12 enero, 2013

Una danzarina.

Caían cientos de copos de nieve sobre los peldaños de Roble amazónico que tenían de suelo. Una centelleante luz iluminaba cada rincón del escenario sin escaparse algún lugar donde perdurara la oscuridad. La atmósfera quedaba atrapada en un frío aire que llegaba a mis huesos y lograba poner mi piel erizada, pero, después de unos años ya estaba acostumbrada.

Mi vida podía haberse comparado con una paleta de pintor. Ocurrían días especiales en donde tomaba la paleta y me inspiraba a dibujar un paisaje colorido con cientos de óleos diferentes, pero sucedía que mi felicidad caducaba en la mayoría de las jornadas. Mi almanaque se tornaba negro y usaba el blanco para tratar de aclararlo, aunque no daba resultado. Todo pasaba a ser escalas grises, en donde los colores oponían resistencia, se daban tonos desviados.

Tomando un baño y jugando con la espuma me di cuenta de que mi lado bohemio desaparecía cuando me transformaba en una bailarina de ballet. Esa sutil danza fluía a través de mí, haciéndome distorsionar la realidad con cada paso que daba. Así fue como crecí durante más de veinte años.


Enciendo mi radio con la canción de una composición musical de mi presentación pasada. Me levanto del tocador y voy hacia el frente del escenario. Me paro de puntillas y al escuchar la reanudación de la canción comienzo a bailar con pasos sofisticados y luego un repertorio del estilo cortesano. Doy un brinco y caigo con elegancia siendo refinada en mis movimientos. Bajo y subo mis brazos con ligereza mientras me apoyo sobre el suelo.
Frunzo mi ceño y tuerzo la mirada, necesito carácter.
Me levanto de golpe y alzo la barbilla mientras remarco el ajetreo de mis puntillas con rapidez. Subo mis brazos y ruedo mis muñecas en círculos. Desarrollo mi elasticidad muscular extrema y toco el piso estando sostenida en un pie. Volteo mi torso para estirar mi espalda, arqueo mis brazos formando una U con ellos, cierro los ojos, extiendo mi pierna hacia el frente para agarrar impulso y comienzo a girar... y a girar... y a girar...

Mis pies no se cansan y mis brazos siguen en la misma posición en los que estaban.
El aire se vuelve más frío, me acariciaba los poros de la piel como un soplo de invierno.
Siento que acompaña mis pasos, haciendo del viento pequeños silbidos.

Abro mis ojos y veo todo de color negro, veo la oscuridad, la tenebrosidad. Mis pies no reaccionan y mis brazos tampoco. Mi respiración se vuelve agitada y mi cara de porcelana pálida se comienza a sonrojar por los nervios. Muerdo mis carnosos labios, volviéndolos rojos. Al parecer, mis expresiones faciales son las únicas que puedo controlar. ¿Qué me habrá pasado? ¿Dónde estoy?

De pronto, escucho una voz infantil de una niña de unos seis o siete años.
—¡Gracias mami! —gritaba con alteración. El sitio en donde estoy se mueve, siento la gravedad controlar mi cuerpo pero sigo rígida. Veo claridad por un extremo y luego detallo por completo el rostro de la pequeña niña al frente de mi. Me observa con una sonrisa asombrada—. ¡Es hermosa!
—Se parece a ti cielo, y mira... —explica su madre, dejando en suspensión el resto de sus palabras. Ella me toma y gira una pequeña palanca plateada, al terminar el último "tac", comienzo a girar. Mis piernas solo reaccionan al movimiento circular del paso de ballet.—. También gira. —añade.

Y así fue como una bailarina de ballet se quedó atrapada dentro de una pequeña bola de cristal. Bailando sin parar las veces que le provocaba a la niña.

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