05 julio, 2013

Otro camino.

Aquel día, fue el peor de todos...
La reunión se había alargado muchísimo más de lo previsto y comenzaba mi viaje de vuelta a casa ya casi llegando la noche. Me dolía la espalda de estar todo el día sentada en la sala de reuniones y me ardía el cerebro de todo lo que tuve que aguantar. Para colmo, comenzó a nevar al poco de salir de mi región. En lugar de irme por la autovía, decidí volver a mi casa por carretera nacional, el trayecto era muchísimo peor porque atravesaba las montañas y habían muchas curvas, pero me ahorraba casi cien kilómetros por este sitio.

Metí el último CD de U2, y enfilé la carretera que se presentaba bastante solitaria a aquellas horas. La nieve cada vez era más intensa y el asfalto comenzaba a teñirse de gris brillante bajo la luz blanca de mis focos. Aminorando la velocidad, conducía con los músculos tensados por temor a que el coche me patinara en alguna de aquellas curvas solitarias, a la vez que maldecía la reunión de aquel día. La carretera, ya recorriendo las oscuras montañas, se estrechaba por momentos y atravesaba pequeños pueblos, apenas iluminados por tristes farolas de luz amarillenta que me recordaban un poco a la luz de noche que les ponen los padres en su habitación. Aunque hacía bastante frío, los nervios acumulados durante el día y la engorrosa conducción por aquel peligroso asfalto me hacían sudar las manos y la espalda.

Hace muchísimos kilómetros que había dejado atrás el último pueblo cuando llegué a éste. Apenas seis o siete casas al borde de la carretera. Casas recias de paredes de piedra y tejados de pálidas tejas, hundidos algunos por el paso del tiempo y el desuso. Unas viejas bombillas adosadas a las paredes de alguna casa eran el único indicativo de presencia humana en aquel lugar en los últimos tiempos. Al cruzar ante la primera casa, mi coche se paró, así, sin más... todo dejó de funcionar. Se apagó todo el sistema eléctrico y el motor se silenció al instante dejándome allí tirada en medio de la nada. Tras dar un par de golpes al volante desahogando mi la rabia por la mala suerte, agarré el móvil para avisar al seguro y que me mandara una grúa. ¡Maldita miseria! No tenía cobertura.

Desempañé con el brazo los cristales, que a los pocos minutos de pararse el coche se habían vuelto del todo opacos y observé las fantasmagóricas casas en busca de alguna luz en alguna ventana o resquicio, donde quizás hubiese alguien al quien pedir ayuda. Absolutamente nada. Encendí un cigarro y bajé del coche, subiéndome el cuello de la chaqueta y caminando medio encorvada por el frío me dispuse a inspeccionar más de cerca las casas. Una a una, fui tocando a las puertas sin ningún resultado hasta llegar a la última, en la parte opuesta de donde estaba el coche. Mi nerviosismo iba en aumento pensando ya que quizás, como punto culminante de aquel asqueroso día, tendría que pasar la noche tiritando de frío dentro del carro. Cuando di media vuelta para volver al él, la vi.

Justo enfrente de mi coche, a unos doscientos metros de mí, había una mujer que me observaba sin mover un solo músculo, vestía una especie de camisón blanco y observé que estaba descalza sobre la nieve, con los brazos caídos en los laterales y la cabeza ligeramente agachada. Era alta, de piel muy pálida y tenía el pelo muy corto, como rapado. Le di un grito levantando la mano, sabía que me miraba, pero fue lo primero que se me ocurrió. No se inmutó ante mis aspavientos. Comencé a caminar hacia ella bajo la nieve un tanto acojonado por sus espectral figura, mientras me acercaba, fui enfocando mejor su silueta y su rostro. La parte baja de vestido parecía estar sucia, como de barro y algo rojizo que no supe interpretar, y su rostro, que al principio me pareció de una mujer joven, comenzó a mostrarme signos de anticipada vejez. Me acerqué un poco más….hasta que vi su mirada vacía. Sus ojos eran completamente blancos e inexpresivos, no tenía pupilas. Totalmente aterrada, me paré en seco a escasos metros de ella. Movió lentamente su brazo derecho separándolo un poco de su cuerpo y en su mano vi que sostenía una hoz, de las que se usan en el campo para segar las malas hierbas. Por un momento el corazón se me salió por la boca, petrificada allí en medio de la nevada de puro pavor ante aquello que me estaba sucediendo.

En un segundo, aquella mujer arrancó a correr hacia mí de una forma totalmente sobrehumana, mi cuerpo, automáticamente (porque yo no tenía control sobre el por el miedo) dio media vuelta y corrió también todo lo que pudo delante de aquel espantoso ser. En mi cabeza se mezclaban mil pensamientos a la vez. "¿Qué era aquella cosa? ¿Cómo era posible que corriera de forma tan veloz? ¿Qué coño iba a hacer yo más que correr?". Dejé las casas atrás y continué corriendo por la oscura carretera, que en aquellos momentos ya se había convertido en un manto de frío hielo. Escuchaba sus rápidas pisadas tras de mí, cada vez más cerca. Comenzó a emitir un extraño sonido, como un grito muy agudo que se me clavaba en los oídos punzándome los músculos y no dejándome correr tan apenas. Cada vez más cerca, me dolían los costados, cada vez ese grito más fuerte, no podía correr más, las piernas se me engarrotaban, no podía coordinar ya mis movimientos, ya notaba su aliento en mi espalda... ya no me quedaba aliento, mis ojos derramaban lágrimas y me escocían de puro miedo. Noté como mi velocidad disminuía y sumido completamente en aquella oscuridad, esperé ya la punzada de su hoz en mi espalda de forma irremediable. Di mis últimas zancadas totalmente derrotada, ya estaba, ya no podía más, caí de rodillas sobre la nieve y me vinieron a la cabeza imágenes de mi esposo, pensé que mañana tenía que invitarlo a cenar... el espantoso grito cesó de pronto, el sonido de las rápidas pisadas de aquel ser llegaron nítidas a mis oídos, primero desde atrás, luego me atravesaron y después las escuche alejarse frente a mí hasta que todo quedó sumido en el más completo silencio.

Arrodillada en medio de ningún lugar, congelada de frío y todavía con convulsiones de puro terror, vomité de agonía y lloré como jamás lo había hecho. Volví arrastrando mis pies hasta mi coche, encendí a duras penas otro cigarro que se consumió entre mis dedos lentamente. Le di al contacto y arrancó a la primera. Di media vuelta y volví por la carretera en busca del enlace con la autovía.

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