mi amada me había roto el alma en mil pedazos. Tantas veces recordé ese cuadro, aquella escena de la tarde de abril cuando carcomido por la fiebre pude encontrar el amor, aunque de tanto pensar llegué a odiar mi condición y a odiar al corazón humano, a las emociones. Más cuando venía la calma, cuando pensaba en aquellos dos encuentros, pude darme cuenta que le debía tanto a aquella dama, que sin saber su nombre, me dijo muchas cosas en el silencio, en medio de sus caricias, deleitado por sus besos, extasiado en la delicia de su desnudez.

Una mañana me preparaba para salir a la universidad, tomé mis libros y en la premura con que salía, cayó un papel color negro. Lo levanté y al abrirlo, con letras rojas encendidas estaban escritas las palabras más hermosas que jamás alguien me haya dedicado:
"Te amo", decía. Se me partió el corazón en mil pedazos, cayendo rendido ante dos palabritas que derritieron mi espíritu y secaron mis ojos.
No asistí a clase, me quedé todo el día embobado leyendo el papelito, suspirando, sonriéndole a la nada. Estaba esperanzado, convencido de la existencia de ese ser angelical. Intrigado fijé la vista en las rojas letrillas y se me vino una visión, quizá un desdoblamiento óptico, un sueño profundo. El caso es que ese papel decía algo más:
  "Ven, ven amor mío,
embriaguémonos de amor hasta que raye el alba,
       entra en mi cuerpo y seamos uno,
que nuestro corazón sepa que el amor no es parte de la vida,
                        y va más allá de la muerte...
Búscame en el parque, yo estaré allí y te diré mi nombre
                         y seré tuya y tu,
       mío para siempre"

Al despertar estaba en un hospital, me sentía hambriento, tenía cables y agujas por todo lado. Mi familia y amigos entraron por la puerta. Todos lloraban, me abrazaban, me besaban. Yo no sabía que estaba pasando, pero luego me enteré que había estado en un coma por tres meses.  Me había caído por la baranda de la cafetería y me golpeé la cabeza; unos amigos dijeron que caminaba con los ojos fijos en un pedazo de papel negro, como un sonámbulo. Me recuperé y me dieron de alta a los pocos días. Volví a mi casa y llevé una vida normal por un buen tiempo. Una noche entré rendido por el estudio y me quedé casi dormido, aunque aún podía escuchar... escuché que se abrió la puerta y que alguien vino y me besó en la frente, se acercó a mi oído derecho y me dijo:
—Te esperé en el parque esa madrugada más no fuiste.
Al abrir los ojos, ella estaba ahí, justo frente a mí.
—¿Quién eres? —le pregunté.
—Me llamo Cristal, y te he amado siempre. Sin saberlo te he amado incluso ahora que estoy muerta y regresé a este mundo, a esta vida para verte. Me atropelló un coche hace ya diez años, y mientras me iba por un túnel lleno de luz, lo único que recuerdo era a un niño de unos doce años, el único que intentó ayudarme llamando a la ambulancia por un teléfono cercano. Tu estabas llorando, desesperado, queriendo ayudarme aunque no me conocías. Mientras me iba prometí volver algún momento para darte las gracias, no me imaginé que me iba a enamorar de ti, perdóname. —dijo, estallado en llantos.
Yo quedé atónito pues en verdad eso ocurrió cuando yo era niño.
—No llores, yo también te amo, yo también quiero estar contigo. —le dije mientras secaba sus lágrimas—. No voy a separarme de ti Cristal, te prometo que voy a estar contigo y te voy a amar por toda la eternidad. 
Sonó el despertador de mi reloj de pulsera, estaba en la cafetería, el mismo día que tuve el accidente.

