17 abril, 2013

Óbito de mi propia sangre.

Salgo de aquel hotel mientras me pongo mi chaqueta. Aunque estoy en un lugar cerrado, el frío llega a mis piernas descubiertas pues solo llevaba un simple short color negro. Meto mi mano en uno de mis bolsillos y saco un cigarrillo, lo enciendo, el calor llega a mi boca con satisfacción, como si fuera una taza de chocolate caliente de esas que preparaba mi mamá antes de ser asesinada por él. Aviento mi cabello revuelto para atrás con mi mano libre. Expulso el humo de mi cigarro, suspiro y cierro los ojos y sigo caminado.

Llego a la salida y camino por las calles: tal vez encuentre algún cliente, pero no, nada. Las luces apenas iluminan la calle, camino y camino sin rumbo, de repente, me encuentro frente a ese lugar. Me dejo influir por aquel odio que recorría todo mi cuerpo, cada parte de mi, hasta el mas recóndito lugar de mi asqueroso cuerpo. Puedo ver mi reflejo en un charco de agua sucia a causa de la lluvia de hace una horas: el rímel corrido y unas ojeras visibles, mis labios rojos y uno de mis ojos morados, cortesía del cliente anterior. Entonces sonrió: una sonrisa llena de odio, coraje y resentimiento contra todos. Cada persona que me hizo daño lo pagaría. Tallo mi boca haciendo que el rojo se corriera más allá de mis labios. Me acerco a la puerta de aquella horripilante casa, levanto el tapete de bienvenida y me encuentro con la llave.
—Siempre tan idiotas. —pienso.
Meto la llave en la perilla y abro con cuidado, frente a mí hay un cuadro con la nueva familia de él: una esposa, una niña y él, todos sonriendo.
—Maldito bastardo, si supiera lo que le espera.
Camino a la cocina, observando cada detalle de la casa, una chimenea que me mantenía caliente en las noches de invierno, recuerdo. Frente una pequeña mesa, como en la que hacía mis tareas mientras mi madre preparaba un rico chocolate y unas galletas de mantequilla, pero todo ese paraíso que tenía de pequeña lo destruía él cuando llegaba, con una mujer a su lado, ambos ebrios y con botellas en las manos, subían las escaleras y solo alcanzaba a oír unos cuantos gemidos: porque mi madre me cubría los oídos con sus manos mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. En ese momento sentí por primera vez el odio, el odio hacía ese hombre y hacia esa mujer, y todas las que vinieron por delante. Y no entiendo cómo terminé convirtiéndome en lo que más odio.

Entro a la cocina, observo el refrigerador lleno de fotografías y dibujos pegados. Sonrisas por doquier y durante un segundo siento pena por él: por lo que les voy hacer. Pero se esfuma esa pizca de pena y el odio la remplaza rápidamente.
—¿A caso el sintió pena por mi madre alguna vez? ¿Por mi? Jamas le dí pena mientras me acaricia bajo mi ropa. ¿Por qué tendría que tener pena yo?
Un cuchillo largo me llama la atención, lo tomo y juego con él, la punta en uno de mis dedos hace que salga una gota pequeña de sangre y se que la mirada se me ilumina. Lo tomo por el mango y subo las escaleras sin hacer ruido alguno. Mientras subo, paso la hojilla por las paredes, haciendo algunas marcas, sigo caminando doblando a la izquierda y al llegar a la planta de arriba entro al cuarto que antiguamente ocupaba mi madre con ese cerdo, cierro la puerta despacio y lo veo removerse bajo las sábanas, a su lado está una mujer cubierta hasta la cintura, puedo ver su brasier rojo entre la oscuridad, su cabello negro revuelto entre la almohada. Me acerco a ella y el odio tan fuerte me produce un tic en el ojo derecho, el que no estaba morado. La reconozco enseguida, sé quién es. Me aguanto el impulso de atravesar su pecho en el cuchillo: no, queremos verla sufrir, ¿no es cierto? Recuerdo la vez que entró por esa puerta, ella tomaba la mano de él, ambos reían tontamente, ese día mi madre no estaba en casa, y fue el peor día de mi vida. Él me tomó la mano y me subió a mi cuarto, ella iba tras de él, riendo y apoyándolo. No sabía que pasaba, pero unos segundos después lo comprendí, lo comprendí en cuanto el subió mi vestido verde y me tumbaba en la cama, mientras ella reía y soltaba unos cuantos "continua". Pataleé y supliqué que me dejara, que me soltara y no le diría a mi madre, pero no le importo, no le importo a él, ni a ella y unos minutos después, un dolor desgarrador cubrió mi cuerpo…

