Jorge Luis Borges:

"De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo. Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria."

Billy Wilder:

"La televisión no ha podido acabar con el cine porque la gente quiere estar allí, quieren ser los primeros, quieren oír las risas de otras personas."

Théophile Gautier:

"Una de las glorias de la civilización sería el haber mejorado la suerte de los animales."

John Lennon:

"Algunos están dispuestos a cualquier cosa, menos a vivir aquí y ahora."

Woody Allen:

"El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores."

Menandro de Atenas:

"No es vergonzoso nacer pobre, lo es el llegar a serlo por acciones torpes."

Adolf Hitler:

"Sólo se combate por lo que se ama; solo se ama lo que se estima, y para estimar es necesario al menos conocer."

Gustavo Adolfo Bécquer:

"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada."

Marilyn Monroe:

"Era consciente de que pertenecía al público, pero no por mi físico o por mi belleza, sino porque nunca antes había pertenecido a nadie."

25 marzo, 2014

Una vida después de mi último día de vida.

Sé que no es lícito escribir cuando uno está muerto y quizás me condenen por ello. Siempre fui un alma intranquila y ahora, a un par de metros bajo tierra, además de intranquila la tengo a la pobre soberanamente aburrida. Les agradezco enormemente el detalle de enterrarme con mi pluma y un cuaderno a estrenar de mi marca favorita, de esos de alambre ancho en los que no se encasquillan las hojas al pasarlas. Podría decir que les estaré eternamente agradecida, literalmente.

Sé que para ustedes fue un gesto simbólico como homenaje al amor que procesé a las palabras en vida, pero para mi espíritu será todo un desahogo el poder plasmar mis inquietudes en estas páginas durante la eternidad que me queda por delante. Creo que de no ser así, acabaría por arañar el interior del ataúd y eso no me gustaría lo más mínimo porque sería una lástima destrozar una madera tan noble, bonita y cara.

Ahora que llevo aquí cierto tiempo, me doy cuenta de lo tonto que es pensar en la muerte mientras estamos con vida; tantos infiernos, tantos paraísos, tantas reencarnaciones místicas y al final resulta que uno no va a parar a ningún sitio y le toca quedarse aquí, tumbado y sin hacer nada hasta a saber cuándo. Algunos, hace bastantes siglos y de rebote porque siempre pensaron que emprenderían al morir su gran viaje, se hicieron enterrar con todas sus pertenencias, ¡Ah! Qué envidia que les tengo ahora. Vuelvo a agradecerles el detalle de la pluma y el bloc, pero no hubiese estado de más recordar también mi gran amor al café.

La verdad es que a veces lo pienso y me río solo, como alguien se entere de lo que en realidad sucede al morir se puede montar una fiesta allá afuera, mal negocio para algunos que viven de esto de educar almas para el momento crucial desde tiempos inmemorables, pero un gran negocio para otros como por ejemplo, los constructores, que se forrarían seguro construyendo nichos de noventa metros cuadrados con todo tipo de comodidades. Claro que este simple hecho cambiaría totalmente el rumbo de la humanidad y convertiría a todo el mundo en avariciosos intratables. Todos acumulando lo más posible en vida para pasar lo más cómodamente su eternidad.

Aquí supongo que lo expoliadores de tumbas harían su agosto y cambiarían las típicas joyas por iPhones y televisiones de plasma. Dicho de paso, no imaginen que aquí se continúa usando el cuerpo a placer, imagino que si ahora abrieran la tapa, solo encontrarían un fiambre medio descompuesto, pero mi percepción es diferente, yo continúo viendo mi cuerpo en perfecto estado y comienzo a dominar la técnica del movimiento, que es a modo de títere, como si mentalmente moviese unos hilos invisibles atados a mis articulaciones. Por el momento solo consigo mover la mano con la que escribo estas líneas, pero estoy contento con mis progresos y me ilusiona pensar que quizá en poco tiempo consiga más movilidad. A propósito de esto, dejo aquí constancia formal de mi queja hacia los fabricantes de ataúdes, que no tienen en cuenta la altura de éstas, que a ver si hacen el favor de fabricar los ataúdes con las tapas un palmo más altas.

