05 septiembre, 2012

Vehemencia.

Entraba entrando en aquel apartamento cuyo espectáculo eran esas enormes palmas cerca de las escaleras del piso, una gran puerta de madera abierta de punta a punta me daba la bienvenida a ese acogedor hogar donde me mantuve hasta el día siguiente.
―¡Hola qué tal! ―me dijo aquella sonriente mujer de cabello ondulado. Me sentí algo nerviosa ante tanta emoción por saludarme ―. Pasa, ¡esta es su casa!
―Muchas gracias ―dije con voz tenue y una sonrisa en mis labios.
Me dirigí hacia la habitación de Sofía, mi amiga, donde dejé mi bolso y mi pequeña almohada. Noté que había un gran espejo en una esquina, caminé hacia él para arreglarme mi cabello y acomodar mi blusa que me gustaba usarla de lado. Vi mi teléfono celular y respondí algunos mensajes antes de salir. Me asomé por la ventana donde pude percatar a un grupo dirigiéndose hacia la puerta principal, no sabía quienes eran... así que esperé un rato en aquel cuarto y de pronto escuché el intercomunicador sonar.

Tuve un ligero presentimiento que, en unos segundos se transformó en una palpitación de susto al sentir una mano que me tocaba mi hombro. Al voltear, era ella.
―¿Te asustaste? ―dio un pequeño gesto de gracia.
―¡No vale! ―respondí con tono sereno.
―Ya llegaron ¿te quedas aquí? ―afirmé con la cabeza. Ella asintió y salió a buscar a los chicos que desconocía.

Me tiré en su cama y acomodé mi almohada debajo de mi nuca. Tomé mi teléfono y comencé a responder los mensajes que me enviaban, a excepción de uno que me sorprendió.
―Me acaba de decir que ya quiere verte. ―me escribió Sofía mientras esperaba la llegada de los invitados.
―¿Verme, a mi? ¡Debe estar bromeando! ―pensé mientras lo leía una y otra vez ―. ¿En en serio? ―le respondí.
―Sí, pero no le vayas a decir nada.
―No estoy segura de que sea cierto.
―¡Claro que lo es! No lo dudes.
Las únicas palabras que cargaba en la mente eran las de «verdad» o «mentira». Sentía que esto iba a ser como un acertijo donde pulsaría el botón adecuado en el momento exacto para darme cuenta de la realidad de las cosas.  En fin, si solo me querías por una aventura estaba dispuesta a disfrutarla pero a mi modo y con mis reglas. Tantos pensamientos me tenían loca así que cerré los ojos y traté de relajarme para tener mi mente en blanco.

A los minutos escuché el sonido de una perilla moverse, eran ellos que estaban llegando. Me dirigí a la sala para saludarlos, no quería ser descortés. Mi primera impresión fue hacia una chica de cabello negro largo y ojos color canela, se llamaba Cristina y ya hace unos dos o tres años que no la veía.
―¡Oh Dios! ¡Estás igualita! ―me decía con esos ojos iluminados por el resplandor de la lámpara.
―Deja de hablar y abrázame. ―le dije con un tono alto mientras dejó su bolso a un lado y me apretó fuerte entre sus brazos.
―Recuerdo cuando peleábamos por aquel chico que nos dejó plantada a ambas por la que estudiaba segundo año. ―me dijo sonriente.
―Fue una locura de vida. ―le respondí riéndome.
Luego del abrazo me percaté que había un chico atrás suyo, era él.

Lo primero que pude notar fue su mirada fija ante mis ojos, algo incómoda y ruidosa. Vino sonriendo y me tomó de la cintura para abrazarme. Le di un ligero empujón.
―No creas que recibo abrazos de cualquier persona. ―le repliqué mientras daba un paso atrás para estar algo distanciada de él. Puso un gesto de enojo y subió su ceja. Me acerqué a él y pasé mi mano por la suya, mientras estábamos pecho con pecho ―. No creas que será fácil. ―susurré cerca de su oído.
Lo miré, sonreí y me di media vuelta algo rápido. Mi cabello se movió lado a lado y me dirigí a saludar al resto del grupo que se iba a quedar.