¿Cómo era posible esto? Aturdido salí de ese sitio recordando el coma, la noche anterior con Cristal y el relato de mi niñez. Fui a un bar cercano donde solía ir con mis amigos luego de clases. Me dirigí a la barra y pedí una cerveza, de repente sonó mi teléfono celular y era mi padre preguntándome si efectivamente había recogido el revólver que dejó olvidado en su oficina. Abrí mi mochila y en verdad ahí estaba. Le respondí que sí y me despedí diciéndole que regresaría a casa pronto. Una sonrisa se dibujó en mi rostro en ese momento, en medio de mi confusión me vino una idea y por primera vez en mi vida estaba muy seguro de lo que iba a hacer. Es por eso querida madre, que escribí esta carta, no es un método razonable de explicarte las cosas pero es mejor que no decirte ni una palabra de despedida. Haya o no estado loco, quiero que sepas que estoy enamorado. Voy al parque... a ver a Cristal, ojalá pudieras verla, tu también quedarías encantada con ella.
Te quiero muchísimo, dile a papá que no me espere despierto, no llegaré a casa hoy... ¡Ah! Por cierto, dile que no espere el revólver de vuelta, que lo amo y que siempre estaré con él.
Con todo mi amor,
Tu hijo.

25 marzo, 2014

Una vida después de mi último día de vida.

Sé que no es lícito escribir cuando uno está muerto y quizás me condenen por ello. Siempre fui un alma intranquila y ahora, a un par de metros bajo tierra, además de intranquila la tengo a la pobre soberanamente aburrida. Les agradezco enormemente el detalle de enterrarme con mi pluma y un cuaderno a estrenar de mi marca favorita, de esos de alambre ancho en los que no se encasquillan las hojas al pasarlas. Podría decir que les estaré eternamente agradecida, literalmente.

Sé que para ustedes fue un gesto simbólico como homenaje al amor que procesé a las palabras en vida, pero para mi espíritu será todo un desahogo el poder plasmar mis inquietudes en estas páginas durante la eternidad que me queda por delante. Creo que de no ser así, acabaría por arañar el interior del ataúd y eso no me gustaría lo más mínimo porque sería una lástima destrozar una madera tan noble, bonita y cara.

Ahora que llevo aquí cierto tiempo, me doy cuenta de lo tonto que es pensar en la muerte mientras estamos con vida; tantos infiernos, tantos paraísos, tantas reencarnaciones místicas y al final resulta que uno no va a parar a ningún sitio y le toca quedarse aquí, tumbado y sin hacer nada hasta a saber cuándo. Algunos, hace bastantes siglos y de rebote porque siempre pensaron que emprenderían al morir su gran viaje, se hicieron enterrar con todas sus pertenencias, ¡Ah! Qué envidia que les tengo ahora. Vuelvo a agradecerles el detalle de la pluma y el bloc, pero no hubiese estado de más recordar también mi gran amor al café.

La verdad es que a veces lo pienso y me río solo, como alguien se entere de lo que en realidad sucede al morir se puede montar una fiesta allá afuera, mal negocio para algunos que viven de esto de educar almas para el momento crucial desde tiempos inmemorables, pero un gran negocio para otros como por ejemplo, los constructores, que se forrarían seguro construyendo nichos de noventa metros cuadrados con todo tipo de comodidades. Claro que este simple hecho cambiaría totalmente el rumbo de la humanidad y convertiría a todo el mundo en avariciosos intratables. Todos acumulando lo más posible en vida para pasar lo más cómodamente su eternidad.

Aquí supongo que lo expoliadores de tumbas harían su agosto y cambiarían las típicas joyas por iPhones y televisiones de plasma. Dicho de paso, no imaginen que aquí se continúa usando el cuerpo a placer, imagino que si ahora abrieran la tapa, solo encontrarían un fiambre medio descompuesto, pero mi percepción es diferente, yo continúo viendo mi cuerpo en perfecto estado y comienzo a dominar la técnica del movimiento, que es a modo de títere, como si mentalmente moviese unos hilos invisibles atados a mis articulaciones. Por el momento solo consigo mover la mano con la que escribo estas líneas, pero estoy contento con mis progresos y me ilusiona pensar que quizá en poco tiempo consiga más movilidad. A propósito de esto, dejo aquí constancia formal de mi queja hacia los fabricantes de ataúdes, que no tienen en cuenta la altura de éstas, que a ver si hacen el favor de fabricar los ataúdes con las tapas un palmo más altas.