No quiero aburrirles con todas estas tonterías mías, solo es que llevaba tanto tiempo sin escribir que tenía muchas cosas que contar, aunque en realidad solo quería escribir un poema, como tengo tiempo para pensar he decidido escribir un pequeño libro de poemas perfectos. Y digo perfectos porque me tomaré mi tiempo para crearlos, los imaginaré en mi mente y les daré forma poco a poco, los puliré y les sacaré brillo y no los escribiré hasta que tenga la certeza de que son totalmente redondos, sin lugar a réplicas de ningún tipo. Quizás tarde un año en escribir cada poema, pero creo que el tiempo ni importa demasiado en este lugar y será un buen entretenimiento el parir estas pequeñas maravillas. Al principio pensé en escribir un diario, pero claro, es obvio que deseché la idea por el anecdotario tan reducido que me ofrece este lugar. Mucho mejor los poemas, porque sé que por muchos años que pase aquí abajo, la inspiración que me ofreciste en vida no desaparecerá jamás.

Comienzo entonces mi primer poema, tan solo tengo la primera frase pero quizás para la próxima primavera lo tenga ya terminado:
“Cuarenta y seis días muerto… y no dejo de pensar en ti.”
Nota (A la atención del Sr. Sepulturero): Sé que aunque la muerte sea algo eterno, los nichos no lo son y que probablemente dentro de unas décadas acaben por sacarme de aquí para llevarme a algún lugar menos privado. No es que me moleste esto ni tenga nada en contra si no todo lo contrario, no me vendrá nada mal conocer gente nueva. Simplemente le quería decir, Sr. Sepulturero, que no se asombre usted por este cuaderno que ha encontrado entre las costillas de este viejo esqueleto y no haga mucho caso de lo que en él ha leído, es posible que lo que a mí me sucede no sea común y que mi caso tan solo sea un olvido, un simple archivo traspapelado en las oficinas en las que reparten los destinos al morir. Solo quería pedirle, si no es molestia y si es usted tan amable, que me regale un nuevo cuaderno para poder continuar con mis poemas, porque estoy seguro de que cuando usted traslade mis olvidados huesos, todavía me quedarán miles de versos para ella. Y sé que es mucho pedir por alguien que no le puede dar nada a cambio, pero si de paso me regala una buena cafetera, será tal mi gozo que quizás consiga revivir de nuevo.

03 marzo, 2014

Opacidad

Eran mediados del mes de Marzo cuando recibí una notificación de empleo luego de seis largos meses de paro y enseguida una mediocre discusión con mi madre al tener que mudarme de casa a unas doscientas millas de donde me había criado. Busqué en los anuncios del periódico docenas de alquileres a las afueras de Chicago, pero ninguna podía asemejarse a lo que estaba dispuesto a pagar, hasta que encontré una antigua casa.

Como te dije, pude rentarla por lo barata que era así que no puse objeción alguna, pues la casa era vieja y no estaba en el mejor de los vecindarios, así que pensé que se trataba de un buen trato. Cuando me mudé, todo parecía ir bien. No recuerdo exactamente cuándo comenzó, porque me pareció un asunto menor en ese momento. Si dejaba una luz encendida en la cocina o el baño, al regresar la encontraba apagada. Pensé que simplemente olvidaba haberlas apagado. Después de un tiempo, comencé a dudar y a dejar un par de luces encendidas a propósito. En ocasiones no ocurría nada, pero en otras, regresaba sólo para darme cuenta de que estaban apagadas, entonces me di cuenta de que algo estaba mal, no estaba asustado, pero sí confundido

Pensé que algo estaba mal con la instalación así que para comprobarlo, comencé a dejar cada vez más luces encendidas (esto se reflejó en mi recibo de luz) porque de este modo podría detectar más fácilmente cuál era el problema y por qué se apagaban aleatoriamente. Fue entonces cuando la situación dio un giro.

La primera vez que recuerdo haber presenciado algo realmente extraño fue cuando dejé las luces de la cocina y el baño encendidas antes de irme a dormir. Me despertó un ruidoso gruñido proveniente de la cocina. Recuerdo haber despertado, pensando que un animal se había metido a la casa así que me levanté y eché un vistazo a través del pasillo hacia la sala y me di cuenta de que alguien había apagado la luz de la cocina. Se escuchó otro gruñido, esta vez en la sala y estuve a punto de gritar cuando vi algo grande cruzando el pasillo y la luz de la sala se apagó.