Pasaron dos horas y media. -aproximadamente- Y éramos ocho personas reunidas en aquella cómoda sala bebiendo algunos «Shots» de Tequila y riéndonos de cada locura que decíamos. Dejé mi pequeño vaso en la esquina de la mesa y me dirigí al cuarto. Fue raro que nadie preguntara «¿a dónde vas?», «¿por qué te paraste?» o «¿vas a algún lado?». En fin, era mejor no dar explicaciones. Abrí mi bolso y busqué mi caja de cigarros donde tomé uno y lo guardé en mi bolsillo junto a mi yesquero. Acudí de nuevo donde estaban mis amigos y le pedí a Sofía que se acercara un momento.
―¿Puedes abrirme la puerta? ―le pregunté algo tímida.
―Sí. ¿qué pasó? ―dijo al preocupada.
―No es nada, solo quiero estar un rato afuera.
―Está bien, pero me avisas si te sientes mal o algo así.
―¡Cálmate! Solo me arde un poco el estómago.
―¿Pero es mucho? ―en este instante quería que dejara sus preocupaciones. Solo quería salir a fumar un cigarro. Sin embargo, ella insistió. ―Si quieres te acuestas un rato.
―Ábreme la puerta y ya. ―le dije con un tono agotador.

Bajé las escaleras y me senté en el estacionamiento, un lugar reservado. Di un suspiro inmenso y me percaté que no había ninguna estrella en el cielo.
―¿Cómo es posible que no pueda dejar a un lado mi pasado? ¿Por qué debo de seguir pensando en tí? ―pensé mientras cruzaba mis brazos y me inclinaba apoyada de mis piernas. Quebré a llantos ―. ¿Para qué reprochas tu felicidad? ¿Será que no entiendes que eso me duele?
Alcé mi cara y sequé mis lágrimas, extendí mi pierna para tener fácil acceso a mi bolsillo, para sacar mi cigarro y prenderlo. Tomé mi primera calada y eché al aire aquel humo que me hacía quemar mis inquietudes. Guardé mi yesquero y comencé a pensar en todas esas cosas buenas que habían quedado en mi.

Eran las once y media, casi media noche y yo seguía ahí, terminando mi cigarro y con ello, mi tristeza. Escuché como se cerraba la puerta que daba acceso al estacionamiento. No le dí importancia y seguí navegando en mi mar de preguntas que poco a poco me hacían hundirme. Sentí una ráfaga fría de aire que logró erizar mi piel. Unos brazos me rodearon mientras seguía de espalda, pudo haber sido reconfortante si lo hubiera visto venir, pero me caló los huesos y asusté. Sentí una respiración tenue cerca de mi cuello, mi punto débil, sentía como mi respiración se trancaba lo que me hacía buscar una exhalación rápida. Sus brazos rodearon todo mi abdomen y cada vez me apretaba más.

―¿Por qué viniste? ―pregunté de forma delicada.
―Quería saber como estabas. ―me respondió susurrando a mi oído.
―No debiste de preocuparte por mí. ―dije mientras tomaba su mano para alejarla de mi. Sabía que él no quería soltarme pero el abrazo se me había transformado en algo incómodo ―. ¿Por qué no te quedaste?
―Sabía que te pasaba algo, cambiaste de humor repentinamente. ―murmuró mientras se sentaba a mi lado viéndome por completo. Por otra parte, mi mirada estaba plasmada en el suelo, no quería subir mi rostro para verlo. El tomó mi mano, donde cargaba mi cigarro que aún no lo había consumido por completo. Volteé y me lo quitó, echó una calada y luego empezó a sonreír ―. La vida no es tan fácil, nunca lo será y bien lo sabes. Eres una persona que vale oro, como tus rizos, solo que tu misma te ensucias y no dejas que las demás personas vean cuánto vales. Si por una persona vas a estar así, por las demás que vengan a tu vida y te decepcionen harán que quieras quitarte la vida y eso no es así. Vales mucho. Lo suficiente para depender de ti misma y no de nadie.

Pasaron unos cortos minutos de silencio donde mi mirada seguía fija en el asfalto. Volteé a mirarlo, tomé su cigarro y di la última calada que podía dar. Lancé aquel cigarro gastado en el suelo y vi como aún ardía. Le sonreí, me sonrió. Sentía que era como un espejo, teníamos casi las mismas intenciones, era como aquel «si tu te atreves, yo me atrevo». Me levanté y me giré, viéndolo de frente, mi sonrisa se transformó en un gesto serio, sin burlas. Me acerqué a él y jugué con su cabello, era liso, color castaño claro. Subió su mano y tomó la mía, en ese momento supe que era el instante adecuado para dejar mi curiosidad de cómo besaba. Mordí mis labios y me senté en sus piernas, giré mi cabeza a los lados para dejar que mi cabello, moviéndose, se acomodara solo. Nos miramos fijamente por un rato, y nos acercamos lentamente. Mi mano se desprendió de la suya y llegaron a su cuello... las de él rodeaban mis caderas.

