19 marzo, 2012

Esos labios rojos, esa cara pálida.

Fueron las 6 de la tarde, según el sol que se estaba ocultando entre las montañas que se veían desde su casa, sí, su casa. Me encuentro en casa de aquel chico el cual me hizo que cayera a sus pies con su romántico coqueteo. Nada de cursilerías, o inventos tontos. Era pasión. Era como versos escritos a flor de piel para aquellas personas que viven las letras como historias personales.

Se me olvidó una parte, lo sé. El siempre pedía un deseo a la luna, porque era la estrella más brillante la cual su resplandor observaba en el brillo de sus propios ojos, ese deseo tenía 1 palabra y era: VERLA. Sí, me quería ver. Por otra parte, yo contaba las estrellas y el número de estrellas era la cantidad de palabras que iba a tener mi deseo. En fin, solo queríamos estar juntos.

Retomando a la historia, les contaré como fue ese día:
Llegamos a encontrarnos, me llevó a su casa. Sabía muy bien cuales eran sus intenciones. Caminando hacia su apartamento, solo eran risas, coqueteos y sonrisas pícaras. Sacó sus llaves, abrió la puerta y me invitó a tomar asiento en el sofá de la sala.

Se sentó a mi lado. Me recosté un poco hacia atrás, lo miré y mordí mis labios. El sonrió. Colocó su mano encima de mi pierna. Me giré, y levemente nos fuimos acercando para besarnos. Fue un beso rápido. Como si viniéramos de correr 6 millas y luego nos besáramos. Como adrenalina en el cuerpo. Latidos sobre latidos. Sonriendo cuando paráramos por centésimas de segundos, y luego, seguir besándonos. Quité su mano de mi pierna, las agarré con mis manos, las puse a cada lado de su torso. Me senté encima de el y me acerqué lentamente. Pecho con pecho. Respiración cada vez más acelerada.
-¿Vamos a tu cuarto?

El, sin más preámbulo, me tomó en la misma posición que estaba y me llevó a su recámara. Me bajó levemente en su cama, me quité la pollina del rostro, el se sentó a mi lado. Me quité mis zapatos. Le sonreí. Pasé su mano por su abdomen, subí por su cuello, toqué sus mejillas y me detuve. El apoyó su cara en mi mano. Cerró los ojos. Fui bajando mi mano hasta la almohada, junto a el. Estaba acostado, sobre esa cama tan sutil como su piel. Abrió los ojos. Quería besarlo hasta no poder más. Su mano me sujetó la cintura fuerte. Quise acostarme nuevamente encima de el. Lo hice. Sus manos estaban sobre mi espalda. Las mías, haciendo presión sobre su almohada.

Quiero que sea diferente, quiero que coquetees con tu cuerpo, con tus gestos, con tus palabras… que sea yo la que no quiera nada, que no deba dejarme besar, que solo me deje tocar cuando tus manos estén en las zonas más sencibles de mi cuerpo, que me dejes marcas en mis labios, que descargues las ganas que me tenías guardadas durante mucho tiempo. Si, pienso en voz alta. Quizás suene fastidioso el hecho de que diga cada acción, cada pensamiento o cada deseo que quiera, como todo esto. Pero, recuerda que esta es mi historia, y que por primera vez, quisiera ser yo la muñeca de trapo con quien quiera jugar este sutil caballero. Me quedaré callada, mis manos estarán atrás de mi nuca, ahora, ¿como empezarás tu juego para enamorarme esta noche?

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