No podía describir la cosa que había cruzado el pasillo, parecía una sombra o algo así, la verdad es que no importaba, porque estaba asustado, así que salí de la cama y encendí la luz de golpe, esperando que hubiera algo en la habitación, preparándose para saltar sobre mí. Nada, no había nada en la habitación. Dejé escapar un suspiro agobiante y lentamente atravesé el pasillo en dirección a la sala. Cuando llegué al final del pasillo, prácticamente me abalancé sobre el interruptor de luz y una vez más no encontré nada. Al repetir la operación en la cocina, el resultado fue el mismo. Comencé a pensar que lo había soñado todo y fui a apagar el interruptor de la cocina, pero me detuve. A pesar de ser un hombre adulto, estaba aterrado de tocar el apagador, debo admitir que dormí con las luces encendidas esa noche y déjame decirte que fue un grave error.

Me levanté a la mañana siguiente y encontré todas las luces estaban apagadas de nuevo. Cuando intenté salir de la cama, sentí un dolor en todo el cuerpo. Jalé las sábanas, sólo para descubrir largas marcas rojas corriendo por mis piernas y brazos, parecía que algo me había rasguñado durante la noche. Aquello me asustó pero no tanto como cuando descubrí que todos los focos que había dejado encendidos la noche anterior estaban hechos pedazos. Todas las lámparas estaban tiradas en el piso, con la bombilla destrozada. Me quedé sin aliento cuando miré alrededor y sentí que algo nefasto había ocurrido allí, y por si fuera poco, algo había intentado hacerme... cosas durante la noche.

Pedí el día en el trabajo y me dediqué a reemplazar todos los bombillos. No sabía qué hacer, pensé en mudarme, pero –esto probablemente suene estúpido- esa era como mi casa y tenía en mis manos la mejor oportunidad de empleo. Era la primera vez que vivía lejos de mi familia. No podía darme por vencido, así que me quedé. Sobra decir que aquello se puso peor. Aunque comenzaba a temerle a la oscuridad, no podía dormir con la luz de la habitación encendida.

Comencé a dejar prendidos otros focos de la casa, como el del pasillo o el de la sala, permitiéndome ver perfectamente, aún en medio de la oscuridad de mi habitación. Prácticamente, cada noche me despertaba el ruido de algo gruñendo y paseándose por la sala, apagando la luz inmediatamente después. No quería ir a mirar, estaba aterrado ante la idea de estar en el mismo cuarto con aquella cosa. Así que me enroscaba en la cama y rezaba para que aquello nunca entrara.

Una noche, después de un tiempo, me harté de la situación. Compré una pistola y encendí todas las luces de la casa. Me senté en medio de la sala, con el arma sobre mi regazo y un bate de béisbol a mi lado. Esperé y esperé... no sucedió nada en un buen rato. Alrededor de las 2 de la madrugada, comencé a escucharlo, estaba detrás de mí. Me di la vuelta, en dirección a mi habitación, y a través del pasillo pude escuchar aquel familiar gruñido. Tragué saliva y levanté la pistola con una mano, apretando fuertemente el bate con la otra, y lentamente caminé hacia el pasillo para tener una mejor vista de la recámara. Cuando por fin veía claramente mi cama, se escuchó un fuerte golpe, seguido de un gruñido no humano. Yo, como el hombre valiente que era, di un salto hacia atrás y me alejé del pasillo. Quería terminar con todo eso, pero ¡demonios! no quería tener que lidiar con esa cosa.

Podía oírlo tirando y golpeando cosas, y aún no sé cómo logré percibirlo, pero entre el ruido escuché un leve "click", y después todo quedó en silencio. Me asomé al pasillo para comprobar si la luz se había apagado de nuevo, efectivamente no estaba encendido. Tomé aire y me lancé a la aventura con mis armas listas. Cuando llegué a la habitación y encendí la luz de nuevo, me quedé sin aliento... mi cama estaba destrozada, completamente deshecha. Era como si un animal hubiera saltado sobre ella hasta romperla en pedazos. Avancé hacia la cama para ver mejor lo que había quedado de ella y me quedé en shock hasta que escuché el familiar gruñido que me hizo dar la vuelta. Parado junto a la puerta, justo al lado del interruptor de luz, estaba él. Era un hombre... blanco, pudriéndose y con el cuerpo mutilado que parecía haber sido el juguete favorito de un perro. Él estaba observándome detenidamente. Estaba demasiado asustado como para levantar mis armas. Me miró por un momento y luego apagó la luz.

