27 enero, 2013

Un caso de 1954.

Ocho de la mañana:
Tocan la puerta de mi despacho a mitad de mi lectura sobre un interesante artículo de alguna posible regulación de la potestad punitiva del Estado.
—Adelante. —digo en tono severo. Gira la manilla y entra mi secretaria; una mujer de cabello ondulado castaño y unos ojos color miel.
—Señor González, le traigo esta carta de parte del Departamento Penitenciario.
¿Carta? ¡Qué disparates! Espero sea un asunto que pueda dejar a la deriva.
—Es de suma urgencia. —añade mientras me extiende un sobre color crema. Lo tomo, abro y extiendo el papel antes doblado en tres. Leo:

"30 de enero de 1954.
Juzgado número 14 de Madrid.
Juez Aguado González.

Me dirijo a vosotros con la finalidad de os avisarle que yo, Luis Shelly, hijo de la marquesa de Villasante, he denunciado a mi propia madre ante el juzgado de Madrid por su proceder algo extraño ante la muerte de su hermana Margot. 
Al terminar el entierro de su hermana, he revisado la habitación y me he encontrado con un cuchillo largo y afilado junto a una tabla para cortar carne, por lo que he sospechado que su cadáver había sido mutilado.
Quisiera que investigaran este caso, pues ninguno de nosotros, siendo hermanos de ella, os ha dejado pasar a verla en el ataúd.
Firma: Luis Shelly."

—Por favor, manda a las autoridades a explorar este caso. Iré a entrevistarme directamente con el hijo de la marquesa esta tarde; llámalo y comunícale que venga hasta aquí. —explico mientras tanteo el posible panorama del caso.
—Está bien, ya mandaré la orden.


Diez y cuarto:
—Buenas noches, Juez González. —dice Shelly mientras entraba al despacho—. Disculpe la demora.
—No se preocupe, tome asiento. —digo cortésmente mientras le señalo una butaca de cuero color café. Él asiste con la cabeza y se sienta. Yo me acomodo en otro mueble ubicado al frente—. ¿Podría comentarme acerca de su madre y de cómo tomó la muerte de su hermana?
—Cuando Margot murió, el 19 de enero, mi madre prohibió la entrada a la habitación al resto de los humanos que querían verla y se encerró con ella junto al cadáver de su hermana, con la sola compañía de su compañero sentimental, José María Bassols. —explica mientras frunce el ceño al tratar de recordar algo—. Ella... ella siempre fue una mujer muy peculiar.
—Leí en la carta que encontraste un cuchillo, ¿hubo algo más en esa escena?
—Mi mamá tenía la extraña afición de diseccionar animales de todo tipo; encontré los cuchillos en una mesa con los materiales quirúrgicos que usa. Le gustaban los animales. Tenía 17 perros, tres gatos, 12 canarios y dos tórtolas. —hace una pausa y pone una mueca de asco—. Pero... una vez muertos les cortaba la lengua, le extirpaba el corazón y les arrancaba el pellejo. En alguna ocasión conservaba su cabeza.
Abrí mis ojos como par de platos llanos y un escalofrío me recorrió el cuerpo, mantuve la postura mientras respiré profundamente para decir:
—Creo que es suficiente información joven Luis. Puede retirarse.


Medio día:
Suena el teléfono de mi despacho y descuelgo rápidamente.
—¿Sí?
—Juez González, hablo del Cuerpo Nacional de Policía para informarle que acabamos de revisar la casa de la marquesa. —dice una voz masculina al otro extremo.
—¿Podría informarme dónde está ubicado y qué encontraron? —pregunto mientras saco de mi cajón un par de hojas y el expediente del caso para tomar nota.
—Barrio Argüelles, calle Princesa. La familia vivía en la calle Mayor número 58, de la provincia de Albacete, donde murió Margot. —explica el hombre—. Le pasaré al diplomado en Medicina Forense y Criminalística, él le declarará lo encontrado.
—Está bien. —digo en tono de agradecimiento.
Espero no llevarme sorpresas y acabar con este caso de una vez. Veo mi reloj marcando la una menos cuarto de la tarde. Escucho un sonido de una voz gruesa masculina.
—¿Aló?
—Buenas tardes juez; mi equipo de criminalística ha localizado un hacha pequeña de las llamadas de carnicero, con el mango de manera barnizada y tres remaches dorados.
—¿En dónde? —pregunto.
—Dentro de su habitación junto a una vasija en forma de cubeta, era de material plástico, la mitad inferior estriada, color blanco y la otra mitad superior transparente con tapa color rojo y asa de alambre con mango también color rojo. —hace una pausa y respira por la boca de manera agitada—. Esa vasija contiene, como puede comprobarse por la transparencia de su parte superior, una mano derecha, al parecer de mujer, seccionada por la muñeca, estando el recipiente lleno de un líquido transparente.
¿Y este es el nuevo descubrimiento?
—Ordeno la exhumación del cadáver.
—Como ud. diga. —establece el policía.


Cinco de la tarde:
Me monto en mi coche y me dirijo al cementerio de San José para verificar el desentierro del cadáver. Los vehículos policiales ubicados a los lados de las tumbas, una cinta de "no pase" y el director de la Policía Criminalística dándome señas para que detuviese el carro.
Lo apago y me bajo.
—Juez González, qué tal.
—¿Qué ha pasado con el cadáver?
—Acabamos de terminar de examinar el cuerpo.
—¿Qué han descubierto? —pregunto.
—Además de la mano derecha, le amputaron la lengua, le extrajeron los ojos en las cuencas y recortaron el vello público.
Mi cuerpo queda rígido al imaginar el hermoso rostro de la señora dañado por su hermana. Mi teléfono suena, recibo un mensaje. Lo reviso:
"Encontramos par de ojos y una lengua dentro de algunos frascos de vísceras de los animales de su habitación."


Este texto fue editado y transcribido en forma de historia.
Algunos hechos se mantienen intactos según las fuentes:
Un caso de 1954 y El caso de la mano cortada.

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