Camino hacia él, ahora, y lo veo seguir removiéndose en su lugar. Pongo el cuchillo en su estómago y hago una ligera presión y él abre los ojos, sus ojos azules se dilatan y con sus manos se apoya hacía atrás, creí que por el movimiento ella despertaría, pero no lo hizo.
—Atrévete a gritar, y te rebano aquí mismo. —lo amenazo. Me gusta la naturalidad con la que salen esas palabras.
—¿Qui…quién eres? —pregunta aterrado.
—¿Ahora no me recuerdas? —mi ironía lo hace temblar, lo puedo ver. Juego con el cuchillo y él me mira fijamente, aún temblando, aún sudando.
—N…no.
La rabia me consume y me acerco a su cuello con fuerza, el cuchillo roza con su mejilla y aún me parece extraño que la zorra que esta a su lado no despierte.
—¿No recuerdas las veces que golpeabas a mi madre? ¿Las veces que me acariciabas, cerdo? —digo mientras aprieto aún más su cuello y veo el terror en sus ojos.
—A..A..¿Angie? —a penas y puede contestar. Aflojo un poco y lo veo respirar con dificultad—. ¡Angie! —susurró. Lo suelto y me mira aterrado.
—¿Qué me harás? —pregunta con voz clara.
—Lo que tu me hiciste muchos años… Sufrir, pero yo lo haré hasta matarte. —le respondo. Él cierra los ojos y solloza, suspira y lo siento abalanzarse contra mi, o próximo que oigo es un gemido y siento mi cuchillo atravesar algo, su cuerpo. Me asusto durante un momento, pero me lleno de adrenalina y quiero acuchillarlo de nuevo, una y otra vez, hasta que no pueda más, hasta que no quede mas de él. El movimiento de la cama hace que ella despierte, pregunta por él y se sienta en la cama y solo veo sus ojos aterrados viéndolo tirado en el piso y luego a mi, y al final al cuchillo manchado de sangre.
—Acércate, y atravieso su cuello ¿entendido?
Sus lágrimas corren por sus mejillas. Observo la habitación rápidamente, en busca de algo con que la pueda amarrar y lo encuentro: unas esposas en una cómoda.
—¿Para qué las usan? ¿Eh? Sexo tal vez. —mi voz es burlona y las tomo, me acerco a ella y ella por un momento se resiste.
—Quieres que te corte que cuello, ¿ahora?
Ella deja de pelar y agacha la cabeza, sollozando aún. Le pongo una de las esposas y la otra la ato a un barandal de la cama. Me acerco a él de nuevo, se retuerce del dolor en el piso, manchas de sangre a su lado, me agacho pero él no me mira.
—Te haré sufrir… pero primero sufrirá ella.
—Estás loca. —lo oigo susurrar, pero no me importa. Camino hacia ella con la cabeza ligeramente inclinada, observándola.
—Por…Por favor no…No me hagas na…Nada. —suplica, y yo río. Me acerco a ella y clavo el cuchillo en su estomago con fuerza. La sangre recorre su cuerpo. Ella se arquea y gime del dolor, mientras con su mano toca su herida y también se la mancha de ese liquido rojo.
—El rojo queda con tu basier. —me burlo de ella y la impaciencia me gana—. Esto se puso lento. —digo y entierro el cuchillo en su pecho, ella lanza un último gemido antes de caer.

Doy unos pequeño saltitos y camino hacia él de nuevo. Me mira aterrado, con repulsión y con odio.
—Eres un monstruo. —me dice jadeante.
—Algo tuve que sacar de ti, ¿no es cierto?
Tomo un pañuelo gris de la cómoda y lo ato en su boca.
—Al fin y al cabo, eres mi padre. —le expongo mientras que con fuerza entierro el afilado cuchillo en el centro de su mano izquierda, él suelta un grito, pero se pierde entre el pañuelo.
—Es verdad lo de la venganza: es dulce, y divertida. —sonrío.
Con el cuchillo hago un corte largo: de la boca hacia su ojo izquierdo, la sangre brota y las lágrimas corren por las mejillas. Sus ojos muestran dolor, como el que yo alguna vez sentí a causa de el.
—¡¿No te gusta verdad?! —le grito, pero no tan fuerte como para que despierte la pequeña. Él niega con la cabeza, y aunque no pueda hablar, sé que suplica.
—A ti nunca te importo todas las veces que te supliqué, que suplico mi madre para que la dejaras de golpear. ¿Por qué habría de importarme a mi?
El odio vuelve y de repente, me encontré apuñalando su cuerpo una y otra vez, tantas veces como podía hasta que quede exhausta. Por su cuerpo corrían chorros de sangre. Un charco de sangre lo cubría, y de él no salia ningún respiro. Rasco mi nuca con cansancio y salgo por la puerta aún con el cuchillo en la mano y mi ropa llena de sangre. Camino por las escaleras y veo otra foto de la familia, todos sonriendo y, por alguna razón la sonrisa de la pequeña me recuerda a la mía, la que le mostraba a mi madre cada vez que se acostaba conmigo las noches que no podía dormir y me tarareaba una canción. Salgo de la puerta dejando a la niña en paz, se que estará mejor si ellos. Son unos monstruos. Camino de nuevo por la calle, no sabía que hora era, pero aún era de madrugada. Un auto pasa y se estaciona a mi lado, sé lo que busca, sé lo que quiere. Así que me subo en la parte trasera de lado del piloto y beso su cuello lentamente, mientras guardo el cuchillo debajo de los asientos esperando ansiosamente, usarlo de nuevo.

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