―Linda noche. ―susurró a centímetros de mis labios ―. La esperaba desde hace tiempo ya. ―afirmé con una sonrisa. El se sintió seguro y rompió la pequeña distancia que quedaba entre nosotros, y se acercó.
Pude sentir delicadamente sus labios con mis labios. Un beso lento, un beso que nos tomábamos el tiempo de disfrutarlo, sin apuros, era el momento que tanto añorábamos. Fue un largo beso.

Pasado algunos minutos, nuestras narices se rosaban, nuestros alientos se unían y sentía la cercanía de sus labios, así nos quedamos un rato, mientras conversábamos de forma pícara con voz suave. Sus manos acariciando mi cuerpo me hacía sentir en casa, tan confortable y cómoda como si formaran parte de mi mista, pero el sonido del teléfono me sacó de mi pequeña burbuja perfecta con timbrazos incesantes. Me levanté de sus piernas y tomé mi teléfono para revisarlo, era Sofía, me escribía para decirme que ya se estaban yendo y quería que subiéramos para despedirnos de los demás.

Nos levantamos y subimos. Cuando llegamos al piso 8, sentí sus dedos colarse entre el espacio de los míos y sentí el calor de su piel rozándome. Con una sonrisa amarga, alejé mi mano lentamente y entramos al apartamento. Les di una cálida despedida a todos los que se iban, con la esperanza de volver a verlos en otra ocasión no tan lejana. Me acerqué a aquella ventana y contemplé la cantidad de luces de las casas que estaban al frente, era uno de esos momentos que te roban el aliento y por un momento te gustaría que fuera completamente perfecto sabiendo que para eso sólo hacía falta una cosa... O mejor dicho una persona. Un suspiro escapó de mis labios involuntariamente y empañó el cristal. Me pregunté cuantas casas que se hacían notar con brillantes luces amarillas escondían a personas en ese momento estarían echados junto al televisor, en una misión secreta hacia la cocina o durmiendo.

Sentí como mi corazón se detuvo por unos segundos al sentir unos brazos que tomaron mis piernas y mi espalda, me cargó, si, él.
―¡Bájame, bájame! ―gritaba con apuro.
―Cálmate, no te pasará nada. ―me dijo con una voz calmada.
―No me gusta que me carguen.
―¿Por qué no?
―¡Bájame te he dicho! ―insistía de forma grotesca hasta que me bajó.
―Está bien, recuerda que me voy en un rato. ―murmuró algo afligido.
Hice una mueca abrumadora y me dirigí hasta el cuarto donde iba a dormir. Sofía y tres chicas más, andaban en su habitación con la puerta cerrada y la casa relativamente sola. Caminando, me di cuenta que me seguía pero se frenó en toda la entrada, yo continué y me dirigí hacia la cama donde me quité mis sandalias y me amarré el cabello para sentirme más cómoda. Tomé un gancho pequeño y recogí mi pollina que me estaba molestando. Tomé mi bolso y lo tiré a un lado del escritorio que se ubicaba en un rincón del cuarto.

Me senté al borde de la cama y lo miré fíjamente. Me sonrió, caminó y cerró la puerta. Vino a mi directo a besarme y poco a poco me hacía presión con sus labios para acostarme. Me tomó por la espalda y me levantó, hasta que inclinando mi cabeza hacia atrás sentí el frío de la almohada sobre mi nuca. Empecé a sentir un cosquilleo en mi vientre porque comenzó a besar lentamente mi cuello. Con sus manos levantó mi blusa antes de llegar a mi pecho. Se detuvo y buscó mis labios para morderme. Sentí que lo mejor era ser pícara así que lo tumbé y me acosté encima de él. Fueron otros minutos más de intensa pasión, donde entre besos y besos nos demostramos las ganas que teníamos pendiente.

No pasó a más de besos y caricias, me preguntó si quería hacerlo con él... sí, me refiero a tener sexo. Le dije que no quería porque una vez había hecho el amor y si tengo deudas pendientes en este asunto es con el que, por primera vez, me hizo sentir amada y querida, como si fuera la única niña de sus ojos y no podía arriesgarme a deshilachar el recuerdo así como así. Para mi, no hubiera significado la mejor noche de mi existencia porque la noche perfecta fue cuando desperté en los brazos de un hombre que de verdad me hacía sentir la mejor mujer del mundo.

Él se mostró comprensivo ante mi negación, nos dimos un último beso y se despidió diciéndome «espero volver a verte».

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