Grité, y ni siquiera me avergüenza admitirlo, grité y perdí la razón porque corrí hacia la puerta, justo por donde aquella cosa había estado parada, agitando el bate como un demente. Casi hago un agujero en la pared, tratando de volver al pasillo. Me di la vuelta justo a tiempo para ver cómo apagaba también la luz del pasillo. En ese momento, ya no quería pelear, quería estar a salvo así que atravesé corriendo la sala, hacía la luz encendida de la cocina. Escuché el sonido de la cosa gruñendo y arañando hacía donde yo estaba. Giré la cabeza, sólo para ver una vez más al cadáver podrido y mutilado del hombre, apagar la luz con su dedo roto. Salí corriendo hacia la sala. Aquel iba a ser el encuentro definitivo, tendría que pelear. Me paré junto a la lámpara de pie, que era mi última línea de defensa. Odiaba la oscuridad, así que me quedé allí parado, al lado de aquella reconfortante luz tenue. Esperé a que el hombre la apagara, pero no lo hizo. Todo quedó en calma.

Comencé a reír a carcajadas, era una risa loca pero viva. Pensé que todo iba a estar bien, di un paso al frente, casi abrazando el farol... hasta que lo vi. Escuché el gruñido no atrás, sino justo enfrente de mí. ¡Saliendo de esa lámpara! Mis ojos se abrieron de par en par mientras contemplaba la intensa luz de la lámpara. Caminé hacia atrás, tropecé y no recuerdo qué sucedió después. Sólo puedo recordar que estaba tirado de espaldas mirando fijamente aquella brillante luz. Ya no era reconfortante, sino caliente, pesada y sobre todo, brillante. Pensé que iba a quemarme por completo... y entonces regresó. No tengo palabras para describir aquello que emanaba de la luz de la lámpara. Era horrible, retorcido y estaba lleno de ira. Sé que nunca olvidaré esos ojos brillantes, calientes y blancos... dos círculos irradiando pura maldad. Aquello me odiaba, odiaba todo sobre mí. No sólo a mí, sino a todos nosotros, a toda la raza humana. Pero estaba allí atrapado, y arremetería contra el primero que se le pusiera en frente, o sea yo. Aún no sé como lo supe, pero lo sabía. Me preparé a mismo para una muerte lenta. ¡Click! La luz se fue. Una vez más todo quedó a oscuras. Dulce, silenciosa y relajante oscuridad.

Me quedé en el suelo por un momento, dejando que mis ojos se ajustaran a la penumbra. Seguía mirando fijamente a la lámpara, y mientras pasaban los segundos, comencé recobrar el sentido. El hombre mutilado estaba parado junto a la lámpara, con una mano rota colgada del interruptor de luz, mirándome detenidamente. Entonces lo entendí, entendí todo lo que aquello significaba, todo lo que había pasado. El hombre retiró su mano de la lámpara y apuntando su dedo descarnado hacia ella, sacudió su cabeza de lado a lado. Todo lo que pude hacer en respuesta fue asentir con la cabeza. No estaba tratando de lastimarme, todo este tiempo, había estado tratando de protegerme. Esa criatura sólo podía venir a través de la luz, y este hombre mutilado sólo había querido mantenerme a salvo. Él no quería que nadie repitiera sus mismos errores. Al día siguiente me mudé y nunca volví a la casa.

Lo que sea que fuera, estaba atrapado en aquél inmueble, y hasta donde sé, no he vuelto a ver ningún ente salir de cualquier otra fuente de luz. De todos modos, esa cosa siempre estará atada a mis recuerdos. Cada noche, en mi nuevo departamento, tengo el hábito de caminar por la casa, asegurándome de que todas las luces estén apagadas y que todas las cortinas estén cerradas. Y es sólo hasta entonces, que puedo sumirme en mi silenciosa, reconfortante y segura oscuridad.