06 septiembre, 2012

El mundo a mis pies.

Las palomas salieron volando justo cuando rodé las cortinas de mi cuarto para darle la bienvenida a un nuevo día. Con aire melancólico, di mi primer suspiro de la mañana, con una sonrisa en mi cara. Había dejado las ganas de esperar un «hey, te escribía para decirte que te extraño» por lo que mi orgullo había salido disparado junto a mi dignidad. Aunque me sentía más fuerte que nunca, en las mejores condiciones para abandonar ese estado bucólico y triste, para apartar la nube de negrura que cubría mi cuerpo. Agaché la cabeza y comencé a andar hasta la cocina para prepararme mi café.

Luego de prepararlo, me senté en el mesón que se encontraba al lado del fregadero donde me quedé pensativa observando aquel café. Sonreía porque no sabía qué podría pasar este día, pero, en otras ocasiones esta sonrisa se esfumaba como el vapor de la taza que tenía en mis manos. Solo tenía un pensamiento: «¡Mente positiva!», así que eché al aire un corto suspiro y bebí un gran sorbo de café, me bajé del mesón y me dirigí al baño donde mirándome al espejo me dije: «hoy me visto con mi mejor sonrisa».

Abrí mi armario y comencé a probarme la mejor ropa que tenía, pero, me llamó la atención una caja vieja que se encontraba en un rincón. La tomé con cuidado y la coloqué encima de mi cama. Agité mi mano cerca de mi rostro porque eran mucho el polvo que se había desprendido al aire. Tosí. Abrí con cuidado las alas de aquella reliquia que había olvidado por completo y tuve la sorpresa de toparme con una foto donde salía con Santiago, sí, mi ex. La tomé y la dejé a un lado. Seguí revisando y encontré un hermoso vestido color rojo que usé el último día que salimos, hacía juego con el ramo de rosas que estaba como centro de mesa, ¡fue una hermosa cena en un famoso restaurant a las afueras de la ciudad!

Me puse el vestido y fui al baño donde tomé un poco de agua con mis manos para mojar mi rostro. Me quedé en pausa... mis latidos iban a otro ritmo distinto a mi corazón. Subí la mirada hacia aquel espejo donde veía como las gotas caían de mi mentón al suelo. Por unos instantes no recordé quién era, no sabía como me llamaba ni qué hacía ahí, solo miraba mi reflejo en el agua. Pasé mis frías manos por mis mejillas. Mi piel se erizó.

Miré a ambos lados y tomé una toalla que tenía cerca, sequé mi rostro y volví a mirarme en el espejo, pero, esta vez sonriéndole. Salí del baño, me senté en mi cama y con un gran suspiro dije:
—¿Qué hare hoy? —me tiré con los brazos abiertos hacia atrás y cerré mis ojos —. Puedo salir a caminar y ver como las personas agitadas quieren llegar a su destino, mientras yo solo camino, sin rumbo alguno, —es gracioso pensar que soy una de las pocas que aún no saben que le depara la vida —. Puedo ir al parque, ver como los perros corren e imaginar que son caballos galopando en una inmensa pradera, también puedo ver a los niños jugar e imaginar que son pequeños navegantes en busca de algún tesoro perdido. —me hecho a reír.

Me levanté de mi cama y fui al pequeño balcón de mi apartamento, era el lugar en donde pasaba la mayor parte de mi tiempo. Apoyé mis brazos en la balaustre y cerré mis ojos. Sentía como el delicado viento tocaba mi fino rostro, también percibía el resplandor de aquella luz dorada, mi fiel compañero, mi querido sol que rutinariamente me daba los «buenos días». Abrí mis ojos y percaté las gaviotas en el cielo queriendo esponjarse en las nubes. Incliné mi cabeza hacia atrás y palpé mi cabello al rozar contra mi espalda. Más allá de un simple paisaje notaba un paraíso abandonado, una vida que me llamaba y me decía «todo día cae sin sentido, la importancia del "hoy" se la das tu misma con tus acciones».

Y, así entendí que a veces, muchos ángeles tienen alas de fuego y no pueden alzar al vuelo porque se queman. Por eso estoy decidida a salir de estas arenas movedizas y no rendirme ante cualquier obstáculo que se presente en mi vida. Soy fuerte, soy valiente, soy una rosa en un jardín de puras margaritas.

Con Yesika Fermín.

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