No quiero aburrirles con todas estas tonterías mías, solo es que llevaba tanto tiempo sin escribir que tenía muchas cosas que contar, aunque en realidad solo quería escribir un poema, como tengo tiempo para pensar he decidido escribir un pequeño libro de poemas perfectos. Y digo perfectos porque me tomaré mi tiempo para crearlos, los imaginaré en mi mente y les daré forma poco a poco, los puliré y les sacaré brillo y no los escribiré hasta que tenga la certeza de que son totalmente redondos, sin lugar a réplicas de ningún tipo. Quizás tarde un año en escribir cada poema, pero creo que el tiempo ni importa demasiado en este lugar y será un buen entretenimiento el parir estas pequeñas maravillas. Al principio pensé en escribir un diario, pero claro, es obvio que deseché la idea por el anecdotario tan reducido que me ofrece este lugar. Mucho mejor los poemas, porque sé que por muchos años que pase aquí abajo, la inspiración que me ofreciste en vida no desaparecerá jamás.

Comienzo entonces mi primer poema, tan solo tengo la primera frase pero quizás para la próxima primavera lo tenga ya terminado:
“Cuarenta y seis días muerto… y no dejo de pensar en ti.”
Nota (A la atención del Sr. Sepulturero): Sé que aunque la muerte sea algo eterno, los nichos no lo son y que probablemente dentro de unas décadas acaben por sacarme de aquí para llevarme a algún lugar menos privado. No es que me moleste esto ni tenga nada en contra si no todo lo contrario, no me vendrá nada mal conocer gente nueva. Simplemente le quería decir, Sr. Sepulturero, que no se asombre usted por este cuaderno que ha encontrado entre las costillas de este viejo esqueleto y no haga mucho caso de lo que en él ha leído, es posible que lo que a mí me sucede no sea común y que mi caso tan solo sea un olvido, un simple archivo traspapelado en las oficinas en las que reparten los destinos al morir. Solo quería pedirle, si no es molestia y si es usted tan amable, que me regale un nuevo cuaderno para poder continuar con mis poemas, porque estoy seguro de que cuando usted traslade mis olvidados huesos, todavía me quedarán miles de versos para ella. Y sé que es mucho pedir por alguien que no le puede dar nada a cambio, pero si de paso me regala una buena cafetera, será tal mi gozo que quizás consiga revivir de nuevo.

03 marzo, 2014

Opacidad

Eran mediados del mes de Marzo cuando recibí una notificación de empleo luego de seis largos meses de paro y enseguida una mediocre discusión con mi madre al tener que mudarme de casa a unas doscientas millas de donde me había criado. Busqué en los anuncios del periódico docenas de alquileres a las afueras de Chicago, pero ninguna podía asemejarse a lo que estaba dispuesto a pagar, hasta que encontré una antigua casa.

Como te dije, pude rentarla por lo barata que era así que no puse objeción alguna, pues la casa era vieja y no estaba en el mejor de los vecindarios, así que pensé que se trataba de un buen trato. Cuando me mudé, todo parecía ir bien. No recuerdo exactamente cuándo comenzó, porque me pareció un asunto menor en ese momento. Si dejaba una luz encendida en la cocina o el baño, al regresar la encontraba apagada. Pensé que simplemente olvidaba haberlas apagado. Después de un tiempo, comencé a dudar y a dejar un par de luces encendidas a propósito. En ocasiones no ocurría nada, pero en otras, regresaba sólo para darme cuenta de que estaban apagadas, entonces me di cuenta de que algo estaba mal, no estaba asustado, pero sí confundido

Pensé que algo estaba mal con la instalación así que para comprobarlo, comencé a dejar cada vez más luces encendidas (esto se reflejó en mi recibo de luz) porque de este modo podría detectar más fácilmente cuál era el problema y por qué se apagaban aleatoriamente. Fue entonces cuando la situación dio un giro.

La primera vez que recuerdo haber presenciado algo realmente extraño fue cuando dejé las luces de la cocina y el baño encendidas antes de irme a dormir. Me despertó un ruidoso gruñido proveniente de la cocina. Recuerdo haber despertado, pensando que un animal se había metido a la casa así que me levanté y eché un vistazo a través del pasillo hacia la sala y me di cuenta de que alguien había apagado la luz de la cocina. Se escuchó otro gruñido, esta vez en la sala y estuve a punto de gritar cuando vi algo grande cruzando el pasillo y la luz de la sala se apagó.

