13 noviembre, 2012

Gama de palabras.

Al momento de entrar a su casa, Benjamin sabía que le esperaba un complicado comienzo. Tenía que escribir un libro en poco tiempo. Lo peor era que debía de componer con ese lápiz a tinta que a veces resultaba su peor adversario cuando se negaba a escribir. Era atormentozo tener que sacudirlo como cuando su madre lo reprochaba por no tener lo que ella llamaba un “futuro asegurado”. Sin embargo, era su leal socio. Todos sabían que Benjamin era escritor, esa era su profesión, un tanto complicada hoy en día , pese a que para él era mucho más que usar palabras toscas. Desde pequeño los libros habían sido sus consejeros y las palabras, su mejores amigas. Muchos decían que era vergonzoso o que padecía alguna enfermedad, pero nuevamente para él, no era solo eso.

Un día como muchos otros, caminó hasta una pequeña plaza cerca de su vecindario para sentarse a observar paso a paso los espasmos y las muecas que las personas hacían; de vez en cuando a escuchar esos pequeños refunfuños inconscientes que salían de sus bocas como queriendo decir: “¿Por qué a mi?”. Fue un goce dejar el lugar para comenzar a pensar cuál sería el tema con el cual mancharía ese papel blanco con aquella tinta negra de su pluma....  pero, esa dicha terminó en el instante en que entró a su casa.

Dejó su chaqueta junto con su sombrero en el colgador, subió directo a su terraza para sacar su cuaderno y sentarse a escribir. Tomó el lápiz con la mano que le temblaba y se quedó observando la blancura del papel sin ni siquiera pestañear. No era primera vez que le pasaba. Hubo una ocasión en la que se quedó inmóvil por media hora porque su cabeza empezó a atacarlo con pensamientos sombríos sobre la tinta generando un temor tan grande que su cuerpo fue el único que pudo expresarlo, convirtiendo cada minuto en una pugna entre su consciente e inconsciente. Ahora se encontraba allí, sentado, con la luz de la lámpara casi quemando su cara y evaporando cada gota de sudor que brotaba en su frente. Se limpió y siguió.

El tintero estaba a su mano izquierda y con un movimiento mecánico llevó su mano derecha a sumergir la punta del lápiz en el líquido y espeso matiz negro. Al estar frente a frente con el papel, su mano se acercó lentamente , pero antes de comenzar a escribir la primera palabra, una gota cayó y empezó a expandirse de a poco. "Otra vez" pensó. Pudo simplemente haber botado el papel, pero no lo hizo... o, también pudo haberlo quemado como lo había hecho algunos días antes con su cigarrillo, pero, no quiso. Abismado en la imagen que tenía frente sus ojos, quiso ver hasta donde podía recorrer la tinta el papel, en ese encuentro que él se encontraba afortunado de presenciar.

Después de que transcurrieron algunos segundos (o quién sabe, a lo mejor, minutos o incluso horas), la mesa se tornó negra junto con el suelo que estaba debajo de ella como si el tintero se hubiese dado vuelta, pero no. Sus uñas, dedos, manos y brazos estaban completamente negros. Al ver su piel manchada, trató de quitarse el color con desesperación, pero, en vez de irse, se quedaba y se hacía parte de su piel a medida que la histeria y el tiempo pasaba. En el instante en que se acercaba a sus ojos, se paró rápidamente directo al baño, sin embargo, ni el agua pudo borrar la epidemia que estaba transformando su cara y que vio horrorizado en su reflejo en el espejo. Volvió a la terraza con el cuerpo totalmente transformado en una sombra. Tenía miedo. Estaba solo.

Pese a eso, sus palabras no cambiaron nada, al contrario, su vista se tornó borrosa y antes que la ceguera fuese su nueva condición vio en la mesa una palabra que iba apareciendo lentamente como si alguien la estuviese escribiendo para atormentar su angustia. Al terminar la última letra, en una espera que fue de gritos y llantos que retumbaban en la pared y llegaban directo a sus oídos sordos, leyó la palabra "corre".

Sin pensarlo dos veces, corrió hasta la ventana. Sentía una brisa, cálida y pacífica sobre su cara que le daba vida. Un cosquilleo que recorría todo su cuerpo y que hacía aparecer en su cara una leve sonrisa, como si la brisa tuviese gracia ante él. Nadie escuchó nada. El vecindario estaba en silencio. Los perros se encontraban durmiendo y las personas creyendo que vivían. Al parecer, Benjamin y su vida era de papel.

0 comentarios:

Publicar un comentario