17 agosto, 2012

Endeble sentimiento.

―¿Te puedo preguntar algo? -le dije, mientras pensaba en decírselo de forma sutil para evitar el rompimiento-. ¿Sientes lo mismo que antes?
Una mueca vacía rellenó el incómodo silencio.
―Eso creo -hubo una pequeña pausa. Me miró a los ojos, acarició el puente de su nariz y me encaró nuevamente- . Necesito que me disculpes, en serio.
―No hay nada que disculpar -intenté decir con tranquilad mientras tomaba su mano-. Solo te pido que entre nosotros esté siempre la verdad.
―Lo sé -me dijo directamente e interrumpiéndome. Cerró las manos en puños y pensé que se molestó con la pregunta, pero se limitó a relajarse-. Soy un estúpido sin sentimientos.
Me fue imposible no sentirme decepcionada.
―No lo eres. -lo miré y enseguida estallé en lágrimas- Me gustan tus defectos y tus virtudes. Todo lo que tienes, me encanta porque de una manera u otra así me enamoré de ti.

Pasada la tarde, ambos se despidieron con un abrazo y una sencilla sonrisa. Mientras el caminaba rumbo a su casa, ella se iba directo a su cama.

Cerró la puerta, colocó música suave y empezó a desvestirse. Se amarró una cola y se quitó el maquillaje. Se observó en el espejo y se preguntó a si misma:
―¿Por qué? -su respiración se acortó- ¿Qué hice para dejar de gustarle? ¿Qué hice para amar a alguien que no valora? ¿Qué hice para nacer tan débil? -sus lágrimas resbalaban por sus mejillas y caían al suelo. Hizo una mueca de tristeza.- ¿Esto es el tal "amor"? ¿Enamorarse siempre es sufrir? -Se quedó observando su cuerpo el cual estaba húmedo por sus lágrimas. Pasó su mano por ellas para secarlas. Suspiró y cayó exhausta a un lado de su cama.

No había llegado al paraíso ni en la última embestida, pero se sentía bien con tal solo llorar. Sólo con la idea de saber que era él quien la tomaba, quien quería en su vida sin pensar en ella. Miró su rostro que estaba marcado por miedo y contradicciones. Miró sus ojos color verde, algo rojos de tanto llorar y su cabello, que caía tímidamente hacia delante. Miró sus mejillas rosadas, y sus labios totalmente muertos, sin expresar nada. Miró su pecho desnudo, como subía y bajaba apresurado. Tomó su teléfono y vio una foto del amor de toda su vida, su pareja, aquel que seguía con ella. Ella estaba locamente perdida cuando se encontraba a su lado, decía que había encontrado a la persona con quién quería crecer.

Cuando ya habían pasado varios soles y desaparecido varias lunas, llegó el día en que se volvieron a ver.

Ella se recostó a su lado y puso su cabeza en el hombro de él. Nadie habló en ese momento, el silencio era tan fuerte y aplastante para ella, que no podía decir nada. Sólo miraba como en sus ojos, veía a alguien más en su lugar.
―Mírame. –Pidió tímidamente. El giró su rostro, y la encaró- Mírame a mi, no a ella. -dijo algo dolida. El nudo en su garganta y las lágrimas arrebozado sus ojos.-
―¿De qué hablas? –preguntó él.
―No entiendo por qué sigues con esto –hiló- Una mujer sabe cuando la miran y ven a alguien más.
―Creo que te afectó… -comenzó a decir él, pero ella lo interrumpió.-
―Sólo pido… que me mires a mi. Sólo eso. ¿Es mucho pedir? –lloró.

Contempló sus ojos llorosos durante unos minutos, sólo viendo el dolor y la tristeza en ellos. Se sentía herida. Había acudido siempre a él para todo, sentía que el de verdad la quería, pero, era lo contrario... venía y la lastimaba una y otra vez callando todo lo que sentía. Y ella sabía que pasaría así, sólo que se conformaba a ciertas de que no sería nada más en su vida. Ella se quedaba de brazos cruzados viviendo de ilusiones y fantasías solo por no alejarse de su compañía.

Él decidió mirarla, encontró una mujer diferente a la que había tenido hacía pocos minutos en su poder. Una mujer distinta que jamás había visto. Recorrió con la mirada su rostro cremoso, sus ojos brillantes por las lágrimas, su pelo rulo enmarañado y su sonrisa rota. El se dio cuenta que sus lágrimas eran verdaderas, que ella de verdad lo amaba a pesar de sus errores y de que solo se sentía devastada. Bajó la mirada al sentirse triste. Cuando él miró sus ojos llorosos, vio el dolor que le causaba a ella, como sus lágrimas hacían cola para desbordarse una tras otra.

―Sabes… -suspiró.
Ella se giró sólo para escuchar su voz, la que había interpretado sueños y había sido musa de mil y un canciones, mil y un poesías, mil y un ilusiones.
Continuó.
―Sabes que me gustaría poder cumplir todos deseos, poder hacer tus sueños realidad, poder amarte de la misma forma en que tu lo haces, pero no puedo… -susurró y besó su frente, antes de levantarse del sofá.

Al terminar de escuchar la verdad salir de su boca, sentir su cuerpo abandonar el sofá, abandonarla, ella se giró de un costado y dejó que el mar de lágrimas fluyera, dejó que sus sueños se resquebrajaran un por uno, y sus mil y un esperanzas, cayeran una por una, a un pozo sin fondo.

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