No podía describir la cosa que había cruzado el pasillo, parecía una sombra o algo así, la verdad es que no importaba, porque estaba asustado, así que salí de la cama y encendí la luz de golpe, esperando que hubiera algo en la habitación, preparándose para saltar sobre mí. Nada, no había nada en la habitación. Dejé escapar un suspiro agobiante y lentamente atravesé el pasillo en dirección a la sala. Cuando llegué al final del pasillo, prácticamente me abalancé sobre el interruptor de luz y una vez más no encontré nada. Al repetir la operación en la cocina, el resultado fue el mismo. Comencé a pensar que lo había soñado todo y fui a apagar el interruptor de la cocina, pero me detuve. A pesar de ser un hombre adulto, estaba aterrado de tocar el apagador, debo admitir que dormí con las luces encendidas esa noche y déjame decirte que fue un grave error.

Me levanté a la mañana siguiente y encontré todas las luces estaban apagadas de nuevo. Cuando intenté salir de la cama, sentí un dolor en todo el cuerpo. Jalé las sábanas, sólo para descubrir largas marcas rojas corriendo por mis piernas y brazos, parecía que algo me había rasguñado durante la noche. Aquello me asustó pero no tanto como cuando descubrí que todos los focos que había dejado encendidos la noche anterior estaban hechos pedazos. Todas las lámparas estaban tiradas en el piso, con la bombilla destrozada. Me quedé sin aliento cuando miré alrededor y sentí que algo nefasto había ocurrido allí, y por si fuera poco, algo había intentado hacerme... cosas durante la noche.

Pedí el día en el trabajo y me dediqué a reemplazar todos los bombillos. No sabía qué hacer, pensé en mudarme, pero –esto probablemente suene estúpido- esa era como mi casa y tenía en mis manos la mejor oportunidad de empleo. Era la primera vez que vivía lejos de mi familia. No podía darme por vencido, así que me quedé. Sobra decir que aquello se puso peor. Aunque comenzaba a temerle a la oscuridad, no podía dormir con la luz de la habitación encendida.

Comencé a dejar prendidos otros focos de la casa, como el del pasillo o el de la sala, permitiéndome ver perfectamente, aún en medio de la oscuridad de mi habitación. Prácticamente, cada noche me despertaba el ruido de algo gruñendo y paseándose por la sala, apagando la luz inmediatamente después. No quería ir a mirar, estaba aterrado ante la idea de estar en el mismo cuarto con aquella cosa. Así que me enroscaba en la cama y rezaba para que aquello nunca entrara.

Una noche, después de un tiempo, me harté de la situación. Compré una pistola y encendí todas las luces de la casa. Me senté en medio de la sala, con el arma sobre mi regazo y un bate de béisbol a mi lado. Esperé y esperé... no sucedió nada en un buen rato. Alrededor de las 2 de la madrugada, comencé a escucharlo, estaba detrás de mí. Me di la vuelta, en dirección a mi habitación, y a través del pasillo pude escuchar aquel familiar gruñido. Tragué saliva y levanté la pistola con una mano, apretando fuertemente el bate con la otra, y lentamente caminé hacia el pasillo para tener una mejor vista de la recámara. Cuando por fin veía claramente mi cama, se escuchó un fuerte golpe, seguido de un gruñido no humano. Yo, como el hombre valiente que era, di un salto hacia atrás y me alejé del pasillo. Quería terminar con todo eso, pero ¡demonios! no quería tener que lidiar con esa cosa.

Podía oírlo tirando y golpeando cosas, y aún no sé cómo logré percibirlo, pero entre el ruido escuché un leve "click", y después todo quedó en silencio. Me asomé al pasillo para comprobar si la luz se había apagado de nuevo, efectivamente no estaba encendido. Tomé aire y me lancé a la aventura con mis armas listas. Cuando llegué a la habitación y encendí la luz de nuevo, me quedé sin aliento... mi cama estaba destrozada, completamente deshecha. Era como si un animal hubiera saltado sobre ella hasta romperla en pedazos. Avancé hacia la cama para ver mejor lo que había quedado de ella y me quedé en shock hasta que escuché el familiar gruñido que me hizo dar la vuelta. Parado junto a la puerta, justo al lado del interruptor de luz, estaba él. Era un hombre... blanco, pudriéndose y con el cuerpo mutilado que parecía haber sido el juguete favorito de un perro. Él estaba observándome detenidamente. Estaba demasiado asustado como para levantar mis armas. Me miró por un momento y luego apagó la luz.

