06 junio, 2013

Amar te cambia.

Es tan interesante el nivel en el que te puede llegar a gustar alguien, impresionante lo mucho que te puedes llegar a obsesionar con una persona. Empiezas a crear en tu mente una serie de historias que parten del “y si…”, he ahí cuando verdaderamente te obsesionas con una idea y no la quieres dejar ir por más de que todo lo que te rodea te dice a gritos un frío y triste: “nunca pasara, déjalo”.

Aún así tu no haces caso y sigues intentando y sigues con esa tonta idea en tu cabeza, y sigues, y sigues, y sigues… Sufres, tu solita. Sabes que puedes sacarlo de tu mente si en serio lo quieres, el problema es que tu no quieres dejarlo ir. Tienes un poco de esperanza, a que algo va a cambiar y que va a ser lo mismo otra vez.

Pero dentro de todo ese sentimiento también tocas fondo y cuestionas todo lo que paso, “¿para qué me habló? Tal vez sólo quería mi amistad, fue para lucirse, ¿qué hice mal? Obviamente no iba funcionar, etc...” lo que sigue es una depresión enorme capaz de torturarte lo suficiente como para dejar que lo que sientes se pueda notar, ahora todos lo saben: está triste. Quieras o no, eso te cambia, tu personalidad se va escapando de tus manos poco a poco y eso es algo que no puedes controlar por el simple hecho de querer. Amar, duele y te cambia, pero más que todo hace que se vaya tu brillo, resulta más drástico con aquellos que tenemos muy poco.

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