13 marzo, 2013

Un pétalo mal tirado.

—¡Ella no es hija mía! —gritaba—. ¡Entiéndelo!
Al escuchar tal palabra fue obvio, me veo en el reflejo del vidrio y me detallo que no tengo ningún parecido a él.
—¡Cállate de una vez por todas! —pataleaba una voz femenina—. ¡Ya, basta! ¡Sí lo es!
Ella no tenía más ojos más que para él, ¿cómo podría engañarlo con alguien más?
—¿Lo es? ¿Segura? —decía aquel hombre mientras pisaba fuertemente el suelo hasta dirigirse al sofá color café. Se detuvo. Volteó la mirada y observó el rostro empapado de su esposa—. Mía... mía... es hija mía, tengo una hermosa y maldita hija.
¿Podrías dejar ya el sarcasmo? No te molestes en perder el tiempo mintiéndote a ti mismo.
—Dímelo. —dijo la mujer enfrentándose a la bestia que tomaba su botella de Whisky.
Enseguida, mi padre me sorprendió con una nueva palabra que no había escuchado nunca...
—Aborto. —adjuntó el hombre—. Debiste de haberla abortado cuando pudiste.
Mi mamá salió corriendo a mi habitación, abrió la puerta de mi cuarto y lloró. Yo la miraba confundida y no entendí la palabra que había pronunciado mi papá pero no quise preguntarle ya que estaba llorando mucho.

Al día siguiente mientras ella hacía el desayuno...
—Mami, ¿qué es el aborto? —le pregunté.
Ella humedeció sus labios con agua y suspiró.
—Es matar a un bebé cuando está en tu estómago. —me dijo.
Pensé por un momento sobre lo que ella había dicho.
—Mamá... —susurré.
Ella siguió revolviendo el jugo con más fuerza. Se sirve.
—Mamá. —repuse.
Ella apretó los labios y mientras dejaba de tomar su batido de fresa, se estalla entre sus manos el pequeño recipiente de vidrio. El cristal rompe su piel y comienzan a sangrar sus manos.
—Dime. —dice con euforia mientras me mira—. ¿No ves que estoy ocupada?
Mamá, ¿para qué vivo?
—Quiero morir. —dije mirándola fijamente a los ojos—. Papá no me quiere, les arruiné la vida.
No solo porque papá lo dice, sino porque si no hubiese nacido tú hubieses terminado tu carrera como modelo. Mi madre sacó un cuchillo del cajón, se acercó a mí y lo puso en mi cuello.
—¿Es eso lo que quieres? —me gritaba.
—Sí. —respondí, y asentí con la cabeza.
La sangre se me empezó a calentar y mis latidos a descontrolarse. Hazlo mamá, vamos.
—Te amo. —aseguró, mientras lloraba encima de mi sutil melena de cabello castaño. Sus manos ensangrentadas manchaban mi cuello de su fluido rojo, era como una tinta permanente que me hacía recordar lo feliz que fui al tener mi primer peluche el mi quinto cumpleaños. Bajé la cabeza y me dejé ir.

—¡BANG!
Un disparo. Su sonido me aturdió a tal punto que dejé de sentir el objeto punzante sobre mi piel. Todavía mantenía mis ojos cerrados, respiraba profundamente. Las manos de mi madre habían desaparecido, ¿qué pasa? ¿abro los ojos? ¿ya no estoy pisando la Tierra? ¿ahora sí tendré alas y podré volar por la ciudad de noche? Unos brazos gruesos rodearon mi cuerpo y me cargaron. Abrí repentinamente los ojos, tenía frente a mí a mi padre y a sus las lágrimas que corrían por mis mejillas.

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