Grité, y ni siquiera me avergüenza admitirlo, grité y perdí la razón porque corrí hacia la puerta, justo por donde aquella cosa había estado parada, agitando el bate como un demente. Casi hago un agujero en la pared, tratando de volver al pasillo. Me di la vuelta justo a tiempo para ver cómo apagaba también la luz del pasillo. En ese momento, ya no quería pelear, quería estar a salvo así que atravesé corriendo la sala, hacía la luz encendida de la cocina. Escuché el sonido de la cosa gruñendo y arañando hacía donde yo estaba. Giré la cabeza, sólo para ver una vez más al cadáver podrido y mutilado del hombre, apagar la luz con su dedo roto. Salí corriendo hacia la sala. Aquel iba a ser el encuentro definitivo, tendría que pelear. Me paré junto a la lámpara de pie, que era mi última línea de defensa. Odiaba la oscuridad, así que me quedé allí parado, al lado de aquella reconfortante luz tenue. Esperé a que el hombre la apagara, pero no lo hizo. Todo quedó en calma.

Comencé a reír a carcajadas, era una risa loca pero viva. Pensé que todo iba a estar bien, di un paso al frente, casi abrazando el farol... hasta que lo vi. Escuché el gruñido no atrás, sino justo enfrente de mí. ¡Saliendo de esa lámpara! Mis ojos se abrieron de par en par mientras contemplaba la intensa luz de la lámpara. Caminé hacia atrás, tropecé y no recuerdo qué sucedió después. Sólo puedo recordar que estaba tirado de espaldas mirando fijamente aquella brillante luz. Ya no era reconfortante, sino caliente, pesada y sobre todo, brillante. Pensé que iba a quemarme por completo... y entonces regresó. No tengo palabras para describir aquello que emanaba de la luz de la lámpara. Era horrible, retorcido y estaba lleno de ira. Sé que nunca olvidaré esos ojos brillantes, calientes y blancos... dos círculos irradiando pura maldad. Aquello me odiaba, odiaba todo sobre mí. No sólo a mí, sino a todos nosotros, a toda la raza humana. Pero estaba allí atrapado, y arremetería contra el primero que se le pusiera en frente, o sea yo. Aún no sé como lo supe, pero lo sabía. Me preparé a mismo para una muerte lenta. ¡Click! La luz se fue. Una vez más todo quedó a oscuras. Dulce, silenciosa y relajante oscuridad.

Me quedé en el suelo por un momento, dejando que mis ojos se ajustaran a la penumbra. Seguía mirando fijamente a la lámpara, y mientras pasaban los segundos, comencé recobrar el sentido. El hombre mutilado estaba parado junto a la lámpara, con una mano rota colgada del interruptor de luz, mirándome detenidamente. Entonces lo entendí, entendí todo lo que aquello significaba, todo lo que había pasado. El hombre retiró su mano de la lámpara y apuntando su dedo descarnado hacia ella, sacudió su cabeza de lado a lado. Todo lo que pude hacer en respuesta fue asentir con la cabeza. No estaba tratando de lastimarme, todo este tiempo, había estado tratando de protegerme. Esa criatura sólo podía venir a través de la luz, y este hombre mutilado sólo había querido mantenerme a salvo. Él no quería que nadie repitiera sus mismos errores. Al día siguiente me mudé y nunca volví a la casa.

Lo que sea que fuera, estaba atrapado en aquél inmueble, y hasta donde sé, no he vuelto a ver ningún ente salir de cualquier otra fuente de luz. De todos modos, esa cosa siempre estará atada a mis recuerdos. Cada noche, en mi nuevo departamento, tengo el hábito de caminar por la casa, asegurándome de que todas las luces estén apagadas y que todas las cortinas estén cerradas. Y es sólo hasta entonces, que puedo sumirme en mi silenciosa, reconfortante y segura oscuridad.