08 septiembre, 2012

Sin marcha atrás.

Cabello rápidamente arreglado hacia atrás para tener acceso a mi cuello. Escote calculadamente descubierto. Falda minuciosamente ceñida. Piernas apresivamente irresistibles. Labios milimétricamente abiertos en una húmeda invitación. Me buscan. Quieren que sea tu pasión por un día. Quieren que fotografíe y escriba un ilusorio país de maravillas con mi cuerpo, con mi satisfacción, con mi abuso.

Me deprime pensar que no provocan en mí más que rechazo a excepción del tema del «erotismo» del que hacen alardar. Quizás piensan que cada noche soy la protagonista de la patética novela de sexo. Pero esto tiene algo de engañoso... yo soy la verdadera nínfula y no soy consciente de mi reclamo. Esta tela blanca e impoluta que cubre mi cuerpo ha resbalado delicadamente hasta exponer mi piel marfílea al observador, a mi cliente, a mi único acceso al dinero. Mi falta es demasiado corta y estrecha. Mis piernas sienten caricias diferentes por cada anochecer que percibo. Mi boca llama a la consumación.

Salí de regreso a mi hogar donde me encontré en una esquina del barrio una mujer embarazada con su bebe de meses pidiendo una moneda para poder comer... nadie la observaba, solo el puntero de turno que la obliga a pasar de carro en carro o caminar descalza por la calle en un día de lluvia. Tomé mi autobús y me dirigí hasta la bodega, quería algo de beber, tenía sed. Me bajé cautelozamente y le pedí al dueño del local que me vendiera una botella pequeña de agua. Escuché un rumor de una vecina de mi zona, la Sra. Aida.
—Tiempo sin saber de ella. —murmuré.
—Todos la echamos de menos desde que partió. —me respondió el vendedor.
—¿Partió? ¿A dónde? —hice mera expresión de tristeza pero aún así, el captó mi expresión.
—Ella fue internada hace unas dos semanas luego de ser baleada a sangre fría cuando intentaban robarle el dinero de su pensión. —miró hacia el piso, tragó saliva y subió la mirada —. Era triste como su hijo decía que prefería irse él en vez de ella.
—De verdad, cuanto lo siento no sabía. —nerviosa, miré mi reloj y vi como ya eran las cinco y cuarto —. ¡Disculpe, me tengo que ir se me hace tarde!

Tomé mi botella de agua y fui a la parada. Mientras caminaba mi mirada estaba dirigida a la cantidad de casas deterioradas que se encontraban a mi alrededor. Me detuve al percatar como un chico de doce años -aproximadamente- me miraba fijamente. Alcé mi mano y la agité para decirle un «hola» a distancia. El sonrió. Seguí caminando y me quedé apoyada junto a un poste donde suele detenerse el transporte público para recoger a los pasajeros. Bajé mi mirada y limpié mis botas, estaban sucias.
—Quizás fue cuando salí del abasto. —pensé mientras las sacudía con mi mano.
Al poco tiempo escucho como un niño rompe a llantos y comienza a gritar sin razón alguna. ¡Era el mismo chico que se me había quedando mirando! ¿Por qué estará gritando?
—¡Te dije que ese dinero era para mi salida del sábado, no para tus caramelos! —gritó una voz gruesa femenina que al parecer provenía de esa misma casa —. ¿Tu crees que mi marido puede llegar borracho a la casa y yo no? ¿Ahora cómo podré beber? ¿Con qué dinero me divertiré? —exclamó cada vez más furiosa.
Mi corazón se detuvo por unos segundos y mi respiración se volvió pesada. Un fuerte nudo en el estómago surgió de la nada. Tomé mi botella de agua con más fuerza, mis manos estaban completamente aferradas a ella. Y en este instante, escuché como llegaba la camioneta.

Me subí y todas las personas se me quedaron mirando. Pensé en cuántas críticas estarían rondando por cada una de las mentes de aquellos pasajeros... «que mujer tan vulgar», «pobre chica tan joven», «de seguro se siente inservible», «¿será una exclava sexual?» Inspiré el profundo aire caliente de la presencia de tanta gente y traté de no darle importancia a los gestos de los que me rodeaban.

Llegué a mi destino. Busqué en mi bolso mi llave y abrí la cerradura. Me dirigí a mi cuarto donde me tumbé brazos abiertos encima de mi cama con el alivio de llegar sana y salva. Tuve un sueño, o quizá, una pesadilla... no sé como describirlo pero sé que todo fue oscuro pero aún así, me dije a mi misma:
—Si quiero ser feliz con mi corazón debo pararme con determinación, ya que la acción es la única que motiva cualquier cambio de situación.

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