01 diciembre, 2012

Los golpes de la vida llegan con un "jaque mate".

Horas de llantos y minutos de querer pensar en que fuese una infernal irrealidad. Me levanté de mi cama con el rostro empapado y pasé las manos por mis mejillas. Tomé una profunda respiración y comencé a sentir un inmenso frío en mi pecho, un vacío, un principio de separación.
—Estás a punto de irte. —susurré hacia una vieja foto donde salías tú, a mi lado, hace unos doce años atrás. Sonreí por una leve nostalgia que repentinamente me llenó pero de forma momentánea.
Me senté en mi cama mirando mi biblioteca donde detallé una pequeña caja de ajedrez. Me levanté a tomarla y la comencé a destapar encima del colchón. Tomé cada una de las piezas y las coloqué en su posición verídica.
«Tu no sabías como jugar esto y quise enseñarte pero perdí la paciencia y te dije que nunca lo entenderías». 

Comenzó el juego y moví el peón.
Eras tú quien me cargaba en los brazos de pequeña, libremente sin obstáculo alguno; una resplandeciente sonrisa en tu rostro que resaltaban con las leves arrugas en tus pómulos.

Saqué mi alfil para empezar la estrategia.
Los años avanzaron. Ya tenía en mis manos una camisa color azul que representaba mi bachiller. Tu contento brotaba en emociones de planes futuros alrededor de mí.

Abrí una posible táctica con el caballo.
Un viaje hace cuatro años hacia Madrid, España. A pesar de tropiezos con mi familia que debió de mostrarse vacante y dócil, fue lo contrario, aún así, conociste otro país y disfrutaste cada día y hora como si fuese el último en ese país. Lo desagradable de lo pasajero fue un «yo soy huérfano» dicho por palabras de mi padre, y es que su propia familia lo destruyó a él.

¡Jaque!
Tu primer cáncer, tu primer impedimento a favor de la muerte y tu primera victoria. Recuerdo despertar encima de aquella incómoda colchoneta y al abrir mis ojos verte dando tus primeros pasos con cientos de tubos rodeando tu cuerpo. Mis lágrimas se desbordaron de rotunda tristeza.
—No llores, dale ánimos, mira que no muchos hacen eso que está haciendo ella. —expresó una enfermera secándome las lágrimas y acariciando mi cabello.
—Le cortaron parte del colon, limpiaron y luego empataron junto al intestino. —explicó mi padre.

Primera pieza comida.
Meses después de tu operación has recibido 32 quimioterapias. Mareos, vómitos, malestares... no me importaba nada, estaba ahí, contigo. Casos de casos han de vivirse dentro de una sala con tantas personas de cáncer. Como bien lo dice la frase «hoy estamos, mañana quién sabe».

Aventajada movida de la dama.
Transcurrieron largos años de agradecimiento ante todos los que estuvieron pendientes. Lágrimas, sonrisas, seriedad, disgustos... a la final estábamos juntos. Llegó mi cambio a camisa beige, pronto terminaría mis estudios de la secundaria y comenzaría la Universidad. Bien me lo decías:
—Ya deberías de saber qué vas a estudiar, pronto saldrás del liceo y no sabrás qué hacer. —exponía de forma repetitiva.

¡Jaque!
Viene el segundo golpe, la segunda noticia, el segundo tumor.
—Tienes de ser intervenida quirúrgicamente. —contaba el cirujano.
—¡Tranquilo! ¡Eso será igual de «papa» que lo primero! —exclamaba ella con unos ánimos mejores que los míos.
Días luego de la operación supo que le extrajeron un ovario, el apéndice y parte nuevamente del colon ligando de que éste pudiese adherir como bien lo deseaba el cirujano.

Rodé otro caballo para cubrirme.
Comenzaron los «efectos» que nadie quería... dolor e inflamación. Todo pasó y se calmó la marea a pesar de que traía piedras en el fondo, éstas no se sintieron sino luego de golpearse con el cuerpo.

Ataqué con la dama.
Llegó el veinticuatro de noviembre, día de tu cumpleaños querida madre. Una enorme tarjeta con palabras de mis más sinceros sentimientos y una nostalgia al querer volver a vivir todos esos momentos que marcaron historia en mí. Cumplías cincuenta años, ¡Mitad de un siglo! Aunque, te reías cuando te decían así porque pensaban que indirectamente te decían «vieja».

¡Jaque!
Náuseas desatadas sin control alguno. Una carrera rápida a la capital de la nación, Caracas.
—Vamos a intervenir puesto que tienes una obstrucción, pero, no abriremos porque será por lamparoscopia. —explicó el médico.

Moví el peón para ocultar el resto de las piezas.
Tres perfectos días con una esperanza de ser la última vez que escuchaba la palabra «cirugía».

¡Jaque mate!
Comenzaron nuevamente las náuseas y una placa apurada debió de realizarse. Ahí estaba, una nueva obstrucción.
—¡Súbanla al pabellón! Le haremos una colostomía. —argumentó alterado el cirujano.
La prepararon y la subieron.
—No importa si me hacen la colostomía, yo solo quiero que me saquen ese «bicho» de ahí. —dijo mi madre al subir al pabellón, nuevamente con unos ánimos enormes.
Eran las cuatro cuando subió... se tornaron las cinco... seis... siete... ocho... nueve... diez.
—¿Sabes algo de ella? —preguntaba la tía.
—¿No te han informado de algo? —preguntaba la abuela.
—¿Qué has escuchado de alguna averiguación? —preguntaba el hermano.
—Nadie sabe nada, no se conoce absolutamente nada. —explicó la esposa del cirujano.

Minutos luego se sabe que está en terapia intensiva.
Ella sigue ahí, luchando internamente bajo morfina y otros calmantes.
Su célula cancerígena comenzó a procrearse a pesar de haberse controlado por las quimioterapias.
Su tejido en el intestino está totalmente comido.

No se sabe qué órgano atacará luego.
No se sabe si abrirá los ojos nuevamente.
No se sabe si podrá seguir con vida.

Y si pido algo, será que te vayas tranquila sin sufrimiento.
Y si pido algo, será tu bienestar y tu felicidad.
Porque así estés presente o no, igual todo me hará recordarte.
Porque son tantos momentos gratos que pasé a tu lado, que, ninguno tendrá reproche alguno para deshacerlo de mi memoria.

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