22 diciembre, 2012

Antítesis.

Tomé mi abrigo de cuero y comencé a navegar por las profundidades de mi vida en el barco de papel que construí con la epístola de tus palabras. Intento evocar la lluvia y también el llanto, pues podría dejarme como marinero sin embarcación.

Obstaculizo las cosas que no quieren irse camino de la desesperación ingenua. Cae la noche en la que quiero ser de agua, que tu seas de agua, que las cosas se deslicen a la manera del humo, imitándolo, dando señales últimas, grises, frías. Palabras en mi garganta. Sellos intragables.

Las palabras no son bebidas por el viento, es una mentira aquello de que las palabras son polvo, que se esfuman, ojalá lo fuesen, así yo no haría ahora plegarias de loca inminente que sueña con súbitas desapariciones, migraciones, e invisibilidades de tu cuerpo en mi mente.

El sabor de las palabras, ese sabor a vientre viejo, a hueso que despista, a animal mojado por agua negra. El amor que me obliga a las muecas más atroces ante el espejo.

Yo no digo sino mi asco por el lenguaje que contiene esos hilos morados, esa sangre aguada. Las cosas no ocultan nada porque las cosas son cosas, y si alguien se acerca ahora me pondré a aullar y a darme de cabeza contra cada pared infame por creerme sorda de este mundo. Mundo tangible, máquinas emputecidas, mundo usufructuable.

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