02 agosto, 2013

Óbito.

Me quedé con la boca abierta cuando lo vi por primera vez. Yo volvía del frío, de las tinieblas. Contemplarlo era un placer insostenible. Respiraba el extracto de mi ser al que no otorgaba el valor.
—Un mandato divino. —dije, mientras seguía mirándolo fijamente—. Una buena estudiada casualidad.
Miré la lámpara que se encontraba encendida, cerca mío. Luego bajé los ojos y volvía a encontrarme con él.
—¿Qué cosa quieres decir con eso? —preguntó, con su gruesa voz que me causó erizar la piel.
La luz acentuaba la opacidad con una brizna incrustada en mis tacones beige pálido. Una pequeña hoja verde oscuro dormía sobre aquel suave terciopelo. Pensaba en cómo se había quedado allí si la grama de mi jardín se había marchitado cuando él se había ido. 
—"Tengo la angustiante sensación de que la vida se me está escapando". —susurré, pues lo único que se me ocurrió fue citar un fragmento de Benedetti mientras me inclinaba para quitarme la hierba de mi calzado.
—¿Por qué no te enfocas en perseguirla? Es lo primordial en estos momentos. —preguntó.
Volví a él. La preocupación que cargaba encima hacía temblar un poco mis piernas, por lo que las crucé mientras mis alargados dedos posaban sobre mi muslo. 
—No la persigo porque perdí su rastro. —contesté, con voz tenue. Enseguida pensé en tratar de envolverme hacia sus palabras—. Ya no la encuentro, ni en cada espora de los átomos de un pétalo, ni en las metáforas de Borges o en algún cuento de Cortázar. —hice una pausa para tragar saliva pues sentía su mirada sofocándome, inhalé el frío aire y retomé mi respuesta—. Quizás cuando me encontraba tocando las cuerdas de mi guitarra la perdí. Me pregunta a ver si en alguno de mis parpadeos tú la hubieses visto.
Su cuerpo delgado, despreocupado en comparación al mío, ausente, vestido con un traje color de bruma por lo general callaba con frecuencia, pero escuchaba su atormentada mente detrás de sus largas bocadas de aire. Comprendí que algo tramaba, pues era extraño toparme con su presencia en mi departamento.
—En tus párpados no puedo lograr nada, quizás no sepa leer ni tu mirada. —reprochó, mientras yo notaba como la noche de desteñía en la suya, en sus pupilas. Sus labios seguían teniendo el color rosa ladrillo de la chimenea de fábrica de mi comedor, me distraje. Desolada, intrigada y oprimida quise decir algo pero continuó con su idea—. Quizás he visto la sombra de ella en algunos de tus escritos, quizás solo vi un reflejo y creí que podía haber visto lo que has perdido.
No leía nada sobre su rostro, porque no sentía nada. Pero cada vez que él podía, iba hacia mí, con sus ojos en los míos hasta que extrañamente tocó su camisa contra la tela de mi blusa, su rostro sensible que mecía un peral, ese rostro estaba muy cerca de mí. El pecado estaba en el fuego de mis mejillas.

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